Publicado inicialmente en este post en la revista Ópera world.
Damrau no pudo dar todo lo que es capaz de hacer, tuvo que omitir sobreagudos y modificar pasajes, pero lo hizo con gran inteligencia, el primer acto fue un compendio de todo su saber, su voz de lírico-ligera tiene un centro amplio de gran volumen para soportar la orquesta lo que la hace bastante idónea en estos momentos para cantar el papel. Además sus agudos son brillantes y se proyectan sin dificultades. A pesar de sus problemas no dudo en soltar algunos (ciertamente al límite pero sin perder la afinación). Maneja los momentos más íntimos con ligereza y los de más volumen con verdadera contundencia. Su dúo final con Camarena (“Vieni fra queste braccia”), con signos inequívocos de extenuación (no pudo hacer los sobreagudos) estuvo muy bien cantado, con sentimiento y mucho gusto, emocionando a los presentes. Tuvo como compañero de batallas a un segurísimo Javier Camarena, tenor que consigue siempre hacer fácil lo que es extremadamente difícil; qué pasmosa suficiencia para saltar al do sostenido del “A te, o cara” o los res bemoles (sustitutos del famoso Fa5) del “Credeasi, misera” casi en la parte final de la ópera sin ningún signo de fatiga y con la misma brillantez del principio. Su canto se apoya en un gran uso de la respiración que le permite una gran proyección, su línea de canto legato fue en crescendo según avanzaba la ópera y sigo pensando que puede cantarlo mejor más adelante cuando su centro gane un peso más lírico, es todo un placer escucharle.
Es reseñable la Enriqueta de Annalisa Stroppa aunque no destacase especialmente, efectiva en su cometido para conseguir buenos concertantes, no es que su voz sea especialmente amplia ni atractiva pero cumplió; mesuradas las actuaciones de Lozano como Bruno y Sebestyén como Gualtiero sin nada remarcable. Bien el coro, estático en su disposición escénica y que estuvo equilibrado, faltándole algo de refinamiento en alguna entrada de hombres pero siempre bien afinado.
La dirección de Pidó me provocó sentimientos encontrados, sí encontré buenos momentos como el final del segundo acto o el tercero pero hubo otros en los que se notaba que había una elección de tempos un poco extraña, de hecho ocasionó que varios de los cantantes se quedaran atrás en algunos pasajes, de todos modos si reguló la mayoría de las veces el volumen orquestal cuando los cantantes tenían su protagonismo. Especialmente interesante fue el trabajo de las trompas.
Totalmente irrelevante el montaje escénico de Emilio Sagi, minimalismo intrascendente que no añade nada a lo que se está escuchando, por lo menos no estorba demasiado excepto en la recargada escena del segundo acto, llena de lámparas sin propósito a nivel de suelo; la dirección escénica fue nula en el caso del coro que eran como convidados de piedra y encima se exageró a posta el papel de Elvira, no acabo de entender el sentido de la sobreactuación a la que se la obligó, antinatural y molesta. Por si fuera poco, la iluminación brilló por su ausencia. Demasiado oscuro todo para la brillantez de la música de Bellini.
Como no podía ser de otra manera, el público disfrutó y aplaudió enfervorecido ante el despliegue de dos artistas de la talla de Camarena y Damrau, también supo reconocer el gran trabajo de Tezier, al final, como de costumbre, las buenas voces lo llenan todo.
Las fotos son propiedad de Javier del Real.