I Due Foscari de Verdi en Madrid: inmejorable colofón

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I Due Foscari de Verdi en Madrid: inmejorable colofón

No es fácil presenciar una ovación tan unánime en un teatro como este, contemplar a todo el público puesto en pie “braveando” y aplaudiendo a rabiar es un síntoma inequívoco de haber vivido una noche magnífica, una de esas noches inolvidables en la que se combinan todos los elementos y sale todo perfecto, tanto técnicamente como, sobre todo, en lo emocional. Plácido Domingo, esa leyenda viva que todavía podemos encontrar en los teatros, fue, sin lugar a dudas, la punta de lanza de un elenco para el recuerdo, un inmejorable colofón para una muy buena temporada del Teatro Real.

Todavía recuerdo hace un año cuando el gran tenor (ahora barítono o lo que haga falta para seguir viéndole cantar) generosamente cantó fragmentos de La traviata en el intermedio de la doble función de Goyescas/Gianni Schichi; me sobrecogió profundamente su actuación, sin puesta de escena, sin vestuario específico, sin maquillaje, desnudo escénicamente, con su voz como única prenda: descarnada, débil, expresiva y, sobre todo, llena de emoción. Ayer con este hermosísimo y atormentado personaje (Francesco) de I Due Foscari, volvió a demostrar su capacidad para transmitir su pathos al público asistente que, irremediablemente, cree en él, sufre con él, cada frase parece salida de su interior, de su propia alma. En efecto, nuestro Plácido Domingo canta con todo lo que tiene, no ahorra en los esfuerzos (a pesar de ser la última función) y, además en esta ocasión, su voz responde a lo que quiere hacer. Parece mentira que, a estas alturas, se pueda codear sin problemas con cantantes mucho más jóvenes y salir victorioso. Qué suerte tenemos de tenerle con nosotros y cuánto nos hace sentir con cada interpretación.

A su lado, dos cantantes de gran proyección internacional que nos regalaron dos verdaderos festivales musicales. Por un lado Angela Meade, la soprano norteamericana posee un instrumento de enorme potencia, descomunal, ya puede sonar fuerte una orquesta (ayer lo hizo) que siempre se escuchará su voz por encima, gracias a una proyección sonora que me recordaba a Birgit Nilson o, en la actualidad, a la ukraniana Liudmyla Monastyrska; lo mejor de todo es que toda esta fuerza está bajo control, es capaz de bajar su potencia para conseguir unos pianos súbitos estremecedores, como los que vivimos ayer y transita sin dificultad por las agilidades, el próximo año tendremos la oportunidad de verla con el Norma de Bellini y no hará más que confirmar lo que ya hemos vivido, podemos estar ante una soprano de referencia en el repertorio verdiano. Lo mismo podemos decir de Michael Fabiano, la voz del tenor norteamericano en estos momentos podría ser definida como lírica-spinto y puede acometer los papeles de tenor verdiano con verdadera solvencia gracias a una línea de canto muy elegante, carnosa en el centro, con buen dominio (a estas alturas) de la mezza voce verdiana tan olvidada en la actualidad, su fraseo fue impecable en los momentos de mayor fragilidad pero no estuvo exento de fuerza cuando se requería, tiene una voz joven sin nada de vibrato que proyecta sin dificultad, su noche fue portentosa ya que su gran robustez estuvo muy equilibrada con la transmisión de las emociones y cuadraba perfectamente con el despliegue de la soprano; los espectadores premiaron su ímpetu, todo un descubrimiento del que vamos a oír muy buenas cosas en el futuro.

