Lucio Silla de Mozart en Madrid. Retazos de un genio

Publicado inicialmente en Ópera world en este post.

Poca gente es consciente de que Mozart tenía dieciséis años cuando compuso Lucio Silla, con siete óperas ya a sus espaldas, su precocidad siempre asusta pero, lógicamente, estamos ante una obra que solo son retazos de un genio. Muy buenos retazos pero sin riesgo ni demasiadas complicaciones. Es por ello que la ópera sigue un esquema muy básico, con recitativos y las típicas arias da capo (para todos los protagonistas excepto, curiosamente, el tenor, que era especialmente malo en la época en la que la compuso), dos dúos y un trío, además de un par de números corales sencillos. Es una de sus primeras óperas serias y sirve, sobre todo, como avance de lo que haría más adelante, aun así, resultaba superior a otros contemporáneos.

Teniendo en cuenta esto, es una extraña elección para comenzar el año operístico del Teatro Real siendo, encima, una obra bastante larga. Una de las mejores bazas probablemente (aparte de ser Mozart) sea la escenografía de Claus Guth, uno de los directores de escena que la gente ya conoce y cuyo resultado suele ser bastante impactante (me remito a los casos de Parsifal y Rodelinda en el mismo teatro). Su sello de identidad es ya bien conocido para el público madrileño, un escenario circular que rota según la obra avanza mostrando diversas posiciones según el momento en el que nos encontremos. En esta ocasión volvió a demostrar que puede hacerse un palacio romano con poca cosa y que funcione, dota de dinamismo a todas las escenas de arias y, al mismo tiempo, evoluciona con los personajes, muestras sus pensamientos. Sinceramente, entre el manejo de la rotación y la iluminación de Schmidt se consigue que una ópera larga pase mucho más rápido.

Lucio Silla de Mozart en Madrid

En el foso, como el año pasado, repitió el director titular Ivor Bolton que, nuevamente, se mostró muy conjuntado con la orquesta a titular a pesar de su indescifrable gesto, mucho trabajo hay anteriormente para acomodar su forma dirigir al trabajo orquestal. Sonó empastado y, por momentos, a muy buen nivel. El coro, suelo disfrutar mucho de su trabajo, en esta ocasión sonó ligeramente vociferante en alguna situación. Al final estuvo razonable pero no creo que sea de lo mejor que han hecho, sobre todo conociendo su historial.

Los cantantes rayaron a alto nivel, empezando por una excelsa Patricia Petibon en el papel de Giunia, absolutamente entregada a su papel y con un dominio de la coloratura y el canto legato abrumador, sus arias, dificilísimas, fueron acometidos con una seguridad y una capacidad dramática apabullantes, es un torrente de voz que consigue transmitir muchísimo de su papel, uno de los mejores escritos en esta ópera por Mozart; muy buen trabajo de Silvia Tro Santafé como su esposo Cecilio con una poderosa voz que matizaba convenientemente los momentos más dramáticos y que se coordinó a la perfección en uno de los mejores momentos, el dúo D’Elisa in sen m’attendi con Petibon; más que solvente María José Moreno en encarnación de la inocente Celia, papel que no requiere más enjundia que sus coloraturas y agilidades sin prácticamente dramatización y la española canta muy bien, yendo de menos a más y bordando su última aria; interesante papel de Inga Kalna como Cinna, dotó de dramatismo su actuación y solo faltó que todas las notas estuvieran colocadas en su sitio, los agudos se abrieron en alguna ocasión pero tiene un buen instrumento entre manos; Kurt Streit no estuvo todo lo bien que se podía esperar, si bien caracterizó bien su actuación, vocalmente estuvo tremendamente irregular, se le escuchaba poco y mal en algunos agudos en los que, sorprendentemente, alternó voz de pecho con falsette de una manera un poco aleatoria, no estuvo muy fino con las agilidades. Bastante hizo Kenneth Tarver con un papel bastante ingrato, una única aria de gran dificultad en la que es fácil pegarse un buen tropezón y que solventó como pudo.

El público “braveó” con insistencia a los cantantes, encabezados por la espectacular Petibon y mostró gran entusiasmo por el resultado final, bastante consistente en su conjunto. No ha sido mal comienzo

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

Roberto Devereux en el Teatro Real.El poder de las grandes voces

Publicada originalmente en la web de Ópera world en este post.

Roberto Devereux en el Teatro Real: el poder de las grandes voces

Parece que la mayoría de críticos que asistieron al estreno no acaban de entender la elección de esta producción para comenzar el año y sin embargo, a mí me queda bastante claro. De hecho estoy seguro de que Joan Matabosch ha marcado un check de cumplimiento en su hoja de ruta anual. Y no solo porque haya traído una de las óperas que más le gusta del prolífico autor italiano al Teatro Real, sino porque el público empieza a comprobar una estrategia distinta donde el belcanto es posible y es refrendada por el poder de las grandes voces de dos maestros en esto: Mariella Devia y Gregory Kunde. Dos intérpretes veteranos que consiguen con cada intervención arrancar aplausos y “bravos” a un público que, en apariencia, era considerado frío y que sin embargo, disfruta de la música en plenitud que les ofrecen y lo agradece con verdadera desmesura, hasta el punto de que al final la mayoría comenta “Pues la producción no era tan fea.” Conseguir devolver la ilusión al público parece imprescindible y este es un gran comienzo.

