“Hacer el bien” de Matt Sumell. La provocación como leitmotiv

hacerelbienMi recorrido por los primeros títulos de la colección de Turner “El cuarto de las maravillas” finaliza con el post de hoy dedicado a Matt Sumell y su “Hacer el bien”. Es buen momento para recordar que ya había reseñado “Las esposas de Los Álamos” y “La comemadre” anteriormente; Turner se ha lanzado con tres títulos a la vez que denotan el eclecticismo que la colección parece prometer ahora y en el futuro, ya que tratan temas muy distintos y, desde luego, estilos bien diferenciados.

El que me ocupa hoy narra las aventuras de Alby, un conflictivo personaje que Sumell utiliza como narrador en primera persona; se trata de un narrador agresivo, brutal en su planteamiento y que resume la historia de su infancia de esta manera:

“Yo tendría unos cinco o seis años cuando mi padre y yo pasamos un día por delante de la peluquería de caballeros Mario’s y yo lo miré y quise darle la mano pero la mía era tan pequeña que con ella solo podía cogerle el pulgar, así que le solté una patada. A los ocho años le di una paliza a mi hermano porque se quitó el reloj y la correa le olía a ganchitos de queso. A los once maté una gaviota de una pedrada y a los doce unas cuantas más con una escopeta de aire comprimido de la marca Crosman. Me saqué el carné de conducir el día después de cumplir los dieciséis, y cuando mis padres me dejaban el coche, daba paseos y buscaba comadrejas y mapaches y cubos de basura para atropellarlos. Me expulsaron una temporada del instituto por pegarme con alguien. A los diecinueve me rompí la mano derecha al dar un golpe contra un pilar de madera que había detrás de las placas de yeso del estudio en que vivía, y a los veintiuno me rompí la misma mano al soltarle un guantazo en el oído a un mexicano chulito y de cara gorda.”

Una historia de violencia sin aparente causa; él mismo define su mal genio con una analogía sencilla:

“Como soy consciente de que habrá gente a la que le cueste valorarlo, voy a recurrir a una analogía guay: mi mal genio es como una inclemente oleada de armamento, y mi yo es como el dique que contiene esa inclemente oleada de armamento para que no deje arrasada la población o a la persona más cercana, en este caso mi hermana.”

Teniendo en cuenta que esta es la base, ya podemos hacernos una idea de cómo va a ir el texto, Sumell convierte la transgresión, la provocación, en el leitmotiv conductor; en este afán de mostrar esta conducta no se salva nadie, ni su hermana:

“-Esta eres tú: “Estoy demasiada ocupada creando obras de arte para tener consideración con los demás y recoger lo que voy ensuciando, así que me dedicaré a cubrir todas las superficies lisas con mis cochinadas para que los demás no puedan comer en la mesa sin tener que quitar mis cochinadas. Además, soy una lerda y una gilipollas.” Sí, hablo de ti, lerda gilipollas.”

Afortunadamente, en medio de los estallidos de violencia, tanto verbal como física, encontramos alguna reflexión que revela la segunda lectura de fondo, ese descontento, personificado en la figura de Alby, que, en realidad, define nuestro propio descontento ante los acontecimientos sociales que vivimos:

“-Como iba diciendo: la gran falacia de la era de la televisión es que estamos mejor informados, cuando en realidad lo que nos enseñan es lo que nos aseguran que es importante, y nosotros lo consideramos importante porque es lo que nos están enseñando.”

La gran paradoja de la era de la información es suponer que estamos mejor informados; muy al contrario, el poder mediático de la televisión controlada por unos pocos, hace que solo veamos lo que a ellos le interesan y, lo que es peor, que nos convenzamos de que es importante porque nos lo enseñan, sin indagar nuevos caminos. Estaríamos hablando de la lucha de la individualidad sobre el colectivo, no todo tiene que valer para todos, muy al contrario, cada persona debe buscar lo que le convenza a ella misma, independientemente de la opinión del resto; siempre he defendido esta faceta en lo cultural a la hora de leer libros: establecer tu camino literario personal debería ser íntimo y alejado del gusto general (a menos que te guste lo general).

