Prosas reunidas de Wislawa Szymborska. Ocurrencias geniales

Es habitual que, cada cierto tiempo, realice un artículo con las novedades verdaderamente interesantes que se aproximan en los meses siguientes; en el artículo de comienzos de este año 2017 una de mis elecciones era, sin dudarlo, este Prosas reunidas de Wislawa Szymborska por méritos propios; en este artículo hablaba someramente sobre algunas de las características de su poesía e, igualmente, me extendía con su prosa gracias a sus Lecturas no obligatorias; es sobresaliente la forma en que afrontaba las reseñas de libros (y su poesía) fundamentada en su filosofía del no-saber, toda una doctrina de vida que viene de reconocer que no se sabe sobre algo para, a continuación, estudiarlo y ponerse con ello.

Antes de hablar sobre ella de nuevo, me veo en la obligación de aclarar las características de la edición que nos trae Malpaso, el título puede llevar a engaño a un potencial lector que puede esperar obras de prosa ficcional; sin embargo, estas prosas recogen todas sus lecturas no obligatorias, es decir, reseñas de libros (la mayoría de ellos polacos y bastante desconocidos); lo más curioso es que todas ellas fueron publicadas con anterioridad por la editorial Alfabia en tres volúmenes: Lecturas no obligatorias, Más lecturas no obligatorias y Siempre lecturas no obligatorias. Por lo tanto, este libro agrupa los tres volúmenes en uno, la traducción y prólogo son los mismos, de Manel Bellmunt Serrano; buena idea por parte de la editorial que aprovecha para poner un precio más competitivo comparado con comprar los tres anteriores.

El contenido es, lógicamente, maravilloso, como ya comenté en la reseña que he mencionado; si bien es cierto que en esta ocasión me he fijado en la capacidad que tiene de sorprendernos y de hacer interesantes (y divertidas) reseñas de obras de autores polacos que, posiblemente, no los veamos publicados por aquí nunca. He sido aún más consciente de la capacidad que tenía la autora de centrarse en aspectos que nunca me pasarían por la cabeza en la lectura de un libro; todo se explica mejor con un ejemplo, como cuando realiza la reseña de un libro de memorias del excepcional tenor italiano Beniamino Gigli.

En la primera parte de su reseña, Szymborska recalca cómo es la vida habitual de un cantante de ópera, yendo durante 40 años de una estación a un hotel, de un hotel a la ópera, de vuelta al hotel, etc. Las mismas preguntas de los periodistas, más o menos las mismas respuestas. De hecho acaba indicando:

La vida del cantante trascurrió en medio de un inmenso ningún sitio, perpetuo escenario de un mismo teatro que solo cambiaba de nombre.” 

Sin embargo, a continuación, con su característico ingenio, le da la vuelta a esta aparente monotonía, dándole un vuelco al lector que, evidentemente, no lo espera:

Las memorias de Beniamino son aburridas, pero es un aburrimiento en cierta manera fascinante” 

¿Puede ser fascinante el aburrimiento? Desde luego, en las manos de la escritora polaca tiene una explicación que argumenta a continuación resaltando en primer lugar la época en que vivió el cantante, desde el comienzo de la I Guerra Mundial hasta un poco después de la II. Tiempo convulso donde lo haya para la mayoría de los mortales y que, sin embargo, no tiene ninguna importancia para Gigli, bautizado por la escritora como “el primer memorialista para el que no existe la historia.” 

Un tenor que se preocupó únicamente de su diafragma y de que su voz sonara hermosa para el espectador. Una despreocupación que no le impidió cantar en ningún sitio, ni siquiera para un espectáculo de Hitler, no era fingida su extrañeza cuando se le reprochó esto último. La escritora utiliza entonces una metáfora manida pero que, en el contexto de lo que estamos leyendo, suena diferente, ciertamente hermosa:

Cantó cómo un pájaro posado sobre la rama de un árbol, ¿por qué iba a preocuparte un pajarillo de quién había a su lado?” 

El último giro no hace más que refrendar lo fascinante que resulta leer a alguien así, con la única pretensión de cantar bellamente, un personaje que, sin duda conoció a los grandes ogros de la época pero que no tiene reparos en reconocer lo poco que le aportaron:

No presté atención a ninguno de esos señores. Y además, ni siquiera tengo algo interesante que decir sobre ellos.” 

Estoy seguro de que la grandísima Szymborska escribía cada uno de sus textos con una sonrisa en la cara, una sonrisa dulce que, probablemente, se ensanchara cuando cerraba cada una de sus reseñas. Da la impresión que ese gesto se transmite en cada una de sus palabras, como si estuviera leyéndolas a nuestro lado.

Los textos provienen de la traducción de Manel Bellmunt Serrano  de Prosas reunidas de Wislawa Szymborska para la editorial Malpaso.

Breve historia de siete asesinatos de Marlon James. Monumental polifonía

BreveHistoriaSi uno lee la sinopsis de Breve historia de siete asesinatos:

“3 de diciembre de 1976, a dos días del concierto Smile Jamaica -con la actuación estelar del hijo pródigo, Bob Marley-, que tiene como objetivo calmar a las facciones enfrentadas en una escalada de violencia previa a las elecciones. Aquella tarde, siete pistoleros, aprovechando el ensayo de la banda, asaltan la casa del cantante hiriendo al propio artista, a su mujer y a su mánager. Poco se supo -y casi nada se sabe aún- sobre los presuntos autores de aquel homicidio frustrado, pero son muchas las leyendas y las canciones que en Breve historia de siete asesinatos relatan lo ocurrido”.

Y, además, se fija en el título, se puede llevar dos ideas erróneas: la primera, el texto no es para nada breve, ochocientas páginas avalan este comentario; la segunda, la engañosa convicción de estar ante una novela policíaca en la que importa más resolver el misterio del atentado contra Bob Marley que lo que rodea el hecho.

El propio autor, casi al final del libro, nos revela (en la figura del periodista Alex Pierce, uno de los protagonistas) su forma de concebir la literatura en un claro ejercicio metaliterario: 

“Bueno, llega un momento en que hay que desarrollar la historia. No puedes limitarte a centrarla en una sola cosa, hay que darle perspectiva. Las cosas no pasan en el vacío, hay efectos y consecuencias  y siempre hay un mundo entero alrededor que sigue con su vida, da igual lo que estés haciendo. Si no, acabarás escribiendo un simple informe de un suceso y eso lo puedes encontrar en las noticias de la noche. En otras palabras, para que a Monifah la mataran por meterse una dosis de crac, alguien tuvo que comprarle una ampolla de crac a alguien, que a su vez se la compró a alguien, que recibió su suministro de alguien.”