I Due Foscari de Verdi en Madrid: inmejorable colofón

Gran trabajo el de Roberto Tagliavini en el rol del pérfido Loredano, su voz funciona cada vez mejor, llega sobrado a los agudos y consigue un gran volumen para conformar una gran actuación; lo mismo podemos decir del Barbarigo de Mikeldi Atxalandabaso, un seguro de vida en estas lides, saca oro de todos sus personajes gracias a su dúctil voz y su buen dominio del canto legato; Susana Cordón supo hacerse escuchar, demostró estar en un buen momento vocal en los apoteósicos concertantes; buenas aportaciones de los talentosos Miguel Borrallo y Francisco Crespo en sus cortos papeles. El coro Intermezzo, nuevamente, lució de manera sobresaliente en todas sus intervenciones, estuvieron especialmente brillantes las cuerdas femeninas, buena dicción del italiano de todos los miembros.

Finalmente, todo esto no habría funcionado sin la labor ineludible del director de orquesta, Pablo Heras-Casado nos regaló una interpretación excepcional de la obra verdiana, su dirección con las manos (sin batuta) acompañó en todo momento a los músicos y a los propios cantantes, ésta fue enérgica, concisa, muy meditada y trabajada de la Orquesta Sinfónica de Madrid, donde las cuerdas vibraron con tersura (sobre todo en los momentos camerísticos, muy sutiles) con grandes momentos individuales de las flautas traveseras. Pudo dar la impresión de desequilibrio orquestal debido a la gran potencia de la que hizo gala la orquesta pero me dio la impresión de que Heras-Casado sabía bien hasta donde podía llegar con los cantantes que tenía esa noche. Los concertantes, como el del segundo acto, fueron ciclópeos.

Son raras las ocasiones en que da la impresión que todo ha funcionado a la perfección, esta fue una de ellas; claro que, con Plácido siempre es más fácil, ya sabemos que él se va a entregar completamente.

PS Las fotografías son propiedad de Javier del Real.

“Roméo et Juliette” de Charles Gounod en el Teatro Real. Gato por liebre

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“Por motivos debidamente justificados, la soprano Irina Lungu interpretará el papel de Juliette en sustitución de Sonya Yoncheva en la representación de hoy.”

Rom-Julieta-0037Esta pequeña hoja confirmaba los peores augurios. Al día siguiente, se aclaró desde el teatro que esos “motivos debidamente justificados” eran médicos, sumados a los “motivos familiares” de Alagna, dejaron la función en las manos de Lungu y Castronovo. Lo mismo, claro. Lo extraño es que el teatro ocultara que esos “motivos familiares” no surgieron de un día para otro; parece evidente que Alagna no tenía pensado hacer esa función y el Teatro Real ocultó dicha información de una manera poco transparente para sus clientes, los que pagan las funciones. La función se convirtió en una broma de mal gusto para aquellos que pagaron oro (porque las entradas de el Real son caras, busquen cuánto cuesta ver a Kauffmann en Munich por poner un ejemplo) por ver a dos divos que se transformaron, por arte de birlibirloque, en los pobres Lungu y Castronovo. Y esto, digan lo que digan, es engañar al público, que compra dichas entradas con unas expectativas y se encuentra con algo muy distinto. Ya se dice por ahí que Alagna (si las condiciones higrométricas no lo  impiden) ha matizado sus declaraciones  y podría venir a hacer Luisa Miller el año que viene… Lo que está claro es que habrá que ir al estreno, es lo único “un poco seguro”. El resultado es que el teatro estaba a media entrada tras la ya sabida baja de Alagna y los pocos que fueron se quedarían con una sensación agridulce.

Menos mal que quien dirigía era Michel Plasson, el solo pudo mantener el buen tono de la función y el público se lo agradeció generosamente.  Su batuta estuvo muy medida en todo momento, concisa en la intimidad, intensa y pasional en los momentos de mayor densidad orquestal. Me atrevo a decir que hacía tiempo que no oía las cuerdas con una riqueza como la de este día. Desgranó la fantástica partitura de Gounod demostrando que todavía podemos pensar en los grandes directores de orquesta más allá de escenógrafos. Una labor maravillosa y emocionante que, en mi opinión, no estuvo tan bien acompañada como se merecía.