Igualmente Alby personifica la desesperación, la insatisfacción personal ante no poder conseguir un puesto en la sociedad que de verdad llene tu vida:

“Lo odié porque no se estaba quedando calvo, porque al parecer todo le iba bien en la vida, porque tenía dinero y un coche y una mujer muy guapa. Aunque sobre todo lo odié por  haberme convencido para que aceptara ese trabajo de imbéciles, un encargo que yo sabía que solo era un eslabón más de una larga cadena de decepciones, porque lo único para lo que yo estaba cualificado de verdad era para hacer eso. También sabía (como me sucedía en el resto de empleos) que seguiría trabajando en ese sitio hasta que me resultase inaguantable y después cambiaría un infierno por otro. Todo lateral, nada vertical.”

Esa monotonía de la que no podemos salir es insoportable, un infierno del que no podemos escapar, a menos que la naturaleza se rebele y nos muestre las debilidades de nuestra aparente omnipotencia:

“Pero incluso en esa época la nieve se fundía y se volvía a congelar, se volvía a fundir y se volvía a congelar. No teníamos polvo de nieve, teníamos hielo. Las ramas se doblaban. Las cosas se rompían. Las máquinas pasaban por las carreteras y echaban sal pero no servía para nada, y eso me encantaba, igual que me encantan los huracanes potentes, las inundaciones y los tornados, el toro que le saca las tripas al torero. Creo que está muy bien que la naturaleza se rebele y embista contra nosotros, que interrumpa nuestros planes, que revele la prepotencia de nuestros falsos juicios, y que, a su paso, cuestione la solidaridad del sufrimiento compartido.”

Esta propuesta es fácil que entre al gran público, el problema es que, a pesar de lo que pueda parecer, la provocación se queda un poco a medias, ya que Alby no es tan duro como parece; y se acerca poderosamente a la narrativa desgarradora del norteamericano Chuck Palahniuk (sobre todo en sus primeros libros-relatos), del que Sumell parece acólito en su intención. Aun así, es una opción interesante.

Gracias especialmente a Turner por su confianza en mí para desgranar estas tres obras que me han proporcionado lecturas muy gratas. ¡Qué buen comienzo de un nuevo sello!

Los textos provienen de la traducción de Ismael Attrache de “Hacer el bien” de Matt Sumell para Turner.

“Las esposas de Los Álamos” de Tarashea Nesbit. Un narrador arriesgado

alamosSi el otro día comentaba el fantástico libro de Roque Larraquy en el nuevo sello de Turner: “El cuarto de las maravillas”; hoy vengo con un nuevo título con el que se ha iniciado dicho sello. En este caso se trata de “Las esposas de Los Álamos” de la norteamericana nacida en Ohio Tarashea Nesbit, una primera obra igualmente destacada por distintos motivos que la obra del argentino, pero que, dentro de este “gabinete de curiosidades literarias”, encaja a la perfección y cuya lectura proporciona no pocas alegrías.

No soy muy dado a repasar argumentos, pero el punto de partida de esta obra que nos ofrece la editorial es muy interesante:

“Las esposas de Los Álamos es, sin embargo, la reconstrucción imaginaria de lo que no sabemos, contada por un «nosotras » que es la voz de la colmena y el pensamiento popular, pero también de la reflexión: la de unas mujeres jóvenes y cosmopolitas, esposas educadas que venían de Berkeley y de Cambridge, que habían huido de París, solían vivir en Londres y Chicago, y que, sin darse cuenta, o un poco a sabiendas, contribuyeron a desatar la fuerza más destructiva de la historia.”

