Goyescas/Gianni Schicchi y Plácido Domingo: la pasión inagotable de una leyenda

Publicado originalmente en este post en Opera World.

Se supone que yo tendría que empezar hablar del atípico programa doble que se nos ofreció ayer en el Teatro Real; sin embargo, todo queda ensombrecido cuando el verdadero protagonista de la noche, por méritos propios, fue de nuevo Plácido Domingo en el interludio de dichas obras. Plácido Domingo, la pasión inagotable de una leyenda.

Hubo un tiempo en que creía que nuestro Plácido sería inmortal, su voz, sobrehumana, tiene una resistencia inigualable que le ha ayudado, a lo largo de dilatada historia, a cantar todo tipo de papeles, incluso aquellos que, a priori, no se adaptaban a sus características innatas. Si unimos esa voz a su capacidad de actuar, de meterse en cada papel que interpreta como si no hubiera un mañana; esa mezcla explosiva nos ha dado muchas interpretaciones inolvidables que le han convertido en una leyenda de la lírica, tanto a nivel nacional como, desde luego, internacional. Su gran generosidad le llevó a programar este pequeño concierto extraordinario debido a su renuncia a interpretar Gianni Schicchi por la reciente pérdida. Qué menos que hacer esto por su público, por la gente que tanto le quiere. Durante sus tres intervenciones programadas: Chénier y Verdi con el plato fuerte final del dúo de Germont de La Traviata se le vio luchando, perdiendo a veces el resuello para volver a darlo todo, falible, pero, precisamente en ese crepúsculo es cuando se nos hace consciente su entrega, el gran artista que es, la pasión con mayúsculas que destila en cada nota que sale por su garganta. Eso es sencillamente indescriptible, escucharle fue un gozo cargado de emoción, una sensación de estar viviendo la magia de hacer música, de la lírica en su máximo esplendor. Imposible resistirse ante tanto como te da nuestro querido Plácido, un servidor no pudo evitar que le cayeran las lágrimas de verdadera felicidad, de sentir que estás viviendo un momento único, imborrable. De esos que se quedan grabadoos para siempre. El público se rindió sin reparos ante su magnífica actuación e incluso nos deleitó con un bis, pleno de generosidad como siempre, con “Por el amor de una mujer que adoro” de Luisa Fernanda. Era el descanso, podría haberme ido perfectamente, todo estaba cumplido, difícilmente lo de antes y lo de después podría ser mejor.

Estrambótico y esperpéntico son los dos adjetivos aliterados que se me ocurren para calificar el programa de ayer. Una mezcla de Goyescas con Gianni Schicchi con la primera, además, en versión de concierto, constituye tal despropósito que no acaba uno de entender quién programa algo así y se queda tan ancho. Goyescas se acercó más a un “bolo” (los he visto bastante mejores) en su sentido más peyorativo, la versión de concierto perjudica especialmente esta obra, todo queda desdibujado desde un principio. María Bayo estuvo especialmente desafortunada, no entiendo lo que le ha pasado a su voz, bajos prácticamente inexistentes, inaudibles, notas agudas mal colocadas y que desentonaban, solo cuando se movía por las mezza voce se sentía un poco más cómoda dentro de una absoluta incomodidad; Andeka Gorrotxategi brilló por su inexistente química con Bayo, su voz, escasa, con agudos forzados y encima un timbre no demasiado agradable. Razonables estuvieron Ana Ibarra y César San Martin en sus papeles, que no es poco viendo las circunstancias. Tampoco hizo demasiado Guillermo García Calvo desde el foso para solucionarlo, le faltó dotar de equilibrio a la orquesta, sobre todo viendo los problemas (audibles) de los solistas, se les oía menos aún; tampoco acertó en el manejo de algunos tiempos, aunque regaló alguna página bella sobre todo al final donde sí consiguió el empaste con la destemplada intérprete. Hasta al coro, normalmente impoluto en su canto, le podría poner el “pero” de la dicción, no deja de ser curioso que entendamos peor el libretto en español que en otros idiomas, menos mal que pusieron los subtítulos.

Comparado con lo anterior, cualquier cosa que viniera con Gianni Schicchi sería mejor; en efecto, ocurrió de esta manera; el montaje escénico de Woody Allen lo podría haber montado cualquier otro, he visto producciones con menos bombo y que funcionan de la misma manera; de hecho teníamos la típica escena en una habitación con más o menos decorado; lo más novedoso fue el comienzo, con una pantalla de cine, llevándolo a su terreno y currándose un poco los nombres de los protagonistas; aun así, me parece más anecdótico que otra cosa. Carella estuvo bien, sin demasiados alardes pero subrayando los momentos cómicos y entendiendo adecuadamente la música de Puccini, la orquesta venía de los momentos con Plácido y sonó mejor, sin los desajustes iniciales. No voy a hablar de todos los intérpretes que tienen papeles pequeños en esta pequeña obra de múltiples cantantes, pero sí comentaré lo más destacable (tanto en lo bueno como en lo malo); Lucio Gallo como Schicchi sobresalió más por sus capacidades actorales que por su voz, más bien ruda, poco atractiva, demasiado tosca; estupenda Maite Alberola toda la noche tanto en su gran momento con Plácido componiendo una plausible Violetta como en su aria triunfal “O mio babbino caro” (de hecho, arrancó los aplausos del público), su voz de lírica llega con solvencia al agudo y es muy bella en dicho registro y el registro medio suena juvenil y adecuado para este papel; sin embargo el Rinuccio de Albert Casals es queda en un gran insuficiente, escasísima voz la del tenor para pintar esta pequeña joyita, sus agudos están estrangulados, sin proyección prácticamente, no tiene cuerpo para los medios, el papel le viene muy grande; destacable Praticó que además interpretó el “Sia gualunque delle figlie” de la Cenerentola en el concierto con mucha gracia, un verdadero barítono cantante, muy bufo; bastante bien Luis Cansino en su aria de Falstaff y como Marco, todo un actor, no exento de voz; interesantes los papeles femeninos de Zilio, Bayón y María José Suárez así como la cortita (pero grata) intervención de Francisco Crespo. Un resultado razonable que, por lo menos, divirtió al público.

