Es más que reseñable que se realice un libro de este tipo, entre otras cosas porque suelen faltar propuestas de este estilo que, además, consigan cumplir su objetivo con sobriedad y se conviertan en una referencia. En el prefacio de Jesús Parrado nos comenta la función que se busca con esta recopilación de artículos: “Objetivo, pues, de este libro es destacar la relación fecunda y fluida entre la pulp fiction europea y su equivalente cinematográfico, donde literalmente hubo de todo, y para todos.”
Sí, una mezcla de pulp con la cinematografía, más atractivo no se podía presentar, hay que ver si de verdad el objetivo se cumple; para ello Pablo Herranz y Javier G. Romero han dividido el volumen en cuatro partes bien diferenciadas:
Primera parte: en palabras del coordinador, “seleccionamos un cuarteto de escritores de los llamados “eternos” y “universales”, cuyas obras han sentado las bases para mucha literatura posterior, cada uno además de distinta nacionalidad: el español José Mallorquí, el italiano Emilio Salgari, el inglés Edgar Wallace y el alemán Karl May, padres, respectivamente, de mitos populares de la categoría del Coyote, Sandokán, el Krimi y Winnetou.”
Es especialmente destacable, en el capítulo sobre Emilio Salgari, la descripción que se realiza del estilo y prosa del italiano y que se puede aplicar a parte de la novela pulp en general: “Ya se dijo antes: técnicamente no era un gran escritor y, además, escribía a destajo, sin ocasión de corregir. Algo debía estar haciendo muy bien para compensar todo eso y mantener hipnotizada a su gran masa de lectores. Aunque tienda a olvidarse, ciertamente “redactar” no es sinónimo de “escribir”. Emilio Salgari quizá no redactase muy bien, pero imaginaba en su fantasía desmesurada historias que uno quería oír, leer, conocer. Las narraría mal, de forma atropellada, con diálogos increíbles y situaciones imposibles… pero creaba personajes, escenarios y acontecimientos que llevaban al lector a donde este nunca había estado y ensoñaba estar.”
Esa sensación de sueño, de magia, de fantasía… que arrastraba a los lectores, se reafirma en el dedicado a Karl May: “Lo cierto es que el Oriente de Kara Ben Nemsi o el Oeste de Winnetou tienen tanto que ver con las ubicaciones auténticas como el exaltado lector quiera. No son lo real, sino la imagen enfebrecida, idealizada, mítica, de la idea de lo real. En ese marco legendario, más grande que la vida,; desde luego más grande que la vida de los lectores e incluso que la de May, novelesca de por sí,; los europeos podían vivir sus propias aventuras, crear sus propios paisajes y construir su propia mitopoética en tierra extraña, en un país de sueños, en una topografía mental.”
Las mismas virtudes aparecen en distintos autores que resaltan además esa capacidad para crear una mitopoética de una tierra extraña, tan atractiva para el lector de estas novelas.
En la segunda parte escogieron personajes de gancho: dos policías americanos y una heroína francesa, Lemmy Caution, Jerry Cotton y Angélica.
Muy interesante resulta especialmente el retrato que hacen del primero de ellos, verdadero precursor de la literatura posterior: “Lemmy Caution (creado por el escritor inglés Peter Cheney) surgió en 1936, agente del FBI, prefigura esa retahíla de detectives/policías/espías típica de los decenios posteriores, que esgrimen cual tarjeta de visita una fanfarronería machista que hoy por hoy resulta casi (auto) caricaturesca, incluyendo el gusto por la violencia y una lujuria sin fondo. En efecto, sin Lemmy Caution acaso no habrían existido Mike Hammer y James Bond (creaciones de Spillane y Fleming, respectivamente), por escoger los epígonos más populares y representativos de sus continentes correspondientes.”
Que además entrelazan con el actor que le dio vida en la pantalla grande (Eddie Constantine) “logró ganar una celebridad especial, por esta su recreación de Humphrey Bogart en formato irónico-casposo, valga la definición con su físico algo simiesco, los ojos saltones, una faz correosa con secuelas de viruela y una sonrisita repelente.”
Esto mismo lo realizan con Jerry Cotton y con la menos conocida Angélica que, sin embargo, se trata prácticamente de una institución en Francia: “Ningún francés o aficionado avezado al folletín contemporáneo, ha dejado de reconocer a Angélica. En ese homenaje al género de capa y espada, que es Belladona, aparecen hermanados, con categoría de mitos, los tres mosqueteros, el jorobado de Lagardere y Angélica.”
En la presentación de los tres personajes ya tenemos ese esfuerzo por emparentarlos con sus documentos cinematográficos, y esto se agradece porque sirve para comprobar cómo de las grandes fuentes pulp surgieron historias para el cine y cómo se realizaron dichas adaptaciones a un medio tan distinto.
Ya en la tercera parte contemplamos los espléndidos capítulos dedicados a la relación entre los bolsilibros y la cinematografía; en el caso español se relata la menor o mayor suerte en estas adaptaciones de autores como Keith Luger, Curtis Garland o Clark Carrados; en la parte europea no podían faltar los entrañables Fantomas, Fu Manchú o el Doctor Mabuse.
Para acabar, la última parte contiene un repaso final a la labor que desempeñaron portadistas e ilustradores realizando verdaderas obras de arte que contribuyeron con su arte al éxito de los bolsilibros.
La galería de portadas del final de este conjunto de artículos es un digno colofón, muy gráfico, para finalizar un libro estupendo, bien documentado, riguroso, y que se lee sin esfuerzo para mostrar un marco de tiempo tan atractivo como olvidado. Más que recomendable para aficionados al género y su extensión al cine.