Si hubiera un canon al estilo de la Gran Novela Americana en su vertiente jamaicana, sin duda esta obra se convertiría en parte imprescindible de él, ya que el autor aprovecha el hecho puntual del intento de asesinato de Bob Marley para para representar el zeitgeist de una sociedad como la jamaicana; y para hacerlo no sigue ninguna convención, empezando por los cinco epígrafes en las que estructura la novela, resueltos mediante una cronología para nada esperada, el lector navega por el texto a expensas de por dónde le lleve Marlon James y esto, desde luego es imprevisible: 

Los chicos de la vieja escuela (2 de diciembre de 1976)

Emboscada en la noche (3 de diciembre de 1976)

Baile de sombras (15 de febrero de 1979)

Rayas Blancas /Los chicos de América (14 de agosto de 1985)

La muerte del hijo (22 de marzo de 1991)

A continuación, adopta un modelo polifónico que, como él mismo comentaba, le sirve para representar múltiples perspectivas de la acción narrada, a veces mediante el uso de planos secuencia narrativos, otra veces simplemente para mostrarnos escenas totalmente diferentes, como puede ser una voz de ultratumba, la del fallecido Sir George Arthur Jennings:

“Dios puso la Tierra bien lejos del cielo porque ni siquiera él es capaz de aguantar el hedor a carne muerta. La muerte no es un amuleto para atrapar a los malos espíritus, ni tampoco es un espíritu; es un viento sin calor, una enfermedad que va invadiéndote poco a poco. Yo estaré presente cuando maten a Tony Mcferson. Yo estaré presente cuando el asilo de ancianos de Eventide arda hasta los cimientos. Nadie intentará salvarse. Yo estaré presente cuando el chico enterrado vivo cruce al otro lado pero siga sin saber que está muerto y yo lo seguiré cuando camine hasta la casa del cantante de reggae. Yo estaré presente cuando vengan por el último de la ciudad antigua. Cuando tres personas sean ajusticiadas salvajemente. Cuando el Cantante esté danzando con su pie muerto en vida y se caiga en Pensilvania y las rastas se le desparramen por el suelo.

Los que están a punto de morir pueden ver a los muertos. Te lo estoy intentando decir ahora, pero tú no puedes oírme. Puedes ver cómo os sigo y te preguntas: si está caminando, ¿cómo es que parece que no toque el suelo por mucho que vaya caminando detrás de mí y detrás de ellos?”

marlon-james-author-interviewDe poco sirve utilizar este recurso narrativo si no consigues dotar de voces diferenciadas a todos los narradores, naturalmente, James lo hace a la perfección; es capaz de dotar de personalidad a todos y cada uno de ellos, no solo por lo que cuenten sino por la forma de hablar; es buen momento para indicar que el gran escollo de traducir el patois vernáculo ha sido solventado con brillantez por Javier Calvo con la ayuda inestimable de Wendy Guerra mediante una solución cercana a lo que quiere significar (utilizando el cubano vernacular) y que refleja el sentido del habla en el texto original; el resultado es ciertamente espectacular como podemos ver en el siguiente párrafo y donde además se puede comprobar cómo el escritor es capaz de presentarnos la vida en un gueto jamaicano, lo cotidiano, el día a día de sus habitantes:

“Nos dedicamos a esperar. Dos men traen armas al gueto. Uno de ellos me enseña a usarlas. Pero la gente del gueto ya nos estábamos matando antes. Nos dimos con to lo que encontrábamos: palos, machetes, cuchillos, picahielos, botellas de refrescos. Matamos por comida. Matamos por dinero. A veces a un men lo liquidan porque a otro no le ha gustao cómo lo miraba. Y pa matar no hacen falta razones. Esto es el gueto, ¡eh! Las razones son pa los ricos. Nosotros tenemos la locura.

La locura es ir andando por una calle elegante del centro y ver a una madama vestida a la última moda y que te entren ganas de embestirla y jalarle el bolso, aunque está claro que lo que quieres en veldá, veldá, no es el bolsito ni el dinero; es que la madame grite cuando vea que te le tiras directo a chuparle la bembita pintá, y quitarle la cara esa de contenta de un bofetón y sonarle un puñetazo en to el ojo que la deje bizca, jodida, y matarla allí mismo y violarla antes o después de descojonarla porque eso es lo que los pandilleros les hacemos a las mujercitas decentes como ésas. “

Si nos vamos, en cambio, al caso del periodista Alex Pierce, podemos comprobar el contraste en personalidad/habla, las diferentes preocupaciones que se van alternando según el personaje que está hablando, los temas tratados y la forma a referirse a ellos se convierten en sellos de identidad únicos para todos los personajes, aunque no viéramos el nombre del narrador, éste podría ser distinguirse sin problemas:

“No es casualidad que las historias del gueto no vengan nunca con fotos. Los arrabales del Tercer Mundo son pesadillas que desafían tanto la fe como los datos empíricos, incluso los que tienes delante de las narices. Visiones del infierno que se retuercen sobre sí mismas y bailan al ritmo de su propia banda sonora. Aquí no se aplican las reglas normales. Quedan, pues, la imaginación, los sueños y las fantasías. Visitas un gueto, más concretamente uno de West Kingston, y enseguida la cosa se sale de la realidad para convertirse en algo grotesco, surgido de Dante o de las pinturas del infierno de El Bosco. Entras en una cámara roja y herrumbrosa del averno que es imposible describir, así que ni siquiera lo voy a intentar. Tampoco se puede fotografiar porque hay partes de West Kinston, como por ejemplo Rema, que resultan tan lúgubres e implacablemente repulsivas que la belleza inherente al mismo proceso fotográfico te miente y te oculta lo feo que es todo en realidad. La belleza tiene un alcance infinito, pero también lo tiene la desgracia, y la única manera de comprender con precisión ese vórtice completo e interminable que es Trenchtown  es imaginárselo.”

Solamente hay que fijarse en la voz de Nina Burguess, es magistral la forma en que James configura su personaje ya que su implicación con el atentado del cantante es un hilo invisible que no se desvela hasta el final; sin embargo, es capaz de reflejar una serie de actos que son el resultado de ese hecho que todavía no conocemos; su construcción de la identidad es una continua evolución que la lleva a luchar contra el orden establecido hasta el punto de luchar contra el maltrato de su padre y del resto de hombres que giran alrededor de su vida (y, en extensión, del resto de mujeres jamaicanas):

“Me he marchado antes de que mi padre pudiera recobrar el aliento. La verdad es que ya estoy cansada de todos los hombres, incluyendo ahora también a mi padre, y es que me da la sensación de que nada más verme se creen con licencia para portarse como unos cerdos. Genial, mírame, ya hablo como mi madre, y prefiero verme muerta antes que terminar como ella. Mi padre me ha pegado como si fuera una niña. Como si fuera una criaja de mierda, y eso sí es culpa de Kimmy. No, no es culpa de ella. Ella no es más que una mamarracha que venera a cualquier ser que le diga algo bonito, mi padre entre ellos. No, es culpa del Cantante. Ojalá no me lo hubiera templado, ahora yo no tendría nada que ver con él. Y ojalá la embajada me diera por fin el visado de mierda, en vez de decirme que ni soñando porque lo que yo no tengo son contactos. Si creen que me estoy muriendo de ganas de escaparme a ese país donde el Hijo de Sam dispara a la gente en la cabeza y los adultos violan a los niños y los blancos siguen llamando negros de mierda a la gente y tratando de clavarles un asta de bandera en Boston sin importarles que les estén haciendo una foto, es que no lo copian a uno.”

