“Los pescadores de perlas” de Bizet en el Teatro Real

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La vuelta a Madrid del peruano Juan Diego Flórez fue recibida con gran expectación, no en vano el público del Real ha podido degustar otras obras en el mismo coliseo y, desde luego, siempre ha disfrutado y aclamado al tenor latino; solo tenemos que recordar ese maravilloso “Barbero” rossiniano y el no menos  inspirado “Orfeo” de Gluck de pasadas fechas.

En esta ocasión, se trataba de la recuperación de la primera ópera del conocido compositor Bizet (sobre todo por la archiconocida “Carmen”) en versión de concierto y la velada prometía ser extraordinaria, habida cuenta del bagaje del gran protagonista del evento y a pesar de que no había cantado Nadir en muchas ocasiones. Fue tal la expectativa que todas las entradas estaban vendidas desde hacía bastante tiempo, si bien es cierto que solo había tres funciones disponibles.

“Les pêcheurs de perles” es una obra espléndida, sencilla en lo argumental, pero musicalmente caracterizada por ser muy intensa y con momentos realmente bellos como los más famosos: principalmente el dúo entre Zurga y Nadir (“Au fond du temple saint”) y la más que popular aria del tenor (“Je crois entendre encore”). El resto de la obra no desmerece estos momentos culminantes y, además, tiene unos coros de gran potencia o sensibilidad según el momento. Es una obra que anticipa, en general, parte de lo que vendrá más adelante, el talento de un compositor excelente.

Vaya por delante que, con este panorama, el éxito debía estar asegurado y, en efecto, la ovación final y entre medias de cada uno de los pasajes musicales, especialmente los cantados por Flórez, el público no dudo en jalear y “bravear” la actuación.

Sin embargo, estoy dispuesto a afirmar que es la peor actuación que he escuchado al peruano.

pescadores

Ya había oído del estreno del domingo que el cantante había estado tremendamente dubitativo, cantando muy bajo, frío, desafinado por momentos, me temía lo peor… que tampoco lo fue, o más bien sí. Es evidente que el tenor está pasando por un momento de adaptación de su forma de canto, lleva tiempo intentando hacer otro tipo de papeles, más líricos, tal es el caso del “intento frustrado” de realizar “Rigoletto” o el “intento” de hacer “I puritani”. Esta obra de Bizet tampoco se adapta especialmente a su voz, por mucho que se esfuerce. Fue evidente desde un primer momento lo forzado de sus gestos para evitar que su voz cayera en el olvido como pudo haber ocurrido el día anterior. De hecho el famoso dúo con el fantástico Zurga de Kwiecien, fue uno de los mejores momentos de la noche, si no el mejor.

Pero cuando llegó el aria en el que tendría que lucirse, las cosas no fueron tan bien. Repasando registros musicales, hay varias formas de acometer esta dificultad evidente: puedes escoger el registro casi de “falsette”  muy acorde con lo etéreo del momento y entonces tendrías algo parecido a Gedda o Simoneau o Thill; o directamente, a pesar de la dificultad del agudo, interpretarla de pecho, más al estilo de un Kraus o un Di Stefano. Juan Diego escogió una media voz para hacerlo como esto último y no salió nada bien,; el cambio de su estilo habitual le obliga a tomar aire con mucha frecuencia, cortando frases en momentos en los que rompe totalmente el canto legato que debería ser una marca de la casa y de este aria en particular; además, debido a tanto corte, tiene que acometer notas agudas con precisión y no ocurrió así; desafinó en ciertos pasajes o entró bajo para hacer un portamento a la nota buscada. Tantas dudas para hacerla hicieron que quedara descafeinada a pesar de realizar el agudo final, que preparó con mucha antelación, muy brillante y con volumen, aunque forzado en él. Una pena, no sé si está teniendo problemas con la voz y de ahí el que intente este cambio de técnica o es que directamente no acierta con lo que puede hacer con su voz (¡llegó a decir que iba a hacer el Arnoldo!! Que habría sido su tumba!), no es consciente de sus limitaciones. De hecho durante el resto del concierto hubo un momento que, al forzar tanto el agudo para que se oyera con la orquesta, se medio rompió, cantando las siguientes notas en un exagerado piano que, afortunadamente Ciofi le cubrió haciendo lo mismo.

El resto de intérpretes estuvieron razonables, el caso de Ciofi (Léïla) es ya conocido también, tiene un agudo preciso, da todas las notas, independientemente de la dificultad, pero, ciertamente, el timbre no es muy bello; aún así fue la segunda más aclamada de la noche, lógicamente por la dificultad de su papel que el público supo apreciar. El barítono Mariusz Kwiecien tiene una voz, sin embargo, bellísima, con un grave profundo, noble, y un agudo brillante en toda la tesitura, lástima el proceso gripal que le mermó según la obra iba avanzando; el papel anecdótico de Nourabad fue intepretado con solvencia por el joven Tagliavini, barítono de voz no tan bella pero con un agudo impresionante y una gran potencia.

La dirección musical rozó lo estrambótico por momentos, por los saltos acrobáticos con batuta en mano del israelita Daniel Oren; si esto no es un paradigma de dirección enérgica, no lo es nada; llevaba prácticamente de la mano a la orquesta que sacó buenos momentos; el coro, a pesar de algún problemilla de dicción francesa en su primera intervención, bastante difícil por la velocidad y la tesitura, estuvo rotundo y magnífico, como viene siendo habitual en sus últimas intervenciones en el teatro.

Una noche de triunfo para la mayoría pero con sombras para un cantante que debe saber lo que quiere hacer con su carrera, si no, corre un riesgo muy grande.  Espero que sea mejor aconsejado y adopte un estilo como el que ya tiene Bartoli, por poner un ejemplo, cerrado a un repertorio que domina a la perfección.