Escribir cuentos es diferente de escribir una novela.
No todo el mundo puede leer cuentos.
Es necesario saber lo anterior y me gusta recordarlo cada cierto tiempo, sobre todo de cara a las personas que vayan a afrontar este tipo de lecturas. El cuento sigue un tipo de estrategias narrativas que están más alejadas de las novelas y más cercanas a la poética. El autor tiene que ser capaz de llamar la atención del lector en una distancia más corta y esto no es tan fácil, puede chocar directamente con ese tipo de lector que necesita que la historia se desarrolle y al que le molesta bastante menos que una novela se enrede e incluso se llene de paja. El lector de cuentos, por ello, debe estar mucho más atento a lo que lee, el lector de novelas no necesita tal atención, incluso puede desconectar en algún momento y que la narración no se resienta.
Teniendo en cuenta esta base, el escritor de cuentos sabe a lo que se expone, escoger el tema es esencial y la estrategia a seguir (en crescendo o de manera constante) primordial. Alejandro Morellón aborda en El estado natural de las cosas siete narraciones cortas que tienen como motivo dominante partir de una base asentada en la ciencia ficción, en buscar situaciones que se salen de la cotidianidad por ser inesperadas (no entran en cánones, son imposibles físicamente o atentan al buen gusto) pero que, sin embargo, nos asientan en la verdadera realidad de nuestras vidas.
Estructurado en tres partes, el relato homónimo (más cercano a una novella por su extensión) está en el centro mismo como si se tratara del cuento protagonista y, ciertamente, lo merece, es el más redondo y ambicioso además de estar abierto a muchas interpretaciones según el momento. Su punto de partida, con lo que comienza prácticamente (lo hará en todos) es una situación cotidiana en la que, de repente, ocurre algo inesperado que, en este caso, desafía las leyes de la física: un marido se “cae” en el techo y no puede bajar de allí. Esta situación, aparentemente absurda le sirve al autor para desarrollar diferentes temas que en un primer momento están relacionados con las relaciones de pareja y sus dificultades de comunicación hoy en día:
“(pertenezco a los vacíos del techo y a nadie más, ya no soy la mirada cotidiana, la participación del hogar, las palabras horizontales. Soy el hombre de arriba y esto me ofrece, ahora me doy cuenta, la oportunidad de ser espectador de mi propia vida. Pero hay momentos en que Blanca y yo no hablamos durante horas, medio vueltos de espaldas los dos, como si no viviéramos juntos)”
Poco importa que la causa de dicha incomunicación sea estar pegado al techo, funciona más como metáfora de las diferentes dificultades que puede encontrar una pareja hoy en día y que se pueden agravar si no existe comunicación. Según avanza el relato se exploran igualmente las relaciones paterno- filiales, otro de los problemas de nuestro protagonista anterior a la situación que está viviendo y donde se encuentra aislado:
“Y todo esto porque debería dejar de pensar en mi padre. Pero no puedo dejar de pensar en mi padre porque pensar en mi hijo y pensar en mi padre son la misma cosa, una prolongación, una misma línea de transferencia, el uno como la continuación del otro y yo como el eslabón que ensambla las dos partes, que agarra de uno el pie y del otro la mano, aunque ahora no tenga asidero para ninguno de los dos y a lo mejor es por eso por lo que a mi padre va a morirse, aunque nunca nos hemos visto mucho, y a lo mejor por eso mi hijo enferma y se queda sordo o se queda ciego o pilla alguna de esas enfermedades que le joden la vida a cualquiera, todo porque yo no estoy más que en la distancia y no puedo hacer lo que se dice nada, tan solo pensar en las cosas que no puedo hacer o que podría estar haciendo de no estar aquí. Es posible que mi padre me importe más de lo que tengo por norma admitirme pero no sé si estoy de acuerdo del todo con el psicólogo.”
Aunque el final sea previsible, tiene su importancia ya que el tono impregna todas y cada una de las historias, este tono oscuro lleva implícito un pesimismo, la desesperación que sufrimos todos por la situación que estamos viviendo, muy acorde con los tiempos de crisis que estamos viviendo. Solo hay que ir a “Intervención nº 3 sobre mano izquierda del sujeto anónimo” para encontrar otro ejemplo de esto, el escabroso hecho que nos saca de nuestro cotidiano es la posibilidad de que haya personas que quieran perder una parte de su cuerpo a cambio de una gran cantidad de dinero, metáfora evidente de la desesperación que viven las familias en el umbral de la pobreza; posiblemente estemos hablando de una situación probable si se pudiera dar, es un escenario desolador:
“En la cola ve a algunas mujeres pero son minoría, será porque ellas le tienen más apego a sus manos o porque no se prestan a ese tipo de salvajadas. También hay gente joven, chicos de no más de treinta que sudan y se tocan las manos y miran sus móviles todo el tiempo. Él los observa y se pregunta cuál será la historia de cada uno, en qué clase de situación desesperada estarán metidos para perder la mano por tan poco a una edad en que todo puede cambiar de repente. Hay, sobre todo, mucha gente de la tercera edad y otros hombres como él, oficinistas calvos, administrativos de traje y corbata, de maletín y paraguas, de cuello estrecho y hombros vencidos. Todo el mundo ha venido solo, como a escondidas.”
En los mundos que nos propone Morellón no hay lugar para la esperanza, como es el caso de “Reprimir el gesto exterminador” donde la risa puede convertirse en un elemento desestabilizador, más aún que los disturbios sociales, de ahí que sus integrantes quieran que se le prohíba, no solo la risa, sino la felicidad en sí misma.
“-Sí. Nos está impidiendo molestar a los demás.
-Pero en este país es legar reírse.
-Ya, pero no con tantas ganas ni así como están los tiempos.
-¿Y qué me dicen de las peleas del bar de enfrente?
-Pero es que esa chica se ríe como si fuera feliz. Es de una alegría escandalosa. Las peleas, pues sí, siempre las hay, pero al menos sabemos a qué atenernos la policía, unas mesas rotas, alguien en el hospital, algún que otro navajazo, quizá alguien que se muere, y ya. Pero es que esta risa no tiene ni pies ni cabeza. No sabemos de qué se está riendo la joven, no sabemos hasta cuándo. Queremos que se calle de una vez.”
El resto de cuentos con mayor o menor fortuna nos llevan de nuevo a confrontar, desde la ficción, la realidad que nos encontramos y siempre desde una óptica que resulta dolorosa pero que se ve dulcificada por la presencia salvadora de esos elementos fuera de dicha normalidad. De ahí que, para terminar este comentario lo finalice con las primeras palabras del último cuento “Cuidado con el huevo” para poner una nota positiva que está relacionada con el carácter salvífico y de refugio que tiene la ficción; es inevitable que esta situación absurda nos arranque, por lo menos, una sonrisa, y eso… nunca puede faltar:
“Hay un huevo enterrado en el cementerio de la Almudena. No un huevo de ave sino un testículo, el testículo izquierdo, enorme, de alguien que lo dejó escondido allí. Apenas se distingue el lugar entre dos lápidas, un ligero abultamiento, la curvatura del césped, el color de la tierra más oscuro donde se ha excavado recientemente. Pero hay un huevo, hay un testículo humano –del tamaño de una cabeza- enterrado entre dos tumbas, en el cementerio de la Almudena.”