No se queda ahí, es mucho más ambicioso, es capaz de cambiar el registro, la forma de expresarse de los personajes según las circunstancias en las que se encuentren; largos párrafos, diálogos o, incluso, flujos de pensamiento se utilizan para dotar de ritmo a la narración según lo que esté sucediendo; tal es el caso de la huida de uno de los autores del atentado, su cerebro se convierte en un flujo de conciencia sin ningún tipo de puntuación que es el epítome de la narración confusa por las drogas que ha tomado y por la necesidad de huir y no saber dónde se encuentra: 

“[…]por favor dejen el tembleque nadie me quiere a nadie le importo mi cabeza no se da cuenta de que son las cosas que pasan cuando estás bajando de la droga cuando te da el bajón sólo te hundes y te hundes y el delirio no es más que un sitio muy alto del que luego bajas y bajas y caes y nunca dejas de caer y sigues bajando y bajando y pronto te hundes en el camino y por debajo del camino y hasta el infierno nadie me va a ver correr en plena noche si corres más deprisa el mundo irá más despacio pero todo se mueve más rápido que yo y la calle está llena de baches y de vallas de zinc que no me dejan ver las casas corro y corro y me topo con una gente a la que no he oído antes de verla corre métete en estos matorrales están jugando al dominó alguien debe de haberme visto debe de haber alguien detrás de mí pues no están todos debajo de la farola cuatro hombres sentaos a la a la mesa tres hombres mirando a dos mujeres el tipo que va ganando tiene la espalda apoyada en la verja y da un golpe […]”

El sexo, la droga y la violencia se convierten en leitmotiv que aparecen sucesivamente conformando un relato en la tradición más hardboiled de la novela negra, su retrato de la cárcel no tiene nada que envidiar a los relatos descarnados del gran Bunker, de hecho se acerca mucho a la forma cruda de describir acciones violentas del autor estadounidense:

“Sepan bien una cosa: la cárcel es la universidad del hombre del gueto. Portazo, cerrojo y portazo. Babilonia vino a buscarme hace dos años; ¿ya han pasao dos años? Intento acordarme bien de todas las veces que Babilonia me echa sus cadenas pa arriba. En el camión que me llevó pa la cárcel un policía me escupió a la cara (era nuevo) y otro, cuando le dije que su saliva olía a chicle, me dio tan fuerte con la culata del rifle en la cabeza que no me desperté hasta que allá en la celda me echaron agua en la cara. Los dos policías estaban muertos antes de 1978 gracias al tipo que iba a mi lado y que me los entregó en cuanto salí. Aprendan esto, mi gente buena y decente: Mama-Lo no enseñó a su hijo a caminar con la espalda bien erguida pa que luego le escupan como aun perro sarnoso. Y por lo menos este Papa-Lo que está aquí nunca olvida na. O sea, aquí el que olvida recibe. Nos los llevamos hasta el final de Copenhagen City, donde sólo viven los buitres y la mierda de los ricos desagua al mar, y uno de ellos se puso a lloriquearme cosas, que si su mujer no tenía trabajo y que tenía tres chamas, y yo le dije que peor para ellos porque ahora tenían además un padre maricón muerto.”

abriefhistoryofoptHasta tal punto es importante el manejo de la violencia en el texto que el autor lo utiliza para subvertir su significado transformándose en el elemento necesario para llegar a la paz; gracias a ella se llegará a un intento de paz entre los dos grandes capos jamaicanos:

“-Papa –dijo él-. Te me he adelantao. El martes rajé a un men. ¿Quieres que me encargue yo del Matasheriff?

-Pero mira que eres fogoso, ¿eh? No, hijo, no hace falta que te encargues, pero escucha esto –le dije, y le clavé el cuchillo en todo el cuello y le abrí la garganta.

Luego le di tres puñadas más en el costao del cuello mientras mis hombres me tapaban. Luego todos nos alejamos, dejando al mariconcito soltando sangre a chorros en el suelo y pataleando como un pollo descabezado.

Más tarde Matasheriffs me mandó otro mensaje diciéndome que ya era hora de que habláramos. […]Babilonia se había cansado de esperar, así que había encerrado juntos al perro y al gato para que se mataran cuanto antes entre ellos, pero en la cárcel había surgido una vibración nueva. Una vibración positiva.”

Todo esto se convierte en un ingrediente más de los diferentes juegos de poder que se irán sucediendo a lo largo de la novela que recuerdan a las películas de El padrino o cualquier película que se refiera a los cárteles colombianos; en el medio de toda la historia, como un elemento aglutinador, nos encontramos con la figura de Bob Marley, nunca referido como su nombre sino como el Cantante y que es otro de los elementos que sirven para definir la identidad de cada una de las voces narrativas: su relación con respecto a él; el que estoy sea así deviene en una musicalidad inherente que se percibe en la traducción igualmente; su importancia es primordial como eje narrativo, de ahí que subraye su presencia, o su no presencia con variaciones en su forma de mostrarlo; buen ejemplo de ello es el relato de su muerte, desde la voz de los muertos refiriéndose a él en segunda persona como si estuviera presente a su lado:

“El bávaro se retira de escena con una reverencia. Ya nadie habla de esperanza, ya nadie habla de nada. Estás en Miami y no recuerdas el vuelo que te ha traído. 11 de mayo, los ojos abiertos, eres el primero en levantarte (como en los viejos tiempos) pero lo único que ves son unas manos de vieja surcadas de venas negras y unas rodillas huesudas y protuberantes. Hay una máquina de plástico con venas que se te meten bajo la piel y que es lo que vive por ti. Ya tienes ganas de irte a dormir, seguramente por culpa de todas las drogas, pero algo se te acerca con sigilo y ya te das cuenta de que del sitio al que vas esta vez ya no podrás volver. Algo se acerca desde el otro lado de la ventana trayendo una melodía parecida al Master blaster de Stevie Wonder… En Nueva York y en Kingston, las centellas iluminan los cielos de un blanco de mediodía, los truenos retumban y los rayos atraviesan las nubes. Tormentas eléctricas de verano pero tres meses antes de tiempo. Tanto la mujer que se despierta en Manhattan como la que está sentada en el porche de Kingston lo saben. Has muerto.”