Bajo la etiqueta de ficción histórica (especulativa) tenemos una reconstrucción totalmente imaginaria de lo que puso ser dicho momento, el proyecto Manhattan que, como todos sabemos, acabaría originando la bomba atómica. La mayor o menor originalidad de esta especulación se ve refrendada por la original voz escogida por Nesbit para narrar la historia. Se trata de una primera persona en plural muy poco habitual, entre otras cosas, porque, aunque esporádicamente puede funcionar, la amenaza de una cierta monotonía puede estar más que presente en todo momento. Sobre todo porque, al aplicar a un colectivo, continuamente, elimina la posible empatía con el lector y necesita de muchos recursos para poder mantenerlo durante una novela al completo. La escritora es muy audaz y aprovecha cada uno de estos párrafos para enriquecer narrativamente la historia:

“Nuestros padres dieron puñetazos en la mesa y gritaron ¿Os creéis que somos espías nazis? ¡Contádnoslo! Nuestras madres añadieron Tened cuidado, o Escribidme en cuanto podáis. Y a nuestros hijos les entró miedo y exclamaron ¡Decídselo!, pero no se lo contamos, ni a ellos ni a nuestros hijos. Después, cuando nuestros padres se tranquilizaron, cuando nos dijeron, mientras nos acariciaban el brazo, Soy tu padre, me lo puedes contar todo, no les contamos adónde íbamos, porque todavía no lo sabíamos.”

En este texto podemos ver el manejo de esa primera persona plural como un colectivo indefenso, el de las mujeres que se encuentran con una situación que no están seguros de poder desentrañar por el secretismo del proyecto, guardado por sus propios maridos. Lo mejor del asunto es que, a pesar de este aire de colectividad, es capaz de presentarlas individualmente, particularmente, de manera muy ingeniosa como podemos ver en este otro texto:

“Éramos de cara redonda, deportistas, bullangueras, austeras, de huesos finos, felinas y torpes. Cuando discutíamos las opiniones políticas de las demás nos calificaban de tercas o francas. Nuestros padres procedían del mundo académico; nosotras conocíamos ese mundo. Nos casamos con hombres exactamente iguales a nuestros padres, o completamente distintos, o solo en los mejores rasgos. Como esposas de científicos que trabajaban en ciudades universitarias, organizábamos meriendas y chismeábamos, o vivíamos en una gran ciudad y recibíamos invitados a la hora del cóctel. Ofrecíamos cigarrillos en bandejas de plata. Nos apoyábamos mucho en las otras esposas, fingíamos ser muy buenas amigas, nos llevábamos la mano a la boca y les susurrábamos cosas al oído. Y, lo más importante, descubríamos cómo lograr una plaza fija para nuestros maridos.”

De esta manera no solo nos presenta el fenómeno de un modo conjunto, sino que consigue dar rasgos individuales a dichas esposas. Nesbit utiliza la narración ficcional en dos aspectos igualmente: haciéndose preguntas generales sobre el papel de la ciencia y la guerra así como preguntas más particulares sobre aspectos que afectan a la mujer, a su papel en la sociedad y a su propio papel personal en estos hechos. En este último caso es altamente esclarecedor el siguiente fragmento:

“Tratamos de conciliar el sueño pero no lo logramos. Nos acordamos de nuestras madres, que cuando nos casamos nos habían asegurado El matrimonio no es fácil. Nos acordamos de nuestras madres, que nos habían asegurado Es un buen hombre, y de nuestras madres, que nos habían dicho Sé buena con él. Nuestras madres que nos habían asegurado que el secreto de un matrimonio feliz era una casa limpia y una comida caliente, nuestras madres que nos habían dicho que el secreto consistía en ser discretas, o nuestras madres que nos habían dicho que el secreto de un matrimonio consistía en saber elegir tus batallas. O, en el caso de una de nuestras madres, el secreto de un matrimonio feliz según ella era el sexo.”

