Qué mejor forma de empezar mi homenaje particular a Dickens, a los doscientos años de su nacimiento en 1812, que leyendo la biografía que el novelista británico Gilbert Keith Chesterton, gran admirador suyo, le dedicó en 1906. Qué mejor forma de profundizar en su literatura y en su persona que a través de quien mejor le supo comprender.
Repasando el otro día mi biblioteca, resulta que Chesterton es el segundo escritor del que más libros tengo y el segundo al que más he leído (el primero llegará más adelante, ya lo comentaré en una crítica futura que se está modelando en mi cabeza) y tenía unas ganas tremendas de dedicarle unas páginas a algún libro suyo. La oportunidad apareció cuando se me vino a la cabeza que este era el año Dickens, y, casualmente, esta biografía se encontraba al lado de los librosdel inmortal escritor (sabia decisión). Por lo tanto, las cartas estaban dispuestas. Mi musa particular me estaba inspirando doblemente.
¿Y qué podemos decir sobre Chesterton? Posiblemente nos encontremos ante uno de los mejores escritores de la historia, polifacético hasta niveles insospechados, capaz de escribir todo tipo de obras: poemarios, obras de teatro, novelas policíacas, novelas históricas, ensayos, biografías, libros de viajes, textos filosóficos y religiosos, etc. Prolífico hasta lo inconcebible, sobre todo teniendo en cuenta que, desgraciadamente, sólo llegó a vivir sesenta y dos años. Se le llamó el “príncipe de la paradoja” por el uso que hace de este medio estilístico, llevado hasta sus últimas consecuencias como, posiblemente, nadie ha hecho ni hará jamás. A mí me encanta llamarle “profeta del sentido común”, ya que toda su obra, genial, está escrita teniendo en cuenta “el menos común de los sentidos”. Sería estéril, de todos modos, dedicarle más adjetivos, porque nunca harían justica, hay que leer sus libros, hay tanto que descubrir en ellos. No me gustaría quedarme sin nombrar alguna obra emblemática como “Las novelas del padre Brown”, un prodigio en sí mismas, una forma distinta de escribir literatura policíaca con un personaje estrambótico y enternecedor como es el padre Brown; “El club de los negocios raros”, una de esas novelas suyas enigmáticas, sorprendentes, como “El hombre que fue jueves”. Y, cómo no, acabar con esa obra inclasificable que son los “Cuentos del arco largo” que es, simplemente, magistral.
Y, claro, también podríamos empezar con “Charles Dickens”. En este caso nos encontramos ante una biografía centrada,como el mismo escritor dice, en su parte literaria. No vamos a encontrar más que un par de fechas en todo el libro y relatará su vida en tanto en cuanto le sirvan para justificar el ensayo literario sobre el autor.
En los primeros capítulos, Chesterton se dedica a describir la época, sobre todo en contraposición a lo que otros biógrafos habían escrito sobre ella: “Mas hubo un mundo que de todos esperaba algo. Un mundo que exaltaba a cada hombre enviándolo a la grandeza. Su expresión viva, en Inglaterra y literatura se llama Dickens”. Es evidente que no fue una época fácil, pero, al contrario de lo que estamos viviendo, la esperanza era una virtud. Sí que es cierto, que, a pesar de las dificultades que vivió Dickens en esos primeros años, no solo sobrevivió sino que forjó su carácter (“Las vicisitudes de la vida rompen a muchos los huesos; nunca se ha probado que rompan a nadie el optimismo”).