Este análisis siempre se quedará corto ante la magnitud de la obra comentada pero espero que, por lo menos, hayan quedado claras algunas de las estrategias que tan sabiamente utiliza el autor y que haya podido trasladar mi entusiasmo ante esta monumental polifonía. Es un camino arduo, cargado de sinsabores pero, ¿cuántas cosas que valgan la pena se pueden conseguir sin esfuerzo?  Id a por él, ¡insensatos!

Los textos provienen de la traducción de Javier Calvo con la colaboración de Wendy Guerra de Breve historia de siete asesinatos de Marlon James editado por Malpaso.

Llamada perdida de Gabriella Wiener. Más allá de lo confesional

LlamadaPerdidaEn un arrebato de sinceridad confieso que, a priori, no suelo acercarme a los relatos confesionales. Es un prejuicio que tengo grabado a fuego y que me hace desconfiar de ellos como si de la peste se trataran. Todas esta condiciones se daban en Llamada perdida de la peruana Gabriella Wiener, no debería haber llegado a él pero hice el esfuerzo por un par de motivos: un par de recomendaciones positivas por parte de lectores que respeto mucho e intentar acercarme a escritores/as de habla hispana (que no suelen estar entre mis lecturas habituales).

Alguien se puede preguntar qué es un relato confesional, no hay problema, la propia escritora nos explica casi al principio su técnica narrativa, que puede adscribirse a este tipo de historias:

“Lo cierto es que nunca he podido narrar –ni opinar- desde un lugar discreto, nunca he podido hacerme invisible, y para ser sincera tampoco lo he intentado. Amo la realidad que desenmascaramos en cada uno de nuestros actos. Amo la voluntad de asombro. Cuando niña me intoxiqué de poesía confesional y de los trabajos de artistas que escribían con su sangre y nos mostraban la cama donde acababan de tener sexo. Me interesan los documentales que hacen los hijos sobre sus familias tanto como los libros de memorias que nadie contaría, narraciones llenas de episodios bochornosos. La intimidad es mi materia y es mi método. Y, sí, esa necesidad de exponerme tiene que ver más con la inseguridad que con la valentía.  La autorrepresión siempre me pone al borde del arrebato y en situaciones incómodas de las que nunca sé cómo salir. Pero salgo y salgo un poco distinta.

Este puñado de historias y observaciones no son más que frutos de la reincidencia en el vicio de comentar lo que me rodea con la esperanza de que al relatarme alguien más se sienta relatado.”

No iba bien la cosa, resume exactamente todos mis miedos a encontrarme un texto de este tipo, memorias que se ligan comúnmente a la sinceridad del narrador con la esperanza última de lograr que el lector se identifique con lo relatado.  Siempre he sido más partidario de la ficción como vehículo para hacer lo mismo que comenta; el siguiente texto ahondaba de nuevo en lo que comentaba Wiener y sinceramente, me alarmaba aún más:

“Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en minúscula y por lo general sospechosas. Hacerlo de otra manera sería presuntuoso por mi parte. Estaría engañándome y engañándolos. Gay Talese escribió que la misión de un escritor de no ficción es dar cuenta de la corriente ficticia que fluye en los túneles subterráneos de lo real. Hay escritores que buscan la verdad a través de la ficción. Me gusta pensar que formo parte del otro grupo, el de esos excavadores que buscan en lo real lo impredecible y lo extraño (pero también lo abrumador) de la normalidad, el absurdo que contienen las noticias, todo eso que puede ser tan serenamente triste como una llamada perdida.”

Sinceramente, prefiero que me engañen, que me enseñen mundos alternativos a lo que estoy acostumbrado a ver, soy plenamente consciente de todo lo absurdo que contiene, ;no hay nada que me pueda llamar menos la atención y, sin embargo, la última frase me devolvía la esperanza: esa pátina de tristeza como una llamada perdida (que además entroncaba directamente con el título del libro). Título que se subdivide en diversas categorías articuladas bajo la misma temática (Llamadas de larga distancia, llamadas personales, llamadas perdidas, llamadas a cobro revertido) y que identifican sus relatos confesionales metafóricamente con algo tan actual como es una llamada telefónica, con la connotación añadida que los relaciona con un punto de pérdida, algo negativo, lo que nos perdemos cuando no recibimos una llamada es parte inherente de cada uno de sus relatos.

Y sorprendentemente, llegó el momento en que me olvidé de los temas tratados y de si empatizaba más o menos con la historia; el libro de Gabriella Wiener me fascina no tanto por lo que cuente (que es interesante la mayoría de las veces) sino por la forma de contarlo;  no descuida la forma, muy al contrario, la cuida al límite consiguiendo dotar a cada párrafo de todos sus sentimientos y reflexiones, pero mostrándolos de una manera que resulta  muy poética; buena muestra de ello es su forma de mostrar su relación con los textos de Bolaño, fantástica la última frase identificando las páginas de Los detectives salvajes con su soledad, el color de los días e, incluso, su ambición literaria:

“Hojeo velozmente las páginas de mi ejemplar de Los detectives salvajes esperando encontrar algo de aquella época, pero me sorprende una vez más no ver nada, ni una anotación ni un billete de metro: no hay testimonio de mi lectura y eso me hunde. Cuando llegué, Roberto Bolaño acababa de morir. Había vivido desde los ochenta en esta ciudad y luego a las afueras, en Blanes, un pueblo de la costa Brava a una hora de Barcelona; pero ya no estaba más, había muerto esperando un trasplante de hígado meses antes de  mi llegada; su fantasma, como el de Cesárea Tinajero en el desierto mexicano, también merodeaba por aquí y yo me hallaba por completo bajo su influjo. En suma, era víctima del síndrome que aqueja a cualquier joven con aspiraciones de escritor que se inicia en la lectura de Bolaño: me sentía, repentinamente, una detective salvaje. Algo de mi soledad temporal, el color de esos precarios días, el brillo de cierta pobreza de artista, las dudas sobre mi futuro y mi enorme ambición me hacían verme reflejada en sus páginas.”

Algo tan manido como el uso nostálgico de los recuerdos es oro puro en las manos de la escritora que recuerda la vida en su país y la liga a un sueño, a la esperanza futura de mejorar lo que tuvo allí:

“Hay unas fotografías que nos tomamos Jaime y yo en el tren de regreso del aeropuerto del Prat, minutos después de reencontrarnos. Él tiene el rostro anhelante. Yo, entre avergonzado y sorprendido. Recuerdo la extrañeza que me produjo abrazarlo. Cuando te acostumbras a las soledad, de repente los desconocidos se vuelven cercanos y los conocidos unos extraños. Lo ajeno es lo normal y lo inusual es que algo te pertenezca. Tuve que mirarlo mucho rato,  quizá horas, días, para identificarlo como la persona a la que esperaba. Ahora que vuelvo a mirar las fotos, creo que ambos sonreímos. Nos esperaban muchos años juntos en esa ciudad. Habíamos perdido un país, pero teníamos un sueño.”

