Ya comenté en esta reseña que hice de “La contravida” que, teniendo la oportunidad, parecía que, en el caso de este escritor, sería más conveniente realizar una lectura cronológica de sus obra; en esta “novela” tenemos, pues, el primer libro que escribió el titán Roth, al que he incluido en mi particular Proyecto de lecturas para los próximos tres años . Y que irá apareciendo por este blog durante ese tiempo.
Lo primero en llamarme la atención de esta primera obra es que, curiosamente, no se trata de una novela al uso sino más bien de una recopilación de relatos de Roth; siendo la homónima más bien una novela corta, y el resto cuentos cortos. Lo que no cambia desde luego es el aura de desdén por los temas judíos que imprimió en toda su obra, y ya desde el principio, por la que fue acusado en repetidas ocasiones de “judío antisemita”.
El segundo hecho de mayor relevancia es la diferencia de estilo apreciable desde las primeras páginas, en mi caso, no sé si afortunada o desafortunadamente, ya conozco bastantes obras del norteamericano que van desde sus inicios (“El lamento de Portnoy”) pasando por el medio de su carrera (la inconmensurable “Operación Shylock”) y las del final de su dilatado camino literario (“Indignación” y otras…) y claro, es palpable que se trata de un Proto-Roth en el estilo; no existe la complejidad formal de la que luego hará gala; abundan, los diálogos cortos y, desde luego la prosa no juega con el monólogo interior de la forma en que lo utilizará luego. Sin embargo, en lo temático, asistimos a varios de los temas que serán profundizados en obras posteriores, como algunas de las citadas anteriormente.
Yendo al libro en cuestión, la historia que abre es, precisamente “Goodbye Columbus”; se refleja una típica familia judía, los Patimkin, donde su hija, Brenda, se enamorará de Neil Klugman, un judío más ortodoxo, más laxo, que tendrá que luchar contra la familia judía como institución, que se refleja en la primera visita de Neil, donde podemos ver los primeros retazos de la prosa cáustica de Roth reflejando la unión de la familia que le recibe al completo:
“Cuando aparqué delante de la casa de los Patimkin, aquella noche, todos, menos Julie, me estaban esperando en el porche: el padre y la madre, Ron y Brenda, esta última con vestido. No la había visto aún así, con un vestido puesto, y por un momento no me pareció la misma. Pero eso sólo fue la mitad de la sorpresa. A muchas de esas chicas universitarias, tan lincolnescas ellas, las piernas no les valen más que para ir en pantaloncitos cortos. No era el caso de Brenda, con ese vestido parecía como si toda su vida hubiera ido así, tan puesta, como si nunca hubiera usado unos pantalones cortos, ni un bañador, ni un pijama; sólo aquel vestidito claro de lino. “
Neil, el narrador, asociará a esta familia una superficialidad que no dejará de ser un adelanto de la actitud de Brenda con respecto a su relación personal; la aparición de Harriet, prometida del hermano de Brenda solo reforzará esta actitud:
“Harriet Ehrlich me pareció una señorita singularmente inconsciente de que las personas, ella incluida, pudieran tener una razón de ser. Era todo superficialidad, y encajaba perfectamente con Ron, y también con sus padres. La señora Patimkin, de hecho hizo exactamente lo que Brenda había profetizado: apareció Harriet, y la madre de Brenda levantó un ala y se atrajo a la chica hacia la parte más abrigada de su cuerpo, donde le habría gustado acomodarse a Brenda.”
Una vez puesta esta base Roth no dejará de unirlo al ideal americano, sí, el sueño, encarnación de los anhelos de esta familia judía modelo:
“-Hay que esforzarse para conseguir las cosas. Si te quedas sentado, engordando el trasero, no llegas a ninguna parte… Los hombres más importantes del país han trabajado mucho, créeme. Hasta el mismísimo Rockefeller. El éxito no viene así como así.”
Todo ello desembocará en la terminación de su relación en una escena final entre la pareja muy clarificadora:
“-Te amaba Brenda. Por eso estaba inquieto.
-Sí, por eso me dejé yo en casa el aparato ese. Porque te amaba.
En ese momento nos dimos cuenta del tiempo verbal que habíamos empleado y nos recogimos en nosotros mismos, guardando silencio.”
Aquí está el Roth que todos conocemos en una historia maravillosa, es perfectamente reconocible, en el resto de relatos tenemos de todo:
“La conversión de los judíos”, segundo y desternillante relato, donde se hace más patente la capacidad de Roth de transformar una situación aparentemente seria en su inicio en una parodia absoluta, quizá es la historia que más carcajadas me ha despertado.
El tercer relato, “El defensor de la fe”, tenemos a Nathan Marx, un sargento del ejército que tiene que lidiar con la falta de moral de unos soldados judíos que se aprovechan de su condición con él,; otro ejemplo de la denuncia que quiere hacer patente en sus relatos y que le ganó el apelativo que comentaba al principio del comentario. Su actitud es evidente:
“-Grossbart, ¿por qué no te puedes comportar como todo el mundo? ¿Por qué tienes que ser una chinche en costura? – Porque soy judío, mi sargento. Soy diferente. No mejor, quizá. Pero sí diferente.”
Roth elige moralmente castigar la cara de un judío que se escuda en su fe para cometer tropelías.
En “Epstein” inaugura sus relatos de ancianidad, con un Leo Epstein que buscará revitalizar su ocaso con una aventura que le traerá casi funestas consecuencias al final. No tiene nada que ver con los relatos crepusculares del autor (como “Elegía”, por ejemplo), hay un aura de optimismo, palpable, la de un escritor que comenzaba.
En el último relato “Eli, el fanático”, vuelve a reflejar la intransigencia de una comunidad judía con respecto a una yesibá que se instala en el barrio, aún siendo de la misma raza:
“Lo que ocurre es que no creemos que esta comunidad sea para ellos. Y, Eli, no creemos quiere decir que yo no soy el único que no lo cree. Los judíos de esta comunidad.”
Genio desde el principio, un libro de relatos primigenio pero muy representativo del Roth posterior. Muy accesible y leíble. Una buena obra.