Rodelinda en el Teatro Real: simbiosis perfecta

Publicado inicialmente en Opera World en este post.

Rodelinda en el Teatro Real

Me encanta que me lleven la contraria; no creía yo que iba a encontrar algo del nivel de Billy Budd en lo que quedaba de temporada del Teatro Real y este Rodelinda demuestra hasta qué punto estaba equivocado: otra de esas raras ocasiones en que se produce una simbiosis perfecta  entre la dirección-escena-cantantes. Un prodigio que hizo las delicias del público asistente.

Buena parte del éxito viene otra vez por el grandísimo Claus Guth, director de escena muy conocido por su impactante montaje de Parsifal en el mismo teatro; nuevamente parte de la misma idea que utilizaba en su anterior aparición: una casa de dos pisos de la que podemos ver su interior y que va girando sobre su eje desvelando diferentes escenas según llegue el momento de la obra. Guth busca una representación teatral mucho más allá de lo que se esté contando en la ópera, los dos pisos y el continuo movimiento le sirven para idear narrativas distintas que se integran con la acción, no molestan ni mucho menos, sino que añaden significado integrándose a la perfección. Me resulta particularmente fascinante el gran dinamismo que resulta en momentos particularmente difíciles como son las sucesivas arias de los cantantes. Él les obliga a que se muevan, a que canten en movimiento destrozando la inherente idea estática que pudiera uno tener en la cabeza. Particularmente es aún mejor esta idea en los duetos reales y en aquellos que crea el propio director de escena cuando hace que otro personaje se desplace  al mismo tiempo que el solista. Si a eso sumamos la magnífica labor de iluminación de Joachim Klein, se consigue que una ópera tan larga nunca resulte monótona. Un verdadero logro.

En la dirección musical el director titular Ivor Bolton hizo, en mi opinión, su mejor interpretación hasta la fecha de una partitura en el Teatro Real. Contagiado del dinamismo de la escena, su batuta transitaba alegre y enérgica, atentísimo a todas las dinámicas y consiguiendo que todo empastara a la perfección, con un justo equilibrio entre cantantes y orquesta. La orquesta me gustó especialmente en su interpretación, muy segura y con grandes momentos de algunos de los instrumentos solistas. Ha habido un gran trabajo por detrás y se nota, se pudo escuchar un Händel mayúsculo.

Rodelinda en el Teatro Real

Todo lo anterior ya sería suficiente para conseguir un buen resultado pero, en esta ocasión, además, los cantantes, afortunadamente, me convencieron en su mayoría. Qué gran trabajo el de Lucy Crowe haciendo de Rodelinda, un papel de una dificultad inusitada que pondría en aprietos a cualquier intérprete, realizó una actuación valerosa sin omitir ninguna pasaje y consiguiendo grandes momentos según el aria que interpretara, su voz era quizá demasiado lírico-ligera y le faltaba algo más de cuerpo la parte central del registro, también ser notaron ciertas tiranteces pero el resultado final fue más que competente; a su lado el contratenor Bejun Mehta fue un verdadero prodigio, su voz goza de total plenitud en estos momentos y cada nota que cantó fue para estudiarlo; no dudo que, por su calidad, posiblemente sea uno de los tres mejores del mundo en este repertorio y lo consigue gracias a una técnica depuradísima, un fiato infinito y, además, una verdadera capacidad para interpretar el pathos de su personaje. Bellísima cada intervención suya en individual y cuando tenía que hacer duetto con la británica. Es difícil que olvide una noche como la de ayer, estuvo inconmensurable.

Recordaba a Sonia Prina de su Alcina del año anterior y volvió a confirmarme su calidad, su voz está muy bien preparada y transita sin dificultad por las coloraturas gracias a su buena capacidad respiratoria, este papel era ligeramente más sencillo que el anterior pero no se relajó en su cometido; me gustan mucho las prestaciones del tenor Jeremy Ovenden, su Tito del año pasado fue muy interesante y con este Grimoaldo se vuelve a constatar su especialización en este tipo de roles, capaz de hacer desde un canto sentido y matizado hasta desenvolverse por las increíbles ligerezas de su papel sin abandonar el buen gusto. Lawrence Zazzo estuvo fantástico como Ununlfo, es un gran contratenor igualmente, de hecho sus dos arias fueron excelentes, lástima que su mayor hándicap fuera la enorme altura de Mehta pero ya me gustaría a mí escuchar todas las veces intérpretes de esta valía. Lo peor de la noche a nivel vocal fue, sin lugar a dudas, el Garibaldo de Chiummo, barítono de grandes medios, abundantes pero muy toscos, especialmente en las notas agudas en las que no cubría la voz y se abría desaforadamente, mucho volumen sin control que se perdía en las notas graves a las que no llegaba. Un pequeño lunar entre tanta excelencia.

