“Les contes D’Hoffmann” en el Teatro Real: Sin-sentido escénico

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Parece ser que hay “barra libre” con los montajes escénicos, hoy en día todo está permitido. Da la impresión que no hace falta ni tener en cuenta si tiene algo que ver con la ópera en cuestión. El caso es hacer algo diferente, extraño, surrealista y luego ya buscaremos algún tipo de motivación. Atrás han quedado esos momentos en que la escena tenía que servir para representar lo que se estaba cantando (musical y textualmente), o que ayudara a enfatizar o aclarar algo, o incluso dar una diferente versión que añadiera matices al texto… no, está visto que cada vez son menos las óperas que muestran una conjunción escénica-textual-musical de algún tipo.

La función de “Les contes D’Hoffmann” a la que asistí ayer volvió, desgraciadamente, a reafirmar esta opinión; lo que han concebido Christoph Marthaler y su escenógrafa Anna Viebrok no tiene ni pies ni cabeza, ni aunque intente buscarle una justificación, cosa a la que siempre estoy abierto, pero en esta ocasión no me voy a romper la cabeza. Por ejemplo, poner una chica en cueros que se va cambiando con otra cada cierto tiempo no conecta con nada de lo que está ocurriendo en la escena, encima distrae, mucho, de las fantásticas historias de E.T.A Hoffmann. Lo mismo sucedía en el segundo acto pero entonces se daban paseos desnudas…; en la primera parte por lo menos parecía que había una dirección escénica de los que aparecían (al azar) en escena, pero luego, directamente en los últimos actos, brillaba por su ausencia; puesta en escena tremendamente estática y, encima, aburrida. Las mesas de billar en el final con gente tirándose en cima tampoco tenían mucho sentido. Estos y otros elementos tuvieron su culmen en la parrafada que se soltó Stella justo antes del final de la ópera, nuevo sin-sentido, uno más, que distrajo toda la atención de lo que sucedía antes del aria de Nicklausse. Un pequeño desastre, tampoco merece la pena hablarlo más.

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Pasemos a lo musical, en el foso, Till Drömann, ayudante musical de Cambreling en Stutgart, tenía muy claro lo que quería, la ópera duró menos de lo previsto, entiendo que no se mostró tan sosegado en el manejo de tempi como Cambreling, ciertamente sonó dinámico, especialmente en los pasajes en los que el coro participaba, ligeramente desequilibrado en el comienzo debido a que el coro cantaba fuera de escena; el resto del tiempo manejó con soltura los grandísimos momentos musicales que ofrece una partitura tan hermosa como esta de Offenbach. Cierto que hubo algún desajuste, sobre todo en parte final pero no empañó una dirección solvente.

En los cantantes hubo claroscuros, el Hoffmann de Cutler , papel delicioso pero difícil, por resistencia y tesituras, no olvidemos que permanece en escena prácticamente toda la obra, no habitual en el caso de tenores, estuvo generoso y hay que reconocer que no desfalleció; lástima que el instrumento no de más de sí en un agudo estrecho, solamente conseguía proyectar en momentos escogidos, como en su aria inicial o algún otro momento en los que se lo preparaba a conciencia; cuando se trataba de notas de paso el sonido salía estrangulado, no mantuvo mal la mezza voce al menos; von Otter ha sido muy grande pero no está viviendo en una segunda juventud, se notó mucho que su voz ya no es lo que era, ni en color ni en el volumen, especialmente sangrante en la barcarola por la potencia de Brueggergosman, prácticamente ni se la oía; Vito Priante hizo lo que pudo en su temible cuádruple papel de villanos, desgraciadamente es una voz pequeña, el agudo no tiene cuerpo y los graves no son convincentes en su tesitura actual; prodigiosa, en cambio, fue la Olympia de Ana Durlovski, hubo verdadera magia sobrenatural en su aria imposible, cada una de las notas fue perfecta y estuvo unida a una actuación que resultaba enternecedora  e inocente al mismo tiempo que rotunda, como la mejor Dessay en la grabación de Nagano, una delicia que volvió loco al público; sorprendido desagradablemente por la voz de Measha Brueggergosman, sobre todo por un vibrato muy desagradable y extraño para la edad que tiene, no tiene mucho sentido abusar tanto de él, compuso dos papeles muy distintos en lo actoral, una Antonia rozando la inocencia y una más sexual que sensual Giulietta, su cálida y potente voz se adapta mejor al segundo,; le falta, de todos modos, ser menos abrupta, usar más el canto legato en algunos momentos; Homberger y Jean-Phillipe Lafont estuvieron más ocupados en actuar que en cantar, sus voces denotaron cansancio y resultaron muy insuficientes; bien Lani Poulson en el terceto de la escena de Antonia, la mejor, de hecho en esa parte, empastada, hermosa en el agudo; el resto de papeles en su sitio sin más alardes. Lo de Altea Garrido con su parrafada hablada… pues bueno… eso. El coro nuevamente rozó un nivel altísimo, lo que no es una novedad.

El público disfrutó y recompensó con cálidas ovaciones el trabajo de los protagonistas, especialmente la Olympia de Durlovski. No disfrutó tanto del trabajo escénico. Lástima de música acompañada de tal despropósito.

Publicado Originalmente en Ópera World.

Fotos de Javier del Real.