Breve historia de siete asesinatos de Marlon James. Monumental polifonía

BreveHistoriaSi uno lee la sinopsis de Breve historia de siete asesinatos:

“3 de diciembre de 1976, a dos días del concierto Smile Jamaica -con la actuación estelar del hijo pródigo, Bob Marley-, que tiene como objetivo calmar a las facciones enfrentadas en una escalada de violencia previa a las elecciones. Aquella tarde, siete pistoleros, aprovechando el ensayo de la banda, asaltan la casa del cantante hiriendo al propio artista, a su mujer y a su mánager. Poco se supo -y casi nada se sabe aún- sobre los presuntos autores de aquel homicidio frustrado, pero son muchas las leyendas y las canciones que en Breve historia de siete asesinatos relatan lo ocurrido”.

Y, además, se fija en el título, se puede llevar dos ideas erróneas: la primera, el texto no es para nada breve, ochocientas páginas avalan este comentario; la segunda, la engañosa convicción de estar ante una novela policíaca en la que importa más resolver el misterio del atentado contra Bob Marley que lo que rodea el hecho.

El propio autor, casi al final del libro, nos revela (en la figura del periodista Alex Pierce, uno de los protagonistas) su forma de concebir la literatura en un claro ejercicio metaliterario: 

“Bueno, llega un momento en que hay que desarrollar la historia. No puedes limitarte a centrarla en una sola cosa, hay que darle perspectiva. Las cosas no pasan en el vacío, hay efectos y consecuencias  y siempre hay un mundo entero alrededor que sigue con su vida, da igual lo que estés haciendo. Si no, acabarás escribiendo un simple informe de un suceso y eso lo puedes encontrar en las noticias de la noche. En otras palabras, para que a Monifah la mataran por meterse una dosis de crac, alguien tuvo que comprarle una ampolla de crac a alguien, que a su vez se la compró a alguien, que recibió su suministro de alguien.”

Si hubiera un canon al estilo de la Gran Novela Americana en su vertiente jamaicana, sin duda esta obra se convertiría en parte imprescindible de él, ya que el autor aprovecha el hecho puntual del intento de asesinato de Bob Marley para para representar el zeitgeist de una sociedad como la jamaicana; y para hacerlo no sigue ninguna convención, empezando por los cinco epígrafes en las que estructura la novela, resueltos mediante una cronología para nada esperada, el lector navega por el texto a expensas de por dónde le lleve Marlon James y esto, desde luego es imprevisible: 

Los chicos de la vieja escuela (2 de diciembre de 1976)

Emboscada en la noche (3 de diciembre de 1976)

Baile de sombras (15 de febrero de 1979)

Rayas Blancas /Los chicos de América (14 de agosto de 1985)

La muerte del hijo (22 de marzo de 1991)

A continuación, adopta un modelo polifónico que, como él mismo comentaba, le sirve para representar múltiples perspectivas de la acción narrada, a veces mediante el uso de planos secuencia narrativos, otra veces simplemente para mostrarnos escenas totalmente diferentes, como puede ser una voz de ultratumba, la del fallecido Sir George Arthur Jennings:

“Dios puso la Tierra bien lejos del cielo porque ni siquiera él es capaz de aguantar el hedor a carne muerta. La muerte no es un amuleto para atrapar a los malos espíritus, ni tampoco es un espíritu; es un viento sin calor, una enfermedad que va invadiéndote poco a poco. Yo estaré presente cuando maten a Tony Mcferson. Yo estaré presente cuando el asilo de ancianos de Eventide arda hasta los cimientos. Nadie intentará salvarse. Yo estaré presente cuando el chico enterrado vivo cruce al otro lado pero siga sin saber que está muerto y yo lo seguiré cuando camine hasta la casa del cantante de reggae. Yo estaré presente cuando vengan por el último de la ciudad antigua. Cuando tres personas sean ajusticiadas salvajemente. Cuando el Cantante esté danzando con su pie muerto en vida y se caiga en Pensilvania y las rastas se le desparramen por el suelo.

