Curiosa la publicación que nos trae Alba de la mano de Federico Sabatini (1973), profesor de lengua y literatura inglesa de los siglos XIX y XX en la Universidad de Turín y doctor en literatura comparada; este Sobre la escritura es todo un descubrimiento por su potencialidad más que por el conjunto de textos reunidos; la introducción de Sabatini nos introduce con acierto en la figura de la británica, de cara a poner en valor su creciente prestigio:
“Su prestigio siguió creciendo con el tiempo tanto en el medio académico como en el sentir popular. Junto con su sorprendente y conmovedor suicidio, hay múltiples factores que han contribuido a que se ha ya considerado un icono: fue una mujer que, a pesar de sufrir episodios de una enfermedad mental grave, consiguió escribir un corpus asombrosamente amplio de ficción y crítica literaria; alguien que, a pesar de su frágil sensibilidad, tuvo la fortaleza de expresar abiertamente sus propias opiniones y de oponerse con firmeza a la cultura de su tiempo y a la tradición literaria que la precedió. Y, por último, una escritora valiente que, con su marido, fue capaz de fundar su propia editorial para poder disfrutar de una completa libertad de expresión.”
Para, a continuación, informarnos de la composición; ni más ni menos que una selección de pasajes significativos de las cartas que escribía Virginia Woolf:
“Este libro presenta los pasajes más significativos de las cartas de Virginia Woolf en los que habla de la escritura en general y de sí misma como escritora. Los fragmentos de sus textos sobre la escritura revelan, inevitablemente, el carácter vanguardista y original de su personalidad, su ironía, que ha sido demasiadas veces pasada por alto y su alegría. Y, de un modo todavía más relevante, su profunda clarividencia, captura en esos “momentos de ser de la vida cotidiana.”
Y nos descubre el valor de las mismas, no solamente en cuanto al fin, ese reflejo de los momentos de vida, sino también en lo estilístico, mucho más elaboradas de lo habitual, con un uso nada ordinario de comparaciones y metáforas:
“En algunos de los fragmentos seleccionados en este libro encontramos el empleo recurrente de metáforas y comparaciones sutiles, originales y a menudo humorísticas que son típicas de su manera de desafiar el uso del lenguaje ordinario y los límites del propio lenguaje. Podemos leer, por ejemplo, que un libro es “como una serpiente que ha sido medio atropellada pero que siempre acaba levantando la cabeza”; el texto de Lytton Strachey le parece “una serpiente que se insinúa con innumerables anillos de oro”, ella es la morsa que “trepará a su roca y lanzará un grito” o se siente como si estuviera “clavando una bandera en lo alto de un mástil en medio de un vendaval enfurecido.”
Estas cartas se centran en dos aspectos claros, tanto en lo personal como en lo profesional en su faceta de escritora y crítica; esa diferenciación es difusa en ocasiones como en el siguiente caso, pero la escritora ahondaba en la falibilidad del lenguaje como medio de expresión y la paradoja que supone al dedicarse a escribir:
“Supón que cuando esta carta te llegue estás de humor y que la lees justo con la luz adecuada, junto al brasero en la habitación grande. Entonces, como por accidente, puede que llegues a comprender algo de lo que yo, que estoy sentada junto a mi chimenea en Monks House, soy, siento o pienso. Todo parece bastante incierto e infinitamente engañoso: hay tantas afirmaciones vacías, tantas trampas del lenguaje. Y sin embargo es el arte al que consagramos nuestras vidas.”
Esta unión en el caso de Woolf se convierte en algo indisoluble: finalizar un libro supone un momento desolador, no solo como escritora sino a un nivel interno psicológico:
“Te lo juro, todo aquí es tan amargo, tan roto, tan desolador, todo fracturado, todo inerte. Los Huxley vienen a cenar y no consigo armarme de valor para atender a mis invitados. Qué gran vacío… lo que quiero decir es que estoy temblando como una hoja en un vendaval en algún pasillo o antesala, fuera de la vida, fuera de la habitación, todo porque he terminado un libro.”
No faltan comentarios críticos, faceta quizá más olvidada pero fundamental en el caso de la ambigua escritora; y comprobamos que existía un fin, esa búsqueda de la belleza, de lo sublime, que ya había visto en obras clásicas; la aparición de Proust no es casual como comentaré más adelante.
“Pero estoy de acuerdo en que uno (nosotros, nuestra generación) debe renunciar a conseguir la gran belleza; la belleza que viene de la plenitud, esa que está en libros como Guerra y Paz y supongo que en Stendhal y en algo de Jane Austen; y en Sterne; y sospecho que en Proust, del cual solo he leído un volumen. Solo ahora que he escrito esto dudo de que sea verdad. ¿No estamos siempre esperándola? Y aunque siempre fracasamos, seguramente no lo hacemos tan completamente como lo haríamos si no estuviésemos desde el principio para intentarlo todo.
Hay que renunciar cuando el libro ya está terminado, no antes de empezarlo.”
El talento de Woolf es patente hasta para definir su forma de pensar:
“Mi cerebro es una máquina que solo es capaz de funcionar diez minutos seguidos.”
Me quedo especialmente con su faceta crítica; es fabuloso como se queda sin palabras para describir la poesía de T.S. Eliot y evita utilizar lengua de suplemento cultural hasta poder encontrar una forma de comentarlo:
“Es lo que el crítico del Lit. Sup. (Times literary suplement) llamaría encanto, o encantamiento. Tiene que haber una palabra exacta que es la que usaría un crítico, pero tengo demasiado sueño para buscarla. Así que debo simplemente dejar constancia del hecho de que es la magia la que me aleja de la comprensión. Uno de estos días espero empezar a comprenderlo más y más y entonces cortaré el libro en muchas cintas con mil navajas.. eso espero.”
Y es por ello que la selección se queda en un pequeño compendio ligeramente insatisfactorio, no me importaría que publicaran sus seis volúmenes de cartas y sus estudios críticos para completar la idea y la personalidad que tengo ya formada de la contradictora escritora. Una buena muestra de su genialidad a la hora de mezclar este género epistolar con crítica y unirlo a ese “momento de vida” es el siguiente párrafo, una delicia sobre Proust:
“Mi gran aventura es Proust. Bueno, ¿qué queda por escribir después de eso? Voy todavía por el primer tomo y supongo que se podrían encontrar faltas, pero estoy en estado de fascinación. Como si se estuviera produciendo un milagro delante de mis ojos. ¿Cómo es posible que por fin alguien haya conseguido solidificar esa materia siempre fugitiva y convertirla en esta sustancia tan perfectamente bella y duradera? Uno tiene que dejar el libro y respirar hondo. El placer es físico, como sol, vino y uvas.”
No hay mejor forma de terminar este pequeño comentario. Woolf y su grandísimo talento.
Los textos provienen de la traducción de María Tena de Sobre la escritura de Virginia Woolf en la edición de Federico Sabatini para Alba.