Aunque ya hace un tiempo que presencié la función de la primera ópera en versión escénica de la temporada del Real, siempre me gusta dejar pasar un tiempo antes de publicar mi comentario y sensaciones con respecto a cualquier ópera que visiono; durante ese tiempo de reflexión suelo realizar una segunda escucha en la versión o versiones que tengo para complementar y, sobre todo relativizar el ardor inicial que pueda tener; esto es muy interesante para mantener la perspectiva; es decir, las versiones grabadas, evidentemente suelen tener los mejores intérpretes, si eliges bien, de las obras en cuestión, y es poco saludable idealizarlas, porque originaría que nunca disfrutaras de ninguna versión en directo; esto es muy aplicable para el caso de óperas de Wagner, por poner un ejemplo de rabiosa actualidad por la crisis de voces “wagnerianas”.
Además en esta ocasión tengo una impresión más para enriquecer el comentario, ya que recomendé a unos amigos ir a verla y coincidimos en el día pudiendo presenciar sus sensaciones, muy interesantes, que se produjeron: neófitos que descubrían por primera vez este placer inconmensurable para los que ya estamos enloquecidos con el género.
Ya comenté aquí que esta iba a ser el primer plato fuerte de la temporada y desde luego por su música merecía empezar la temporada escénica. No hace falta comentar la sinopsis ya que no es el objetivo de esta crítica sino su representación tanto escénica como musical.
“Boris Godunov” tiene sus raíces en la novela homónima de Pushkin que reflejó los hechos históricos de la época (muerte del zar Iván IV y el advenimiento de la dinastía Romanov) y con ella Mussorgsky quería reflejar a modo de metáfora mezclada con la realidad, los problemas del abuso de poder de los líderes políticos y cómo afecta tradicionalmente a los más desfavorecidos: el pueblo que sufre esos vaivenes y desórdenes autoritarios. El tema está de rabiosa actualidad y el montaje escénico jugaba con la referencia histórica y intentando actualizarlo como comentaré a continuación.
La escena de Johan Simons, pues, constaba de un gran escenario de fondo más o menos diáfano que reflejaba una especie de ciudad con muchos pisos, más parecidos a cuevas, con una parte del escenario movible que subía o bajaba según las circunstancias y lo que fuera necesario realizar: separar ambientes, crear un podio a media altura para la coronación del zar, mostrar las cámaras reales con sus dormitorios, etc; esto, unido a los cambios de luces continuos mostraban una escena más o menos dinámica, los figurantes y el coro, eso sí, aparecían con vestidos que simulaban época pero que estaban muy actualizadas a los tiempos que corren, de hecho, en la parte final y como guiño evidente a lo que ha ocurrido con las Pussy Riot y su encarcelamiento, el pobre personaje del “inocente” aparecía con tres figurantes tapados con unas medias de colores muy parecidas a las que lucían las componentes del grupo “punki”, reflejo actual de lo que Mussorgsky quiso significar en su época; hay que reconocer que con estos arreglos, el montaje funcionaba, no estorbaba a la música y podía mostrar momentos minimalistas y épicos, que, además, eran observables desde la mayoría de los puntos del teatro sin perjuicio para los espectadores.
Mayores problemas presentaba el aspecto musical que, sin ser erróneo, desde luego no llegaba a la excelencia. La dirección musical de Harmut Haenchen fue demasiado plana, parca en detalles, sin sacar todo el jugo que se le puede extraer a una partitura excelsa; esto se evidenció sobre todo en los fragmentos más intimistas, como el dúo entre los personajes de Grigori y Pimen, que resultó, especialmente para los que venían por primera vez, muy largo, pesado, sin grandes momentos; cuando, sin embargo es uno de esos momentos mágicos en contraste con la épica de la coronación. Os pongo un fragmento del monólogo:
Mejoró sin embargo en la parte final sobre todo con la ayuda de los coros y en la muerte de Boris, aún así muy mejorable. En cuanto al elenco de cantantes, hubo de todo; bien el Boris de Günther Groissböck en cuanto a los detalles líricos, aunque en mi opinión le faltó fuerza, esa fuerza de la que hace gala, a pesar de sus años, el increíble Anatoli Kotscherga, antiguo intérprete del papel y que dibujó un Varlaam tremendo. Flojo el papel de Grigori (y falso Dimitri) de Michael König al que le faltó mucha potencia y tampoco resaltó en los momentos individuales. Mejor fue el Shuiski de Margita, de lo mejorcito de la noche en un papel avieso y perverso. A la Marina de Julia Gertseva le fallaron los agudos, muy metálicos y apoyados, que hacían que desafinara en algunas notas y que descuadrara la colocación. Monótono especialmente el Pimen de Ulyanov, contribuyó en demasía al sopor de la escena antes indicada. Correctos el resto, especialmente el “inocente” de Andrey Popov; sobresaliente, sin reservas, la labor del Coro Intermezzo y la de los Pequeños cantores de la JORCAM haciendo el coro de niños, que consiguieron momentos sencillamente sobrecogedores. Os dejo un momento de coro del final de esta obra.
En conclusión, esta primera obra escénica no ha sido un mal comienzo, mejorable, pero lo suficientemente bien realizado para disfrutar y conocer una obra que, ciertamente, es más difícil para los que no conocen este mundo, pero que no es mala forma de empezar… si puedes con ella; está claro que los Puccini, Verdi,… son mucho más accesibles.