No faltan las reflexiones personales al respecto de la literatura y del arte en general como es en el siguiente caso, quizá lo que más anhelamos al encontrarnos una obra de arte es confrontarnos con monstruos que nos recuerdan aquello en lo que podemos convertirnos si no estamos atentos:

“Siempre he pensado que, como los buenos libros o el arte más grandioso, las buenas películas nos confrontan con monstruos que  se parecen más a nosotros mismo que a un dragón o un alienígena. Que son como un recordatorio de aquello en lo que podemos convertirnos.”

Hasta los cuentos de navidad de Dickens están presentes en sus narraciones, es deliciosa la manera metafórica de utilizarlos, transcribo solo una parte de ellas, vale la pena leer el texto completo:

“Pero, otra vez, leo Un cuento de Navidad (1843) y no puedo evitar pensar que aunque sea el colmo de lo dickensiano –eso tan inglés, tan victoriano –ese libro de alguna manera nos retrata a todos. Todos cabemos en un cuento navideño de Dickens. […] solía ver a mi país como a Bob Cratchit, el trabajador pobre pero honrado, sometido a la tiranía del rico tiranuelo; y he visto en el Perú al pequeño Tiny Tim, inocente de toda culpa, enfermo y condenado a morir, pero aun así alegre y esperanzado […]”

Los dos últimos textos, referentes a Corín Tellado e Isabel Allende, vuelven a convertirse en vehículos para transmitir sus emociones pero, nuevamente, van más allá de lo habitual, le sirven para mostrarnos quién es realmente, una mujer muy diferente a la habitual, una mujer que lucha por un futuro distinto al que imaginaron ellas:

“Me había olvidado de ser esa clase de mujer que mi abuela y Corín querían que fuese. Mi abuela había muerto. Corín tenía cinco de tensión. Y con seis te mueres.”

Y es especial, Wiener, porque todavía defiende la idea romántica del autor, más allá de los productos a los que asistimos todos los días, marketing más que autor: 

“[…] Pero ya no hay autores, hay productos. Ahora se hacen novelas entre cuatro personas que están en la planilla de una editorial.”

Buena forma de terminar este pequeño texto con una frase de Allende y la consiguiente reflexión:

“-Cuando escribo, no tengo ni que verme bien ni ser inteligente –traga una bola de emoción-. Ni cautivar a nadie.

La sinceridad de Isabel Allende aturde.”

A mí también me aturdió la escritura de Gabriella Wiener, pero no fue solo por su sinceridad, sino por su habilidad e ingenio para mostrar mostrarla.

Cuentos completos de E. L. Doctorow. Descubrimiento póstumo

CuentosCompletosEl 21 de julio de este año nos dejó el escritor norteamericano Edgar Lawrence Doctorow; mi relación hasta ese momento no llegó ni a turbulenta, estaba basada en la indiferencia, haber oído hablar de él y, sin embargo, no haber probado ninguna de sus obras, novelas por las que era mundialmente conocido. Su muerte desencadenó (como nos ocurre tantas veces) mi acercamiento a su obra, aunque de una manera poco ortodoxa: a través de sus cuentos.

Da la casualidad que en el momento de su fallecimiento la editorial Malpaso estaba preparando una recopilación de todos sus cuentos como se indica al principio de la antología en una nota aclaratoria:

“E. L. Doctorow murió el 21 de julio de 2015 cuando se corregían las pruebas de este volumen. Durante las semanas anteriores colaboró generosamente con Malpaso para perfilar los detalles de una edición (la primera de todos sus cuentos en cualquier lengua) que esperaba con enorme interés. Ya no podrá verla, pero sirva este libro de homenaje póstumo al gran escritor norteamericano.”

Hablaba sobre lo poco ortodoxo de mi acercamiento y lo hacía fundamentado en el buen prólogo de Eduardo Lago, donde el escritor en primer lugar habla sobre las diferencias entre cuentos cortos y novelas a la hora de narrar:

“En un intento de explicar en qué consiste exactamente la diferencia entre la distancia corta y la larga a la hora de narrar, Doctorow puntualizó que en tanto que una novela es el comienzo de una prolongada exploración, el cuento es un organismo vivo que cuando llega al terreno de la imaginación lo hace de manera súbita y con sus rasgos ya perfectamente formados. La distinción, con ser sugerente, no alcanza a explicar la elusiva magia inherente a la manera de fabular de Doctorow, cuyos entes narrativos nunca parecen tener del todo claro lo que son. La publicación de un volumen como el que el lector tiene en sus manos es de una importancia superlativa por dos razones. La primera, que los cuentos de Doctorow, con ser de una calidad excepcional, jamás habían sido reunidos en un solo volumen, ni siquiera en inglés. La segunda, que el escritor del Bronx goza de un inmenso prestigio como autor de algunas de las mejores novelas norteamericanas de las últimas décadas, pero su labor como cuentista ha pasado prácticamente desapercibida.”

Para, al final de dicha reflexión, referirse en segundo lugar a lo atípico que es acercarse a los cuentos de Doctorow teniendo en cuenta que su fama se fundamenta en la calidad de sus obras largas; se esfuerza Lago en definir la sensación que produce está lectura y señala un detalle primordial: la ordenación de los relatos a gusto del propio autor en una lógica solo comprensible por él:

“Leer un cuento de Doctorow es una experiencia estética un tanto desasosegante. No falta nada en estos relatos, y sin embargo dejan en el lector una desazón muy profunda, como si exigieran que ocurriera algo más, cosa que de hecho sucede, sólo que, extrañamente, fuera de la página.

A efectos de esta edición, la ordenación de los relatos completos de Doctorow la estableció el propio autor poco antes de morir, y no coincide exactamente con la de los volúmenes en que aparecieron de manera originaria, sino que obedece a una lógica superior que solo su creador fue capaz de ver. En este sentido resulta altamente significativo que se respete la profunda unidad que constituyen los relatos integrantes de la segunda colección de cuentos de Doctorow, uno de los volúmenes más perfectos salidos de su pluma.”

Acaba definiendo al autor como algo muy distinto en base a esta experiencia lectora; es curioso porque repasando esto me quedo con esa sensación desconcertante:

“[…] en ellos hay algo que no se manifiesta de la misma manera en las novelas mayores. Para decirlo de manera sumaria, como autor de relatos breves, Doctorow fue un escritor más directo, poético y fugaz; más emotivo y cercano; más íntimo y elusivo; más profundo y misterioso; y, a la postre, mucho más desconcertante. Como se ha recalcado, nunca antes había existido en ningún idioma la posibilidad de adentrarse sin restricciones en lo más hondo del lado secreto de la imaginación de un cuentista excepcional que da la casualidad de que se llama exactamente igual que un novelista a quien llevábamos muchos años leyendo con admiración: Edgar Lawrence Doctorow.”