Hay que reconocer que la producción de Alessandro Talevi de Roberto Devereux en el Teatro Real es bastante poco afortunada en casi cualquier aspecto; dos ideas rondaron la cabeza y sobre ellas construye una producción donde falta un hilo conductor más allá de llenar de oscuridad el ambiente y la comparación de la reina Isabel con una viuda negra. No existe prácticamente dirección escénica, cuando se llena de personas el escenario se quedan estáticos observando, sin ninguna finalidad y encima no es funcional, en medio de los actos hay cambios de escenas que cortan la acción que debería seguir; por si fuera poco el artefacto mecánico sobre el que se monta la reina hace un ruido del demonio y enmascara un poco la música. Ciertamente olvidable.

Campanella viene siempre con la vitola de especialista belcantista y bueno, tampoco es que deslumbre, no se le puede negar su extrema atención al trabajo de los solistas para apoyarles y dejarles que sobresalgan ante todo, consiguiendo un gran equilibrio entre orquesta, cantantes y coro; sin embargo la música no fluye como debería, por ejemplo en la obertura en la que va de menor a mayor intensidad, sin sacar todo el jugo a una partitura muy interesante; aún así su labor es muy correcta aunque no llegue a los umbrales de excelencia deseables; la orquesta titular sigue en un punto intermedio donde va mejorando poco a poco pero se notan desajustes, especialmente en metales, demasiadas dudas.

Escena de Roberto Devereux en el Teatro Real

Devia no tiene la voz adecuada para cantar ahora mismo a Elisabetta; es un hecho comprobado que denota una falta de graves que den consistencia a un papel que necesita esta convivencia para ser abordado con la perfección que necesita, eso que hizo sin asomo de dudas nuestra gran Montserrat Caballé hace ya algunos años; tampoco es que esté en el mejor momento de su carrera pero nadie puede dudar de la gran artista que es y el pasado viernes lo volvió a demostrar con una excelente caracterización del papel y sin necesidad de irse a sobreagudos no escritos pero con un gusto inigualable por el canto legato y con una voz que enamora desde el primer instante por su capacidad de transmitir el papel de la atormentada reina; un verdadero recital sobre cómo se debe cantar belcanto dotándole además de una grandísima capacidad dramática, memorable su “Quel sangue versato”, uno de esos momentos que se te quedan grabados a fuego.

¿Qué tenor puede cantar en menos de un mes y medio los dos Otellos (Rossini y Verdi), Manrico de Il trovatore y este Roberto Devereux en el Teatro Real sin morir en el intento y sin pifiarla en ninguno? En efecto, Gregory Kunde es de los fenómenos más extraños y estratosféricos que se pueden escuchar hoy en día. Podríamos llamarlo tenor dramático de coloratura si dicha acepción fuera habitual pero es que solo se puede aplicar a él. Había gran expectación por verle por fin en Madrid y cumplió todas las expectativas. Es inconcebible que un tenor con tal facilidad para la coloratura sea capaz de dotar de tal proyección a su voz y todo ello con una excelente afinación, capaz de variar entre un canto sentido matizado y demostraciones de tenor heroico con un fiato que (como el de Devia) asusta por su infinita capacidad, hasta en los recitativos demuestra su canto pulcro y con gran carga teatral. Un artista inolvidable que lo bordó también.

Sorpresa más que agradable la Sara de Silvia Tro Santafé, empezó con una frialdad que no podía vaticinar el desborde tanto en actuación como en voz en segundo y tercer acto excelentes; especialmente el dúo con Roberto fue apoteósico, arrancando gritos de un público que ya estaba rendido al trabajo de los solistas principales; qué tersura en las voces medias y qué potencia en los agudos a pesar de alguna pequeña desafinación. Bien, aunque un poco por debajo de los anteriores, el más limitado Marco Caria, que, contagiado por el buen hacer de sus compañeros intentó sacar lo mejor de sí mismo con el resultado de una más que adecuada actuación además de brindarnos con agudos bien colocados y proyectados. El resto de papeles cumplieron sin aspavientos. El coro estuvo igualmente a buen nivel en sus momentos, especialmente las voces masculinas, de las que sigo pensando que están últimamente un poco por encima de las voces femeninas. El resultado fue, de todos modos, el esperado en cuanto a precisión y fortaleza.

Noche mágica, noche de verdadero deleite para los asistentes. Es el poder de las grandes voces: son capaces de cambiar cualquier percepción. Buen comienzo de temporada.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.