Solo por el libro de Bahaa Taher ya está justificado que Turner haya sacado el sello Turner Kitab.
Bahaa Taher, nacido en El Cairo en 1935 ganó el International Prize of Arabic Fiction en el 2008 por esta obra: “El Oasis”.
La trama que nos ofrece en su contraportada la editorial, en este caso, se aleja bastante de lo habitual:
“Para desaparecer. Para escapar de El Cairo, de sus revoluciones y de sus mentiras, de la ocupación inglesa y de los propios egipcios. Para ceder a la tentación del desierto. Para abandonarse a él y aceptar lo que le tenga reservado. Aunque sea la muerte.
Así concibe Mahmud la orden que recibe del gobierno egipcio de trasladarse al oasis de Siwa, un reducto de costumbres atávicas al oeste del país donde deberá imponerse como prefecto de policía y recaudar los impuestos que sus habitantes raramente aceptan pagar. Allí, donde otros tantos como él cayeron, se dirigirá acompañado de su esposa, Catherine, una irlandesa obsesionada con la Historia y con encontrar la tumba de Alejandro Magno, supuestamente oculta en aquel lugar.”
Tres puntos de vista confluyen: el de Mahmud, su esposa Catherine y el de jeque Yahya.
Taher estructura su novela en dos partes diferenciadas en las que cada episodio está narrado en primera persona por cada uno de sus protagonistas; cada voz es perfectamente distinguible, así el punto de vista de Mahmud es más espiritual, el de Catherine más sensorial, suponiendo una subversión al pensamiento habitual. El del jeque está centrado en la vida particular del Oasis.
El Oasis y las gentes que viven en él, así como sus costumbres, se convierten en un personaje más desde los primeros párrafos, un lugar de crecimiento y punto de partida a una nueva vida:
“-Sí se parece a Esparta, salvando las diferencias, claro está. Esparta era una ciudad hecha para producir soldados. Educaban a los niños desde su más tierna infancia para convertirlos en guerreros y los separaban del resto de ciudadanos. Hasta el punto de que toda Esparta era un ejército concentrado en una urbe. El mayor ejército de toda Grecia antes de la aparición de Alejandro. Y los tales zejeleros, en el oasis, son también reclutas del campo; trabajan hasta que cumplen los cuarenta años. Durante todo ese tiempo se les prohíbe casarse o entrar en la ciudad después del atardecer.”
En esta conversación de Catherine con su marido Mahmud se justifica lo que comenté anteriormente, el desierto interior en el que vive inmerso el prefecto:
“-Y a ti, ¿cómo te han cambiado?
-En mi interior se extiende otro desierto, pero que carece por completo del silencio de este que estamos atravesando. El mío está lleno de voces, personas e imágenes.
-Eso es también muy bonito.
-Sería bonito si esas imágenes fueran tan profundas como el desierto. Todas conducen a un pasado muerto; no dejan de perseguirme.”
A este posible relato de formación, paralelamente asistimos a una búsqueda, la de la tumba de Alejandro Magno por parte de Catherine, uno de los ejes narrativos de la obra; Catherine descubrirá por sí misma lo que un libro no puede decir, lo que de verdad es el desierto, en toda su crudeza:
”He estudiado con detenimiento las descripciones y anotaciones sobre el camino, los pozos, las dunas y las tormentas; pero en ninguno de aquellos libros se dice una palabra sobre el auténtico desierto. No me han hablado del cambio de tonalidad de las olas de arena según transcurren las horas del día ni del tránsito de las sombras que dibujan finos trazos cenicientos en la cima de una colina amarilla o abren una puerta oscura en su loma. Tampoco me han mostrado cómo las nubes, altas y pequeñas, se reflejan sobre las dunas creando espejismos de pájaros cetrinos de vuelo grácil, ni me han hablado del alba. Sí, sobre todo el alba. Empieza siendo un fino hilo blanco, luego se transforma en una grieta ardiente que desplaza lentamente la oscuridad hasta que la arena se convierte en un mar dorado bajo los primeros rayos del sol. Un momento de plenitud que me inunda los pulmones con el aroma del éxtasis y abre de par en par todos los poros de mi cuerpo.”