A pesar de que no haya una unidad de estilo ni temática en ellos, esta recopilación da la impresión de desprender una amalgama de historias desconcertante; parece más un ciclo vital de cuentos que una recopilación de relatos individuales. Incluso me atrevería a que el ritmo “in crescendo” en cuanto a su calidad suponen una especie de relato de formación del autor tanto como persona como artista. Cada fragmento configura un avance parcial, de ahí esa sensación incompleta que va tendiendo a completarse según avanzas en la antología.

Me quedo con algunos fragmentos que refuerzan este sentimiento, como en “Glosas a las canciones de Billy Bathgate” en la que un niño le sirve para reflejar su infancia, los recuerdos de una calle, el sabor de un momento:

“Mientras el niño va olisqueando vidas ajenas al pasar ante las casas del barrio, distinguiendo el olor de las naranjas del de los quesos, los pollos, el pescado y los zapatos nuevos hechos con materiales baratos, debe vigilar con pericia lo que tiene detrás y lo que tiene delante. Solo lleva seis o siete años en este planeta, pero ya es víctima de los chicos mayores (negros, irlandeses, italianos) que acechan, merodean y pinchan, invisibles como las agujas de zurcir; de los policías; del encargado de vigilar a los niños que hacen novillos; del Castigo, que le tira de las orejas para arrastrarle de vuelta al orfanato que está a varias colinas de distancia, a varios valles profundos (muy profundos) de distancia, con ascensos y descensos demasiado empinados, demasiado angostos para unos zapatos de goma tan pequeños, para unos calcetines tan caídos, desmadejados.”

Consciente de que lo sensorial es imprescindible para sentirse integrado en una sociedad que te deja abandonado en un solipsismo inevitable y determinista:

“Si a un hombre le quitas la capacidad de sentir, acabará inventando sus propias sensaciones; si le quitas la vista y el oído y no le dejas oler y ni tocar nada, verá, oirá, olerá y sentirá lo que su mente imagine. Esto demuestra que nacemos condenados a la soledad, que nacemos con hambre de mundo y sin poder compartir esa hambre, y que nuestro corazón rebosa soledad y que esa soledad inunda el mundo, y lo empapa hasta que la primavera de los corazones solitarios se queda sin sangre y entonces ese río nuestro se seca.”

De “Jolene: Una vida” aprendemos que la vida cambia en un instante y casi sin que nos demos cuenta, avanzamos, evolucionamos, nos formamos para lo que está por venir, aunque cueste:

“Tenía más de mil dólares en el cajón de su mesilla de noche. Sabía que con el tiempo podría reclamarlos si estaba dispuesta a dejarse interrogar por la policía, pero nada de lo que pudiera sucederle sería tan malo como lo que le sucedería si asumía ese riesgo. Aun cuando no les dijera nada, ¿qué efecto tendría Sal’s Line en las posibilidades de que ella llegara a su decimonoveno cumpleaños que, causalmente era al día siguiente? Él no estaba allí para decírselo.

Y así es como cambia la vida, igual que azota el rayo: en un instante lo que era ya no es lo que es y te encuentras sentado en una roca al borde del desierto, con la esperanza de que pase un autobús y se compadezca de ti antes de que te encuentren allí muerta como un animal cualquiera atropellado en el asfalto.”

De hecho, en “Wakefield” ahonda en la inconsciencia de las decisiones, en que quizá no estemos tan libres como creemos para hacerlo:

“La gente dirá que dejé a mi mujer y supongo que, si nos atenemos a los hechos, eso es lo que hice, pero ¿dónde estuvo la intencionalidad? En ningún momento tuve el propósito de abandonarla. Si acabé  en el desván del garaje, con todos los muebles viejos y los excrementos de mapache, fue por una serie de circunstancias anómalas –y es así  como empecé a abandonarla, sin saberlo, claro está-, pese a que bien habría podido entrar por la puerta como venía haciendo a diario después del trabajo a lo largo de los catorce años y dos hijas de nuestro matrimonio.”

Lo que sí está claro es que la decisión puede no ser entendible a primera vista, pero a larga escala, como todos estos cuentos en un conjunto, forman parte de la transformación que se opera en ti mismo, sólo se podrán entender más adelante:

“Cualquier puede tener un cambio radical de parecer, eso está claro, y no veo, pues, por qué algo así, junto con todo lo demás, habría de ser impropio de mí. ¿Acaso no podía un hombre, después de una vida responsable y conforme a las reglas, verse de pronto arrancado de su rutina y distraído por un ruido en su jardín trasero y apartarse entonces de una puerta para entrar por otra como primer paso en la transformación de su vida? Y he ahí en qué me transformé, algo que no concuerda precisamente con la idea de perfidia masculina al uso.”

Es quizás ese determinismo, esa incapacidad de elegir tu propio destino ante los eventos que se sucede, lo que subyace en cada narración como es el caso de “Integración” donde el autor dota al destino de un papel sagrado venga de donde venga:

“Da igual que el matrimonio lo hayan concertado los padres o un dios borracho […] y que todo se haga por motivos equivocados: da igual. Sea por mediación de la familia o sea por un deseo de ir a vivir a otro país, la cuestión es que subyace el mismo hecho misterioso, actuando a modo de destino. Y una vez consumado, ya no puede haber nada más.”

Lo que está claro es que está sensación no es placentera para el lector, que se enfrenta a momentos que no entiende, momentos que le incomodan, hay un deje particularmente negativo que el autor utiliza una y otra vez para contener lo vital de cada persona; en “La legación extranjera” podemos asistir a otra metáfora de este estilo donde la casa, el hogar, normalmente asociado a lo cotidiano y a la seguridad de cada persona se convierten en receptáculos de vida, contenedores de dicha pulsión, ¿un eufemismo de tumbas?

“Pero por fuera no se notaba que allí hubiese pasado nada de particular. La casa estaba siempre silenciosa, la puerta cerrada, el coche aparcado en la calzada.

Las casas estaban hechas para contener la explosión vital de la gente de la misma manera que las bombas neutralizan las cestas de red de acero de los artificieros de la policía.”

El fantástico relato final, “Vidas de los poetas”, nos lleva a una vida literaria que, puede ser que el autor no viviera de una manera tan vital como podríamos esperar, sus palabras, como todos los cuentos que llevan a este momento nos llevan a una falta de autenticidad  de los creadores literarios; estaba hablando de él mismo o del mundo que lo rodeaba pero esa definición de la fama de los escritores era ciertamente indicativa de un desencanto latente:

“Bueno, pues, anoche, como me sentía muy fastidiado, me decidí a ir a la fiesta de presentación del libro de Crenshaw en el Dakota. Lo que yo quería era sentirme bien y recordar lo que hacemos. Mi estimado colega se ha dado cuenta de que para conservar fama de leyenda literaria le basta con escribir cada tres o cuatro años una novela floja pero llena de circunlocuciones y conseguir que den fiestas en su honor en salones famosos. Es increíble, se cree con derecho a los honores y los consigue.”