lunguCastronovo es un tenor de escasos medios, con unas dificultades en los agudos más que notorias, abusando del vibrato y con la amenaza de romperse en cualquier momento. Todavía en las voces medias, con mucha potencia, su voz sacó algún pasaje bello, incluso en su aria de referencia. El problema aún mayor fue su manejo de los “pianos”, teniendo que recurrir a un “falsete” estrangulado  bastante feo en ejecución y timbrado,; en la parte final incluso se le fue, sorprendentemente… por si alguien no tenía claro que no estaba Alagna, esto fue tan evidente que provocaba un poco de vergüenza. Irina Lungu tampoco es que estuviera muy familiarizada con el papel (tuvo que salir, como Castronovo, con la partitura en la mano, fueron los únicos) pero los medios de la rusa son bastante mejores que los del tenor. Sin tener demasiada extensión vocal  y a pesar de la oscuridad de su color (que lo acercan a una soprano más spinto que lírica) lidió su papel con soltura, pese a algunas agilidades que no corrieron como deberían. El agudo tiene volumen (se comió irremisiblemente lo que intentaba su pareja) y su voz es muy juvenil en las medias voces dibujando una Juliette inocente en algunos momentos, más dramática y temperamental en otros. No fue errónea su intención y es de agradecer su entrega. Viene a hacer La traviata el año que viene y quizá se me antoja limitada en tesitura para el primer acto pero habrá que darle el beneficio de la duda. El resto de comprimarios estuvo bastante bien en general, destacando el Stéphano de Marianne Crebassa, qué bella canción de la tórtola realizó, pizpireta y consistente vocalmente, o el Tybalt de Atxalandabaso  y el grandísimo Hermano Laurent de Tagliavini. Todos rayando a un nivel bastante alto con un punto negro difícilmente explicable, Laurent Alvaro hizo una actuación bochornosa como Capulet, peor no se puede cantar. Por último muy destacable la labor del coro, muchos pasajes de gran dificultad y con una cada vez mejor dicción francesa que para todos los que nos dedicamos a esto comprendemos su dificultad. Un hito más en su gran evolución.

En fin, menos mal que nos quedaba Plasson

“Los pescadores de perlas” de Bizet en el Teatro Real

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La vuelta a Madrid del peruano Juan Diego Flórez fue recibida con gran expectación, no en vano el público del Real ha podido degustar otras obras en el mismo coliseo y, desde luego, siempre ha disfrutado y aclamado al tenor latino; solo tenemos que recordar ese maravilloso “Barbero” rossiniano y el no menos  inspirado “Orfeo” de Gluck de pasadas fechas.

En esta ocasión, se trataba de la recuperación de la primera ópera del conocido compositor Bizet (sobre todo por la archiconocida “Carmen”) en versión de concierto y la velada prometía ser extraordinaria, habida cuenta del bagaje del gran protagonista del evento y a pesar de que no había cantado Nadir en muchas ocasiones. Fue tal la expectativa que todas las entradas estaban vendidas desde hacía bastante tiempo, si bien es cierto que solo había tres funciones disponibles.

“Les pêcheurs de perles” es una obra espléndida, sencilla en lo argumental, pero musicalmente caracterizada por ser muy intensa y con momentos realmente bellos como los más famosos: principalmente el dúo entre Zurga y Nadir (“Au fond du temple saint”) y la más que popular aria del tenor (“Je crois entendre encore”). El resto de la obra no desmerece estos momentos culminantes y, además, tiene unos coros de gran potencia o sensibilidad según el momento. Es una obra que anticipa, en general, parte de lo que vendrá más adelante, el talento de un compositor excelente.

Vaya por delante que, con este panorama, el éxito debía estar asegurado y, en efecto, la ovación final y entre medias de cada uno de los pasajes musicales, especialmente los cantados por Flórez, el público no dudo en jalear y “bravear” la actuación.