Un público que pasó de la frialdad inicial al mayor calor, al calor pasional del grandísimo, de nuestro grandísimo Plácido Domingo, el gran triunfador de una noche para el recuerdo.

Las fotos son de Javier Del Real

Porgy and Bess de George Gershwin en el Teatro Real: entusiasmo a raudales

Publicada inicialmente en este post en Opera World.

Desde que abrió el Teatro Real en 1997 no he faltado (creo) a ninguna temporada, no enteras claro, pero siempre vi alguna ópera. Curiosamente la que vi en 1997, casi de casualidad, fue el Porgy and Bess de George Gershwin. Dieciocho años después otro círculo se cierra, un ciclo que se completa con esta producción de la Cape Town Opera Company. Lo mejor de todo es que no solo no me canso de escucharla sino que cada vez me gusta más. Ciertamente la producción ayudaba, estamos ante uno de esos espectáculos que brillan con luz propia: si hay algo que lo caracteriza es el entusiasmo a raudales de todos sus componentes.

La escena ideada por Christine Crouse es sencilla y muy funcional, no tiene apenas cambios y con pequeños giros de los elementos escénicos consigue representar las diferentes escenas que se van sucediendo. Representa un pequeño suburbio ambientado en Sudáfrica pero que podría servir para cualquier ciudad, pero se caracteriza, como la música de Gerswin, por su colorido y luminosidad, en clara contraposición con los elementos que se cuentan: asesinatos, violencia, maltrato, etc. Es evidente que sí se produce esa simbiosis entre escena y música y el espectador lo percibe. Si sumamos una dirección escénica que redunda en números de baile, acrobacias y coros, el resultado es muy vistoso, espectacular, de hecho, como ya se ha dicho en alguna otra crítica en diferentes medios.

Tim Murray desde el foso era el maestro de ceremonias de la excelente música del excepcional compositor norteamericano; transmitió la energía necesaria a una orquesta que funcionó aunque tampoco deslumbró, de menos a más, consiguió ir metiéndose en la dinámica de un coro sencillamente brutal y unos intérpretes muy adecuados como luego comentaré. No es fácil jugar con la música de Gershwin, pero me da la impresión que Murray y la orquesta podrían haber estado más acordes con lo que estábamos viendo.

Escena de Porgy and Bess de George Gershwin en el Teatro Real

En cuanto a los intérpretes de Porgy and Bess (de impronunciables nombres la mayoría de ellos) y el coro de Cape Town, preparado por Marvin Kernelle, merecen una mención especial. El coro derrocha energía durante las casi tres horas: cantando, bailando, haciendo piruetas y actuando de manera asombrosa. Es tal su convicción, lo seguros que están de lo que hacen y el entusiasmo, que subyugan con su continua presencia; hubo momentos, hacía tiempo que no pasaba, ¡que se escuchaban por encima de la orquesta! Descomunal presencia escénica y vocal a la que solo se le podría achacar alguna destemplanza en los agudos que se descolocaban ante tal despliegue de potencia y proyección. Estoy seguro que nadie en el teatro se quedó sin escucharlos estuviera donde estuviera. Los cantantes muy adecuados a los papeles representados, gran voz y actuación la de Xolela Sixaba,un Porgy capaz de estar de rodillas durante toda la actuación y cantando con una voz plena, noble, muy hermosa (como en el dúo con Bess que pintaron con gran sensibilidad no exenta de fuerza) de gran proyección y tremendos agudos, una pasada; la Bess de Nonhlanhla Yende transmite calidez y sensualidad o dulzura y sensibilidad según su papel lo necesite, bellísimas las páginas que dibujó con Porgy en el dúo y llena de fuerza (con alguna entonación brumosa en los agudos) en todo momento;  Noluvuyiso Mpofu, como Clara, cantó la famosa “Summertime” con sensibilidad y templando bien los agudos en una de las arias más interpretadas/versionadas de la historia, la más famosa pieza de la ópera; quizá algo más limitado (sobre todo en los graves, con menos potencia) el malvado Crown de Mandisinde Mbuyazwe, pero tampoco desentonó demasiado con el resto; muy bien la Maria de Miranda Tini, poderosa y gran actriz, cargada de personalidad como requiere el papel; al igual que Arline Jaftha como la radical y religiosa Serena, muy acorde con su papel; especialmente bien el Jake de Aubrey Lodewyk con una voz bastante hermosa y bien modulada, sin tanta proyección pero bien cantado su papel; muy bien cantado y actuado el Sportin’ Life de Lukhanko Moyake, papel que tiene una parte importante de declamación mezclada con sus partes cantadas y una actuación simplemente imprescindible para representar su papel, cargado de cinismo y peligrosidad para sus propios compañeros de raza.

El público ovacionó a todos los intérpretes de Porgy and Bess y disfrutó sin complejos casi desde que comenzó la función, se notaba por los aplausos entre medias y los comentarios de la mayoría de los asistentes. Una gran propuesta, un gran Gerswhin.

Las tertulias de la orquesta de Héctor Berlioz. Berlioz en una dimensión distinta

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Publicado inicialmente en este post en Opera World.

