Una de las muchas asignaturas pendientes en literatura la voy a cubrir con mi reto a tres años y tiene que ver con la profundización en la carrera literaria de la canadiense Margaret Atwood; nacida en Ottawa en 1939, esta prolífica escritora y crítica, pasa por ser la más importante de Canadá junto con la más que conocida Alice Munro, que también entrará en el reto lector. En España se hizo más famosa por ganar el Príncipe de Asturias de las letras en el año 2008.
Aún así, sus obras, a estas alturas están prácticamente inencontrables, lo que tuve que buscar y rebuscar para conseguir encontrar ejemplares de “El cuento de la criada” o “El asesino ciego” (de próxima aparición en este blog). Afortunadamente, Mondadori en su sello Lumen va a lanzar ahora a finales de marzo la Biblioteca Atwood, con lo que espero que estas obras vuelvan a la palestra; es buena noticia ver algo de todo lo que tiene publicado, a pesar de que es difícil ver todo, debido a su extensión, como ocurre con la sin par Joyce Carol Oates.
Hasta este momento solo había leído algún cuento corto, así que me decidí a empezar con esta recopilación de relatos breves, poemas en prosa, miniaturas, microrrelatos, o como queramos llamarlo; antes de ponerme con sus obras de mayor enjundia. “Asesinato en la Oscuridad” engaña mucho desde su título, mucha gente podría esperar una recopilación de novelitas de misterio, pero no, la cosa no va por ahí, en las cuatro partes de las que consta encontramos relatos de todo tipo y con diversa extensión y sin apenas unión aparente; pero funciona y funciona realmente bien porque Atwood sabe perfectamente lo que tiene que hacer para que un relato funcione, cosa nada fácil, ya que es el género literario que más se acerca a la poesía y los medios que se utilicen en él no tienen nada que ver con las novelas convencionales.
En “El espectáculo de variedades del Victory”, uno de los relatos incluidos en esta pequeña antología empiezas a sentir esa hipnosis que genera su prosa:
“Una mujer empezó de espaldas al público, iluminada por el foco. Lucía unos guantes largos de color blanco y un vestido de noche con mangas negras de gasa que cuando extendía los brazos parecían unas alas membranosas. Utilizaba mucho los brazos y la espalda; pero, cuando finalmente se volvió, resultó que era una vieja. Tenía el rostro empolvado de blanco y los labios pintados de un rojo intenso, pero era una vieja. Me sentí profundamente avergonzada, la cosa ya no tenía gracia, no quería que aquella mujer se quitase la ropa, no quería mirar. Era como si fuese yo y no la mujer del escenario, quien se exhibía y humillaba. Seguro que se burlarían de ella y le gritarían barbaridades, seguro que pensarían que los habían estafado.
La mujer se bajó la cremallera del vestido negro, lo dejó caer al suelo y empezó a mover las caderas. Sonreía y entre los labios pintados de rojo brillaban unos dientes que semejaban unos guijarros de un blanco mate, ella sabía que se trata de una burla, aunque no lo pretendiese, era una broma de otra clase, pero ignorábamos quién la gastaba. La broma consistía en el hecho de que no se trataba de ninguna broma: el cuerpo de allí arriba era auténtico, estaba envejeciendo, no flotaba bajo el foco en algún lugar separado de nosotros; como nosotros, estaba atrapado en el tiempo.
El espectáculo de variedades del Victory se quedó mudo. Nadie emitió ningún sonido.”
Esa última frase refleja exactamente lo que sentí al terminarlo, el silencio reverencial ante un hecho extraño, ante algo que te saca de lo que puedes esperar y que, desde luego, te impacta, como tiene que hacer un cuento.
En el resto de historias tenemos un poco de todo, como ya he comentado, un eclecticismo patente, heredero de sus heterogéneas lecturas que abarcaron todo tipo de géneros, un afán lector que no distinguía entre “bajas” ni “altas” literaturas, sino por historias.
Me encanta cómo en “Novelas de mujeres” define cómo debería ser una novela de mujeres: “Algunas personas creen que una novela de mujeres es cualquier cosa donde no se hable de política. Algunos creen que es cualquier cosa que hable de relaciones. Algunos creen que es cualquier cosa con muchas operaciones, quirúrgicas quiero decir. Algunos piensan que es cualquier cosa que no te ofrezca una amplia visión panorámica de nuestra emocionante época. Yo…, bueno, sencillamente quiero algo que puedas dejar sobre la mesita del café sin preocuparte demasiado de que los niños lo lean. ¿Crees que no es una consideración auténtica? Te equivocas.” O cuál sería la frase que le volvería loca ver escrita en una novela: “Tenía los ojos asustados de un pájaro salvaje” Esta es la clase de frase que me vuelve loca. Me encantaría escribir semejantes frases sin avergonzarme. Me gustaría leerlas sin avergonzarme. Si pudiera hacer estas dos sencillas cosas, creo que pasaría el tiempo que se me ha asignado en esta tierra como una perla envuelta en terciopelo.”
Capaz de lirismo cuando es necesario, me vuelve especialmente loco, su forma de reflexionar en un pequeño cuento sobre la literatura, así en “Finales felices” propone un ejercicio metaficcional de plantear diferentes finales a una historia partiendo de los mismos datos; llega al final con la siguiente conclusión: “Ya basta de finales. Los principios son mucho más divertidos. Es bien sabido, sin embargo, que a los verdaderos expertos suele gustarles la parte central porque es aquella con la que resulta más difícil hacer algo.
Eso es todo lo que puede decirse acerca de los argumentos, que en cualquier caso son una cosa detrás de otra, un qué y un qué y un qué.
Ahora prueben con el cómo y el por qué.”
Cada persona que lea esta recopilación se motivará especialmente con cada uno de ellos y cualquier relectura permitirá diferentes variaciones sobre lo que pienses, esta es la riqueza de los libros; Atwood lo sabe muy bien y lo sabe transmitir como las más grandes.
No quiero alargarme más en esta reseña, es mejor que vayáis a por él y lo disfrutéis; aunque me gustaría acabar con esta frase del relato “Una parábola”: “Pregúntame más bien quién eres: cuando entras en esta habitación por la puerta que no existe, no es a mí a quien veo, sino a ti.” Al fin y al cabo, nos vemos reflejados en esa habitación que constituyen los libros de esta genial escritora canadiense.