Llegan las vacaciones y yo cada vez tengo menos tiempo para escribir reseñas; aun así, no quiero dejar pasar la oportunidad de dejar algunos libros en el limbo veraniego, por lo menos con un poco más de extensión que un simple resumen, este es el caso de las que traigo hoy; reseñas “express” de tres novelas cortas, de muy diferente temática cada una de ellas:
“El adoquín azul” de Francisco González Ledesma, Menoscuarto ediciones nos trae a un ya crepuscular Ledesma, grande de la novela policíaca, inconmensurable autor pulp, ciudadano de Barcelona con una capacidad de observación por encima de lo habitual; para mostrarnos una típica historia de postguerra en Barcelona cuyos protagonistas son Montero, traductor y poeta, herido en una redada que escapará gracias a Ana, la mujer de su peor enemigo; en Montero se aglutinan las inquietudes del autor, sobre todo en lo artístico, aunque también conforma la lucha contra un orden establecido:
“Montero escribía sobre cosas tan perfectamente frágiles como las calles que cambian y las mujeres que envejecen, y supongo que eso hizo que no se le considerara nunca un poeta de valores permanentes, al revés de lo que ocurre con los sabios que te cantan a ti, Señor, a la patria o a la madre, inversiones espirituales siempre seguras y que Montero desdeñó. Yo no sé si fue un gran poeta, pero imagino que debió de serlo, porque no lo cita ninguna antología y porque alguna vez, sin embargo, he oído sus letrillas en la calle, en boca de alguna vieja que aún las recuerda. Montero interpretó la luz de los portales, la risa de los niños, el llanto de las mujeres y la mirada de los perros, es decir, hizo un trabajo perfectamente inútil sobre cosas pasajeras de las que ninguna historia se acuerda.”
La historia de amor entre los dos protagonistas se funda en lo que se no se dice, en ese verdadero amor basado en el silencio:
“El verdadero amor –le hubiera gustado escribir a él- es el que está hecho de silencios, el que no necesita afirmarse, el que tiene como único soporte un tiempo hecho para dos. El verdadero amor no es un grito –pensaba-, es un susurro.”
Sobrevivirá al tiempo, a un tiempo que refleja el devenir del autor, un autor que es cada vez más consciente de lo que ha vivido.
Curiosa propuesta la que nos trae la editorial Ardicia en “El general Ople y Lady Camper” de George Meredith, una poco común historia de amor entre el militar retirado, el general Ople, y una excéntrica vecina, lady Camper, en el marco de la campiña británica; se trata de una comedia amable donde asistimos a la lucha del general por entender a su vecina:
“Desde primera hora, el general Ople se hallaba listo para iniciar la batalla. Sus fuerzas consistían en la anticipación de la victoria, un aseo personal meticuloso y, en el terreno de la palabra, un insólito espíritu emprendedor, porque lady Camper ya no le inspiraba aquel temor reverente de antes.”
De la que acabará enamorada locamente; con la simple pronunciación de una palabra basta para que esto ocurra:
“¡Y pensar que esa mujer está a punto de convertirse a la nuestra! De no haber tenido la certeza absoluta de que esas cosas no existen, el general habría creído que estaba en manos de una bruja.
El “adieu” de lady Camper fue absolutamente maravilloso: amable, cordial, íntimo sobre todo, capaz de satisfacer los anhelos del general; el “adieu” de una mujer elegante y delicada que acaba de abandonar el fondeadero de los cuarenta para poner rumbo a la cincuentena.”
Es novedoso el empleo de la mujer como verdadera dominadora y conductora de la relación en la época; de hecho, el general retirado notará como todo aquello en lo que cree, su intervalo de comodidad, tiene que cambiar para poder conquistarla; es inevitable que sienta que, cual bruja, ella le tiene hechizado:
“¿Por qué ejercía Lady Camper tanto poder sobre él?… ¡Una señora que ocultaba sus setenta años con una caja de colorete o un pote de pintura! Era una brujería de la peor especie. Llevaba seis meses a sus órdenes, haciendo vida propia de un animal, degradado ante sí mismo, amoscado por las risas ajenas, perdido, sobrecogido y, por así decirlo, marcado o herrado, para luego dejar que el proceso se repitiera.”
Sin ser una obra que vaya a pasar a la historia, funciona bastante bien esta pequeña historia de amor casi en la senectud; se lee con gusto y ayuda a pasar un buen rato.
Los textos provienen de la traducción de Pepa Linares de “El general Ople y Lady Camper” de George Meredith en Ardicia.
Para acabar, empiezo a empaparme en la prosa de Ana María Matute, recientemente fallecida y de la que no había tenido la oportunidad de leer alguna obra suya; para remediar esto “Pequeño Teatro”, obra que ganó el planeta a pesar de la juventud de su autora en el momento de escribirla:
Ese “Pequeño teatro” supone la metáfora de la vida, una vida que se caracteriza por su amargura:
“El tiempo descendía, rodando, impasible. Marco se miraba la muñeca, porque no tenía reloj. Pero las horas tampoco le importaban. Lo único que importaba era ganar tiempo. La luz iba hundiéndose en el mar, como si las olas la tragaran. Marco notaba entre sus labios un sabor salado, embriagador. “Hay una vida, es indudable. En alguna parte, andará escondida la vida.” La vida es violenta, brutal, y a veces deja en el paladar un regusto agrio y seco de polvo. “Pero hay una vida. Tiene que estar en alguna parte, esperándonos. Yo creo que algún día…”. Entonces, Marco olvidó. Marco olvidó el polvo, la sed, el tiempo y la infancia solitaria.”
Los inolvidables personajes son muñecos, marionetas zarandeadas por la vida, verdadera manejadora de las cuerdas de nuestro destino; hay mucha poesía en cada momento de esta historia de amor que va más allá de lo efervescente preciosista y que se acerca más a lo que tiene de oscuro el amor, o su falta de él:
“Súbitamente, Kepa experimentó una gran decepción, salió de allí, con paso rápido. En realidad, Kepa huía. Huía de su casa, de su hija, del muchacho. De aquel muchacho, que, en un rincón, le miraba anonadado y confuso. “Todo es siempre igual. El vacío, la tristeza, la inútil soledad. Yo sé de hombres que no encontraban la orilla, que se ahogaban sin remedio y no alcanzaban la orilla. Siempre igual. ¿No acabará nunca?”
Cuadro que refleja con toda su sordidez (belleza igualmente) el desigual camino que tenemos que seguir todos. Ciertamente dolorosa, pero hermosa sin lugar a dudas. Vaya legado el de Matute.