Las tertulias de la orquesta constituyen un paso más en el conocimiento de la figura del compositor francés Héctor Berlioz; un Berlioz en una dimensión distinta: la literaria. El prólogo de Pablo Heras-Casado introduce el tema en cuestión:

“Desde un punto de vista artístico en sentido amplio, admiro en él su capacidad literaria en la música, concretamente la altura dramática que poseen sus obras. Fue un personaje con gran interés por la literatura y el teatro, un lector ávido, del mismo modo en que lo fueron también otros compositores que son esenciales para mí, como Gluck o Verdi. Gluck y Berlioz concibieron la literatura expresiva, el drama, como sustento de sus composiciones y tanto estos como Verdi poseen una cualidad que aprecio sobremanera: ninguno de ellos se queda en lo superficial a la hora de narrar. Me gusta valorar en una obra la constatación de que cada uno de sus compases sea dramatúrgico, que no haya en ella nada superfluo como si fuera un simple dibujo de paisajes sonoros, y que el sentido dramático, la continuidad y la coherencia narrativa constituyan la base de la partitura. Berlioz representa el caso del compositor que al igual que Beethoven o Mahler es capaz de elaborar un verdadero drama artístico sin el empleo de palabras, pero que también posee esta cualidad creadora como escritor.”

En la imprescindible introducción de Enrique García Revilla, editor y traductor de esta obra, entramos en profundidad en la materia, estableciendo, además, el paralelismo con otros compositores; Berliozes el único capaz de expresarse con propiedad (y brillantez) en un lenguaje literario:

“Podemos afirmar con rotundidad y sin temor alguno a caer en equivocación que, si hay entre los compositores de toda época uno que destaque de forma clara como escritor, ese es Berlioz. Si bien Wagner destacó por la expresión en prosa de sus ideas estéticas, Schumann y Debussy por la fantasía de su pluma en su crítica musical y tal vez Tchaikovsky y en su epistolario íntimo, Berlioz es el único con verdadera vocación de escritor. Como tal, no sólo es capaz de expresarse en prosa sobre asuntos musicales, sino que posee inspiración y fantasía para elaborar sus relatos y dotarlos de una forma artística.”

Es destacable reflejar las características más sobresalientes de Berlioz a la hora de escribir,; al evidente contenido musical, en diferentes ámbitos, se suma una inesperada faceta cómica presente a lo largo de todas las tertulias,;? como bien comenta el editor, la misma premisa que sostiene todo el libro: que unos músicos en medio de una representación operística se dediquen a comentar libros o leerlos, es ya, de por sí, toda una declaración de principios del autor:

“El estilo literario de Berlioz, ágil y alejado de los excesos sentimentales propios de la literatura decimonónica, sorprenderá al lector que tenga la suerte de acercarse a él por ver primera por su agudeza y sentido humorístico. Detrás del ceño fruncido con que le muestran los retratos de Courbet o Signol, se escondía un tipo divertido y extremadamente agudo que no puede reprimir su sentido del humor cuando se expresa por escrito. De este modo, no sólo el planteamiento del libro ya es disparatado, pues no parece posible que unos músicos de orquesta se dediquen a contarse historias en el foso ante la media sonrisa cómplice del director (que también escucha atentamente), sino que en cada una de las tertulias introduce multitud de chistes, juegos de palabras y detalles de punzante ironía.”

La tercera faceta contenida en estas tertulias es, como bien podíamos suponer, una proyección autobiográfica del polifacético músico que aprovecha para, indirectamente, relacionar sus tertulias con momentos que le han sucedido a lo largo de su vida (y que el editor nos ilumina gracias a impagables notas a pie de página):

“Junto al contenido musical y al sentido humorístico, la tercera característica del estilo literario berlioziano consiste en la proyección autobiográfica del autor en sus escritos. Las tertulias de la orquesta, que sólo en cierta medida pueden considerarse una novela, constituye un espléndido retablo musical de metaliteratura, en el que la figura del narrador tiende ora a inmiscuirse en la trama, ora a alejarse, o bien simplemente a permanecer como testigo de la misma.”

Dicho lo anterior, os reviso a continuación algún fragmento del libro que sirve como ejemplo a las características anteriormente mencionadas; el siguiente párrafo, con el que se abre la primera tertulia es paradigmático de la prosa de Berlioz y refleja a la perfección el estilo del autor así como la vena humorística de la que hace uso para presentar la base en la que se sustentan las narraciones que vendrán después:

“Hay en el norte de Europa un teatro de ópera en el que los músicos, que son en su mayoría gente culta, se dedican habitualmente a la lectura e incluso a la charla sobre temas más o menos literarios y musicales cada vez que se interpreta alguna ópera mediocre. No es necesario señalar que leen y charlan con frecuencia. Así pues, sobre cada atril, al lado de la partitura, hay un libro. De este modo, el músico que aparenta estar contando a conciencia los silencios, esperando su entrada, con la máxima concentración en la lectura de su parte musical, se encuentra muy a menudo embebido en las maravillosas escenas de Balzac, en los encantadores cuadros de costumbres de Dickens o incluso en el estudio de alguna ciencia. Conozco a uno que, durante las quince primeras representaciones de una célebre ópera, leyó, releyó, meditó y asimiló los tres volúmenes del Cosmos de Humboldt; otro, mientras duró el éxito de una obra verdaderamente estúpida, hoy olvidada, se organizó para aprender inglés; e incluso sé de otro que, dotado de una memoria excepcional, recitó a sus vecinos más de diez volúmenes de cuentos, anécdotas, aventuras y noticias.”

El uso del humor es constante, a veces, indirectamente, otras, de una forma más directa y con un uso desacostumbrado del humor negro que quizá no era tan fácil de prever:

“-Pareces triste, Kleiner. ¿Te pasa algo?

-¡Oh! ¡Qué contrariedad!

-¿Contrariedad? ¿Has vuelto a perder once partidas de billar, como la semana pasada? ¿Has roto un par de baquetas nuevas o has vuelto a quemar otra pipa?

-No. He perdido… mi madre…

-Lo siento camarada. Siento no haberte tomado en serio. ¡Qué mala noticia!

-(Kleiner dirigiéndose al camarero:) ¡Camarero! Una crema bávara.

-(Entonces continúa:) Sí, amigo, Tremenda contrariedad. Mi Madre murió anoche, tras una agonía horrible de catorce horas.

-(Vuelve el camarero.) Señor no quedan cremas bávaras.