Los cuentos de Doctorow nos llevan al descubrimiento de un autor diferente tanto del resto, como de su propia obra novelística, y, francamente, es una antología de relatos muy sólida y satisfactoria a pesar de las dificultades que sientes al leerlas. Todo un logro para la editorial Malpaso y para nosotros, los lectores, que somos los que disfrutamos finalmente.

Los textos provienen de las traducciones de Gabriela Bustelo, Carlos Milla Soler, Isabel Ferrer Marrades y Jesús Pardo de Santayana  de Cuentos completos de E. L. Doctorow en la edición de Malpaso.

“Que levante mi mano quien crea en la telequinesis” de Kurt Vonnegut. No me digas que esto no fue bonito

que-levante-mi-mano-quien-crea-en-la-telequinesis-y-otros-consejos-para-corromper-a-la-juventudTengo que reconocer que no sabía qué esperar de este libro. Por un lado es un Vonnegut, siempre existe este afán completista; por otro lado, parecía una antología de obras menores, en este caso, nueve discursos y una recopilación de citas para meditar; el formato tampoco ayudaba mucho, es el formato del otoño literario de este año: libros en tapa dura, pocas páginas y precios ligeramente elevados.

La propia editorial me ayudó a decidirme ofreciéndolo y, hay que conceder que la idea ha sido estupenda. Estamos ante una lectura que, pese a no ser de lo mejor del autor, supone un entretenimiento de alto nivel y cumple su cometido a la perfección. El texto introductorio de Dan Wakefield nos refleja a la perfección la personalidad general del inimitable autor norteamericano; en primer lugar, su concepción de cultura en general y cuentos en particular:

“Mientras se ponían de moda meditaciones orientales como el zen, Vonnegut afirmaba que tenemos un estupendo método occidental para desacelerar el corazón e inmovilizar la mente: la “lectura de cuentos”. A esa práctica la llamaba “siestecilla budista”. No era, sin embargo, uno de esos adultos de la época que no hallaban nada que admirar en la cultura juvenil. Había escrito que “la función del artista consiste en conseguir que a la gente le guste más la vida”, y cuando alguien le preguntaba si eso había sucedido alguna vez, respondía: “Sí, los Beatles lo lograron.”

Lo cual se complementa con su forma de pensar, ideas sencillas y espontaneidad de la mano:

“Tal como hablaba y escribía, Vonnegut siempre acababa soltando frases e ideas sencillas que todo el mundo pensaba pero que nadie decía, unos razonamientos que expresaban sentimientos íntimos, impugnaban prejuicios y mostraban las cosas desde otro punto de vista. Vonnegut señalaba la evidencia silenciada, era el primero en advertir que el emperador iba desnudo.”

Configurando una personalidad sin par que mezclaba a partes iguales su capacidad de juguetear con la profundidad y sinceridad de sus pensamientos:

“Vonnegut ni se rebajaba para ser entendido por sus lectores ni trataba de abrumarlos con su sabiduría. Era tan juguetón como profundo, y con ese espíritu se dirigía a los graduados.”

“Vonnegut fue uno de los narradores más sinceros de nuestra época. Por eso no encontraréis falsedad en sus consejos.”

A continuación se han introducido los nueve discursos que dio en universidades, siete de ellos para universitarios recién licenciados; todos estos discursos se pueden entender como “los consejos para la vida del bueno de Kurt” y están cargados de sapiencia y buen humor. Me centraré en dos o tres ideas que reflejan este parecer, como es su idea de los “ritos de paso”, esa serie de peldaños evolutivos que originan el paso a la madurez, uno de los que utiliza para ironizar es, precisamente, la guerra, a través de su experiencia personal:

“Otra vivencia del macho americano y europeo que puede contemplarse como rito de paso es la guerra. Cuando el varón regresa de la batalla, sobre todo si lo hace gravemente herido, todo el mundo coincide en que ese chico está hecho un hombre. Cuando llegué a Indianápolis tras pasar la Segunda Guerra mundial en Alemania, un tío mío me dijo: “Caramba, ahora sí que pareces un hombre.” Me entraron ganas de estrangularlo. Caso de haberlo hecho se habría convertido en el primer alemán que me cargaba. Yo ya era un hombre antes de partir a la guerra, pero él no pensaba reconocerlo jamás.”

Y no se corta en opinar sobre el aburrimiento o sobre la maternidad:

“Y ahora pasemos al aburrimiento. Friedrich Wilhelm Nietzsche, un filósofo alemán fallecido hace setenta y ocho años, sentenció lo siguiente: “Contra el aburrimiento hasta los dioses pelean en vano”. Se supone que debemos aburrirnos. Forma parte de la vida. Aprended a soportarlo o, de lo contrario, nunca estaréis a la altura del honor que ya he concedido a esta promoción: ser mujeres u hombres hechos y derechos.”

“Algunas os convertiréis en madres. No lo recomiendo, pero son cosas que pasan.

Si eso os ocurre, siempre podéis encontrar una justa compensación en estas palabras del poeta William Ross Wallace: “rige el mundo la mano que mece la cuna.”

Afortunadamente no falta una mención a los libros, se vuelven la mejor mascota, casi el mejor amigo, al atribuirles características humanas:

“No renunciéis a los libros. Son amables y muy gratos al tacto. Pensad en la dulce reticencia de sus páginas cuando las pasáis con la sensible punta de vuestros dedos. Una gran parte de nuestro cerebro está consagrada a dilucidar si lo que tocan nuestras manos es bueno o malo. Cualquier cerebro medio activo sabe que los libros son buenos.”

Imagino a los jóvenes a los que dirigió estos discursos y no puedo dejar de sonreír ante el manejo del discurso; divertido y profundo a la vez y apelando en su parte final una empatía que buscaba crear mejores personas, los dos últimos párrafos reflejan a la perfección esta capacidad, su anécdota sobre lo que contaba su tío Alex es deliciosa:

“Pero volvamos a mi tío Alex, que ya está en el cielo. Una de las cosas que objetaba a los seres humanos era que casi nunca advertían su felicidad cuando eran felices. Él hacía todo lo posible para celebrar los buenos momentos. Podíamos estar bebiendo limonada a la sombra de un manzano, en pleno verano, y el tío Alex interrumpía la conversación para exclamar: “No me digas que esto no es bonito ¿eh?”

[…]

Que ese sea el lema de vuestra promoción: “No me digas que esto no fue bonito.”

Y es que la única pretensión de Kurt era que aportásemos nuestro granito de arena para mejorar el mundo. A base de granitos se construyen montañas:

“Os sugiero, adanes y evas, que centréis vuestras aspiraciones en convertir una pequeña parte del planeta en un lugar seguro, saludable y decente.

Hay mucho que barrer.

Hay muchos que reconstruir, tanto espiritual como físicamente.

