Publicado inicialmente en Opera World en este post.
Buena parte del éxito viene otra vez por el grandísimo Claus Guth, director de escena muy conocido por su impactante montaje de Parsifal en el mismo teatro; nuevamente parte de la misma idea que utilizaba en su anterior aparición: una casa de dos pisos de la que podemos ver su interior y que va girando sobre su eje desvelando diferentes escenas según llegue el momento de la obra. Guth busca una representación teatral mucho más allá de lo que se esté contando en la ópera, los dos pisos y el continuo movimiento le sirven para idear narrativas distintas que se integran con la acción, no molestan ni mucho menos, sino que añaden significado integrándose a la perfección. Me resulta particularmente fascinante el gran dinamismo que resulta en momentos particularmente difíciles como son las sucesivas arias de los cantantes. Él les obliga a que se muevan, a que canten en movimiento destrozando la inherente idea estática que pudiera uno tener en la cabeza. Particularmente es aún mejor esta idea en los duetos reales y en aquellos que crea el propio director de escena cuando hace que otro personaje se desplace al mismo tiempo que el solista. Si a eso sumamos la magnífica labor de iluminación de Joachim Klein, se consigue que una ópera tan larga nunca resulte monótona. Un verdadero logro.
En la dirección musical el director titular Ivor Bolton hizo, en mi opinión, su mejor interpretación hasta la fecha de una partitura en el Teatro Real. Contagiado del dinamismo de la escena, su batuta transitaba alegre y enérgica, atentísimo a todas las dinámicas y consiguiendo que todo empastara a la perfección, con un justo equilibrio entre cantantes y orquesta. La orquesta me gustó especialmente en su interpretación, muy segura y con grandes momentos de algunos de los instrumentos solistas. Ha habido un gran trabajo por detrás y se nota, se pudo escuchar un Händel mayúsculo.
Recordaba a Sonia Prina de su Alcina del año anterior y volvió a confirmarme su calidad, su voz está muy bien preparada y transita sin dificultad por las coloraturas gracias a su buena capacidad respiratoria, este papel era ligeramente más sencillo que el anterior pero no se relajó en su cometido; me gustan mucho las prestaciones del tenor Jeremy Ovenden, su Tito del año pasado fue muy interesante y con este Grimoaldo se vuelve a constatar su especialización en este tipo de roles, capaz de hacer desde un canto sentido y matizado hasta desenvolverse por las increíbles ligerezas de su papel sin abandonar el buen gusto. Lawrence Zazzo estuvo fantástico como Ununlfo, es un gran contratenor igualmente, de hecho sus dos arias fueron excelentes, lástima que su mayor hándicap fuera la enorme altura de Mehta pero ya me gustaría a mí escuchar todas las veces intérpretes de esta valía. Lo peor de la noche a nivel vocal fue, sin lugar a dudas, el Garibaldo de Chiummo, barítono de grandes medios, abundantes pero muy toscos, especialmente en las notas agudas en las que no cubría la voz y se abría desaforadamente, mucho volumen sin control que se perdía en las notas graves a las que no llegaba. Un pequeño lunar entre tanta excelencia.
El público asistente (desgraciadamente no se llenó) disfrutó y aplaudió con entusiasmo esta simbiosis perfecta. Crowe y Mehta (e Ivor Bolton) fueron los grandes triunfadores, sinceramente, no seré yo el que lo corrija. Así se hacen las cosas.
PS: Las fotos son propiedad de Javier del Real.