Los que están a punto de morir pueden ver a los muertos. Te lo estoy intentando decir ahora, pero tú no puedes oírme. Puedes ver cómo os sigo y te preguntas: si está caminando, ¿cómo es que parece que no toque el suelo por mucho que vaya caminando detrás de mí y detrás de ellos?”

marlon-james-author-interviewDe poco sirve utilizar este recurso narrativo si no consigues dotar de voces diferenciadas a todos los narradores, naturalmente, James lo hace a la perfección; es capaz de dotar de personalidad a todos y cada uno de ellos, no solo por lo que cuenten sino por la forma de hablar; es buen momento para indicar que el gran escollo de traducir el patois vernáculo ha sido solventado con brillantez por Javier Calvo con la ayuda inestimable de Wendy Guerra mediante una solución cercana a lo que quiere significar (utilizando el cubano vernacular) y que refleja el sentido del habla en el texto original; el resultado es ciertamente espectacular como podemos ver en el siguiente párrafo y donde además se puede comprobar cómo el escritor es capaz de presentarnos la vida en un gueto jamaicano, lo cotidiano, el día a día de sus habitantes:

“Nos dedicamos a esperar. Dos men traen armas al gueto. Uno de ellos me enseña a usarlas. Pero la gente del gueto ya nos estábamos matando antes. Nos dimos con to lo que encontrábamos: palos, machetes, cuchillos, picahielos, botellas de refrescos. Matamos por comida. Matamos por dinero. A veces a un men lo liquidan porque a otro no le ha gustao cómo lo miraba. Y pa matar no hacen falta razones. Esto es el gueto, ¡eh! Las razones son pa los ricos. Nosotros tenemos la locura.

La locura es ir andando por una calle elegante del centro y ver a una madama vestida a la última moda y que te entren ganas de embestirla y jalarle el bolso, aunque está claro que lo que quieres en veldá, veldá, no es el bolsito ni el dinero; es que la madame grite cuando vea que te le tiras directo a chuparle la bembita pintá, y quitarle la cara esa de contenta de un bofetón y sonarle un puñetazo en to el ojo que la deje bizca, jodida, y matarla allí mismo y violarla antes o después de descojonarla porque eso es lo que los pandilleros les hacemos a las mujercitas decentes como ésas. “

Si nos vamos, en cambio, al caso del periodista Alex Pierce, podemos comprobar el contraste en personalidad/habla, las diferentes preocupaciones que se van alternando según el personaje que está hablando, los temas tratados y la forma a referirse a ellos se convierten en sellos de identidad únicos para todos los personajes, aunque no viéramos el nombre del narrador, éste podría ser distinguirse sin problemas:

“No es casualidad que las historias del gueto no vengan nunca con fotos. Los arrabales del Tercer Mundo son pesadillas que desafían tanto la fe como los datos empíricos, incluso los que tienes delante de las narices. Visiones del infierno que se retuercen sobre sí mismas y bailan al ritmo de su propia banda sonora. Aquí no se aplican las reglas normales. Quedan, pues, la imaginación, los sueños y las fantasías. Visitas un gueto, más concretamente uno de West Kingston, y enseguida la cosa se sale de la realidad para convertirse en algo grotesco, surgido de Dante o de las pinturas del infierno de El Bosco. Entras en una cámara roja y herrumbrosa del averno que es imposible describir, así que ni siquiera lo voy a intentar. Tampoco se puede fotografiar porque hay partes de West Kinston, como por ejemplo Rema, que resultan tan lúgubres e implacablemente repulsivas que la belleza inherente al mismo proceso fotográfico te miente y te oculta lo feo que es todo en realidad. La belleza tiene un alcance infinito, pero también lo tiene la desgracia, y la única manera de comprender con precisión ese vórtice completo e interminable que es Trenchtown  es imaginárselo.”

