De la introducción de Miguel Ángel Martínez Cabeza sacamos dos características esenciales a la hora de afrontar esta recopilación de cuentos cortos que nos trae la editorial Traspiés, en primer lugar:
“Anderson reunió casi todas su narrativa breve en tres volúmenes: “The triumph of the egg” (1921), “Horses and men” (1923), y “Death in the woods and other stories “(1933). […] El presente volumen comprende los diez cuentos que quedaban inéditos de “Death in the woods”, con una nueva traducción del relato que da título al volumen, y dos cuentos más también inéditos, de los mejor considerados por la crítica entre los relatos dispersos: “La siembra del maíz” y “La esposa.”
Esta recopilación de 1933 es muy posterior a su influyente ciclo de relatos cortos “Winesburg, Ohio” (1919); quiere esto decir que, aunque intentemos buscar hilos conductores que unan las historias, la idea inicial del escritor no fue esa; ya que el único “ciclo” que hizo fue, el anteriormente mencionado, desgranado en mi crítica. Por otra parte:
“El lector deberá juzgar por sí mismo esta colección, pero una citas del poeta Hart Crane sobre Sherwood Anderson puede darle algunas claves: ” de sus párrafos y páginas surge un lirismo, deliberado y ligero, como unas semillas de algodoncillo que se elevan buscando el sol… (Anderson) carece de sentimentalismo y tampoco pretende ofrecer soluciones pero tiene una humanidad y una sencillez que desconciertan por su profundidad y capacidad de insinuación…”
Con esta descripción nos podemos hacer una idea de cómo son las historias de Anderson: alejadas de efectismos finales y más cercanas a la realidad, a la caracterización psicológica de los personajes inmersos en lo cotidiano. Todo esto está presente en el primer cuento, el homónimo, en la descripción de la muerte de la anciana:
“Bien, ya estaba muerta. Les había dado de comer a los perros de los Grimes cuando estaba viva, ¿y ahora qué?
Tenía el bulto en la espalda, el saco con el trozo de cerdo salado, el hígado que le había dado el carnicero, los despojos para los perros y los huesos para sopa. El carnicero del pueblo, dominado de pronto por un sentimiento de compasión, le había llenado el saco hasta arriba. Aquello había sido un gran botín para la anciana.
Ahora era un gran botín para los perros.”
Lo efímero de una vida cualquiera, en este caso de la anciana, su generosidad en vida servirá tras su muerte como tesoro para alimentar a los perros igualmente. Afrontar la muerte se convierte para los narradores, los dos hermanos, en un avance en su persona, un relato de formación a pequeña escala:
“No parecía vieja, echada allí bajo aquella luz, congelada e inmóvil. Uno de los hombres le dio la vuelta sobre la nieve y lo vi todo. Mi cuerpo se estremeció en una extraña sensación mística el igual le paso a mi hermano. Puede que fuera el frío. “
En “Como una reina” asistimos a un momento tan aparentemente sencillo, tan simplemente cotidiano, como puede ser el descubrimiento del amor, de la belleza de una persona, basta un simple destello, instantáneo para darse cuenta de ello; Anderson lo refleja de manera realista pero no exento de un cierto lirismo, un poco subterráneo, sin efusividad, aun así somos perfectamente conscientes de la belleza de la situación:
“Pero yo estaba hablando de la belleza de la gente, lo extraña que es, como aparece, desaparece y reaparece.
La vi fugazmente en Alice aquella noche.
[…]
Iba caminando por el claro iluminada por la luna como una reina, tal como decía aquel amante suyo que solía cruzar la habitación o el escenario.
[…]
Me enamoré de ella, locamente, durante un instante.”
En “La esposa “, curiosamente, sí que asistimos a una declaración de principios, él mismo describe su prosa: qué es la literatura si no una forma de hablar, de describir el ánimo, las pequeñas historias de la gente:
“Cuando tenía la pluma en la mano me volvía mudo”, declaraba. Qué tontería. Cuando me fui del lugar el doctor solía escribirme largas cartas. Todavía lo hace a veces, pero no muy a menudo. Las cartas son relatos maravillosos de sus estados de ánimo ciertos días, cuando recorre en coche la región, y hay descripciones de los días, los días de otoño, de primavera… Lo lleno que esta se sentimientos verdaderos… Lo profundo y auténtico de su conocimiento… Pequeñas historias de la gente, sus pacientes. Se olvida de lo que escribe. Las cartas son como si hablara.”
El colofón a la antología lo pone el magnífico “En un lugar extraño” donde plantea una premisa muy diferente: salir de lo cómodo, ir a sitios donde eres un desconocido:
“Y por eso paseo por lugares desconocidos como este. Sueño. Tengo fantasías. Ya he salido antes a la calle, he recorrido varias calles de este pueblo. Ha despertado en mi un pequeño caudal de fantasías nuevas, reunidas alrededor de vidas desconocidas, y mientras caminaba siendo un desconocido, andando despacio con un bastón, parándome a mirar el interior de las tiendas, por las ventanas de las casas y los jardines, he provocado en otros esa misma sensación que yo he tenido.“
Esta deslocalización de nuestros lugares comunes funciona a dos niveles, como formación literaria y personal; es esto lo que consigue que nos abramos, que sintamos la epifanía de un crecimiento en nuestra personalidad o de nuestras facetas artísticas.
Anderson, con esta aparente naturalidad, consigue forzar el que abandonemos lo rutinario para sumergirnos en la fluidez de su prosa. Un placer leer a un escritor diferente, un escritor que, particularmente, me subyuga sin remedio.
Introducción y Traducción de los textos del inglés de Miguel Ángel Martínez Cabeza de “Muerte en el bosque” de Sherwood Anderson para editorial Traspiés.