Publicado inicialmente en este post en Opera World.
Las tertulias de la orquesta constituyen un paso más en el conocimiento de la figura del compositor francés Héctor Berlioz; un Berlioz en una dimensión distinta: la literaria. El prólogo de Pablo Heras-Casado introduce el tema en cuestión:
“Desde un punto de vista artístico en sentido amplio, admiro en él su capacidad literaria en la música, concretamente la altura dramática que poseen sus obras. Fue un personaje con gran interés por la literatura y el teatro, un lector ávido, del mismo modo en que lo fueron también otros compositores que son esenciales para mí, como Gluck o Verdi. Gluck y Berlioz concibieron la literatura expresiva, el drama, como sustento de sus composiciones y tanto estos como Verdi poseen una cualidad que aprecio sobremanera: ninguno de ellos se queda en lo superficial a la hora de narrar. Me gusta valorar en una obra la constatación de que cada uno de sus compases sea dramatúrgico, que no haya en ella nada superfluo como si fuera un simple dibujo de paisajes sonoros, y que el sentido dramático, la continuidad y la coherencia narrativa constituyan la base de la partitura. Berlioz representa el caso del compositor que al igual que Beethoven o Mahler es capaz de elaborar un verdadero drama artístico sin el empleo de palabras, pero que también posee esta cualidad creadora como escritor.”
En la imprescindible introducción de Enrique García Revilla, editor y traductor de esta obra, entramos en profundidad en la materia, estableciendo, además, el paralelismo con otros compositores; Berliozes el único capaz de expresarse con propiedad (y brillantez) en un lenguaje literario:
“Podemos afirmar con rotundidad y sin temor alguno a caer en equivocación que, si hay entre los compositores de toda época uno que destaque de forma clara como escritor, ese es Berlioz. Si bien Wagner destacó por la expresión en prosa de sus ideas estéticas, Schumann y Debussy por la fantasía de su pluma en su crítica musical y tal vez Tchaikovsky y en su epistolario íntimo, Berlioz es el único con verdadera vocación de escritor. Como tal, no sólo es capaz de expresarse en prosa sobre asuntos musicales, sino que posee inspiración y fantasía para elaborar sus relatos y dotarlos de una forma artística.”
Es destacable reflejar las características más sobresalientes de Berlioz a la hora de escribir,; al evidente contenido musical, en diferentes ámbitos, se suma una inesperada faceta cómica presente a lo largo de todas las tertulias,;? como bien comenta el editor, la misma premisa que sostiene todo el libro: que unos músicos en medio de una representación operística se dediquen a comentar libros o leerlos, es ya, de por sí, toda una declaración de principios del autor:
“El estilo literario de Berlioz, ágil y alejado de los excesos sentimentales propios de la literatura decimonónica, sorprenderá al lector que tenga la suerte de acercarse a él por ver primera por su agudeza y sentido humorístico. Detrás del ceño fruncido con que le muestran los retratos de Courbet o Signol, se escondía un tipo divertido y extremadamente agudo que no puede reprimir su sentido del humor cuando se expresa por escrito. De este modo, no sólo el planteamiento del libro ya es disparatado, pues no parece posible que unos músicos de orquesta se dediquen a contarse historias en el foso ante la media sonrisa cómplice del director (que también escucha atentamente), sino que en cada una de las tertulias introduce multitud de chistes, juegos de palabras y detalles de punzante ironía.”
La tercera faceta contenida en estas tertulias es, como bien podíamos suponer, una proyección autobiográfica del polifacético músico que aprovecha para, indirectamente, relacionar sus tertulias con momentos que le han sucedido a lo largo de su vida (y que el editor nos ilumina gracias a impagables notas a pie de página):
“Junto al contenido musical y al sentido humorístico, la tercera característica del estilo literario berlioziano consiste en la proyección autobiográfica del autor en sus escritos. Las tertulias de la orquesta, que sólo en cierta medida pueden considerarse una novela, constituye un espléndido retablo musical de metaliteratura, en el que la figura del narrador tiende ora a inmiscuirse en la trama, ora a alejarse, o bien simplemente a permanecer como testigo de la misma.”
Dicho lo anterior, os reviso a continuación algún fragmento del libro que sirve como ejemplo a las características anteriormente mencionadas; el siguiente párrafo, con el que se abre la primera tertulia es paradigmático de la prosa de Berlioz y refleja a la perfección el estilo del autor así como la vena humorística de la que hace uso para presentar la base en la que se sustentan las narraciones que vendrán después:
“Hay en el norte de Europa un teatro de ópera en el que los músicos, que son en su mayoría gente culta, se dedican habitualmente a la lectura e incluso a la charla sobre temas más o menos literarios y musicales cada vez que se interpreta alguna ópera mediocre. No es necesario señalar que leen y charlan con frecuencia. Así pues, sobre cada atril, al lado de la partitura, hay un libro. De este modo, el músico que aparenta estar contando a conciencia los silencios, esperando su entrada, con la máxima concentración en la lectura de su parte musical, se encuentra muy a menudo embebido en las maravillosas escenas de Balzac, en los encantadores cuadros de costumbres de Dickens o incluso en el estudio de alguna ciencia. Conozco a uno que, durante las quince primeras representaciones de una célebre ópera, leyó, releyó, meditó y asimiló los tres volúmenes del Cosmos de Humboldt; otro, mientras duró el éxito de una obra verdaderamente estúpida, hoy olvidada, se organizó para aprender inglés; e incluso sé de otro que, dotado de una memoria excepcional, recitó a sus vecinos más de diez volúmenes de cuentos, anécdotas, aventuras y noticias.”