Solamente hay que fijarse en la voz de Nina Burguess, es magistral la forma en que James configura su personaje ya que su implicación con el atentado del cantante es un hilo invisible que no se desvela hasta el final; sin embargo, es capaz de reflejar una serie de actos que son el resultado de ese hecho que todavía no conocemos; su construcción de la identidad es una continua evolución que la lleva a luchar contra el orden establecido hasta el punto de luchar contra el maltrato de su padre y del resto de hombres que giran alrededor de su vida (y, en extensión, del resto de mujeres jamaicanas):

“Me he marchado antes de que mi padre pudiera recobrar el aliento. La verdad es que ya estoy cansada de todos los hombres, incluyendo ahora también a mi padre, y es que me da la sensación de que nada más verme se creen con licencia para portarse como unos cerdos. Genial, mírame, ya hablo como mi madre, y prefiero verme muerta antes que terminar como ella. Mi padre me ha pegado como si fuera una niña. Como si fuera una criaja de mierda, y eso sí es culpa de Kimmy. No, no es culpa de ella. Ella no es más que una mamarracha que venera a cualquier ser que le diga algo bonito, mi padre entre ellos. No, es culpa del Cantante. Ojalá no me lo hubiera templado, ahora yo no tendría nada que ver con él. Y ojalá la embajada me diera por fin el visado de mierda, en vez de decirme que ni soñando porque lo que yo no tengo son contactos. Si creen que me estoy muriendo de ganas de escaparme a ese país donde el Hijo de Sam dispara a la gente en la cabeza y los adultos violan a los niños y los blancos siguen llamando negros de mierda a la gente y tratando de clavarles un asta de bandera en Boston sin importarles que les estén haciendo una foto, es que no lo copian a uno.”

No se queda ahí, es mucho más ambicioso, es capaz de cambiar el registro, la forma de expresarse de los personajes según las circunstancias en las que se encuentren; largos párrafos, diálogos o, incluso, flujos de pensamiento se utilizan para dotar de ritmo a la narración según lo que esté sucediendo; tal es el caso de la huida de uno de los autores del atentado, su cerebro se convierte en un flujo de conciencia sin ningún tipo de puntuación que es el epítome de la narración confusa por las drogas que ha tomado y por la necesidad de huir y no saber dónde se encuentra: 

“[…]por favor dejen el tembleque nadie me quiere a nadie le importo mi cabeza no se da cuenta de que son las cosas que pasan cuando estás bajando de la droga cuando te da el bajón sólo te hundes y te hundes y el delirio no es más que un sitio muy alto del que luego bajas y bajas y caes y nunca dejas de caer y sigues bajando y bajando y pronto te hundes en el camino y por debajo del camino y hasta el infierno nadie me va a ver correr en plena noche si corres más deprisa el mundo irá más despacio pero todo se mueve más rápido que yo y la calle está llena de baches y de vallas de zinc que no me dejan ver las casas corro y corro y me topo con una gente a la que no he oído antes de verla corre métete en estos matorrales están jugando al dominó alguien debe de haberme visto debe de haber alguien detrás de mí pues no están todos debajo de la farola cuatro hombres sentaos a la a la mesa tres hombres mirando a dos mujeres el tipo que va ganando tiene la espalda apoyada en la verja y da un golpe […]”

El sexo, la droga y la violencia se convierten en leitmotiv que aparecen sucesivamente conformando un relato en la tradición más hardboiled de la novela negra, su retrato de la cárcel no tiene nada que envidiar a los relatos descarnados del gran Bunker, de hecho se acerca mucho a la forma cruda de describir acciones violentas del autor estadounidense:

