Quién me iba a decir a mí que iba a ver tantos libros pulp publicados en los últimos tiempos… hace ya un tiempo que publiqué un pequeño monográfico del pulp español donde resumía las características del género y donde ponía algunas muestras representativas: estas incluían recuperaciones de los grandes clásicos, algún ensayo e incluso tentativas de pulp actualmente.
Afortunadamente este proceso se está viendo continuado en la actualidad, solo tenemos que ver la tentativa de editoriales pequeñas como Darkland que están intentando publicar novelas emblemáticas de Silver Kane o Donald Curtis (otro día habrá que hablar de ellos) sino que también las propuestas más modernas de autores jóvenes que respetan temas y formatos.
Ayer mismo hablaba de Daniel Ausente y su fantástico “Mataré a vuestros muertos” que constituía una propuesta actual; hoy traigo la segunda remesa de libros de la editorial Memento Mori, capitaneada por Alberto Haj-Saleh que se lanza de nuevo con dos autores distintos a los que reseñé con anterioridad.
La primera de las novelas tiene como autor a Noel Ceballos, el mediático, carismático y nunca suficientemente reconocido autor del blog de referencia El Emperador de los Helados ; su título “Escuela nocturna”; su carta de presentación, la siguiente:
“Permítame presentarles al primer castigo ejemplar de la Escuela Nocturna. Nuestra educación de terror exigirá más sacrificios antes de que extendamos el manto escarlata sobre la realidad putrefacta. Hasta la siguiente lección—–D.”
Dicha organización realiza una serie de asesinatos rituales que serán investigados por Simón Latour, el intrépido reportero de “El avispón esmeralda”; la ambientación es clave en este Madrid de principios de siglo, no pude evitar recordar alguno de los lanzamientos de la Felguera, especialmente en momentos como este:
“[…] tres años atrás, él (Víctor Latour) y un pérfido inglés habían fundado Investigaciones Joyce Sance & Latour, un negocio a medio camino entre el trabajo de sabueso y la astucia del trilero que consistía, como el propio Arthur se había encargado de subrayar varias veces, en asistir a sus clientes en la resolución de asuntos ultraterrenales. En lengua romance, la traducción aproximada de eso sería algo muy parecido a “atrapar fantasmas”.
No me gusta desvelar la trama porque mi objetivo no es contar sinopsis que luego descubra el lector; baste decir que tiene los suficientes vericuetos como para llevarnos de un lado a otro sin aliento y con detalles truculentos que enriquecen su faceta más pulp; Noel se muestra ambicioso e intenta ir un poco más allá, la siguiente identificación del cinematógrafo y su influencia en nuestras vidas (que puede ser aplicado a la actual) lo demuestra:
“-Seguimos usando el espectáculo para mirar más allá del velo. El cinematógrafo nos convierte a todos en embalsamadores del presente, pero hace algo más con los que se dejan fotografiar en movimiento. Temo, Latour, que los está convirtiendo en muertos en vida.”
De hecho, al leer ciertos párrafos, he detectado una influencia subyacente inconfundible que seguro que hará sonreír a Noel: ¡nuestro adorado Pynchon! Esa “ruptura formal”, “una pieza literaria de otros tiempos”, como la obra del esquivo escritor norteamericano:
“Entonces fue cuando María comprendió que estaba ante algo que el resto de sus contemporáneos tardaría años en vislumbrar, una pieza literaria de otros tiempos, un concepto apenas esbozado para el que el presente aún no estaba preparado. El impacto fue devastador: había algo en esa ruptura formal que no estaba bien, que no pertenecía a aquel lugar en el tiempo, que apuntaba a una inocencia perdida quizá…”
La posible existencia de la “Escuela nocturna” más allá de tiempo y espacio es un delirio paranoico digno de él, todos somos Pynchon:
“A veces su influencia es invisible, a veces necesitan recurrir a nosotros para que todo funcione. Señorita Guideón, siempre habrá una Escuela Nocturna. Considérese afortunada de vivir en una realidad donde ha podido verla: miles de millones de personas viven y mueren vidas sin sentido y no llegan, ni siquiera por un segundo, a vislumbrar quién las gobierna.”
