“Viaje a Rusia” es más anecdótico que otra cosa. No pienso engañar a nadie, no tenemos aquí al mejor Zweig, pero no es una lectura desdeñable. Hay reflexión e, indudablemente, lo que más se perfila es la figura del propio austriaco. Es una manera de conocer aún más a la persona, ya que, alejado de su estilo habitual, opta por un estilo más directo de lo acostumbrado, más allá del virtuosismo, abogando por la claridad de la exposición. Es una manera de conocer al autor más que a su obra.
Solo hay que comprobar sus reticencias a viajar a la Unión Soviética, consecuencia de los miedos del propio autor a una situación europea altamente inestable; será la figura de Tolstoi en forma de homenaje el que le animará a dicha travesía:
“[…] no me acababa de decidir a viajar a la Unión Soviética”, escribió años después Zweig en su autobiografía, “El mundo de ayer” […] La ocasión llegó con ese homenaje a Tolstoi, exento a priori de partidismo y ajeno a la política. Zweig se trasladó a Moscú sin ánimo alguno de elaborar juicios, antes al contrario, sólo con la intención de observar. Y lo hizo, no sin desconcierto, maravilla y alguna sospecha, y sabiendo en todo momento que tan breve visita no podía fundamentar impresiones que aspiraban a tener validez objetiva”
Sus dudas se resuelven una vez está allí, está claro que el cruce de culturas es tan impactante que no puede evitar sentirse en un mundo diferente al que está viviendo habitualmente, hay aquí un rejuvenecimiento del autor, subyugado por Rusia y sus encantos:
“¿Qué otro viaje puede hacerse hoy que sea más interesante y fascinante, más enriquecedor y apasionante, que una visita a Rusia? […] Cada encuentro, cada conversación, cada trozo de ciudad suscita en nosotros mil preguntas, nuevas curiosidades sobre el pensar y el vivir en este mundo inédito; y sin cesar va y viene uno del entusiasmo a la duda, y del asombro a la vacilación. Y cada hora tiene aquí un contenido tan denso y apretado, que con sólo diez días de estar en Rusia podría escribirse un voluminoso libro acerca de este país.”
Encantos que tienen que ver con lo cultural inevitablemente, el trato a los museos diferencia, en este caso, la sensibilidad de los rusos sobre todo si se compara con los franceses:
“El flujo de visitantes es incesante: soldados, campesinos, mujeres del pueblo llano que aún hace diez años ignoraban lo que fuera un museo. Todos recorren ahora las salas con devoción. Conmueve verles avanzar sobre el parquet, con sus altas y pesadas botas, con prudencia y respeto, y comprobar con cuanta deferencia, con cuanta ansia de aprender, conducidos por benévolos guías, se detienen en grupos ante las obras de arte. Es este motivo de orgullo de los directores de los museos, de los dirigentes y de todo el pueblo: a diferencia de la Revolución francesa, que destruyó no pocos tesoros arrasando iglesias, la Revolución rusa (aunque más dura y radical que aquella) no destruyó ninguna obra maestra.”
Tostoi es prácticamente el álter ego para Zweig, la visita a su habitación le ayuda a descubrir al autor ruso, su persona; para nosotros, como lectores, la figura de Tolstoi sirve para dibujar aún más rasgos de la personalidad del escritor austriaco:
“Y en la habitación de trabajo –que ningún escritor europeo reservaría hoy para sus sirvientes-, todavía se ve, clavado en la pared, el gancho al que Tolstoi, durante el año de su crisis, pensó ahorcarse. Y lleno de veneración contempla uno la famosa escalera por la que Tostoi, el viejo escritor de ochenta y tres años, descendió un amanecer, a las cuatro de la mañana, hasta la cuadra, para huir a caballo de su pueblo y de su familia e irse en busca de la muerte. Y aquí se respira la historia, tan densa y apasionante, de su vida, y el recuerdo de su obra da a todas estas pequeñas cosas de su hogar una calidad emocional que nos llega a lo más hondo del alma.”
Zweig toma partido por los rusos y alienta a olvidar “lo político” en favor de “lo humano” gracias al desarrollo intelectual que considera cargado de vitalidad:
“Cuando un pueblo viene padeciendo tantos sufrimientos y acepta con semejante heroísmo tantos sacrificios por amor a una idea, me parece más importante incitar a admirar el aspecto humano que tomar posición política. Además, ante tamaña vitalidad intelectual, la humilde posición del testigo me resulta más honesta que la demasiado temeraria de juez.”
La obra de Gorki, nos desvela, es la llave para entender el sentir del pueblo ruso:
“El que conoce la obra de Gorki, conoce el pueblo ruso de hoy y en él la miseria y privación de todos los oprimidos; sabe con el alma que participa de ellos, por su sentimiento último, más raro y apasionado, lo mismo que por su miserable existencia cotidiana: todos sus tormentos y pruebas de los años de transición podemos conocerlos de forma más turbadora que en cualesquiera otros en los libros de Gorki.”
Lo bonito de completar la obra de un autor es descubrir facetas pequeñas que pueden llegar a ser grandes. Este texto corrobora esa sensación. En lo pequeño se descubre lo grande de un autor, en muchas ocasiones.
Los textos provienen de la traducción de Sequitur para “Viaje a Rusia” de Stefan Zweig