Pero también va a haber mucha felicidad. ¡No os olvidéis de reconocerla!”

Era único, el señor Kurt Vonnegut era único.

Los textos provienen de la traducción de Ramón de España de “Que levante mi mano quien crea en la telequinesis y otros mandamientos para corromper a la juventud” de Kurt Vonnegut para Malpaso

Fricción en el Matadero: Charla en torno a Vonnegut

malpaso

Malpaso ha empezado fuerte con la promoción de sus dos primeros libros. Para atestiguarlo, la próxima semana empieza la Semana Vonnegut, de la que soy padrino  y que tendrá su pistoletazo de salida el próximo lunes día 11 de noviembre a las 19 y 30 con la charla homenaje que se llamará “Matadero Vonnegut”.

Este acto conmemorará  el que hubiese sido el 91 aniversario de Kurt Vonnegut  y se ubicará en la librería Nollegiu que justo acaba de abrir sus puertas en el barrio barcelonés del Poble Nou.

El editor Malcolm Otero Barral y Ramón de España (traductor de la obra)  charlarán sobre su figura  con otros escritores con los cuales están acabando de confirmar su asistencia.

Como mucho no somos de Barcelona, se retransmitirá vía Streaming e incluso se pueden  empezar a mandar preguntas a través del enlace siguiente. En este mismo enlace se podrá ver la charla el mismo día.

Una estupenda ocasión para empaparse aún más en la vida y obra del gran escritor norteamericano.

“La cartera del cretino” de Kurt Vonnegut

la-cartera-del-cretinoHablaba el otro día sobre la proliferación de editoriales pequeñas que buscan su hueco en el mercado; hoy os traigo el estreno de otra de ellas que buscan diferenciarse con un catálogo distinto y de calidad y una propuesta que, al menos, quiere crear un estilo distinto. Estoy hablando de Malpaso cuya web podéis consultar por aquí, ya que viene el catálogo de los próximos meses y hay cosas jugosas.

Su propuesta consta de un libro, en edición de tapa dura, con bordes en diferentes colores y la posibilidad de adquirir la “versión metafísica” del mismo, es decir, en ebook; con un ingenioso sistema según el cual, pasando la foto de una página del libro con tu nombre por correo, casi en el momento, te pasan el libro en formato electrónico. Ya os puedo asegurar que funciona.

En cuanto al catálogo, sinceramente, no pueden haber comenzado mejor; la última novela del siempre interesante Eduardo Lago y el libro que me ocupa hoy, siendo el pretexto para este post: “La cartera del cretino” del ya fallecido escritor norteamericano Kurt Vonnegut.  Libro publicado póstumamente con los últimos cuentos que se han encontrado del escritor; de esta manera tenemos  seis cuentos, un ensayo y un último cuento incompleto.

Todavía habrá gente que no habrá leído nada de este inmenso escritor; mal hecho desde luego, el poder de su prosa permanecerá en el tiempo; cada frase de sus cuentos, ahora tan en boga, está milimétricamente construida, todo está premeditado para provocar nuestra estupefacción al mismo tiempo que el sentido de la maravilla. Estos cuentos no ahondan tanto en la parte de ciencia ficción de la que tan amigo fue, centrándose más en detalles de la vida más conocida; cada uno de ellos tiene la perfección que le caracteriza y, además, están cargados de buen humor e ironía a raudales, uno de los artificios que mejor utilizaba el norteamericano. Así, en cada uno de sus últimos textos encontramos momentos para recordar:

En “Entre tibio y Tombuctú“, el autor nos hace reflexionar sobre la necesidad de rememorar los tiempos vividos;  la dolorosa ironía final se enmascara con la belleza de su prosa:

“Admiró esa loma verde calentada por la primavera… El estanque a sus pies, rebosando sobre las piedras de tan rudimentario dique… Los jóvenes amantes mojando los pies descalzos en la espuma del estanque… El rostro de la mujer era propio de un ángel.. y resultaba tan real que sus labios parecían a punto de moverse…”

En “Roma” no falta el humor, por todos lados, como este mágico momento en el que una hija, ciega ante los encantos del mafioso de su padre, es capaz de tergiversar su percepción al límite:

“Me pregunté qué diría cuando oliera todo ese vinazo.

-Oh, papi, papi, papi…. -dijo-. Ya se te ha vuelto a ir la mano con el aftershave.”

La decepción final la hará crecer, como en un relato de formación de un artista.

En “Paraíso junto al río” la sorpresa final nos escandaliza por sus implicaciones (o no?)

En “La cartera del cretino” equivale el arte al manejo de una cartera de valores de bolsa:

“No soy ningún artista, pero creo sinceramente que mi trabajo se parece mucho a la pintura. Me pone de los nervios ver una cartera de valores maltratada, del mismo modo que a un pintor le duele ver un cuadro que no acaba de estar bien hecho.”

En “Señorita Snow, está usted despedida”, nos sorprende con un relato donde se exalta lo bueno que nos ofrece la vida; es uno de los relatos más vitales que me he encontrado del maestro:

“No he perseguido la felicidad- continuó Flemming.

-Francamente, me temo que ninguno de nosotros lo hace -reflexionó Arlene.”

Y en “París, Francia”, cómo no, el amor es tratado desde una multiperspectiva, tres parejas diferentes, tres evoluciones diferentes, una única conclusión:

“Helen Donovan empezó a escribir una novela sobres sus tres días en París. Pero las dos primeras líneas que escribió la hicieron abandonar el proyecto: “el amor es una cosa muy rara. Creo que no soy lo suficientemente mayor como para entender todo lo que hay que saber de él.”

Quiero acabar con unas palabras del autor incluidas en el ensayo “El último de Tasmania”, que resumen a la perfección lo que trata de explicar en dicho texto además de convertirse en paradigmáticas del estilo inconmensurable de un autor único.

“Y así, con estas lúgubres palabras, termino un idiosincrático viaje personal sobre el papel. Una silla de cocina plantada frente a una máquina de escribir ha sido mi carabela. Un gato blanco, mi única tripulación. He navegado por medio de palabras, hechos y personas libremente asociados, empezando por el número 1492. Que me recordaba en cierta manera al jefe de mi regimiento años atrás, el cual me recordaba a su vez la exploración del espacio, y así sucesivamente. Por el camino me topé con mapaches y zarigüeyas; y con Jane, mi primera mujer; y con Jesús y Hitler; y con submarinos atómicos; y con una virtuosa jovencita que fue azotada hasta comportarse como si hubiera crecido en una escuela para furcias; y con Kirkpatrick sale y Robert Hughes, y mucha más gente.”

Gracias a Malpaso por traer una obra tan necesaria; como todo lo de Kurt Vonnegut.

Los textos provienen de la traducción de Ramón de España para esta edición de “La cartera del cretino” de Kurt Vonnegut en Malpaso Ediciones.