Publicado inicialmente en Ópera world en este post.
La propuesta del componente de la Fura dels Baus es aparentemente sencilla: la proa de un barco gigantesco (o sus restos más bien) que cubre la escena prácticamente en su lado derecho; al lado una especie de dunas, en una superficie que puede funcionar como un mar o como tierra firme según los efectos de luces que manejen. Sin embargo, la escena nunca es estática, el barco aparece tapado al principio del todo y según va pasando la ópera se va desmenuzando pieza a pieza gracias a unos incansables trabajadores que no estorban para nada la acción dramática. También aparece una increíble escalera de pendiente abrupta que sirve para que se bajen al principio los tripulantes, más tarde, según se despiece no hará falta este recurso ya que bajan del esqueleto del barco. Gracias al increíble juego de luces de Urs Schönebaum el barco puede pasar a ser el fantasmal del Holandés o las olas de un mar embravecido se convierten en una playa soleada. Todo suma, todo contribuye a la acción con una dirección escénica cuidada y espectacular. El comienzo del tercer acto es el culmen de toda esta parafernalia: las luces espectrales, el cambio de posición del barco (que desaparece ante los ojos del espectador), la distorsión de las voces del coro de fantasmas y su amplificación posterior (no me convence este tratamiento pero reconozco que funcionó en el conjunto) originan una escena espectacular, que roza lo épico en una escena terrorífica y sobrecogedora. El final, en cambio, nos tranquiliza y está en perfecta consonancia con la paz que respira la música de Wagner en el sacrificio final de Senta. Sinceramente, un verdadero logro.
En lo vocal podría haber titulado esta crítica como “Senta, sola ante la adversidad”, gran trabajo el de Ingela Brimberg desde su excepcional (y enrevesada) balada, una pieza en la que más de una soprano ha sucumbido miserablemente; llena de fuerza en sus tres estrofas iniciales, plena de afinación y tratada con gran lirismo en su conclusión. No sólo brilló ahí, sino a lo largo de la toda la ópera, con especial poderío en el tercetto final y el dúo con Erik, lástima que sus compañeros no estuvieron a la altura, especialmente el infame Erik de Shukoff, el problema con Mayer fue más debido a la lejanía de su voz por estar fuera de escena. Lo de Nikolai Shukoff fue la crónica de una muerte anunciada, estuvo tan tirante en su papel durante toda la obra que se veía venir que podía romperse en cualquier momento (como sucedió); da la impresión de que su voz (muy pequeña), estrangulada en los agudos, llena de tiranteces todo momento, no se acomoda a lo que necesita este papel, sorprende especialmente que siga haciéndolo porque me consta que ya se ha roto alguna vez más en estas funciones y denota una falta de profesionalidad que se acerca al absurdo. No me desagradó el Daland de Kwangchul Youn, un cantante con medios vocales interesantes aunque no supo impregnar de nobleza a su papel, especialmente en su monólogo, no fue lo peor de la noche desde luego. Correctos los cortos papeles de Kai Rüütel como Mary y de Benjamin Bruns como el Timonel.
Parece mentira, pero a este Holandés lo ha salvado especialmente la escena, todo un lujo que se puede disfrutar todavía. No pierdan ocasión de hacerle un hueco en sus vidas.
Las fotos pertenecen a Javier del Real.