-(Kleiner golpea violentamente la mesa con el puño, arrojando al suelo con estrépito dos cucharas y una taza:) ¡Maldición! ¿Es que en esta vida todo son contrariedades?

Eso es sensibilidad en estado puro.”

Uno de los peligros de este tipo de narraciones es caer en la monotonía por la repetición de los mismos comienzos; Berlioz, consciente de ello, también presenta tertulias en las que no se produce la narración paralela a la representación; debido principalmente a que la ópera que les toca representar sí tiene calidad, tal es el caso de El cazador furtivo de Weber:

“Nadie habla en la orquesta. Cada uno de los músicos cumple con su obligación con el mayor celo e incluso con cariño. En un entreacto, uno de ellos me pregunta si es cierto que en la ópera de París utilizaron un esqueleto de verdad en la escena infernal. Respondo afirmativamente y prometo relatar al día siguiente la biografía del desafortunado personaje.”

O del Fidelio de Beethoven:

“Hoy representan Fidelio, de Beethoven.

Nadie dice una sola palabra en la orquesta. Los ojos de todos los artistas centellean. Los de los que sólo son simples músicos, permanecen abiertos. Los de los imbéciles se cierran de vez en cuando. Tamberlick, contratado por nuestro gerente para unas cuantas representaciones, canta el papel de Florestán. Con su aria de la prisión revoluciona la sala entera. El cuarteto de la pistola entusiasma violentamente al público. Tras el gran finale, Kleiner el mayor exclama:

-¡Esta música me hace arder por dentro!”

En ambos casos (y en algún otro como Spontini y su Vestale) no solo no hablan sino que se acentúa el silencio, el silencio se convierte, en manos del francés, en un catalizador del placer operístico.

El resto de tertulias tienen de todo tipo de historias, algunas hasta fantásticas,; me quedo ahora con una definición de términos de la época, aquellos que toda buena claque tenía que conocer a la perfección, especialmente divertido e irónico es el uso que se hacía de Animar:

“Fiascar significa no producir efecto alguno, no hacer gracia y caer en la indiferencia del público.

Calentar en vano es aplaudir inútilmente a un artista cuyo talento no ha sido capaz de emocionar al público por sí solo. Esta expresión es análoga al proverbio dar puñadas en el agua.

Haber acuerdo consiste en ser aplaudido por la claque y por una parte del público. Duprez, el día de su debut en Guillermo Tell, obtuvo un acuerdo extraordinario.

Animar a alguien es silbarle. Esta ironía es cruel y además presenta un sentido oculto que le da mayor mordacidad. No hay duda de que los silbidos contribuyen poco a animar al desgraciado artista, pero su rival sí se anima al verle silbado, y los demás también lo hacen en secreto. Así pues, cuando se silba a uno, siempre hay otro que se anima.[…]”

El otro texto que quería destacar era uno relacionado con la música, en particular con la crítica musical (que también realizó en su tiempo dentro de sus múltiples funciones artísticas) y el hecho de que siempre “hay un roto para un descosido”:

“Yo he visto El burgués gentilhombre silbado por estudiantes en el Odeón. Se sabe que la traducción realizada por A. De Virgny del Otelo de Shakespeare provocó buenos disturbios en el Teatro Francés; que Il Barbiere fue recibido con abucheos en Roma, lo mismo que el cazador furtivo en París. Aún no he asistido a una primera representación de la Ópera sin encontrar entre los jueces del vestíbulo una enorme mayoría hostil a la nueva partitura, por hermosa y grande que esta fuera. Tampoco hay una obra, por muy aburrida, desastrosa y nula que parezca, que no reciba la aprobación de algunos y encuentre algunos defensores de buena fe. Ya lo dice el proverbio: “siempre hay un roto para un descosido.”

En resumen, según lo indicado, el libro es ciertamente entretenido y se lee con interés a pesar de un par de detalles referentes a la edición y al propio Berlioz: En ciertos momentos el autor abusó del “namedropping”, citando y citando nombres de la época sin ningún objetivo claro y que hacen la lectura demasiado farragosa e incluso densa; por otro lado, la edición es mejorable, el libro es grande en tamaño para el estándar habitual y el número de páginas se ha ajustado tanto que entran demasiadas palabras (y en letra muy pequeña), haciendo la lectura ligeramente tortuosa. Aun así, es una buena recomendación para conocer tanto el autor como la época en la que vivió y pasar un buen rato.

Los textos provienen de la traducción/edición de Enrique García Revilla de Las tertulias de la orquesta de Héctor Berlioz para la editorial AKAL.

Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke. Lo sublime poético

duinoEn el epílogo de Alberto Vital del Seminario de Hermenéutica de la Universidad Nacional Autónoma de México encontramos una de esas reflexiones que, en mi opinión, resumen a la perfección lo que es, o debería ser, la poesía:

“Sólo la poesía que escribimos o que leemos (y entonces en cierta medida la hacemos nuestra) es capaz de desnudar el alma humana. La poesía (o, si se quiere, la poiesis del griego) es el lenguaje más íntimo, el lenguaje de la hondura y la permanencia en un mundo inconstante, el lenguaje que cava y socava en la minería de la psique (y las minas son importantísimas  en el Rilke de las Elegías y en el Rulfo de Pedro Páramos, con la Andrómeda como un referente realista y, sobre todo, como un símbolo en más de un plano).”

De dicho párrafo me gustaría destacar unas ideas:

1º La capacidad única de la poesía de “desnudar el alma humana”, esto es, de sublimar nuestra experiencia lectora, de transportarnos a lo sublime.

2º La importancia del lector como último experimentador de lo sublime, el escritor es capaz de llegar a esta trascendencia pero el lector, entra en la misma órbita al leer poesía.

3º En la mayoría de las ocasiones la poesía genera una experiencia íntima con el lector, de una hondura personal e intransferible con él.