El uso del humor es constante, a veces, indirectamente, otras, de una forma más directa y con un uso desacostumbrado del humor negro que quizá no era tan fácil de prever:
“-Pareces triste, Kleiner. ¿Te pasa algo?
-¡Oh! ¡Qué contrariedad!
-¿Contrariedad? ¿Has vuelto a perder once partidas de billar, como la semana pasada? ¿Has roto un par de baquetas nuevas o has vuelto a quemar otra pipa?
-No. He perdido… mi madre…
-Lo siento camarada. Siento no haberte tomado en serio. ¡Qué mala noticia!
-(Kleiner dirigiéndose al camarero:) ¡Camarero! Una crema bávara.
-(Entonces continúa:) Sí, amigo, Tremenda contrariedad. Mi Madre murió anoche, tras una agonía horrible de catorce horas.
-(Vuelve el camarero.) Señor no quedan cremas bávaras.
-(Kleiner golpea violentamente la mesa con el puño, arrojando al suelo con estrépito dos cucharas y una taza:) ¡Maldición! ¿Es que en esta vida todo son contrariedades?
Eso es sensibilidad en estado puro.”
Uno de los peligros de este tipo de narraciones es caer en la monotonía por la repetición de los mismos comienzos; Berlioz, consciente de ello, también presenta tertulias en las que no se produce la narración paralela a la representación; debido principalmente a que la ópera que les toca representar sí tiene calidad, tal es el caso de El cazador furtivo de Weber:
“Nadie habla en la orquesta. Cada uno de los músicos cumple con su obligación con el mayor celo e incluso con cariño. En un entreacto, uno de ellos me pregunta si es cierto que en la ópera de París utilizaron un esqueleto de verdad en la escena infernal. Respondo afirmativamente y prometo relatar al día siguiente la biografía del desafortunado personaje.”
O del Fidelio de Beethoven:
“Hoy representan Fidelio, de Beethoven.
Nadie dice una sola palabra en la orquesta. Los ojos de todos los artistas centellean. Los de los que sólo son simples músicos, permanecen abiertos. Los de los imbéciles se cierran de vez en cuando. Tamberlick, contratado por nuestro gerente para unas cuantas representaciones, canta el papel de Florestán. Con su aria de la prisión revoluciona la sala entera. El cuarteto de la pistola entusiasma violentamente al público. Tras el gran finale, Kleiner el mayor exclama:
-¡Esta música me hace arder por dentro!”
En ambos casos (y en algún otro como Spontini y su Vestale) no solo no hablan sino que se acentúa el silencio, el silencio se convierte, en manos del francés, en un catalizador del placer operístico.
El resto de tertulias tienen de todo tipo de historias, algunas hasta fantásticas,; me quedo ahora con una definición de términos de la época, aquellos que toda buena claque tenía que conocer a la perfección, especialmente divertido e irónico es el uso que se hacía de Animar:
“Fiascar significa no producir efecto alguno, no hacer gracia y caer en la indiferencia del público.
Calentar en vano es aplaudir inútilmente a un artista cuyo talento no ha sido capaz de emocionar al público por sí solo. Esta expresión es análoga al proverbio dar puñadas en el agua.
Haber acuerdo consiste en ser aplaudido por la claque y por una parte del público. Duprez, el día de su debut en Guillermo Tell, obtuvo un acuerdo extraordinario.
Animar a alguien es silbarle. Esta ironía es cruel y además presenta un sentido oculto que le da mayor mordacidad. No hay duda de que los silbidos contribuyen poco a animar al desgraciado artista, pero su rival sí se anima al verle silbado, y los demás también lo hacen en secreto. Así pues, cuando se silba a uno, siempre hay otro que se anima.[…]”
El otro texto que quería destacar era uno relacionado con la música, en particular con la crítica musical (que también realizó en su tiempo dentro de sus múltiples funciones artísticas) y el hecho de que siempre “hay un roto para un descosido”:
“Yo he visto El burgués gentilhombre silbado por estudiantes en el Odeón. Se sabe que la traducción realizada por A. De Virgny del Otelo de Shakespeare provocó buenos disturbios en el Teatro Francés; que Il Barbiere fue recibido con abucheos en Roma, lo mismo que el cazador furtivo en París. Aún no he asistido a una primera representación de la Ópera sin encontrar entre los jueces del vestíbulo una enorme mayoría hostil a la nueva partitura, por hermosa y grande que esta fuera. Tampoco hay una obra, por muy aburrida, desastrosa y nula que parezca, que no reciba la aprobación de algunos y encuentre algunos defensores de buena fe. Ya lo dice el proverbio: “siempre hay un roto para un descosido.”
En resumen, según lo indicado, el libro es ciertamente entretenido y se lee con interés a pesar de un par de detalles referentes a la edición y al propio Berlioz: En ciertos momentos el autor abusó del “namedropping”, citando y citando nombres de la época sin ningún objetivo claro y que hacen la lectura demasiado farragosa e incluso densa; por otro lado, la edición es mejorable, el libro es grande en tamaño para el estándar habitual y el número de páginas se ha ajustado tanto que entran demasiadas palabras (y en letra muy pequeña), haciendo la lectura ligeramente tortuosa. Aun así, es una buena recomendación para conocer tanto el autor como la época en la que vivió y pasar un buen rato.
Los textos provienen de la traducción/edición de Enrique García Revilla de Las tertulias de la orquesta de Héctor Berlioz para la editorial AKAL.