“Sepan bien una cosa: la cárcel es la universidad del hombre del gueto. Portazo, cerrojo y portazo. Babilonia vino a buscarme hace dos años; ¿ya han pasao dos años? Intento acordarme bien de todas las veces que Babilonia me echa sus cadenas pa arriba. En el camión que me llevó pa la cárcel un policía me escupió a la cara (era nuevo) y otro, cuando le dije que su saliva olía a chicle, me dio tan fuerte con la culata del rifle en la cabeza que no me desperté hasta que allá en la celda me echaron agua en la cara. Los dos policías estaban muertos antes de 1978 gracias al tipo que iba a mi lado y que me los entregó en cuanto salí. Aprendan esto, mi gente buena y decente: Mama-Lo no enseñó a su hijo a caminar con la espalda bien erguida pa que luego le escupan como aun perro sarnoso. Y por lo menos este Papa-Lo que está aquí nunca olvida na. O sea, aquí el que olvida recibe. Nos los llevamos hasta el final de Copenhagen City, donde sólo viven los buitres y la mierda de los ricos desagua al mar, y uno de ellos se puso a lloriquearme cosas, que si su mujer no tenía trabajo y que tenía tres chamas, y yo le dije que peor para ellos porque ahora tenían además un padre maricón muerto.”

abriefhistoryofoptHasta tal punto es importante el manejo de la violencia en el texto que el autor lo utiliza para subvertir su significado transformándose en el elemento necesario para llegar a la paz; gracias a ella se llegará a un intento de paz entre los dos grandes capos jamaicanos:

“-Papa –dijo él-. Te me he adelantao. El martes rajé a un men. ¿Quieres que me encargue yo del Matasheriff?

-Pero mira que eres fogoso, ¿eh? No, hijo, no hace falta que te encargues, pero escucha esto –le dije, y le clavé el cuchillo en todo el cuello y le abrí la garganta.

Luego le di tres puñadas más en el costao del cuello mientras mis hombres me tapaban. Luego todos nos alejamos, dejando al mariconcito soltando sangre a chorros en el suelo y pataleando como un pollo descabezado.

Más tarde Matasheriffs me mandó otro mensaje diciéndome que ya era hora de que habláramos. […]Babilonia se había cansado de esperar, así que había encerrado juntos al perro y al gato para que se mataran cuanto antes entre ellos, pero en la cárcel había surgido una vibración nueva. Una vibración positiva.”

Todo esto se convierte en un ingrediente más de los diferentes juegos de poder que se irán sucediendo a lo largo de la novela que recuerdan a las películas de El padrino o cualquier película que se refiera a los cárteles colombianos; en el medio de toda la historia, como un elemento aglutinador, nos encontramos con la figura de Bob Marley, nunca referido como su nombre sino como el Cantante y que es otro de los elementos que sirven para definir la identidad de cada una de las voces narrativas: su relación con respecto a él; el que estoy sea así deviene en una musicalidad inherente que se percibe en la traducción igualmente; su importancia es primordial como eje narrativo, de ahí que subraye su presencia, o su no presencia con variaciones en su forma de mostrarlo; buen ejemplo de ello es el relato de su muerte, desde la voz de los muertos refiriéndose a él en segunda persona como si estuviera presente a su lado:

“El bávaro se retira de escena con una reverencia. Ya nadie habla de esperanza, ya nadie habla de nada. Estás en Miami y no recuerdas el vuelo que te ha traído. 11 de mayo, los ojos abiertos, eres el primero en levantarte (como en los viejos tiempos) pero lo único que ves son unas manos de vieja surcadas de venas negras y unas rodillas huesudas y protuberantes. Hay una máquina de plástico con venas que se te meten bajo la piel y que es lo que vive por ti. Ya tienes ganas de irte a dormir, seguramente por culpa de todas las drogas, pero algo se te acerca con sigilo y ya te das cuenta de que del sitio al que vas esta vez ya no podrás volver. Algo se acerca desde el otro lado de la ventana trayendo una melodía parecida al Master blaster de Stevie Wonder… En Nueva York y en Kingston, las centellas iluminan los cielos de un blanco de mediodía, los truenos retumban y los rayos atraviesan las nubes. Tormentas eléctricas de verano pero tres meses antes de tiempo. Tanto la mujer que se despierta en Manhattan como la que está sentada en el porche de Kingston lo saben. Has muerto.”