El público asistente (desgraciadamente no se llenó) disfrutó y aplaudió con entusiasmo esta simbiosis perfecta. Crowe y Mehta (e Ivor Bolton) fueron los grandes triunfadores, sinceramente, no seré yo el que lo corrija. Así se hacen las cosas.

PS: Las fotos son propiedad de Javier del Real.

La clemenza di Tito en el Teatro Real: Irregularidad agradable

Publicada inicialmente en este post en Opera World.

La clemenza di Tito en el Teatro Real

La puesta en escena de Ursel y Karl-Ernst, todo un homenaje al tristemente fallecido Gerard Mortier(que encargó esta puesta en escena) resulta, en la atemporalidad de su propuesta, toda una declaración de intenciones del montaje completo: No molesta, sirve para cualquier momento, realza en cierta manera lo musical y permite disfrutar, a pesar de su irregularidad, de una agradable velada.

En efecto, lo minimalista asociado a este montaje resulta de gran corrección para establecer los cambios de escena, los colores claros (un poco estridentes en el comienzo por la iluminación que no permitía ni ver los subtítulos) resultan vistosos, confiriendo brillantez y luminosidad al canto; simples aperturas de puertas, la escalera encima de la orquesta, e ideas como el coro cantando siempre fuera de escena dan relevancia a los solistas, especialmente al emperador Tito (ese trono en el acto final), y a su relación con el resto de protagonistas. Lástima de vestuario que entorpecía demasiado la labor en el caso de Gauvin o era estéticamente feo como el caso de Schwartz. De todos modos, son ciertos detalles que tampoco ensombrecen en demasía el conjunto.

La dirección musical de Christophe Rousset me llamó ciertamente la atención, la obertura, dirigida con dinamismo, no presagiaba la actitud posterior, más centrada en ralentizar ciertos momentos, añadiendo silencios que acentuaban el dramatismo inherente de la obra; esto fue especialmente destacable en el segundo acto que se alargó más de lo habitual; a pesar de que en algunos momentos quizá fuera innecesario hay que reconocer que la orquesta sonó bastante bien, empastada entre sí y con solistas y coro. El coro Intermezzo cantó con gusto y energía en sus pequeñas intervenciones, siempre fuera de escena como dije anteriormente, pero sin perder entidad. No es un cometido especialmente reseñable, más si lo comparas con su próximo cometido (“El holandés errante”)

La clemenza di Tito en el Teatro Real

De los solistas la gran triunfadora de la noche para el público fue el Sesto de Monica Bacelli, que supo imprimir personalidad a su papel en una gran actuación, tremendamente creíble y muy bien cantado, aunque no tenga la belleza de una Bartoli, resultó muy efectiva en todos los cometidos: canto legato apianado y endiabladas ligerezas. Es una mezzo de recorrido y que equilibra mucho su actuación en todos los registros de la voz. Sobresaliente igualmente el Annio de Sophie Harmsen, espléndida en la proyección del agudo y en la forma de transmitir su canto dramático y con una voz ciertamente bella que brilló especialmente en su aria “Tu fosti tradito”; cantó muy bien de nuevo Sylvia Schwartz como Servilia demostrando su facilidad para cantar legato con exquisito tratamiento de cada frase (“S’altro che lagrime”).

Esperaba más de la Vitellia de la canadiense Karina Gauvin, su Alcina del año pasado fue muy interesante y en otros papeles la he escuchado bastante mejor; aquí no pareció sentirse del todo cómoda con el papel, poco equilibrada en cuanto a los graves, los saltos entre los registros eran demasiado forzados y tampoco la coloratura salía limpia, sobre todo en el rondó final (“Non più di fiori”). Creo que es una cantante fantástica pero no parece que este rol lo haya conseguido (o esté en el momento idóneo de cantarlo). El Tito de Ovenden estuvo bastante bien cantado (muy buena su bravísima aria “Se all’impero”) sin ahorrar en la ejecución de las coloraturas que estuvieron muy bien ejecutadas pero hay que tener en cuenta que su voz, en estos momentos, no es la más adecuada para el papel, el centro sigue siendo muy ligero y hubiera necesitado mayor solidez para pintar un papel tan complejo como el del emperador, aun así, hay que reconocer que fue un buen logro. Extraño el Publio de Guido Loconsolo, tuvo excesivas dificultades en su proyección de agudos, llegando a tener una afinación muy turbia en su “Tardi, s’avvede d’un tradimento”), sinceramente, su rol desentonaba demasiado del resto.

En conclusión y, a pesar de las irregularidades mencionadas, fue una noche estupenda para disfrutar de la magnífica música de Mozart… qué pena que tanta gente se fuera en el descanso. Se perdieron un buen espectáculo.

Las fotos son propiedad de Javier del Real.