Da un poco de vergüenza reconocer, a estas alturas, que no había leído nada del escritor austríaco Stefan Zweig. Pero todo se puede solucionar, y estoy dispuesto a pagar mi deuda pendiente con él a partir de ahora mismo. Se ha escrito mucho y muy bueno sobre él, por lo tanto dudo que pueda aportar algo sustancioso; lo que sí me propongo es poner mi granito de arena para que, aquella gente que no lo conozca aún, pueda acercarse a este magnífico autor.
Dicho y hecho, el primer libro que me recomendaron para empezar fue “Momentos estelares de la humanidad” (en adelante “MEDLH” para abreviar), y no podía ser mejor opción, estamos ante una de esas obras ineludibles de la historia de la literatura.
Stefan Zweig (1881-1942) fue un escritor austríaco de principios del siglo XX, nacido en el seno de una familia judía y que alcanzó mucha popularidad en su tiempo, capaz de crear novelas, relatos y biografías, fue uno de los primeros intelectuales en criticar a Alemania en la segunda guerra mundial.
Para realizar sus “MEDLH”, trabajó durante veinte años, y la obra está compuesta por catorce frescos históricos, momentos puntuales, que el escritor consideraba muy importantes para la historia de la humanidad. Estos relatos a medio camino entre el relato histórico y el ensayo, son tremendamente eclécticos y van desde Cicerón a la presidencia del presidente norteamericano Woodrow Wilson pasando por la composición de “El Mesías” y la conquista del polo sur, no se limita a explorar esta forma literaria sino que algún relato lo modela en forma de poema (“Momento heroico” con Dostoyevsky) o como obra de teatro (como el que afecta a Lev Tolstoi). Y todo ello, escrupulosamente ordenado de manera cronológica.
A mí inicialmente me echaba un poco para atrás la implicación histórica, no suelo aceptar con facilidad este tipo de relatos, suelen aburrirme en demasía, pero claro, en cuanto empecé los “MEDLH” todas esas reticencias cayeron en el olvidó y me dejé subyugar por la prosa inmortal de Zweig, cómo no iba a rendirme con momentos como este en el primer relato de Cicerón:
“Un estremecimiento recorre a los oyentes, mitad miedo y mitad admiración por ese hombre viejo que solo con el valor del desesperado, de una íntima desesperanza, defiende la independencia del hombre de espíritu y el derecho de la república”
O el apasionante relato sobre la “Huída hacia la inmortalidad que tiene a Núñez de Balboa como personaje destacado: “Pero incluso con sus favoritos, el destino no siempre se muestra magnánimo. Rara vez conceden los dioses a los mortales más de una hazaña única e imperecedera”.
La elección de los momentos era también esencial y la personificación (imprescindible) que utiliza el autor para cada uno de ellos, hace que tengamos aún más implicación emocional; yo estaba rendido ante tales lecturas, pero entonces, aunque no lo parezca, llegó lo sublime: el capítulo llamado “La resurrección de Georg Friedrich Händel”.
En ese insigne capítulo observé a un Händel hundido, abatido, sin ganas de vivir, que resurgirá de sus cenizas mediante la composición de su legendario “Mesías”, hace gala Zweig de un conocimiento musical mediante la experiencia y lo transmite en palabras y, en mi caso particular, habiendo cantado la obra, llegué al éxtasis, ya que entendí perfectamente lo que pudo sentir el compositor. Esto hizo que vibrara con esa frase referida al primer fragmento cantado por el narrador de la obra y que reproduzco a continuación del texto:
“Con las primeras palabras se estremeció: “Confort ye”. Así empezaba el texto. ¡Consolaos! Aquella palabra… No, no era una palabra sino una respuesta divina, una llamada angelical desde el cielo cubierto a su abatido corazón”
Para llegar al final con su resurrección tras componer el archiconocido y universal “Hallelujah”:
Reflejo de su alegría al componerla y renacer, afirma el compositor: “Nunca cobraré dinero por ella, jamás. Por ella estoy en deuda con otro. Será siempre para los enfermos y los presos, pues yo mismo he sido un enfermo y me he curado con ella. Y fui un preso y ella me liberó”
Inmenso.
Y los relatos que siguen no desmerecen para nada este culmen. Espléndido el momento en el que Grouchy, lugarteniente de Napoleón, tomó la peor decisión para su líder: “La falta de ánimo de un hombre pequeño, insignificante, ha destruido lo que el más osado, el más perspicaz, construyera en veinte años de heroísmo”; o la composición de la “Elegía de Marienbad” por Goethe, en palabras del escritor austríaco: “Podemos considerar memorable aquella fecha, pues desde el punto de vista de los sentidos, la poesía alemana no ha conocido un momento más grandioso que aquel en el que el más primigenio sentimiento se vertió en este imponente poema”.
No quisiera dejar de nombrar, por lo menos, el increíble capítulo relacionado con el Capitán Scott, es difícil mostrar de una manera tan descarnada y poética la desesperación de un héroe: “Todo el trabajo, todas las privaciones, toda la angustia, ¿para qué?, escribe Scott en su diario, nada más que por un sueño que se ha derrumbado”.
Sin alargarme más en la apología de un texto como este, imprescindible obra maestra para aquel que se jacte de apreciar la literatura, y que se defiende por sí mismo sin necesidad de críticos como yo. Quiero, eso sí, acabar con una última cita de Zweig: “Una vez más, en medio de la niebla, se desvanece en lontananza la eterna quimera de un mundo humanizado”, el signo de nuestros tiempos.