Este análisis siempre se quedará corto ante la magnitud de la obra comentada pero espero que, por lo menos, hayan quedado claras algunas de las estrategias que tan sabiamente utiliza el autor y que haya podido trasladar mi entusiasmo ante esta monumental polifonía. Es un camino arduo, cargado de sinsabores pero, ¿cuántas cosas que valgan la pena se pueden conseguir sin esfuerzo?  Id a por él, ¡insensatos!

Los textos provienen de la traducción de Javier Calvo con la colaboración de Wendy Guerra de Breve historia de siete asesinatos de Marlon James editado por Malpaso.

“La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski

CasadehojasEs indudable que la publicación de “La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski se ha convertido en uno de los acontecimientos literarios del año, gracias al trabajo conjunto de las editoriales Alpha Decay y Pálido fuego y de su traductor Javier Calvo, debido al carácter legendario y anti-editable que tiene como aura la novela del norteamericano por sus características tan particulares.

Hay muchas maneras de afrontar la forma de realizar la reseña/crítica de la obra; como referencia, una vez leída, la mayoría de la gente debería leerse este artículo de Javi Avilés, siempre referencial en su blog “El lamento de Portnoy”. En ese artículo se examinan todos los posibles niveles de lectura y se discute sobre el narrador de la novela, sobre Truant y Zampanó. Estoy bastante de acuerdo con lo que comenta y me ha ahorrado tener que hacer un análisis tan cerebral para centrarme en las sensaciones a la hora de leerla. Y es que, aparte de todos los juegos que nos propone el autor, estamos ante una nueva variación de la típica ghost-story aunque anclada en el postmodernismo donde hasta las variaciones tipográficas de las fuentes y la forma que se distribuye el texto en cada página se convierten en parte indispensable de la historia. De esta manera, también evitaré el enfermizo “namedropping” utilizado en varias reseñas para señalar las indudables fuentes del autor.

Como buena historia de terror, sea postmodernista o no, debe transmitirnos desde el comienzo este aire ominoso de encontrarnos ante algo inevitable y más doloroso de lo habitual:

“Al principio fue solamente la curiosidad lo que me llevó de una frase a la siguiente. A menudo pasaban varios días sin que cogiera otro fragmento mutilado, tal vez hasta una semana, y sin embargo siempre volvía, durante diez minutos, tal vez veinte, para examinar las escenas, los nombres, las pequeñas conexiones que empezaban a formarse, las tenues continuidades que se desarrollaban en aquellos resquicios de tiempo libre.

Jamás leía más de una hora seguida. […]

Y luego una noche miré el reloj y descubrí que habían pasado 7 horas.”

Lo mejor de Danielewski es que, así, intenta conseguir ligar la experiencia de los narradores de la historia en la nuestra propia: que nosotros podamos sentir lo mismo, en el siguiente texto está la constatación, busca llamarnos la atención y que habitemos la casa con los protagonistas:

“Por mucha magia iridiscente que haya ahí arriba, vuestra mirada ya no podrá detenerse en la luz, ya no podrá encontrar las constelaciones. Solamente pensaréis en oscuridad y os pasaréis  buscándola horas, días, tal vez incluso años, intentando en vano creer que sois una especie de centinela indispensable nombrado por el Universo, como si con el mero hecho de mirarla pudierais mantenerlo todo a raya. La cosa se pondrá tan mal que tendréis miedo hasta de apartar la vista, tendréis miedo de dormir.”

