El bosque de la noche, de Djuna Barnes, es uno de esos libros que siempre aparecen en las clasificaciones de los libros más complicados que nadie se leería (y en la de abandonos); y esto no ocurre precisamente por su longitud (apenas doscientas páginas) sino más bien por la oscuridad y ambigüedad del texto que hace difícil discernir un sentido final en una primera lectura. Estaba pensando en escribir algo sobre él pero, sinceramente, me voy a centrar en dos enfoques principales que me van a ayudar a, por lo menos, recomendarla encarecidamente.
En primer lugar, parto del fantástico prólogo de T.S. Eliot, realizado en 1937 a raíz de la salida de la novela de Barnes y me sirve como recomendación gracias a los tres siguientes párrafos:
“Si el término de “novela” no está ya muy desvirtuado y si se refiere a un libro en el que se presentan unos personajes vivos, con una interrelación significativa, este libro es una novela. Yo no quiero decir que el estilo de Miss Barnes sea “prosa poética”. Pero lo que sí quiero decir es que, en realidad, la mayoría de las novelas contemporáneas no están “escritas’’. Adquieren su parte de realidad por la minuciosa reproducción de los sonidos que hacen los seres humanos en sus simples necesidades diarias de comunicación; y la parte de la novela que no está compuesta por estos sonidos consiste en una prosa que no tiene más vida que el trabajo de un redactor periodístico o de un funcionario competente. Una prosa viva exige al lector algo que el lector de novelas corriente no está dispuesto a dar. Decir que El bosque de la noche gustará especialmente a los lectores de poesía no significa que no sea novela, sino que es una novela tan buena que sólo una sensibilidad aguzada por la poesía podrá apreciarla plenamente. La prosa de Miss Barnes tiene el ritmo propio de la prosa y un fraseo musical que no es el del verso. Este ritmo de prosa puede ser más o menos complejo o preciosista, según los fines del autor; pero simple o complejo es lo que imprime intensidad suprema al relato.”
Eliot intenta ahondar sobre las particularidades de la prosa de Barnes, encuadrada en el modernismo, pero con unas características que la hacen inusual, términos como “prosa viva” o “prosa poética” son aproximaciones que cumplen el objetivo de demostrar que no nos vamos a encontrar la típica prosa de la época (incluso para el propio escritor) y alude a la característica exigencia que imprime el texto al lector, un lector que, además, debería estar sensibilizado por la lectura de poesía. Me encanta está distinción pero para bastante gente se puede convertir en una limitación importante, todos sabemos que se lee poca poesía. Voy al segundo párrafo:
“El libro no es, simplemente una colección de retratos individuales: los personajes están enlazados entre sí, como las personas de la vida real, por lo que podríamos llamar el azar o el destino más que por la elección deliberada de la compañía del otro: el foco de interés es el dibujo que forman, más que cualquier componente individual. Llegamos a conocerlos a través del efecto que surten unos en otros. Y, por último, huelga decir –aunque quizá no para el que lo lea por primera vez- que este libro no es un estudio de psicopatías. Las penas que sufren las personas por sus particulares anormalidades de temperamento son visibles en la superficie: el significado más profundo es que la desgracia y la esclavitud humanas son universales”
El manejo de los personajes en conjunto, con ese doctor Mathew O’Connor como elemento aglutinador, componen un dibujo muy difícil de individualizar debido a lo que está subyacente y que comentaré más adelante. Importa más el dibujo general y cómo cada personaje contribuye a configurarlo, sin quitar importancia a dicha individualidad. Precisamente, los conocemos por la manera en que son influenciados por otros, lo que nos lleva al último párrafo escogido:
“Me parece que todos nosotros, en la medida en que nos aferramos a objetos creados y aplicamos nuestra voluntad a fines temporales, estamos roídos por el mismo gusano. Visto de este modo, El bosque de la noche adquiere un significado más profundo. Contemplar a este grupo de personas como fenómenos de feria no sólo es errar el golpe sino reafirmar nuestra voluntad y endurecer nuestro corazón en una inveterada soberbia.
Yo habría considerado el párrafo anterior impertinente y tal vez pedante para un prólogo que no tiene más ambición que la de ser una simple recomendación de un libro que admiro profundamente, si una reseña (por lo menos) de las ya aparecidas, ostensiblemente con ánimo de elogio, no pudiera inducir al lector a adoptar esta errónea actitud. Por regla general, al tratar de prevenir una mala interpretación, se corre el peligro de suscitar otra falsa apreciación imprevista. Ésta es una obra de imaginación creativa, no un tratado filosófico. Como digo al principio, me parece una impertinencia el mero hecho de presentar este libro; y el haber leído un libro muchas veces no necesariamente te infunde el conocimiento adecuado de lo que debes decir a los que todavía no lo han leído. Lo que yo pretendo dejar al lector en disposición de descubrir la excelencia de un estilo, la belleza de la frase, la brillantez del ingenio y de la caracterización y un sentido del horror y de la fatalidad digno de la tragedia isabelina.
Las extremas personalidades que pinta Barnes hacen muy complejo el entendimiento de lo que estamos leyendo, el aura de oscuridad y la premeditada ambigüedad abogan por una lectura complicada para un lector no habituado a estos extremos. A pesar de esto, Eliot no duda en recomendarlo por la excelencia “literaria”: Lo que yo pretendo dejar al lector en disposición de descubrir la excelencia de un estilo, la belleza de la frase, la brillantez del ingenio y de la caracterización y un sentido del horror y de la fatalidad digno de la tragedia isabelina.
Mi segunda fuente proviene de este fantástico texto (en inglés) que he encontrado en el blog de Lorna Clewer y donde se ahonda (de manera argumentada) en las razones por las que es famosa la novela desde un punto de vista del significado del texto. Es muy ambicioso ya que va más allá de la etiqueta según lo cual es considerada un clásico de la literatura lesbiana entrando de llenos en la teoría “queer” y mostrando cuestiones de género y sexualidad. Es evidente que Barnes, deliberadamente, no define los géneros de varios de los personajes (que no se saben si son masculinos o femeninos), pero no se queda ahí sino que, además, presenta el controvertido tercer sexo citándolo explícitamente en algún pasaje y todo ello resulta un fracaso por lo limitado del medio utilizado para hacerlo: el lenguaje:
“-Es raro –estaba diciendo el barón, mientras cruzaba las piernas-, pero nunca había visto a la baronesa desde este prisma. Si intentara expresarlo con palabras, me refiero a cómo la veía, resultaría incomprensible, por la sencilla razón de que, ahora me doy cuenta, en ningún momento he tenido una idea clara a su respecto. Tenía una imagen de ella, pero no es lo mismo. Una imagen es una parada de la mente entre incertidumbre. Desde luego que fui recopilando información acerca de su persona, procedente de usted mismo, y después de que ella se marchara, de otra gente, pero eso no hizo más que reforzar mi confusión. Cuando más nos cuentan de alguien, menos lo conocemos. “
Espléndido, un libro que trasciende (y no me gusta usar la palabra) cualquier expectativa que puedas tener antes de leerlo porque te sumerge en una prosa subyugadora y una oscuridad sin límites. Desbordante.
Los textos provienen de la traducción del inglés de Maite Cirugeda de El bosque de la noche de Djuna Barnes para Seix Barral.