Cuando se lee la biografía de Terry Southern, uno se da cuenta de que fue una de esas figuras inigualables y polémicas que surgen cada cierto tiempo y que, desde luego, dan animación a todas las facetas de su vida. Adherido de alguna manera a la generación beat, adoptó el rol de adalid de la contracultura americana. Aunque publicó sus primeros libros a partir de 1958, cuando se hizo de verdad famoso fue gracias a Peter Sellers, que le recomendó a Stanley Kubrick que lo cogiera como guionista de “Dr Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb” (traducida en España con el sorprendente “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”). Gracias a este guión recibiría la nominación al Óscar y empezó una carrera meteórica como guionista en Hollywood (“Barbarella”, “Easy Rider”..), siempre rodeada de disputas, malentendidos y broncas.
Mucho antes que todo esto, en 1959, escribió la que se dice que es su obra maestra, “El cristiano mágico”, y que por primera vez vemos publicado en España gracias a la más que competente labor de Impedimenta.
Sabiendo ya de primera mano los detalles de su escabrosa vida, la pequeña novela tiene todo el sentido del mundo. Así, en las primeras palabras de introducción al libro Southern escribe: “Si bien este libro tomó forma principalmente a raíz de ciertos acontecimientos y a causa de determinados valores surgidos a lo largo de los años más recientes, esta no pretende ser, de ningún modo, una novela histórica; además, los personajes que contiene no han de ser identificados con cualesquiera personas, ya estén vivas o muertas”.
El protagonista es Guy Grand (¡Un gran tipo!), “un millonario excéntrico decidido a crear desorden en el mundo y dispuesto a no escatimar gastos para conseguirlo”, el escritor es tremendamente conciso al describirlo: “A sus cincuenta y tres años, Grand tenía un torso rechoncho y una cabeza calva y levemente apepinada; su cara era bastante rosa, por lo que bajo ciertas luces imprecisas ofrecía el aspecto de un grueso hombre-rábano. Aunque tal fachada no llegaba a resultar desagradable, puesto que siempre vestía trajes bien cortados y solía lucir, a la altura del cuello, un diamante del tamaño de una moneda de cinco centavos…”
Si a esta descripción inicial le sumamos los lemas de los que hace gala, “Grand me llamo y la pasta es el reclamo” y “todo el mundo tiene un precio”, y que además los lleva a rajatabla, como en el perverso segundo capítulo en el que hace que un viandante se coma una multa por dinero sólo para concluir, “En realidad no hace falta que se lo coma todo. Tan sólo quería comprobar cuál era su precio”.
El detestable personaje es, sin lugar a dudas, una réplica de Terry Southern, refleja su personalidad y lo utiliza en el libro para desmontar todos y cada uno de los conceptos relacionados con la sociedad de consumo, con el capitalismo y con la cultura.
Los capítulos siguen una estructura parecida: en su parte inicial suele haber algún pasaje donde Guy habla con sus tías Agnes y Esther Edwards, donde puede aparecer su amiga Ginger Horton y su perrito Bitsy-witsy, para, a continuación subvertir el orden de cualquiera de las instituciones estadounidenses que se precien y que él crea conveniente.
No deja títere con cabeza en sus intentos de traer el caos a todo lo que toque: el mundo periodístico, donde consigue que “todo Boston se halle al borde del colapso y la revolución”; una exhibición canina, en la que se carga la mitad de los perros que desfilan; el mundo de la cosmética, creando un perfume (“Musgo y Sebo – Tu efluvio es nuevo”) a partir de “variaciones de un tipo bastante sofisticado de bomba fétida”; el boxeo, con un tronchante combate en el que “el campeón y el aspirante se dedicaron a brincar desde sus respectivos rincones con paso amanerado y provocativo, y durante el primer intercambio de tanteo se limitaron a emitir unos cuantos grititos de sorpresa y desdén”; pasando, cómo no, por la televisión, gracias a la producción de un programa que “con sus inesperadas cagadas, se convirtió en la comidilla de la profesión”; hasta llegar a la fantochada final con la construcción de un buque gigantesco, “El cristiano mágico”, que sobrepasa al Titanic por lo dantesco de la situación que tiene lugar a bordo: sirenas que no se apagan, un psicólogo que vuelve loca a la tripulación, un capitán que aparece y desaparece, ¡hasta un orangután en la cabina! Saliendo siempre indemne de las consecuencias de sus actos gracias al soborno continuo a las autoridades competentes.
Entre todo el caos, hay momento para la reflexión, para la cordura, curiosamente en voz del psicólogo: “¿Me está usted diciendo que pretende evadirse mediante las drogas? ¿Quién quiere disimular sus miedos bajo una bruma artificial? No, me temo que el problema radica en nosotros mismos, ¿entiende? Huir de los problemas no ayuda a resolverlos.”
Estamos ante una sátira desternillante del capitalismo, una parodia perversa y original que consigue que pasemos un rato ciertamente divertido, una ácida crítica que pretende que no nos olvidemos de que el cambio de la sociedad comienza a partir de nosotros (“Flujo, movimiento, crecimiento, cambio… Esos son los grandes principios que rigen nuestras vidas. Es mejor mantener la marcha mientras podamos”). No debemos parar a pesar de seguir creciendo, a pesar de las condiciones adversas.