En las primeras páginas vemos una narración densa que nos ayuda a entender dónde nos estamos metiendo, a partir de que nos hagan conscientes de que la casa es mucho más grande por dentro que fuera (esto me recuerda… no, no lo diré…) todo se vuelve más terrorífico por lo indefinible, aquí no vamos a encontrar terror cotidiano sino algo que no podemos entender porque nos saca de nuestro intervalo de confianza, de lo que conocemos y experimentamos de primera mano:

“El haz de la linterna y la cámara recorren el techo y el suelo en armonía aproximada, infiltrándose en habitaciones pequeñas, nichos o espacios que recuerdan a armarios, aunque dentro no hay camisas colgadas. Pese a todo, no importa lo mucho que Navidson avance por este pasillo en concreto: la luz de su linterna nunca se acerca ni siquiera a tocar el punto y final que prometen las líneas de perspectiva convergentes, sino que se limita a deslizarse más y más y más allá, revelando un espacio tras otro, un flujo constante de rincones y paredes, todas ellas ilegibles y completamente lisas.

[…]

Llegados a este punto, empezamos a entender lo grande que la casa de Navidson es realmente.”

Navidson, el protagonista que vive en primera persona lo que sucede en la casa es quien nos recuerda que no tiene nada dónde agarrarse, no hay puntos de referencia:

“Navidson se da la vuelta a toda prisa. Para gran horror suyo, ya no puede ver el arco, mucho menos la pared. Se ha alejado demasiado para encontrarlo con la linterna. De hecho, da igual adónde enfoque con su linterna, lo único que percibe es oscuridad azabache. Y lo que es peor, el giro que ha dado presa del pánico y la consiguiente ausencia de puntos de referencia hacen que le sea imposible recordar de qué dirección acaba de venir.”

Estamos, además, en un laberinto, sin guías para salir:

“En esencia, los ecos solamente están presentes en espacios grandes. Sin embargo a fin de plantearnos cómo las distancias en el interior de la casa de Navidson se ven radicalmente distorsionadas, tenemos que abordar una serie de ideas más complejas acerca de las circunvoluciones, la interferencia, la confusión e incluso  las ideas des-céntricas del diseño y la construcción. En otras palabras, tenemos que abordar el concepto de laberinto.”

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En uno de los momentos más logrados el texto se convierte en un laberinto de digresiones en las que nos vemos encerrados y que nos hace avanzar adelante y atrás a través de las páginas dándonos precisamente esa sensación de falta de ancla y de estar atrapados narrativamente (en este capítulo es cuando la frase del maestro del terror se me hizo más patente), desde ese momento la expedición que tiene lugar más adelante no hace más que redundar en estas sensaciones de desamparo que sentimos al estar imbuidos definitivamente en lo que nos cuenta, puede que no haya un monstruo visible, pero nos sentimos más oprimidos por estar en un sitio que desafía lo que conocemos, donde nos asentamos:

“Sin embargo, incluso mientras Holloway Roberts, Jed Leeder y Wax Hook se adentran más y más en la escalinata durante la Exploración nº 4, siguen sin tener ni idea del propósito de ese lugar gigantesco. ¿Se trata de una mera aberración de la física? ¿De una especie de distorsión del espacio?  ¿O no es más que un laberinto de setos a una escala mucho mayor? ¿Acaso sirve a un propósito funerario? ¿Oculta un secreto? ¿Encarcela o esconde a alguna clase de monstruo? Tal como descubre pronto el equipo de Holloway, las respuestas a estas preguntas no se presentan exactamente con facilidad.”

Los juegos de páginas se suceden desde esa expedición, algunos como el laberinto o la equivalencia de la secuencia del  balazo con fotogramas de una película son realmente interesantes y contribuyen al avance y a nuestra involucración; otros, sin embargo, resultan un poco pueriles a pesar de lograr un efecto indudable.

De todos modos el autor no deja de subrayar el carácter poco fiable que tiene toda la narración, el texto, las imágenes, todos los niveles de lectura que le busquemos…

“Cuando por fin volví a la casa para recuperar la Hi 8, no pude creer lo deprisa que había sucedido todo en realidad. En la filmación mi salto parece facilísimo y aquella oscuridad no parece oscura en absoluto. No capta el vacío que hay en ella, ni el frío. Tiene gracia lo incompetentes que pueden ser a veces las imágenes.” 

