Inducir, en su tercera acepción de la RAE, indica lo siguiente:
Fil.Extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio general que en ellas está implícito.
Que no es lo mismo que deducir:
Sacar consecuencias de un principio, proposición o supuesto.
La mayoría de las veces, las clásicas novelas policíacas se basan entonces en el método inductivo. Parece que no mucha gente es capaz de diferenciarlos. No está de más echar un vistazo rápido a sus definiciones para tenerlo claro.
Esto nos lleva a El gran misterio de Bow (1891) de Israel Zangwill que nos ha recuperado la editorial Ardicia, una clásica historia de “habitación cerrada”, el paradigma de la literatura detectivesca o mistery novels. Afortunadamente, Israel Zangwill (1864-1926), novelista británico de origen judío, no se dejó llevar, a pesar del tiempo en que fue escrita, por tópicos ni lugares comunes. Muy al contrario, fue capaz de anticipar varias delas estrategias que se utilizarían más adelante y lo realizó con verdadera eficacia. Repasaré a continuación sus virtudes, empezando por su estilo, depurado, lírico, sin estar recargado y muy funcional; muy eficaz a la hora de describir lo que va sucediendo, las metáforas y comparaciones van desde lo habitual a intentos de hacer algo distinto; la sensación que produce es de deleite a la hora de leerlo:
“Un amanecer memorable de principios de diciembre, Londres despertó en mitad de una helada niebla gris. Hay mañanas en las que esta reúne en la ciudad sus moléculas de carbono en apretados escuadrones, mientras, en las afueras, las esparce tenuemente; de tal modo que un tren matinal que se dirigiera al centro nos llevaría des crepúsculo a la oscuridad. Pero aquel día las maniobras del enemigo eran más monótonas. Desde Bow hasta Hammersmith se arrastraba un vapor bajo y apagado, como el fantasma de un suicida pobretón que hubiera heredado una fortuna inmediatamente después del acto fatal. Los barómetros y termómetros compartían simpáticamente su depresión, y su ánimo, si es que les quedaba alguno, estaba por los suelos. El frío cortaba como un cuchillo de muchas hojas.”
Es inevitable destacar su capacidad para dibujar los personajes, en particular del ex policía Grodman, sobre todo porque utiliza un fracaso para definirlo:
“No era un pájaro madrugador, ahora que ya no tenía que salir a buscar lombrices. Podía darse el lujo de despreciar refranes como este gracias a que era el propietario de su casa y de otras de la misma calle. En el barrio de Bow, donde algunos inquilinos tienden a desaparecer durante la noche dejando facturas pendientes, resulta conveniente para un casero no alejarse demasiado de sus propiedades. Tal vez, también tenía algo que ver con la elección de su lugar de residencia el deseo de disfrutar de su grandeza entre los amigos de la infancia, pues había nacido y crecido en Bow, en cuyo cuartel de Policía local había ganado sus primeros chelines trabajando como detective amateur en sus ratos libres.
Grodman aún estaba soltero. Quizás la agencia matrimonial del Cielo podía haber seleccionado una pareja para él, pero no había sido capaz de encontrarla. Fue su único fracaso como detective.”
Otra de las grandes virtudes es, sin lugar a dudas, el buen humor que destila, como podemos inducir de la siguiente declaración en el juicio de Denzil Cartercot; de hecho consigue que, una escena tan aburrida a priori, pase sin darnos cuenta:
“A continuación, compareció Denzil Cantercot. Era poeta. (Risas). Se hallaba de camino a casa del señor Grodman, para decirle que no había podido cumplir su encargo porque estaba sufriendo “calambres de escritor”, cuando este le llamó desde la ventana del número 11 y le pidió que fuera a buscar a la Policía. No, no corrió, era un filósofo. (Risas). Les acompañó hasta la puerta, pero no subió. No tenía suficiente estómago para emociones fuertes. (Risas). La niebla gris ya era un acontecimiento lo bastante desagradable para una sola mañana. (Risas).”
Según avanza la narración se produce una confrontación, como si de un combate de boxeo se tratara; una lucha de personalidades opuestas, las de Grodman y Wimp, verdaderos artífices de un duelo detectivesco que no se atisbaba tan crudo en las primeras páginas, métodos opuestos para resolver el caso y que ponen al lector en la obligación de elegir un bando, ¿quién descubrirá el asesino?:
“Wimp era un hombre culto y de buen gusto, mientras que los interes de Grodman se concentraban exclusivamente en los problemas que planteaban la lógica y la evidencia, y los libros sobre estos temas eran su única lectura; las belles letres le importaban un comino. Wimp, con su inteligencia flexible, sentía un profundo desprecio por Grodman y sus métodos lentos, laboriosos y pesados, casi teutónicos. Es más, había estado a punto de eclipsar la brillante trayectoria de su predecesor gracias a algunas habilidosas y extraordinarias pinceladas de ingenio. Wimp era el mejor reuniendo pruebas circunstanciales, juntando dos y dos para que sumaran cinco.”
La nota final del autor recoge el último tema que quería destacar: la habilidad para crear la trama que lleva a un final que sorprende y que no se puede prever tan fácilmente, parece mentira que sea así en un caso del siglo XIX:
“La única persona que ha resuelto El gran misterio de Bow soy yo. No es una paradoja, sino un hecho al desnudo. Mucho antes de escribir el libro, me dije a mí mismo una noche que ningún relator de crímenes había asesinado a un hombre en una habitación a la que fuera imposible acceder. “
Evidentemente no voy a dar pistas, lo mejor es sumergirse en esta maravilla y dejarse llevar por la habilidad de Zangwill. Qué delicia poder encontrar publicado un libro como este, sobre todo para los que amamos las novelas de detectives. Me atrevo a sugerir a la editorial que podrían seguir con lo que no se ha publicado del Detection Club, hay mucho material y muy valioso.
Los textos pertenecen a la traducción de Ana Lorenzo de El gran misterio de Bow de Israel Zangwill para la edición de Ardicia.