Imaginad artículos capaces de explicar el deporte, artículos que fueran capaces de mostrar las grandes gestas, en general, talentos individuales, juego en equipo y, sobre todo, que no se dejaran llevar de las típicas parcialidades. Si esto fuera así, veríamos portadas diversas, incluso podríamos haber visto en portada que Serena Williams ha sido capaz de ganar la desorbitada cantidad de 23 gran slams.
Hay que dejar de soñar, porque la realidad es más bien al contrario, los grandes diarios deportivos no se dedican más que a poner el fútbol en portada, centrado especialmente en Barcelona y Real Madrid… y alguna portada para el Atlético. Lo cierto es que al público no le gusta el deporte, le gusta solo ver ganar a sus favoritos y todo se convierte en un juego de rivalidad que enturbia cualquier juicio crítico. Te llaman antimadridista si dices que has disfrutado del último gol de Messi, no puede haber filtraciones, o te gusta todo lo que haga tu equipo o no eres un verdadero forofo. En este orden de cosas, casi todos los comentaristas deportivos se dedican a escribir “patochadas” llenas de “forofismo” en las que solo describen lo que ha sucedido sin mayor análisis. Es desangelante.
Y no será por oportunidades, la final del Open de Australia de este año 2017 fue calificada por varios medios como “vintage”. No era para menos, se volvía a reeditar el duelo clásico de los últimos años hasta la irrupción de Djokovic y Murray: Rafa Nadal contra Roger Federer. También es cierto que el duelo le encanta a los medios, entre otras cosas, porque el Head 2 Head de Nadal contra Federer es desorbitado a su favor. Sin lugar a dudas, puede ser considerado la bestia negra del suizo, con ningún otro tiene esa desventaja. De hecho, el duelo cerraba un círculo, el que se inició en el 2009, en aquella increíble final Roger Federer acabó llorando de frustración tras haberlo dado todo y darse cuenta de que era insuficiente ante la tenacidad y la resistencia del jugador español.
De ahí que la mayoría de los medios creyeran, no sin razón, que iba a ser otra oportunidad de que Nadal hiciera crecer su palmarés; yo mismo pensé que no iba a haber color en esta final por las características inherentes de ambos tenistas. La historia, sin embargo, nos demostró en este año 2017 que todo puede cambiar: un Roger Federer, de 35 años nada menos, fue capaz de cambiar el sentido de un quinto set y ganar al mallorquín donde siempre perdía. Un momento único sin lugar a dudas.
Nada más acabar la final, me acordé de un ensayo de David Foster Wallace (Recogido en El tenis como experiencia religiosa, con traducción de Javier Calvo) llamado Federer, en cuerpo y en lo otro, que aproveché para volver a leer. El mismo comienzo fue revelador:
“Casi todo el mundo que ama el tenis y sigue el circuito masculino por televisión ha vivido durante los últimos años eso que se puede denominar Momentos Federer. Se trata de una serie de ocasiones en que estás viendo jugar al joven suizo y se te queda la boca abierta y se te abren los ojos como platos y empiezas a hacer ruidos que provocan que venga corriendo tu cónyuge de la otra habitación para ver si estás bien. Los Momentos Federer resultan más intensos si has jugado lo bastante al tenis como para entender la imposibilidad de lo que acabas de verle hacer.”
Inmediatamente me acordé del punto más largo de la final, 26 golpes seguidos entre ambos que terminó con un golpe ganador de Roger Federer; no he practicado tenis, pero ese punto, en el contexto en que se encontraba (quinto set y casi siempre ganado en el pasado por el español) suponía todo un presagio además de producirme las mismas sensaciones que comenta Wallace. Esa increíble sensación de estar ante algo tan increíble como imposible (también me sucedió lo de los ruidos, mi mujer lo puede certificar).
El autor, tras desvelar un Momentos Federer que recordaba de un partido contra Agassi expone cuál es el objetivo de su ensayo, y ese objetivo va más allá de convencionalismos y, sobre todo partidismos por un tenista u otro:
“El presente artículo trata más bien de la experiencia de presenciar el juego de Federer y del contexto de esa experiencia. La tesis concreta que presento es que si nunca has visto jugar en directo a ese joven y de pronto lo ves, en persona, sobre la hierba sagrada de Wimbledon, primero durante el calor literalmente abrasador y luego bajo el viento y la lluvia que imperan en la quincena del torneo de 2006, entonces tienes todos los números de vivir lo que uno de los conductores del autobús de prensa describe como “una puñetera experiencia casi religiosa.”
Lástima no haber podido vivir esa experiencia, ya que no he podido verlo en directo pero, gracias a lo que escribe el norteamericano soy aún más consciente de que no tengo ni idea de la velocidad que llevan las bolas, el poco tiempo que tienen los tenistas para darle ni de lo deprisa que son capaces de moverse. En este contexto, un súper campeón como Federer es, posiblemente, aún más rápido y potente pero con una característica añadida, “la impresión engañosa de serlo sin esfuerzo alguno.”
Me encanta cómo intenta luego explicar esta sensación que produce el tenista, y es especialmente impresionante la que él llama la explicación metafísica según la cual sería uno de esos privilegiados, “atletas sobrenaturales que parecen estar exentos, por lo menos en parte, de ciertas leyes de la física”, esta frase gloriosa emparenta directamente con otros deportistas de élite como Michael Jordan o Zinedine Zidane, el primero siempre parecía que duraba más en el aire que el resto, el segundo llevaba siempre el balón pegado al pie de manera absolutamente imposible. Como si hubieran nacido para practicar estos deportes, como si fueran capaces de practicarlo sin crispación, con un estilo único e irrepetible.
Esta facilidad innata, esta forma de entender el deporte y de practicarlo ha sido y será una tendencia que ha provocado una nueva forma de jugar, Wallace es consciente de esto y lo transmite a la perfección en el siguiente párrafo:
“De la misma forma enfática, empírica y dominante en que Lendl comunicó su lección, Roger Federer está demostrando que la velocidad y la fuerza del tenis profesional de hoy día son simplemente su esqueleto, no su carne. Él ha reencarnado, de forma tanto literal como figurada, el tenis masculino, y por primera vez en años el futuro de este deporte resulta impredecible.”
Los sucesores más recientes han intentado imponer su forma de hacer las cosas, tal es el caso de Murray o Djokovic pero, sin lugar a dudas, les falta bastante para suponer un hito como el que ha supuesto Federer para la historia. Qué suerte tenemos de haber vivido una época como esta.