Buena primera novela, ambiciosa, aunque evidentemente tiene problemas de ritmo, irregular en ciertos momentos, confusa en otros; pero que constituye un comienzo bastante esperanzador. Hay potencial por desarrollar.
El segundo título es “Una bala a Dios y otra al Diablo” de Guillermo Zapata y tiene un comienzo espectacularmente pensado desde sus primeros párrafos, sobre una premisa que recuerda, sin rubor, a un capítulo de Buffy o Angel:
“Esta es la historia de cómo cambié de nombre y de vida y empieza el día que firmé mi primer contrato de trabajo, el día que murió mi abuela atropellada por un autobús. Tenía 84 años. El golpe la desplazó treinta metros, al menos eso nos dijeron. […] Cuando mi abuela murió (ahora diría que fue asesinada, pero tampoco puedo probarlo) pensaba que el mundo se dividía en buenos y malos. Ahora creo que se divide entre los que saben las cosas y los que las ignoran. Los que tienen herramientas y los que carecen de ellas. Los que hacen algo y los que no hacen nada.”
La pérdida del alma, cual si Angel-Angelus se tratara, se convierte en el campo de batalla de nuestro desafortunado protagonista:
“Va a ir al infierno si no hacemos lo que te he dicho ya. Está en deuda desde hace casi veinte años. Yo también lo estoy. Los médicos le diagnosticaron un tumor inoperable. No había forma de salvarla, así que hicimos un pacto, el alma del primero de los dos que muriera a cambio de curarla. ¿Entiendes lo serio que es esto?”
Un campo de batalla con dos bandos bien diferenciados, el de los ángeles y los demonios:
“Mastema no me podía matar porque yo había vendido mi alma al otro bando. El otro bando no era una facción de demonios peleada con otra, eran ángeles. Me lo repetí un par de veces. Mi alma había sido vendida al bando de los ángeles. Los ángeles compraban almas. Los demonios y los ángeles tenían una tregua. Vomité por tercera vez en lo que iba de noche. No me quedaba nada, bilis. Los ojos rojos me ardían.”
Guillermo hace que la trama avance a golpe de buen humor usando la multirreferencialidad cultural como en el caso del Doctor Who:
“Beatriz (había decidido llamarla Beatriz, me resultaba más cómodo) sin embargo, consiguió que la dejaran pasar utilizando una identificación que, a mis ojos, estaba en blanco.
-Vi el juguete en una serie y me gustó –me dijo como excusa.”
O bien, con una gran expresividad como en el momento de la invocación de un espíritu
“La verdad, la sensación que me dio en ese momento es que decía algo parecido a: “Agramon, soy yo, saca la cabeza del culo, deja de acosar a los súcubos y sube aquí para que pueda terminar de joderte eso que llamas no-vida. Es hora de pagar.”
Es una gran baza, necesaria incluso, ya que la trama es muy deslavazada, caótica e incoherente en algunos momentos y esos momentos ayudan a no perder las ganas de seguir avanzando; pero lastran lógicamente el resultado final, bastante irregular. La premisa inicial se enreda tanto que, al final, no queda ya claro el cómo solucionarla, ni siquiera para el propio autor, habida cuenta del epílogo que escribe:
“Quería contaros esa historia porque casi nadie atiende a los principios. Al principio nada está claro, nadie sabe realmente cómo van a salir las cosas, ni si tendrán éxito o no. Los héroes pasan la mayor parte del tiempo llorando, vomitando o en medio de una confusión absoluta. No saben nada. No sabemos nada, pero vamos improvisando.”
Estoy convencido de que Guillermo puede ofrecernos un resultado más redondo en próximos textos, trazas para ello hay.
La conclusión es que tenemos dos novelas, como comenté al principio, deliciosamente pulp, tremendamente entretenidas; con una editorial como Memento Mori que apuesta por autores jóvenes de gran potencial y nosotros los seguiremos disfrutando por estos lares y más en este blog, defensor hasta la muerte de propuestas como esta. Espero que podamos ver en breve alguna propuesta más de este estilo.