“Jagannath” de Karin Tidbeck. Elogio de lo extraño.

jagannath“Extraño” no es peyorativo “per se”; de hecho me quedo con su acepción de “súbito, inesperado y sorprendente”, que bien podemos aplicarlo  al caso del libro que traigo hoy, un libro de relatos cortos de la escritora sueca Karin Tidbeck y que nos trae por primera vez al castellano Nevsky gracias a su sello “Fábulas de Albión”: el libro en cuestión es “Jagannath” y estoy dispuesto a hacer proselitismo con él.

En la introducción de Elizabeth Hand resalta, entre otras cosas, características que afirman el hecho de ese “Bizarre” o “Weird” aplicable a la ficción de la autora sueca:

“Tidbeck comparte con el gran Robert Aickman un talento natural para insuflarnos una profunda sensación de disociación con el mundo que creemos conocer, apuntando en la brecha a través de la cual un número variado de cosas inimaginables podrían emerger, y de hecho lo hacen. Más que cualquier otra cosa, sus relatos están inundados por una destacable ausencia: de seres queridos (especialmente padres); del paso del tiempo: del conocimiento del propio mundo que habitan los personajes.”

En efecto, esa capacidad de disociación, de dar una vuelta a lo que conocemos, de subvertir las normas establecidas para demostrarnos otras formas de expresar la realidad; a veces gracias la ciencia ficción y/o lo mitológico/fantástico;  como en el cuento “Beatrice”, el amor a una máquina que se extiende a lo real:

“-Yo he aprendido más de una cosa desde que me enamoré de esta Koenig & Bauer. El enamoramiento no vale nada. No tiene nada que ver con la realidad. –Señaló la bomba, que estaba silenciosa en un rincón, junto a su cama-. Hércules y yo tenemos un acuerdo: cuidarnos mutuamente. Ese es un tipo de amor más valioso, a mi entender.” 

Otras veces simplemente mediante la descripción de “lo extraño” a los ojos de un niño, como puede ser en “Cartas a Ove Lindström”, su descripción sucinta de la desaparición de su madre:

“Este es mi segundo recuerdo. Ahora sé que es de después de una semana de la fiesta del cangrejo. Yo estaba en aquel arenero pequeño que teníamos; debajo de la primera capa, la arena estaba fría y húmeda; me había quitado los zapatos y estaba enterrando los dedos de los pies en aquella masa fría. Mamá me dio un beso en la frente y se fue. Llevaba el vestido rojo. Iba descalza. Se adentró entre los árboles y, suspendido en el aire quedó un tintineo como de campañas pequeñísimas. Cuando volviste de la tienda, me encontraste llorando a lágrima viva en el arenero.”

O en “Rebecka” donde la narradora  establece una relación más profunda con la protagonista gracias a sus intentos de suicidio:

“Vine a parar aquí porque era la única amiga de Rebecka. Yo era la que venía a limpiar después de sus intentos de suicidio desganados: la sangre de los cortes superficiales de las muñecas, lo vómitos de vodka mezclado con tranquis, ganchos de lámparas y marcos de puertas que habían cedido bajo su peso. Siempre me llamaba de madrugada: “Ven y ayúdame, he vuelto a intentarlo y se ha ido a la mierda…”, y allá iba yo, lo limpiaba todo y la curaba y la abrazaba, una y otra vez.”

A partir de los excepcionales “¿Quién es Arvid Pekon”? y “El complejo de vacaciones de Brita” todo va acercándose a la excelencia, y es en la ciencia ficción y en la fantasía donde está el vehículo que mejor utiliza Tidbeck para mostrarnos la extrañeza en la que vivimos, una realidad tan distinta que no nos transmite horror sino una cierta apariencia subyugadora como la de Cilla en “La montaña de los renos”:

“La visión le provocó una congoja que Cilla no pudo nombrar ni explicar. Era una especie de ansia, peor que nada que hubiera experimentado, pero por qué no tenía ni idea. Algo increíble la esperaba ahí fuera. Algo maravilloso estaba a punto de suceder, y le aterrorizaba la posibilidad de que se le escapase entre los dedos.”

La sensación al leer cada uno de los relatos de Karin es la de esa extrañeza/sentido de la maravilla que, unido a su prosa sencilla, sin artificios pero poética cuando es necesaria, nos lleva en volandas con sus brazos, nos sobrecoge, nos maravilla, el tiempo nos parece que transcurre de diferente manera, es él nuestro mayor enemigo, porque según pasa tenemos la sensación que se nos pueden acabar los relatos de la sueca; como dice uno de los personajes de “Augusta prima”:

“El muchacho señaló las distintas partes del reloj, explicando sus funciones. Las varillas se llamaban manecillas, y recorrían la esfera del reloj en consonancia con el paso del tiempo. La esfera indicaba el instante dentro del tiempo en el que uno estaba situado. Produjo una desagradable sensación en Augusta. El tiempo era una cosa aberrante, algo que pertenecía a los humanos. No tenía cabida en su mundo. Se trata del poder que convertía la carne y los sueños en polvo.”

Afortunadamente en los dos últimos relatos nos causa una última impresión, de esas que nos deja un sello a fuego en nuestra memoria, en nuestro corazón; la originalidad transgresora es súbitamente inesperada gracias los curiosos personajes que aparecen en “Tías”:

“Las Tías tenían una única tarea: aumentar su tamaño. Con paciencia acumulaban capa tras capa de grasa. Si se partiera en dos uno de sus muslos, se revelaría un patrón de círculos concéntricos, la grasa de diversas tonalidades. En el asiento central estaba recostada la Tía Abuela, que era la más grande de todas. Su cuerpo se derramaba hacia abajo desde su cabeza como en oleadas de nata montada, con brazos y piernas que no eran más que protuberancias ocasionales que sobresalían de su magnífica masa corporal.”

“Jagannath”, el cuento homónimo,  tenemos una historia que dignifica la forma de escribir de Karin Tidbeck, un culmen de su estilo y originalidad mezclada con la emoción que debe tener un buen cuento corto. Lo único malo es que se nos han acabado sus historias. Hasta que Nevsky nos vuelva a traer otro libro de la autora, no nos queda más remedio que releer estos… ¡hasta que se desgasten las páginas!

Los textos provienen de la traducción del sueco de Carmen Montes Cano y Marian Womack para “Jagannath” de Karin Tidbeck en Fábulas de Albión de Nevsky.