Sin embargo, estoy dispuesto a afirmar que es la peor actuación que he escuchado al peruano.

pescadores

Ya había oído del estreno del domingo que el cantante había estado tremendamente dubitativo, cantando muy bajo, frío, desafinado por momentos, me temía lo peor… que tampoco lo fue, o más bien sí. Es evidente que el tenor está pasando por un momento de adaptación de su forma de canto, lleva tiempo intentando hacer otro tipo de papeles, más líricos, tal es el caso del “intento frustrado” de realizar “Rigoletto” o el “intento” de hacer “I puritani”. Esta obra de Bizet tampoco se adapta especialmente a su voz, por mucho que se esfuerce. Fue evidente desde un primer momento lo forzado de sus gestos para evitar que su voz cayera en el olvido como pudo haber ocurrido el día anterior. De hecho el famoso dúo con el fantástico Zurga de Kwiecien, fue uno de los mejores momentos de la noche, si no el mejor.

Pero cuando llegó el aria en el que tendría que lucirse, las cosas no fueron tan bien. Repasando registros musicales, hay varias formas de acometer esta dificultad evidente: puedes escoger el registro casi de “falsette”  muy acorde con lo etéreo del momento y entonces tendrías algo parecido a Gedda o Simoneau o Thill; o directamente, a pesar de la dificultad del agudo, interpretarla de pecho, más al estilo de un Kraus o un Di Stefano. Juan Diego escogió una media voz para hacerlo como esto último y no salió nada bien,; el cambio de su estilo habitual le obliga a tomar aire con mucha frecuencia, cortando frases en momentos en los que rompe totalmente el canto legato que debería ser una marca de la casa y de este aria en particular; además, debido a tanto corte, tiene que acometer notas agudas con precisión y no ocurrió así; desafinó en ciertos pasajes o entró bajo para hacer un portamento a la nota buscada. Tantas dudas para hacerla hicieron que quedara descafeinada a pesar de realizar el agudo final, que preparó con mucha antelación, muy brillante y con volumen, aunque forzado en él. Una pena, no sé si está teniendo problemas con la voz y de ahí el que intente este cambio de técnica o es que directamente no acierta con lo que puede hacer con su voz (¡llegó a decir que iba a hacer el Arnoldo!! Que habría sido su tumba!), no es consciente de sus limitaciones. De hecho durante el resto del concierto hubo un momento que, al forzar tanto el agudo para que se oyera con la orquesta, se medio rompió, cantando las siguientes notas en un exagerado piano que, afortunadamente Ciofi le cubrió haciendo lo mismo.

El resto de intérpretes estuvieron razonables, el caso de Ciofi (Léïla) es ya conocido también, tiene un agudo preciso, da todas las notas, independientemente de la dificultad, pero, ciertamente, el timbre no es muy bello; aún así fue la segunda más aclamada de la noche, lógicamente por la dificultad de su papel que el público supo apreciar. El barítono Mariusz Kwiecien tiene una voz, sin embargo, bellísima, con un grave profundo, noble, y un agudo brillante en toda la tesitura, lástima el proceso gripal que le mermó según la obra iba avanzando; el papel anecdótico de Nourabad fue intepretado con solvencia por el joven Tagliavini, barítono de voz no tan bella pero con un agudo impresionante y una gran potencia.

La dirección musical rozó lo estrambótico por momentos, por los saltos acrobáticos con batuta en mano del israelita Daniel Oren; si esto no es un paradigma de dirección enérgica, no lo es nada; llevaba prácticamente de la mano a la orquesta que sacó buenos momentos; el coro, a pesar de algún problemilla de dicción francesa en su primera intervención, bastante difícil por la velocidad y la tesitura, estuvo rotundo y magnífico, como viene siendo habitual en sus últimas intervenciones en el teatro.

Una noche de triunfo para la mayoría pero con sombras para un cantante que debe saber lo que quiere hacer con su carrera, si no, corre un riesgo muy grande.  Espero que sea mejor aconsejado y adopte un estilo como el que ya tiene Bartoli, por poner un ejemplo, cerrado a un repertorio que domina a la perfección.