Donde se refleja, en todo su esplendor, la influencia del patriarcado estructural en el propio pensamiento de la mujer, personificado en este caso en los pensamientos de sus madres que se extienden y se hacen propios en ellas mismas. Y, por defecto, el papel de la mujer, de cada mujer, queda relegado:

“O en su momento habíamos querido hacer un doctorado pero en el último año de universidad nuestros mentores, de sexo masculino, nos habían dicho En el campo de las matemáticas avanzadas no hay sitio para las mujeres, por brillantes que sean. A algunas nos dijeron las universidades no os querrán, y tendréis una titulación excesiva para dar clases de secundaria.”

En este marco, se desalentaba a las mujeres de seguir sus estudios, ya que, para el papel que les iban a dejar representar, no necesitaban mucho más.

La otra perspectiva que comentaba y que explota claramente la norteamericana es la reflexión sobre la guerra y el papel de la ciencia; alterna cada cierto tiempo, para dar marco temporal a la narración, fragmentos históricos que sirven para ubicarnos históricamente y, sobre todo, ubicar a las esposas, a pesar de su papel en la sombra:

“Pero las noticias de la guerra eran ineludibles y frecuentes: a finales de febrero las tropas estadounidenses izaron su bandera en lo alto del monte Suribachi, en Iwo Jima, cuyas pedregosas pendientes se habían teñido de rojo con la sangre de los soldados y de los civiles.”

Son ellas las que tienen que vivir una situación que no comprenden, que no hace más que despertarles dudas, es conveniente o no conveniente, interesa o no interesa, nos tenemos que alegrar o no hacerlo:

“Nos quedamos de pie, dándonos las manos. Respiramos profundamente. Contuvimos la respiración. Gritamos. Aquello nos pareció espantoso, o un triunfo, o algo hermoso, o todo lo anterior. En aquel lugar que una enorme erupción volcánica había formado millones de años antes, nuestros maridos acababan de crear la suya propia.”

Es en ese momento cuando Tarashea utiliza con más frecuencia la conjunción disyuntiva para expresar, precisamente, la imposibilidad de mostrar una opinión colectiva y, sin embargo, muchas opiniones individuales ante lo que está sucediendo en ese primer ensayo exitoso.

El lanzamiento de las bombas en Japón es el desencadenante final de muchas preguntas, de una escisión de las mujeres que no acaban de entender si, lo que la ciencia ha hecho en este sitio es bueno o es malo (“A algunas de nosotras nuestro pueblecito ya no nos parecía un refugio frente a un mundo moderno y cruel. A algunas ya no nos parecía que ese sitio fuese Shangri-La.”), lo que está claro es que no es lo que esperaban:

“Nuestros maridos describieron a quienes habían fotografiado como si no fueran personas, sino especímenes: Los que no fallecieron inmediatamente, si estaban lo bastante cerca de la zona cero, lo hicieron al cabo de pocos días. Aquí se ve el brazo de un niño entre los escombros. Fíjense en los efectos de la radiación.”

La riqueza del planteamiento narrativo de Nesbit ayuda a entender todo lo que hubo detrás del momento histórico y el papel que tuvieron las mujeres, las esposas, en un hecho único en la historia mundial; lo que quedó al final fue un cúmulo de dudas, un sentir general en el que cada una de ellas lo afrontó de una manera, fue el reflejo de una sociedad tan convulsa como la del siglo XX donde se derrumbaron definitivamente los valores establecidos; la inestabilidad de un mundo que avanzaba a la postmodernidad:

“Nos marchamos contentas, nos marchamos aliviadas, nos marchamos pensando que habíamos formado parte de algo único, nos marchamos con dudas sobre nuestros maridos, sobre nosotras mismas, o sobre nuestro país, o sobre todas esas cosas, o sin ninguna duda. Nos marchamos anhelando especialmente aquello que habíamos tenido, en una ocasión, en medio de aquella noche del aullido: a nuestras amigas, Louise, Starla, Margaret, Ingrid. Nos marchamos embarazadas, nos marchamos –en algunos aspectos- como habíamos llegado: llenas de polvo y con el cabello sucio.”

