Conocí los libros de Javier Calvo hace ya bastante tiempo; el primer libro suyo que leí fue “Mundo Maravilloso”, un libro que; por temática, caracterización de personajes y referencias a cultura pop (sobre todo anglosajona), daba una impresión diferente y/o especial; siempre me ha parecido su obra más redonda. Sus cuentos cortos en “Los ríos perdidos de Londres” eran irregulares pero tenían ese sello inconfundible. Con “Corona de flores” experimentó un poco más con literatura decimonónica con resultado más bien desigual, para luego retomar en “Suommenlinna”, un relato corto, pero intenso y, por qué no decirlo, mágico, las señas más propias de su forma de escribir.
Con “El jardín colgante”, flamante ganador del premio Biblioteca Breve 2012, se evidencia un posible punto de inflexión en el avance literario del escritor. La trama es sencilla y muy del estilo de los thrillers habituales: los servicios secretos españoles, capitaneados por Arístides Lao, lucharán para desactivar una célula terrorista de nombre TOD (muerto en alemán) y que proviene de sindicatos de extrema izquierda. Lo que cambia de otras novelas suyas es que ambienta la historia en 1977, en plena época de transición española, y la enmarca en lo que se ha dado en llamar Cultura de Transición (término acuñado por Guillem Martínez); una cultura que surge de este período y que, resumiendo, se trataría de un tipo de cultura gestionada por el Estado y que marcaría lo que debe aparecer en artículos, libros, televisión… quitando aquello que puede remover, “ser problemático”. No porque sea dictado por alguien sino más bien porque se convierte en una tendencia establecida: mantener el orden inherente y confortable.
Teniendo todo esto en la cabeza voy a la novela: Calvo estructura la historia en dos partes bien diferenciadas: “Meteorito” e “Islote”; a su vez divididos en capítulos cortos donde alterna el cambio de perspectiva, por un lado los servicios secretos encabezados la mayoría de las veces por Lao (aunque cambia según avanza la trama a Melitón Muria) y por otro lado, el sindicato y el TOD a través de Teo Barbosa, agente infiltrado de los servicios secretos u otros personajes asociados a la cédula terrorista; consiguiendo de esta manera que la novela fluya sin apenas dificultad.
Es en la construcción de los personajes, en esa primera parte, donde se identifican rasgos característicos de anteriores novelas, sólo tenemos que ver cómo describe al repulsivo criptógrafo Arístides Lao: “Lao es bajito y rechoncho, parece ser al mismo tiempo pelirrojo y calvo y lleva unas gafas absurdamente gruesas que le distorsionan los ojos, agrandándolos o bien reduciéndolos según el ángulo con que uno mire”, “hay algo en su cuerpecillo blando y lechoso que le da aspecto de alimaña extraída de su caparazón y expuesta a los elementos”. ¿Es casualidad que se le llame “agente Sirio” en el libro? Sirio es la estrella más brillante del cielo nocturno y bien conocida desde la antigüedad en varias civilizaciones (Egipto, Grecia, Polinesia…), volveré a ello más adelante.
El otro gran protagonista es el sátiro y socarrón Teo Barbosa, infiltrado en TOD y que se ríe de todo y de todos causando problemillas a los jefes del sindicato “¿Por qué no nos vendemos ya, igual que todos los demás? Si nos damos prisa igual nos dan un despacho como Dios manda.”
En medio de esta confrontación de fuerzas conspiratorias, donde los servicios secretos intentan conseguir que su agente infiltrado llegue a lo más profundo de la organización terrorista, siempre aparece de telón de fondo el “Meteorito”: “Un orden superior de cosas acababa de penetrar el nuestro”. Parece inevitable que con la caída de ese meteorito todo vaya cambiar: “España empieza a no ser el mismo lugar que era hace un mes. Hace una semana. Empieza a ser un lugar distinto al que era el día anterior.” Este meteorito le puede servir al escritor para simbolizar este cambio que vendría, tanto a nivel del libro como en nuestra propia realidad, la incertidumbre de comprobar si de verdad se va a realizar este cambio, TOD habla así del estado en los siguientes términos: “Su cometido ahora es detener la historia. Sepultarla. Crear un presente infinito donde nadie se da cuenta de que está bajo un conjuro. Son los Hombres sin Alma.” Y se atribuye como promotora de este cambio:“Somos la muerte. Somos lo que hace falta para que la historia se vuelva a poner en marcha. Hace falta la sangre y el sacrificio. Para poner todo a rodar otra vez. Somos el beso del príncipe”.
En los párrafos anteriores se observa otra de las alegorías que utiliza con frecuencia, esta de forma bastante continuada, y es la de los cuentos de hadas; de hecho, los nombres clave de los componentes de la organización terrorista son nombres de estos y utiliza diferentes metáforas relacionadas con ellos. ¿Pretende dulcificar de alguna manera lo que está contando? O simplemente, en consonancia con el significado de TOD, quiere decir que sus cuentos de hadas nunca van a fructificar, que están muertos de antemano.
Es curioso indicar que la introducción del criptógrafo Lao (cuyo verdadero ideal “en términos abstractos, sería usar una clave que fuera tan larga y compleja como el propio texto a cifrar”) añade elementos de tipo tecnológico en la historia, no en vano se habla de introducir un elemento para provocar el caos, el aumento de la entropía,… todo esto tiene ecos de Pynchon y resulta original en la concepción de la novela, ya que no lo había utilizado anteriormente.
La historia avanza en un suspiro, y se llena de elementos clásicos del género, interrogatorios brutales, persecuciones, pruebas de iniciación a las organizaciones… hasta llegar a una apocalíptica y desenfrenada parte final que desemboca en un baño de sangre que aclara parte de lo que he comentado con anterioridad. En el discurso final de Blanco, mandamás del sindicato, ante los acontecimientos sucedidos, la ironía está servida “Es 1978 señor Barbosa. Lo estamos borrando todo. Los crímenes del pasado, los nombres, las caras. Nosotros somos las excavadoras.” Y que termina con una terrible necesidad, la de “una amenaza que nos acompañe. Que nos permita seguir teniendo las riendas a los que realmente nos preocupamos por este país”.Ello coincide con su descripción física “a Blanco se le ruboriza la cara. Esa cara sin rasgos llamativos que a priori uno asociaría con oficinistas grises o dependientes de grandes almacenes pero que en la vida real solamente pertenece a gente cuyas ocupaciones verdaderas nunca se dicen en voz alta”, en la que vemos ecos sorprendentemente parecidos de la primera descripción que se hizo de Arístides Lao, ese agente Sirio con ecos del pasado, reconocido desde siempre por varias civilizaciones y que puede simbolizar el querer perpetuar un orden a lo largo de la historia, como la presencia de la estrella.
¿Hay diferencias entre unos y otros? ¿Somos conscientes de esta situación? “La cuestión es que cuando por fin conseguimos ser libres, no somos conscientes de que lo somos. Por la venda que nos tapa los ojos”. Parece que Javier Calvo quiere llamarnos a expresar una disconformidad con este orden inherente. Sin duda estamos ante una novela que supone, al menos, un cambio con lo que había hecho anteriormente. Habrá que ver por dónde sigue a continuación ya que siempre resulta interesante leer sus novelas.