La sensación final cuando se resuelve todo es la de libertad, la de haber vivido una experiencia única; y es en esto en lo que me quería centrar, en la necesidad de leer este libro como una experiencia en sí mismo, entrar en el juego y disfrutar de lo que nos va ofreciendo el autor; funciona más como un “artefacto” que como una novela (de hecho mucho de lo que sucede lo hemos vivido mil veces en otras tantas historias); pero, indudablemente, es una experiencia que hay que vivir, con mente abierta, un disfrute sensorial.

Los textos provienen de la edición a cargo de Alpha Decay y Pálido fuego con traducción de Javier Calvo

“El jardín colgante” de Javier Calvo

Conocí los libros de Javier Calvo hace ya bastante tiempo; el primer libro suyo que leí fue “Mundo Maravilloso”, un libro que; por temática, caracterización de personajes y referencias a cultura pop (sobre todo anglosajona), daba una impresión diferente y/o especial; siempre me ha parecido su obra más redonda. Sus cuentos cortos en “Los ríos perdidos de Londres” eran irregulares pero tenían ese sello inconfundible. Con “Corona de flores” experimentó un poco más con literatura decimonónica con resultado más bien desigual, para luego retomar en “Suommenlinna”, un relato corto, pero intenso y, por qué no decirlo, mágico, las señas más propias de su forma de escribir.

Con “El jardín colgante”, flamante ganador del premio Biblioteca Breve 2012, se evidencia un posible punto de inflexión en el avance literario del escritor.  La trama es sencilla y muy del estilo de los thrillers habituales: los servicios secretos españoles, capitaneados por Arístides Lao, lucharán para desactivar una célula terrorista de nombre TOD (muerto en alemán) y que proviene de sindicatos de extrema izquierda. Lo que cambia de otras novelas suyas es que ambienta la historia en 1977, en plena época  de transición española,  y la enmarca en lo que se ha dado en llamar Cultura de Transición (término acuñado por Guillem Martínez); una cultura que surge de este período y que, resumiendo, se trataría de un tipo de cultura gestionada por el Estado y que marcaría lo que debe aparecer en artículos, libros, televisión… quitando aquello que puede remover, “ser problemático”. No porque sea dictado por alguien sino más bien porque se convierte en una tendencia establecida: mantener el orden inherente y confortable.

Teniendo todo esto en la cabeza voy a la novela: Calvo estructura la historia en dos partes bien diferenciadas: “Meteorito” e “Islote”; a su vez divididos en capítulos cortos donde alterna el cambio de perspectiva,  por un lado los servicios secretos encabezados la mayoría de las veces por Lao (aunque cambia según avanza la trama a Melitón Muria) y por otro lado, el sindicato y el TOD a través de Teo Barbosa, agente infiltrado de los servicios secretos u otros personajes asociados a la cédula terrorista; consiguiendo de esta manera que la novela fluya sin apenas dificultad.

Es en la construcción de los personajes, en esa primera parte, donde se identifican rasgos característicos de anteriores novelas, sólo tenemos que ver cómo describe al repulsivo criptógrafo Arístides Lao: “Lao es bajito y rechoncho, parece ser al mismo tiempo pelirrojo y calvo y lleva unas gafas absurdamente gruesas que le distorsionan los ojos, agrandándolos o bien reduciéndolos según el ángulo con que uno mire”, “hay algo en su cuerpecillo blando y lechoso que le da aspecto de alimaña extraída de su caparazón y expuesta a los elementos”. ¿Es casualidad que se le llame “agente Sirio” en el libro? Sirio es la estrella más brillante del cielo nocturno y bien conocida desde la antigüedad en varias civilizaciones (Egipto, Grecia, Polinesia…), volveré a ello más adelante.

El otro gran protagonista es el sátiro y socarrón Teo Barbosa, infiltrado en TOD y que se ríe de todo y de todos causando problemillas a los jefes del sindicato “¿Por qué no nos vendemos ya, igual que todos los demás? Si nos damos prisa igual nos dan un despacho como Dios manda.”