Todo ello se convertirá en un presagio del final, que el escritor egipcio nos va adelantando poco a poco:
“Catherine se ha percatado ya: la sonrisa y la jovialidad se me van marchitando según avanzan las horas del día. ¿Por qué está aprensión, esta sensación funesta de que algo va a ocurrir? Será el castigo por lo mal que me porté con Nima. O por lo mal que haya podido portarme con este mundo.”
Especialmente novedoso resulta la aparición de un capítulo en el que Alejandro Magno se convierte en el propio narrador desde la tumba:
“No veo a nadie de vuestro mundo. No oigo ni una sola voz ni hablo con nadie, nunca me encuentro con otros espíritus, ni buenos ni malos, y no creo que sea capaz de llegar a ti o inspirarte. Pero de tiempo en tiempo oigo las voces de quienes como tú me invocan y despiertan mi espíritu sin que sepa bien qué queréis. Solo conozco lo que conocí en la Tierra, veo y vuelvo a ver lo que fui y las imágenes se superponen y se contradicen.”
A estas ideas principales se les contraponen varios temas de fondo que aumentan los niveles de lectura posible y que enriquecen muchísimo la narración; por un lado tenemos las intrigas políticas entre los poderes fácticos del oasis, como esta queja del Jeque Yahya alertando sobre lo injusto de una situación predispuesta de antemano:
“¡Os habíais puesto de acuerdo antes de esta reunión! Yo soy el único que no lo sabía, ¿no? Primero vais a por el prefecto y luego a por Malika. Una vez más la deliberación de hoy no es más que una farsa, ¿Verdad?”
Por otro lado, Taher trae a colación las consecuencias del devorador imperialismo británico, destructor de culturas como la egipcia:
“-Pues usted bien lo sabe -insistió Mahmud-, desde la ocupación solo se enseña Historia de Inglaterra. Está prohibido hablar del Egipto antiguo en nuestras escuelas; aun así, los alumnos también pueden aprender a ser fuertes y eficaces estudiando la lengua inglesa.”
Y, por si fuera poco, la aparición de la hermana de Catherine, Fiona, traerá un elemento más a la narración, elemento que será clave para el devenir de los protagonistas, particularmente el de Mahmud, que se enamora locamente de ella; olvidándose de su esposa; es curioso comprobar cómo la forma de contar una historia entre una y la otra supone el elemento comparativo que le hará cambiar definitivamente sus preferencias:
“Mientras Fiona seguía con su relato yo la miraba con atención. Enseguida me vino a la mente la imagen de NIma y me puse a compararlas. Fiona narraba sus historias con calma y sencillez, como si aquel palacio de Irlanda fuera un lugar familiar, como si bastara abrir la puerta para verlo, a lo lejos, en medio de un prado irlandés verde y fecundo. Nima, por su parte, vivía sus historias y se convertía en parte de ellas. Tan pronto era la princesa encarcelada, con el rostro bañado en lágrimas, como el rey hechizado o el amante abandonado y, cuando llegaba el final feliz, se le iluminaba la cara de alegría y me obligaba a participar con ella en el colofón, para trocarnos en monarcas, mendigos, amantes o ermitaños. ¿Cuál de los dos estilos era mejor? “
El pesimismo puebla el no tan previsible final, el oasis se convertirá más bien en algo destructivo para la pareja y para el propio Mahmud que no consigue encontrar más que problemas, fallos a lo que está viviendo:
“Haced lo que os venga en gana, lo único que se puede hacer en este mundo lleno de errores es, precisamente, cometer errores.”
Espléndida la obra de Bahaa Taher que nos ha traído Turner por las más de tres dimensiones que ofrece esta historia, confluencia de estilos y narraciones; un prisma de diferentes colores enriquecidos con el pasado y la figura en lontananza del gran conquistador: Alejandro Magno. Una obra para no perderse, desde luego.
Textos de la traducción del árabe de Ignacio González de Terán para esta edición de “El Oasis” de Bahaa Taher en Turner.