Es difícil escribir algo sobre “La noche a través del espejo” de Fredric Brown en la preciosa edición de “Reino de cordelia” sin caer en el entusiasmo fácil y en los lugares comunes: Obra maestra, imprescindible, mecanismo de relojería, adictivo, se lee en un santiamén, etc…
Pero quizá es necesario recurrir a ellos de vez en cuando para que, en este caso, todo el mundo se entere de que es un Must-Read, sin comentarios crípticos que la emborronen.
Hacía ya varios años (desde 1987) de la edición de la maravillosa colección de Etiqueta Negra de Júcar y era prácticamente inencontrable. Reino de Cordelia nos trae una nueva traducción de la obra (fantástica por cierto) de Susana Carral y una edición exquisita para que podamos disfrutar como se merece este clásico.
En el prólogo de Juan Salvador (sí, de la librería Estudio en Escarlata) tenemos una condensación de las diversas virtudes por las que se ha hecho célebre:
“La noche a través del espejo” es una novela redonda, de embriagadora precisión. Por eso es complicado decir qué me gusta más de ella. La trama llena de giros y sorpresas, los tragos de whisky, la crítica a la política y al periodismo, los personajes cercanos y creíbles, el bar de Smiley, la atmósfera nocturna y onírica, el despliegue de humor y paradojas, o el juego de espejos y distorsiones con Alicia en el país de las maravillas y A través del Espejo y lo que Alicia encontró allí, de Lewis Carroll.”
Leer estas razones una vez acabado realza aún más las sensaciones que tuve, ese indefinible halo de felicidad que surge cuando te encuentras una lectura tan plena.
Doc Stoeger, el periodista dueño del Clarion, es el narrador; el espacio temporal es la noche y parte de la madrugada de un día; el espacio físico es la ciudad en la que vive, el bar de Smiley, un pequeño grupo de localizaciones que se envuelven en un sueño; nuestro protagonista, como Fredric, ama la literatura:
“Pero me conformo, todas las noches, con mis libros. Recubren por completo dos paredes enteras de mi salón y desbordan las librerías del dormitorio; incluso tengo una estantería en el baño. ¿Cómo que incluso? Creo que un baño sin una estantería está tan incompleto como lo estaría sin retrete.
Además, son buenos libros. No, no me sentiría solo, ni aunque Al Grainger faltara a nuestra partida de ajedrez. ¿Cómo iba a sentirme solo si llevaba una botella en el bolsillo y me esperaba tan buena compañía? Leer un libro es casi como escuchar al hombre que lo escribió dirigiéndose a ti. En cierto modo es mejor, porque no te obliga a ser amable con él. Puedes cerrarlo y hacerlo callar en el momento en que te apetezca y dedicar tu tiempo a otro. Puedes descalzarte y apoyar los pies en la mesa. Puedes beber y leer hasta olvidarte de todo, excepto de aquello que lees y de que llevas encima la cruz de un periódico que te pesa día y noche, hasta que llegas al refugio de tu hogar, donde olvidas.”
Hacía tiempo que no me encontraba una definición tan redonda como esta de leer un libro: “escuchar al hombre que lo escribió dirigiéndose a ti” pero sin la obligación de sentirte amable con él, la lectura como afición libre, sin obligaciones, y que te ayuda a “olvidar” cuando te sumerges en él.
Su único sueño como periodista es conseguir tener una exclusiva en portada, todas las posibilidades de hacer algo diferente se le truncan, una tras otra; parece que todo está en contra y su único refugio es tomar una copa en el bar de Smiley (el sonriente!!) caracterizado por un humor difícil de entender a pesar de reírse cada dos por tres.
A esa noche sin pena ni gloria se le añade el contrapunto de conocer, en su propia casa, al enigmático y extraño Yehudi Smith, que viene a turbar su ánimo dándole la vuelta a todo en lo que creía, resaltando la fantasía, la ficción, como la mejor manera de reflejar la realidad:
“-Doctor ¿alguna vez se le ha ocurrido pensar que las fantasías de Lewis Carroll pueden no ser fantasías?
-¿Se refiere a que la fantasía suele estar más cerca de la verdad esencial que la ficción que quiere parecer real? –pregunté.
-No. Me refiero a que son literal y realmente ciertas. A que no son ficción, que son reportajes.”
No solo le da vuelta a sus creencias sino a su propia existencia:
“-Que hay otro plano de existencia, además de aquel en el que vivimos. Que podemos tener acceso a él y que, en ocasiones, lo tenemos.
-Pero ¿qué clase de plano? ¿Un plano de fantasía “a través del espejo”? ¿Un plano onírico?
-Exacto, doctor. Un plano onírico. No es una explicación totalmente precisa pero, de momento, no puedo ampliársela más.”
Y le invita a una reunión de “fanáticos” de Lewis Carroll y, en particular de sus dos obras de Alicia. En su desesperación acepta y a partir de ahí nada será igual, los hechos extraños y aparentemente imposibles van desencadenándose, produciendo una atmósfera donde lo aparentemente real se yuxtapone con la materia de los sueños, llevándole a una situación en la que se empieza a dudar de su propia cordura:
“¿Por qué no? Formaba parte del patrón. Tenía que haberlo imaginado. No por el tipo de letra, casi todos los talleres tienen la garamond ocho, sino porque la botella del “bébeme” contenía veneno y Yehudi no iba a estar allí cuando Hank fuese a buscarlo. Seguía un patrón y yo ya sabía cuál era: el patrón de la locura.”
No voy a contar más, porque precisamente la trama es uno de los grandes puntos fuertes, engranaje a engranaje se irá ensamblando y lo único que nos quedará es asentir, levantar la cabeza y sonreír satisfechos.
Como bien dice Juan Salvador, bebamos una copa a la salud de Fredric Brown y degustemos el libro como se merece, sorbo a sorbo, sueño a sueño.
Los textos vienen de la traducción del inglés de Susana Carral de “La noche a través del espejo” de Fredric Brown en Reino de Cordelia