Dicho esto, las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke constituyen un paradigma en sí mismo que cumplen a la perfección lo que destaca el texto anterior. Poco puede decir mi prosa ante el flujo cargado de aliento poético del autor, solo nos queda descubrirlo y disfrutar con la profunda experiencia místico-terrenal que el escritor acomete en todo momento:

 

“Es penoso estar muerto y, trabajoso,

ir recobrando poco a poco un mínimo

de eternidad.

Pero todos los vivos cometen el error

de querer distinguir con excesiva

rotundidad. Los ángeles –se dice-

ignoran a veces si están entre los vivos,

quizás, o entre los muertos. El eterno

torrente arrastra las edades todas

por ambos reinos y, en medio de los dos,

logra hacer oír sus voces.”

 

Esta dicotomía divino-terrenal solamente puede tener cabida en nuestro corazón, ya que nuestro entendimiento no podría entenderla:

 

“Porque nuestro corazón nos sobrepasa –como a ellos.

Y ya no podemos seguirlo con la mirada hasta

las aquietadoras imágenes que lo sosiegan,

ni en esos cuerpos, semejantes a lo divino,

donde aún más enormemente se demora y contiene.”

 

Las bellas imágenes metafóricas de la muerte solo pueden ser así por la presencia de un mundo divino, un mundo al que podemos aspirar desde las letras de Rilke:

 

“¿Quién mostrará a un niño tal como él es?

¿Quién lo ubicará en las estrellas y

pondrá en su mano la medida de la distancia?

¿Y quién, en fin, podría representar

su muerte como ese oscuro pan que

se endurece –o la dejará en la redonda

boca, como el corazón de una bella manzana?

Es fácil presentir al asesino. Mas esto:

contener la muerte, toda la muerte, desde

antes de la vida, tan dulcemente contenerla

y no ser malvado, esto es inefable.”

 

Esta esperanza es la que nos ayuda a convivir con un mundo que se fragmenta cada vez más, un mundo en descomposición que nos hace trizas:

 

“¡Y nosotros

meros espectadores

en todo tiempo, en todos los lugares,

vueltos siempre hacia todo y nunca más allá!

El mundo nos agobia.

Lo organizamos. Pero

se derrumba en añicos.

Lo organizamos otra vez y , entonces,

nosotros mismos

caemos rotos en menudas trizas.”

 

Es por ello que siempre nos encontramos en situación de despedida, una manera más de defendernos de lo que nos sucede y que no podemos afrontar:

 

“¿Quién nos conformó así,

que hagamos lo que hagamos

tenemos siempre la actitud

de quien se va? Como el que sobre la última colina,

desde donde divisa todo el valle,

una vez más, se vuelve, se detiene y rezaga,

así vivimos-

despidiéndonos siempre.”

 

Al fin y al cabo, nosotros no tenemos nada que podamos ofrecer, somos tan pequeños que debemos ir despojados de todo:

 

“Y así nos afanamos queriendo realizarla,

tratando de abarcarla en nuestras manos,

en nuestros ojos cada vez más henchidos

y en nuestro corazón sin palabras.

Intentamos ser ella. Para dársela ¿a quién?

Preferiríamos retenerla del todo para siempre…

¡Ah! Pero al otro reino ¿qué puede uno llevar?

No el arte de mirar y ver,

tan lentamente aquí aprendido.

Ni nada que haya sucedido aquí.

Nada. Absolutamente nada.”

 

En la lírica traducción/versión del gran Juan Rulfo solo podemos encontrar la perfecta fusión de los versos de Rilke con el aliento poético del mexicano que nos ayuda a encontrar lo sublime.

 

“Y nosotros, que siempre hemos esperado mirar

cómo asciende

la felicidad, sentiríamos el enternecimiento

que casi nos trastorna

cuando la dicha cae.”

 

Apabullante. Nada más hay que yo pueda decir.

Los textos provienen de la traducción/versión de Juan Rulfo de Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke para Sexto piso.

Resumen Junio 2015. ¡Feliz Verano!

Parece mentira cómo pasa el tiempo. Un mes más y ya estamos en verano y con unas ganas de vacaciones que os podéis imaginar. Ha sido un mes provechoso en lo lector y os paso a continuación cápsulas sobre las lecturas:

Velvet, vol.1: Before the living end de Ed Brubaker y Steve Epting, sin duda, Brubaker es un especialista en crear historias con sabor Noir y en este caso con una buena mezcla de espías,; este primer arco argumental de la nueva serie promete, nos presenta una protagonista atractiva y, además, tenemos el dibujo de Epting, que funciona a la perfección. Un gran cómic.

Agatha Mistery 19: El diamante de Amsterdam de Sir Steve Stevenson, después de tantas entregas como lleva el italiano las historias ganan en complejidad (y número de páginas), sin perder la frescura de los primeros momentos, buena historia de detectives para lectores que van evolucionando. 

Outline de Rachel Cusk, pensé en un primer momento en hacer un post con mis favoritos del Baileys Prize, el premio para mujeres anglosajonas, como hice el año pasado; sin embargo, tengo que reconocer que la falta de tiempo y el poco interés en las finalistas me ha echado atrás las intenciones. Solo hay dos libros que me interesaban de alguna manera. El primero de ellos es este Outline de Rachel Cusk, la segunda, que leí más tarde, fue la ganadora a posteriori, Ali Smith y su How to be both. El de Cusk es un libro que juega muy bien con lo formal, la narradora, de la que nunca conocemos el nombre establece el contorno, el boceto de su personalidad, a través de sus relaciones con el resto de personas que se va encontrando. Todo el libro es, entonces, una perfilación de dicha personalidad sin la presentación directa de la misma. Funciona muy bien, de hecho es el que más me ha gustado de los seleccionados, pero, ciertamente, quizá sea el más dificultoso de leer. Habrá que ver si llega por aquí. 