En medio de esta confrontación de fuerzas conspiratorias, donde los servicios secretos intentan conseguir que su agente infiltrado llegue a lo más profundo de la organización terrorista,  siempre aparece de telón de fondo el “Meteorito”: “Un orden superior de cosas acababa de penetrar el nuestro”. Parece inevitable que con la caída de ese meteorito todo vaya cambiar: “España empieza a no ser el mismo lugar que era hace un mes. Hace una semana. Empieza a ser un lugar distinto al que era el día anterior.” Este meteorito le puede servir al escritor para simbolizar este cambio que vendría, tanto a nivel del libro como en  nuestra propia realidad, la incertidumbre de comprobar si de verdad se va a realizar este cambio, TOD habla así del estado en los siguientes términos: “Su cometido ahora es detener la historia. Sepultarla. Crear un presente infinito donde nadie se da cuenta de que está bajo un conjuro. Son los Hombres sin Alma.” Y se atribuye como promotora de este cambio:“Somos la muerte. Somos lo que hace falta para que la historia se vuelva a poner en marcha. Hace falta la sangre y el sacrificio. Para poner todo a rodar otra vez. Somos el beso del príncipe”.

En los párrafos anteriores se observa otra  de las alegorías que utiliza con frecuencia, esta de forma bastante continuada, y es la de los cuentos de hadas; de hecho, los nombres clave de los componentes de la organización terrorista son nombres de estos y utiliza diferentes metáforas relacionadas con ellos. ¿Pretende dulcificar de alguna manera lo que está contando? O simplemente, en consonancia con el significado de TOD, quiere decir que sus cuentos de hadas nunca van a fructificar,  que están muertos de antemano.

Es curioso indicar que la introducción del criptógrafo Lao (cuyo verdadero ideal “en términos abstractos, sería usar una clave que fuera tan larga y compleja como el propio texto a cifrar”) añade elementos de tipo tecnológico en la historia,  no en vano se habla de introducir un elemento para provocar el caos, el aumento de la entropía,… todo esto tiene ecos de Pynchon y resulta original en la concepción de la novela, ya que no lo había utilizado anteriormente.

La historia avanza en un suspiro, y se llena de elementos clásicos del género, interrogatorios brutales, persecuciones, pruebas de iniciación a las organizaciones… hasta llegar a una apocalíptica y desenfrenada parte final que desemboca en un baño de sangre que aclara parte de lo que he comentado con anterioridad. En el discurso final de Blanco, mandamás del sindicato, ante los acontecimientos sucedidos, la ironía está servida “Es 1978 señor Barbosa. Lo estamos borrando todo. Los crímenes del pasado, los nombres, las caras. Nosotros somos las excavadoras.” Y que termina con una terrible necesidad, la de “una amenaza que nos acompañe. Que nos permita seguir teniendo las riendas a los que realmente nos preocupamos por este país”.Ello coincide con su descripción física “a Blanco se le ruboriza la cara. Esa cara sin rasgos llamativos que a priori uno asociaría con oficinistas grises o dependientes de grandes almacenes pero que en la vida real solamente pertenece a gente cuyas ocupaciones verdaderas nunca se dicen en voz alta”, en la que vemos ecos sorprendentemente parecidos de la primera descripción que se hizo de Arístides Lao, ese agente Sirio con ecos del pasado, reconocido desde siempre por varias civilizaciones y que puede simbolizar el querer perpetuar un orden a lo largo de la historia, como la presencia de la estrella.

¿Hay diferencias entre unos y otros? ¿Somos conscientes de esta situación? “La cuestión es que cuando por fin conseguimos ser libres, no somos conscientes de que lo somos. Por la venda que nos tapa los ojos”. Parece que Javier Calvo quiere llamarnos a expresar una disconformidad con este orden inherente.  Sin duda estamos ante una novela que supone, al menos, un cambio con lo que había hecho anteriormente. Habrá que ver por dónde sigue a continuación ya que siempre resulta interesante leer sus novelas.

Valoración del libro: