Me encanta reírme. La gente que me conoce sabe que es así. No hay muchos autores que me saquen una carcajada espontánea, ese tipo de risa que, en el caso de que vayas leyendo en transporte público, suele generar miradas de extrañeza y escándalo en la gente que está alrededor y que puede causarte una vergüenza considerable porque no has sido consciente de hacerlo. Uno de los escritores con el que me ha pasado esta situación es el señor Antonio Orejudo.
Dice el propio Orejudo hablando sobre este libro: “mi primera novela gusta a los que han estudiado o han leído mucho”, curiosa forma de intentar definir el público que ha acabado siendo receptivo a esta novela, que fue publicada en 1996 y que ha sido recientemente reeditada. Pero es cierto que su intertextualidad ha hecho que sea aún más atractiva para mí, esto unido al humor del que hace gala, y ya tenemos dos de los motivos principales para recomendarla.
La premisa de la novela es la historia de tres amigos que se conocen en una residencia de estudiantes en Madrid durante los años 20. En plena ebullición de las tertulias culturales y con la Generación literaria del 27 a punto de surgir. Por sus páginas desfilan Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Lorca… y otros personajes de aquella época.
La narración se mezcla con cartas de 1987 y de otros años, con carteles publicitarios de la época, con textos de los personajes que van saliendo, con cartas que se publican en la revista erótica “La pasión” y las respuestas a esas cartas… completando mezcla de estilos, historias y tiempos que otorgan tal credibilidad, que te da la impresión de estar viviendo en esa coyuntura, aunque sabes que no es así, porque la parodia está presente en todo momento. Una virguería a nivel de estilo y estructura. De esta manera el dinamismo es más que patente, no da tiempo a que se vuelva monótono.
Lo más increíble es que, a pesar de lo anteriormente dicho, el autor no se limita a presentar textos más o menos divertidos, más o menos irreverentes, más o menos creíbles, sino que busca la reflexión continua otorgando a la obra diferentes niveles de lectura y sobre todo compromiso.
Le preocupa la forma y creación de la literatura: “Eso de que el lector es también escritor es una excusa que se buscan los perezosos y los malos escritores”, anticipando a Barthes en este momento y su teoría de la “muerte del autor”. “Para llegar a lo sublime debemos atravesar las amargas tierras del trabajo; no hay otro camino”, el talento es necesario pero el trabajo más.
También alude en varias ocasiones la dificultad para que la literatura sea apreciada por el público, con perlas como estas:
“Ya se sabe que a los españoles los escritores y los cerdos sólo nos gustan después de muertos”
“En un país donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior se dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más rematadamente imbéciles”
Al final, y a pesar de acabar la novela de una manera extraña, absurda, tan diferente al tono anterior, busca precisamente recalcar el mensaje: nos ofrece fabulosas narraciones por la verdadera historia que sucedió, pero en esas narraciones está el reflejo de una época, de una forma de hacer literatura, de un compromiso con lo que haces (“Por eso mis simpatías siempre estarán en aquellas personas que contribuyan a revelar esa gran mentira, ese fiasco sobre el que hemos vivido tanto tiempo y que se llama cultura occidental, es decir, hipocresía de banqueros y nuevos ricos”).
Es una novela genial, diferente, explícita, irregular, comprometida, irreverente… una obra maestra de uno de los mejores escritores españoles en la actualidad.