Los reyes del Jaco de Vern E. Smith, buena muestra de hardboiled negra negra, más detalles pinchando en el título

Agatha Mistery 20: Trampa en Pekín de Sir Steve Stevenson, el exotismo oriental unido a lo que comenté anteriormente hacen de esta una buena muestra de literatura juvenil de género.

El corredor del laberinto de James Dashner, buena premisa inicial (la presentación de los personajes y de lo enigmático y misterioso está muy bien pensada) que se diluye hasta difuminarse y convertirse en una pequeña parodia en sí misma, con uno de esos finales que no te crees de ninguna manera por la forma en que se realiza y una sensación de que el autor no pensaba que iba a triunfar; que funcionaría mejor como capítulo autoconclusivo que como una trilogía. A mí no me ha convencido para leer los dos siguientes, hay mucho mejores propuestas.

How to be Both de Ali Smith, la ganadora del Baileys Prize este año nos ofrece una historia singular; dos historias, dos comienzos (según el libro que compraras), unidos por pequeños hilos que los interconectan y una reflexión sobre el arte como nexo de unión en nuestras vidas. Buena historia, no lo dudo, aunque tampoco creo que sea sobresaliente, funciona mejor como experimento formal.

Cucarachas de Jo Nesbo, la segunda novela del noruego sí que me recuerda bastante al mejor Nesbo, el de la trilogía del Príncipe y El redentor. A pesar de estar ambientada en Bangkok se ven las trazas de lo que hizo funcionar al autor, esos comienzos de un universo Hole, la opresión claustrofóbica, el dolor, y, sobre todo, la ejecución de la trama.

Genealogía de una bruja, de Benjamin Lacombe y Sébastien Pérez, el estuche del que hablé aquí  recoge dos libros con unas ilustraciones estupendas del francés, es un seguro de diversión.

La leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth, empezar a leer al “otro” Roth, no puedo haber empezado mejor, este libro es una delicia. Una pequeña historia con mucho alcohol y una moraleja sin moralina.

Batman: Bruce Wayne, Murderer? de varios autores, alargadísimo como un chicle sin fin, quizá uno esperaba que el asesinato se resolviera en este primer volumen pero no, se extendió a los tres siguiente volúmenes.

Batman: Bruce Wayne, Fugitive, Vol 1. de varios autores, mejor que lo anterior, lógicamente, no podía ser peor. Además de empezar a ver datos e historias importantes para la línea principal. Sinceramente, no comparto la idea de Rucka de deshacerse de Bruce Wayne. ¿Se puede entender a Batman sin el desencadenante del asesinato de los padres de Bruce? ¿Existiría Batman sin Bruce? Creo que la premisa es errónea según la psicología de Batman.

Caza al asesino de Jean-Patrick Manchette, como de costumbre, este libro se ha reeditado por la aparición de la película. No debería ser lo óptimo… pero bueno, demos la bienvenida a un Manchette que, como de costumbre, es buenísimo, a pesar de la portada con Sean Penn.

Batman: Bruce Wayne, Fugitive, Vol 2. de varios autores, ¡por fin! Resolvemos el asesinato tras un número infinito de números, una pena, hasta que se llegó aquí.

El jardín crepuscular de John Clute, menudo sorpresón este  breve glosario del horror estructurado según una idea general y teoría del terror. Es tan interesante que me va a servir para unos posts futuros sobre el terror. Sabréis de él más adelante.

Batman: Silencio de Jeph Loeb y Jim Lee, lo recordaba malo, pero es peor de lo que recordaba, la trama de Loeb es un montón de excusas para que salgan todos los villanos posibles y que Jim Lee se dedique a poner escorzos imposibles, tanto en hombres como en mujeres, sin mucho sentido para el avance de la misma. Muy vacío, todo al servicio de Lee.

La katana del lamento de Fubo Hayashi, Satori siempre nos trae cosas disfrutables, no podía ser menos de esta historia de katanas con el mejor sabor de la literatura japonesa.

Ser madre hoy de Miguel Noguera, el particular humor de Noguera tiene sus momentos, tan pronto no puedes parar de reír como pasas por momentos de indiferencia absoluta. Eso sí, ese momento en que te hace clic en el cerebro uno de los conceptos que suelta… es impagable.

La gran novela americana de Philip Roth, fabuloso, por fin este libro publicado en España gracias a Contra Ediciones. Más información en el enlace.

Arkham asylum: Living hell de Dan Slott y Ryan Sook, cuando Slott no era tan famoso por su Spiderman o los Vengadores, hacía tebeos tan buenos como este, un perfecto mecanismo donde cada episodio va sumando hasta el final. Una gran historia con un tono perfecto conseguido gracias  a Sook.

Stalker. Picnic extraterrestre de Arkadi y Boris Strugatski, lo buenos que son los Strugatski ya lo sabía por El lunes empieza el sábado, este libro me confirma que no fueron carne de un solo libro, muy al contrario. Una pequeña maravilla.

Batman: Mientras vuela el cuervo de Judd Winnick y Dustin Nguyen, olvidable la propuesta de Winnick: crear un espantapájaros gigante como amenaza. Se lee y pasa al olvido al mismo tiempo. Encima el dibujo de Nguyen tampoco contribuye.

Batman/Cazadora: Lágrimas de Sangre de Greg Rucka y Rick Burchett, Rucka funciona mejor en miniseries que en el grueso de una serie regular. Si además lo ambienta en el género negro y lo llena de familias de mafiosos en Gotham ciertamente el resultado es, por lo menos, interesante. El dibujo de Burchett contribuye a la creación del ambiente aunque no sepa dibujar mujeres, ni siquiera a Cazadora, la protagonista. Aun así, la historia está bien.

Las tertulias de la orquesta de Héctor Berlioz, pues sí, Berlioz escribía literatura y no lo hacía mal a pesar de ciertos abusos que comentaré  en una próxima reseña.

Y tras el repaso del mes, se acerca un merecido descanso vacacional, no pondré muchas actualizaciones en este tiempo, al menos hasta finales de agosto. Entre tanto voy a aprovechar la coyuntura para realizar monográficos empezando con uno de novela policíaca donde entrarán un montón de cosas que tenía pendientes; he seleccionado todos los que veis a continuación, no creo que los consiga leer pero intentaré acercarme; este monográfico me va a ocupar todo el mes de julio y hasta el 9 de agosto que es cuando empezaré otro monográfico que ya os contaré en ese momento.

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El año pasado puse una votación para ver qué libro reseñaba, viendo el éxito de la propuesta (vuelvo a acordarme de los que participaron con verdadera gratitud) este año solo haré un resumen del monográfico con opiniones a grandes rasgos. También me faltan un par de reseñas que irán llegando poco a poco.

Espero que paséis un gran verano y todos y leáis muchos libros. ¿Qué pensáis leer este verano?

Un fuerte abrazo

La gran novela americana de Philip Roth. El béisbol como catalizador del mito

GranNovela-Roth-lowCada cierto tiempo es bueno recordar lo útil que es el texto que hice sobre el mito de la Gran Novela Americana a propósito del Libertad de Franzen y El gran Gatsby de Fitzgerald; allí hablaba, entre otras cosas, del momento (1868) en que dicho término fue acuñado por John William De Forest y el verdadero alcance del mismo, más allá de superficialidades aplicadas hoy en día en cuanto a tamaño o simple calidad:

“But the Great American Novel–the picture of the ordinary emotions and manners of  American existence–the American “Newcomes” or “Miserables” will, we suppose, be possible earlier. “Is it time?” the benighted people in the earthen jars or commonplace life are asking. And with no intention of being disagreeable, but rather with sympathetic sorrow, we answer, “Wait.” At least we fear that such ought to be our answer. This task of painting the American soul within the framework of a novel has seldom been attempted, and has never been accomplished further than very partially– in the production of a few outlines.”

Para De Forest la clave estaba en que tenía que ser “la imagen de las maneras y emociones ordinarias de la existencia del pueblo americano” (“the picture of the ordinary emotions and manners of American existence”), es decir, “pintar el espíritu americano dentro de una novela” (“this task of painting the american soul within the framework of a novel”). 

Teniendo en cuenta lo anterior, vamos con Philiph Roth, que en 1973 decidió escribir una novela llamada La gran novela americana, con una intencionalidad clara en cuanto a conocimiento del mito y con una subversión manifiesta en cuanto a la forma de presentar el “espíritu americano”  y “las maneras y emociones ordinarias del pueblo americano”; se puede ver claramente en dos textos, en el primero de ellos dándole la importancia que se merece el béisbol, ese desconocido que despierta la pasión de los americanos: 

“Además, era imposible comunicar la esencia del juego con palabras, ya fueran escritas o habladas, ni siquiera con palabras tan poéticas e inspiradas como las que solía pronunciar Míster Fairsmith. Como decía el general, la belleza y el sentido del béisbol residían en la inalterable geometría del diamante y en el reto que esta comportaba para la habilidad, la fuerza y el sentido de la oportunidad de los jugadores. El béisbol era un juego que se veía de manera distinta desde cada uno de los asientos del estadio, y por consiguiente jamás podría representarse adecuadamente a menos que alguien fuera capaz de reunir en una única imagen lo que todos y cada uno de los espectadores presentes en el estadio veían a cada momento […]” 

Para, a continuación, identificar el béisbol con toda una nación: el nexo que los une a todos. Por lo tanto, en palabras de Roth, el béisbol estaría indefectiblemente unido al sueño americano:

 “¿Qué le dice un americano a otro para entablar conversación en el tranvía, en el tren, en el autobús: “¿Di, puedes ver, con la primera luz de la aurora…?”, ¡No! Le dice: “Eh, ¿qué han hecho hoy los Tycoons?”. Le dice: “Eh, ¿Mazda ha marcado jonrón?”. Dime Roland, ¿sabes ya qué es lo que hermana a millones  y millones de americanos, lo que convierte a los rivales en aliados, a los extraños en vecinos, a los enemigos en amigos? ¡El béisbol! Y Así es como se proponen destruir América, jovencito, ese es su malvado e ingenioso plan: ¡destruir nuestro deporte nacional!

-Pero… ¿cómo? ¿Cómo pretenden lograr algo así?

-¡Convirtiéndolo en un espectáculo ridículo! ¡Haciendo que la gente se ría de él! ¡Quieren que nos riamos hasta morir!”

El final del sueño americano, o la debacle de dicho sueño sería representar dicho deporte no por sus heroicidades  sino más bien desde su faceta más ridícula; eso es lo que hace Roth, ya que toma el equipo más inútil de una de las ligas de béisbol, y lo utiliza para representar las costumbres del pueblo americano mediante una sátira continua y desternillante del deporte y, por extensión, de la sociedad americana.

Para ello escoge como narrador a Word Smith, Smitty, un periodista que será el que relatará las vicisitudes de la liga de béisbol y, en particular de los Mundys, el equipo en cuestión. Adoptará la primera persona de este periodista en el prólogo y en el epílogo, el prólogo le sirve para encuadrar la novela en la tradición, en esa Gran Novela Americana comentada anteriormente:

“Con esta prosa de segunda infancia no me dejarían ni entrar en secundaria, ¿cómo, pues, van a darme el Pulitzer? En fin, ni el monte Rushmore se labró en un día ni la Gran Novela Americana se escribirá sin sufrimiento. Además, empieza a pensar que quizá el dolor le hace bien al estilo: cuando escribir una letra como la z minúscula se convierte en algo tan tedioso y traicionero como un trayecto de montaña donde a cada curva de herradura hay que girar para no despeñarse al abismo, uno tiende a ahorrarse las palabras con z.”

De hecho, no duda, por si no lo teníamos claro, en establecer paralelismos con el Moby Dick de Melville o con el Huckleberry Finn de Twain; un verdadero prodigio que le sirve tanto para asentar la base en cuanto a tradición novelística como para realizar un pequeño resumen de la historia que se va a contar:

“Estudiantes de L. y fanáticos, la historia que me he propuesto contaros –prefigurada en las andanzas de Huckleberry Finn y el negro Jim, así como en las aventuras y el ostracismo de Hester Prynne, la paria de los puritanos- es la de los en tiempos poderosos Mundys,  la de cómo fueron expulsados de su estudio local en Port Ruppert, la del humillante año que pasaron en la carretera y la de la vergonzosa catástrofe que acabó con ellos (y conmigo) para siempre. Poco se imaginaban los otros siete equipos de la liga –poco nos lo imaginábamos todos, incluido el menda- que el aparentemente cómico infortunio de los Mundys constituía el preludio de nuestro común olvido. Mas esa, fanáticos, es la tiránica ley de nuestras vidas: hoy, la euforia; mañana, el torbellino.”

Esta forma de contarlo es lo que utilizará en cada comienzo de los siguientes capítulos, a modo de resumen, adoptando un narrador omnisciente y que entronca directamente con la forma de narrar de la época victoriana, llama la atención su intención de hacer una novela moderna, contemporánea, encuadrada en la tradición más antigua, del inicio de lo que podríamos llamar la Gran Novela Americana:

“Donde se narra cuanto es preciso sobre la historia de la Liga Patriota para que el lector se familiarice con su precaria condición a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Del carácter del general Oakhart, soldado, patriota y presidente de la Liga. De su gran apego a las reglas del juego. De sus ambiciones. A modo de contraste, del carácter del pícher Gil Gamesh, el debutante más sensacional de todos los tiempos. De su actitud hacia la autoridad y la humanidad en general. De la sabiduría y los sufrimientos de Bocazas Masterson, el umpire que se cruzó en su camino. De Cómo Gil Gamesh fue expulsado del béisbol por vulnerar la ley.[…]”

A partir de ahí, cada capítulo es una recopilación de los hechos que les suceden a los Mundys, la liga de béisbol y todo lo que se relaciona con ellos. Los Mundys son un equipo de perdedores, de inadaptados, con miembros amputados, aquellos que no han podido ir a la guerra por sus diversas taras y que van desde Mike Rama que se estrella contra las paredes en cada partido:

“[…] La afición, por supuesto, se sentía profundamente conmovida al ver cómo aquel joven brillante anteponía la victoria a su propia integridad. Cada vez que en el estadio resonaba el pataplum, el corazón se les encogía: ¿se había matado esta vez? Y lo más importante, ¿se le habría caído la pelota? Milagrosamente, la respuesta siempre era negativa. “

Hasta Buddy, el inadaptado de color que se presenta como un gran fichaje y que le sirve para hacer una broma sobre su hombría:

“A causa de la lluvia de flashes que acompañó el contacto de la yema del dedo de Doblona con la carne de Buddy, el efecto de su gesto sobre el antiguo jugador de los Mundys no se hizo perceptible de manera inmediata, pero cuando por fin los presentes recuperaron la vista resultó evidente que en los pantalones nuevos de franela de Buddy asomaba un bulto de considerables proporciones.

-Cáspita –dijeron los reporteros entre risas.

Mazuma, que siempre tenía alguna ocurrencia a punto, dijo:

-Caballeros, si quieren les digo qué es lo que no le falta a mi nuevo jardinero derecho.”

De fondo, la guerra fría, los dobles agentes, los espías, el balanceo entre la posibilidad del comunismo y lo que le puede hacer mal al mundo:

“-En mil novecientos treinta y ocho me mandaron ir a Moscú, el mayor honor que podía concedérsele a un joven agente comunista. Ahí me matriculé en el Centro de la Unión leninista de Espías y Técnicos en Sabotaje, conocido popularmente como el Culetes.

-Gamesh, ¡esperas que me crea que ese es el nombre de una escuela de Moscú? –preguntó el escéptico general.

-General, los comunistas no sienten más que desdén por la decencia y la dignidad humanas. La irreverencia y la blasfemia son su negocio, y saben cómo practicarlo.”

Y el capitalismo como verdadero destructor del sueño americano:

“Oakhart: Sí, es ridículo, pero ¿y si aun así es verdad? ¿Y si acaban destruyendo el béisbol desde dentro?

Smitty: Cuando eso ocurra, querido general, será un día muy triste, pero no será por culpa del comunismo ateo y materialista.

Oakhart: ¿De quién entonces?

Smitty: ¿De quién? ¡Del capitalismo ateo y materialista, he aquí de quién! Pero, claro, eso  es solo una opinión personal, general, la de un tipo llamado Smith.”

Pero, al final, para Roth, es el pueblo americano el que sufre, no son los héroes los que representan el sueño americano, sino los que luchan en el día a día:

“¿Qué pasa con el resto de nosotros, campeón? ¿Qué pasa con los desgraciados, por ejemplo? ¿Qué pasa con los débiles y los humildes y los desesperados y los cobardes y los que no tienen, por decir los primeros que me vienen a la cabeza? ¿Qué pasa con los perdedores? ¿Qué pasa con los fracasados? ¿Qué pasa con los parias de la tierra, que, por si no lo sabías, conforman el noventa por ciento de la raza humana? ¿Ellos no tienen sueños, Agni? ¿No tienen esperanzas? ¿Quién os ha dicho a los campeones como tú que el mundo es vuestro? […] Déjame que te diga una cosa, Adonis americano: a los hijoputas rubitos se os ha pasado la hora. Se acabó, Agni. Ya no aceptamos vuestras reglas, ¡ahora jugamos con las nuestras! ¡La Revolución ha empezado! ¡A partir de ahora los Mundys son la raza suprema!”

Ha llegado tarde, pero ha llegado para quedarse, la última novela que nos quedaba del gran Philip Roth.

Los textos provienen de la traducción de David Paradela López de La gran novela americana de Philip Roth para la editorial Contra.