Los textos provienen de la traducción de Ismael Attrache de “Las esposas de los álamos” de Tarashea Nesbit para Turner.

“La Comemadre” de Roque Larraquy. Una maravilla en “El cuarto de las maravillas”

comemadre 1Si hay una editorial actual que se caracterice por su búsqueda de nuevos caminos editoriales y por su eclecticismo podemos hablar sin lugar a dudas de Turner. En su afán de buscar nuevo público uno se siente privilegiado que cuenten con él para experimentar con una nueva colección, máxime cuando esta colección se amolda tanto a mis posibles gustos como es “El cuarto de las maravillas”, cuya premisa es, desde luego, muy apetecible:

“El gabinete de curiosidades de la casa, lugar de las historias inverosímiles, las voces nuevas que además parecen nuevas, las crónicas verídicas, la cotidianidad poética y los libros experimentales.”

La idea de montar un “gabinete de curiosidades literarias” donde dicha etiqueta se comporte como aglutinadora de valores nuevos contemporáneos y un gusto por experimentar es, en mi opinión, un riesgo en los tiempos actuales y solo por ello ya es merecedor de aplauso. La calidad de los libros con los que han comenzado, afortunadamente, refrenda la propuesta dotándola de un interés aún mayor que viene acompañada, por si fuera poco, de unos precios muy competitivos (cercanos a ediciones de bolsillo) y un diseño de fajas ciertamente innovador.

Solamente por la publicación de la encantadoramente experimental y prometeica “La comemadre” del joven escritor argentino Roque Larraquy ya estaría más que justificada la aparición de esta colección.

Nacido en Buenos Aires en 1975 el autor estructura esta historia en dos tiempos paralelos: una primera parte en 1907 y una segunda parte en 2009. Mucho deben las dos narraciones al mito de Prometeo, pero ya en la primera podemos comprobar la base de lo que sucede en un sanatorio:

“Un hecho desconocido por quienes no practican el oficio es que la cabeza separada del tronco permanece consciente y en pleno uso de sus facultades durante nueve segundos. Al alzar la cabeza, el verdugo entrega a su víctima una visión del mundo, última y menguante. Haciéndolo, no solo contradice la idea misma del castigo, sino que convierte al público en espectáculo.”

Esta premisa experimental desencadenará una serie de experimentos para demostrar lo que sucede en el momento relatado, aquí lo experimental se sostiene en lo experimental del lenguaje usado (metaexperimentalidad), lo absurdo se mezcla con lo aparentemente real, el estar en un sanatorio de enfermos de cáncer estimula la imaginación de los doctores, como es el caso de Quintana:

“-Esta es la propuesta: seleccionamos pacientes terminales. Les cortamos la cabeza de modo que no se lastime el aparato fonador, técnica que he practicado exitosamente con palmípedos y que ya explicaré, y pedimos que la cabeza nos cuente en voz alta qué percibe. Por el intento recibimos una excelente paga a expensas de Mr Allomby.”

Parece lógico entonces que engañen a varios de los pacientes indicándoles que no ha funcionado su tratamiento para que acepten la propuesta; si además aluden al caduco e inherente patriotismo argentino como causa por encima de todo, Roque perpetra una burla del carácter argentino:

“La mayoría se deja convencer porque intuye un desastre científico argentino de dimensión mundial, y en esta efusión de patriotismo entregan el cuerpo. El clima de gesta favorece el sí fácil.”