Estos primeros capítulos le sirven al orondo escritor para presentar una de las grandes virtudes de nuestro protagonista: “No es que esos lugares se le grabasen a Dickens en el pensamiento; es que su pensamiento se grabó en ellos. Aquellas calles poseyeron después para él poesía y alma; impregnadas quedaban de los colores purpúreos de la trágica mocedad y teñidas para siempre de crepúsculos irrevocables.” No en vano, las atmósferas, la forma de describir los lugares, la época, etc. son tan vivos que se pueden ver, palpar, oler…
Comono podía ser de otra forma G.K. Chesterton utiliza la paradoja para modelar, a su manera, lo que es Dickens para él. Así, cuando habla especialmente de esta primera etapa de su literatura, sentencia que “a fuerza de ser absurda sin más, una cosa cualquiera puede hacerse divina. Y de lo ridículo a lo sublime solo hay un paso”, o cuando habla de dos de sus grandes características: “Esas dos principales virtudes de Dickens – la de ponerle a uno la carne de gallina y la de hacerle retorcerse de risa- iban en él hermanadas; nunca una lejos de la otra” “Dickens se relamía con lo terrorífico como se relamía con el pudding de navidad. Porque era un optimista y podía darse un banquete con cualquier cosa”. Siempre consigue que tengamos una sonrisa en la boca.
Según van pasando las páginas, Dickens deja de ser un extraño para los que lo leemos, ya que “Dickens permanecerá como señal imperecedera de lo que ocurre cuando un gran genio de las letras tiene un gusto literario coincidente con el común de los hombres”; cuando lees Chesterton sabes que en algún momento aparecerá y aquí está: el ensayo le sirve para dilucidar sobre la importancia del sentido común, y más cuando se aplica al gran escritor inglés, “lo esencial en el carácter de Dickens es que el sentido común fuese tan unido a una sensibilidad descomunal”; de hecho, aprovecha para definir el sentido común como “el equilibrio perfecto de sensibilidades”.
El ensayo no carece de rigor, lo podemos ver al empezar a describir la segunda etapa de su literatura, la que empieza con “David Copperfield”; aquí Chesterton no puede evitar hablar irónicamente del término “reeducación realista de Dickens” ya que, para él, “Dickens resultaba tanto más exacto cuando más fantástico era”, y concluye refiriéndose a sus últimos libros: “Desde entonces y hasta el final, sus libros se van haciendo cada vez más graves y va pesando en ellos una mayor responsabilidad; si no siempre gana el creador, el artista se hace cada vez más diestro”. No puede evitar reconocer (honesto y riguroso) que prefiere al creador, el de su primera época, que al mejor artista de más adelante.
En la parte final del ensayo-biografía, llega a sus últimas consecuencias, a definir lo que de verdad hace grande a un escritor como Charles Dickens, presentando los últimos esbozos de su personalidad presentes en todos sus libros. Expresa la idea de que “lo que le importaba era el carácter, o sea, algo no solo más importante en sí que el intelecto, sino mucho más interesante”, para desarrollarla a continuación, dando matices a ese carácter; ya que “siempre encontraremos esa riqueza y desbordamiento de la personalidad donde la halló Dickens: entre los humildes”, acabando con la idea inherente en su literatura y de la que Chesterton tampoco está muy alejado: “Es en la vida cotidiana adonde hemos de ir a buscar portentos y prodigios”.
Quizá todo esto sirva para atisbar en sus libros el tremendo éxito de Dickens, tanto a nivel popular (fue el best-seller de su época) como de crítica, y lleva al biógrafo a ser capaz de decir sin ningún rubor: “Pues yo me atrevo a arriesgar la afirmación de que cuantos más años pasen, y se haga un cribado mayor, Dickens dominará toda la Inglaterra del siglo XIX; él solo ocupará el pináculo” . Sinceramente, estoy totalmente de acuerdo con esta afirmación, y eso que la época fue increíble en cuanto a creación literaria, pero Dickens siempre brillará con luz propia.
Me gustaría acabar con la frase utilizada para introducir el libro y que, me sirve igualmentecomointroducción para descubrir la obra de este escritor imperecedero: “Rinde la misma flor de tu cultura; renuncia a lo más preciado de tu orgullo; abandona la desesperanza antes de entrar aquí”. Abandonemos la desesperanza que nos ocupa y descubramos a Dickens.