Los intentos de comprobar lo que sucede desencadenan tal cantidad de muertos que, para desembarazarse de ellos, habrá que idear una forma de hacerlo. En medio del horror que supone este espectáculo, una digresión botánica le sirve para introducir la “comemadre”:

“Una digresión botánica: el islote Thompson, en Tierra del Fuego, es el único lugar del mundo donde crece una planta de hojas aciculares conocida como “comemadre”, cuya savia vegetal produce (en un salto de reinos no del todo estudiado) larvas animales microscópicas. Las larvas tienen la función de devorar el vegetal hasta resecarlo por completo. Los restos se dispersan y fecundan la tierra donde se reanuda el proceso.”

Esa “comemadre” actúa como el elemento que es capaz de borrar nuestros fallos, resultado de nuestra experimentación, del anhelo de saber si existe otra vida y que alguien nos lo pueda confirmar. ¿Una posible metáfora del olvido selectivo que todos practicamos cuando algo no sale como esperábamos o sobre todo sobre los fallos que cometemos?

Si este pequeño relato nos desafía, el siguiente, ambientado en 2009 empieza con una prolepsis que anticipa parte de la historia, la del protagonista, que igualmente narra en primera persona las consecuencias de lo que le ha sucedido:

“Aquí su síntesis sobre mí: tengo una mano de cuatro dedos, el quinto se me perdió. Tengo un cuerpo que es mío, y una cabeza de perfil anormal que me costó mucho dinero. Un museo de Copenhague ofrece el doble por plastificarme y exponerme al público cuando muera. Dos asociaciones de derechos humanos de Dinamarca demandan al museo por estimular “una mirada del cuerpo como mercancía.” Un colectivo de lesbianas organiza una sentada en la puerta del museo, en solidaridad con el derecho de ponerle precio a mi cuerpo, como se hace con cualquier objeto de arte.”

El anhelo por buscar la otra vida se hace a través del arte, hay dos figuras paralelas, dos genios que llevan vidas similares, el narrador, conocerá a su amante Sebastián:

“Al terminar, con un verdor llamativo para la piel humana y la rodilla roja del roce contra el suelo, Sebastián dice (es un romántico) que esperaba la entrada de su cliente soñado, el que había buscado en los otros, y que yo soy ese. Quiere que estemos juntos desde ahora: con mi aspecto no hay manera de que le sea infiel. Da por descontado que en dos o tres días voy a enamorarme.”

Que le servirá de sujeto base sobre el que experimenta llegar a la sublimación artística aún a costa de lo que le pueda pasar; las consecuencias del dolor causado le llevarán a un sanatorio que es el de la primera historia:

“Veo un diploma de reconocimiento oficial con la cara de Eva, un escudo de armas inglés o irlandés, una pinta antropométrica, una hilera de frascos de porcelana, una serie de fotos individuales del primer plantel médico del sanatorio, con un mismo bigote puntiagudo recorriendo todas las caras, y un retrato al óleo del dueño y fundador, Mr R. Allomby, exhibiendo orgulloso una quemadura que le deforma la boca.”

Como unión no solo está ese sanatorio sino la “comemadre” de la que hablábamos, utilizable, incluso después de cien años; en este caso se convertirá en parte de dicho experimento, nuevamente:

“Es un polvo negro de textura irregular. Su nombre en español, “comemadre”, se extinguió con la planta en la Patagonia hace ochenta años, pero sobrevive en Inglaterra como motherseeker (“buscamadre”) o momsickener (“enfermami”). Los últimos ejemplares están al cuidado de la mafia inglesa, que usa las larvas para borrar evidencia. Esto es lo que dice Sebastián. Los datos restantes provienen de las notas de un médico muerto. ¿Sólo con agua? ¿Después de un siglo? Algunas semillas se mantienen en letargo durante más tiempo. Es un reto a la credibilidad, pero Lucio tiene el rostro apaciguado de los creyentes.”

Lo único que puede frenar el anhelo por la vida ulterior, por la sublimación a través del arte es, sin lugar a dudas, la falta de fe. Experimentar se convierte en un leitmotiv de nuestras vidas si creemos en sus posibilidades, como el de Roque Larraquy y su espléndida pequeña maravilla.