Otello en el Teatro Real: Pobreza escénica

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Publicado inicialmente en Ópera world en este post.

Nuevo comienzo de temporada del Teatro Real y lo que iba a ser una apuesta por todo lo alto: una de las obras maestras de Verdi, reparto de campanillas y una aparente nueva producción. Sin embargo, la realidad ha sido otra: se ha caído la soprano búlgara Krassimira Stoyanova, la producción es ciertamente un fiasco y el reparto, con buenos momentos, se comporta de manera irregular en sus prestaciones. De ahí que, finalmente, no hayamos disfrutado de un inicio óptimo.

El mayor problema de esta producción es, sin dudarlo, la propuesta escénica de David Alden, ya que ha optado por un escenario que no cambia durante los cuatro actos, como mucho se adereza con alguna silla, o una mesa, se abre una ventana y dos puertas. Esta inmovilidad contrasta negativamente con la evolución musical, parece mentira que pueda plantearse algo tan anodino y que no aporte nada a la obra musical. Por si fuera poco, la dirección escénica es prácticamente inexistente, el coro aparece en el primer acto como un conjunto grueso que se abraza en círculos (qué original…) en la borrachera. La iluminación va de oscura hasta lo más tétrico y en muchas ocasiones ni se sabe quién canta. Además, lógicamente, es un desaprovechamiento de todo lo que puede ofrecer el Real. En conclusión, bastante deplorable.

Renato Palumbo, que ya dirigió hace nada La traviata en este mismo escenario (y con la misma soprano), opta por la vía ensordecedora, sorprende que lo haga así, como si no conociera el material vocal del que dispone y del que hablaré más adelante, baste como avance que en muchas ocasiones no se podía discernir la partes cantadas de los solistas. Solo hubo equilibrio en el primer acto porque, naturalmente, el coro puede luchar de tú a tú con ese volumen orquestal y en el último acto, el más íntimo, no le queda más remedio que ejecutarlo de esta manera. Las prestaciones de la orquesta fueron interesantes, sonó bastante bien a pesar de algunos tempos escogidos por el italiano. El coro estuvo a gran altura, espléndido su coro inicial “Una vela!”, excepcional esa joya que es el “Fuoco di gioia!”, vibrante, rotundo, atronador tanto en voces masculinas como en femeninas.

La soprano albanesa Ermonela Jaho es ya una conocida por estos lares, hizo el año pasado una Violetta sencillamente turbadora, te quitaba el aliento con su interpretación (y este año la volveremos a ver en Madama Butterfly); luce estupendamente por dos motivos principales, se mete muy bien en cada papel que hace, para el público siempre es creíble, y ejecuta los pianos y filados con precisión y buen gusto. Estas dos virtudes suelen ser suficientes para que el público la aprecie (ayer volvió a ser la más aplaudida). Desdémona se adapta más a su voz que Violetta indudablemente pero, teniendo que lidiar con la orquesta a ese volumen, sus notas más altas estuvieron veladas en todo momento, con una afinación no muy clara sobre todo en las más agudas; estaba un poco desbordada y tuvo que gritar más de lo que está acostumbrada, de ahí sus problemas en los concertantes. Sin embargo, todo es olvidable gracias a su interpretación de la Canción del Sauce/Ave Maria. No se puede negar que Gregory Kunde canta de maravilla, se apoya muy bien en su capacidad pulmonar y proyecta su voz en los agudos admirablemente, sin vibrato, con gran volumen, y todo ello con buenas condiciones de fraseo en mezzas voces; el problema es que, ahora mismo es un tenor muy lírico y sin el bronce que necesita un papel como el moro de Venecia, no es casualidad que este papel haya sido interpretado a lo largo de la historia por grandes heldentenors especialistas en Wagner (Vickers, Windgassen, Vinay…) ya que el tenor de Otello va más allá de una voz spinto, se necesitan graves y medias voces de gran potencia para poder soportar un tamaño orquestal (en este caso, además, nada atenuado) y un color oscuro que la voz brillante, luminosa del tenor norteamericano no puede ofrecer en estos momentos; no es tampoco la parte actoral su gran fuerte, que podría atenuar estas carencias, pero sí es cierto que resulta muy solvente en un papel aparentemente tan poco adecuado para sus características. Es un gran cantante y lo demostró de sobra cuando se lamentaba de su destino en Dio! mi potevi scagliar tutti i mali.

Otello en el Teatro Real

George Petean es un barítono que, como ya demostró en Los puritanos, posee un gran instrumento, extenso y poderoso en los agudos que lanza sin miedo, su voz es muy noble, y quizá ahí empiezan sus problemas al configurar al pérfido Iago, toda la función se nota que está cantando al personaje pero no es capaz de interpretar su maldad, la evolución de su envidia y sus manipulaciones, construye un personaje que resulta demasiado amable para lo que está desencadenando. De ahí que funcione mejor en el Roderigo, beviam! que en el momento que más le identifica, su monólogo Credo in un Dio crudel, con ciertos problemas de graves en estos momentos. Muy interesante el papel de Alexey Dolgov como Cassio, su voz tiene un buen canto legato y un volumen adecuado, es un tenor lírico de garantías que habrá que confirmar en sus prestaciones futuras; igualmente reseñable la solidez de Gemma Coma-Alabert como Emilia en sus intervenciones. Nada especialmente destacable en el resto de secundarios.

Lástima de tantos factores que han contribuido para una función poco memorable, Verdi y esta obra maestra bien lo merecían.

Las fotos son propiedad de Javier del Real.

Alcina de Händel en el Teatro Real: deliciosa Velada Barroca

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Alcina de Händel en el Teatro Real: deliciosa Velada Barroca

Todo ello a pesar del montaje escénico que perpetró David Alden en esta coproducción con la Opéra National de Bordeaux; en efecto, como de costumbre, poco añade a lo visto y, en ciertas ocasiones entorpece, sobre todo cuando se producían esas coreografías ciertamente anárquicas con más ruido que otra cosa. Alden redunda en la idea, ya muy utilizada por activa y por pasiva en la mayoría de las manifestaciones artísticas, del escenario dentro del escenario y modela algunos de los momentos como números musicales muy vistosos dignos de Broadway, que quedan relativamente bien en lo visual pero no añaden demasiado al significado de la obra; aparte claro está de lo ya manido en la que nosotros aparecemos como observadores de ese teatro de la hechicera Alcina en el que quedan atrapados el resto de los protagonistas por su capricho; la sucesión de puertas que actúan como frontera de las dos realidades tampoco añaden más y sí muchas aperturas de puertas. Centrémonos en el aspecto musical.

Christopher Moulds, dejó clara su impronta desde el principio con una dirección puntillosa y atentísima que vigilaba en todo momento todo lo que sucedía en la escena además de controlar las dinámicas orquestales; consiguió un equilibrio orquestal-vocal que no fue óbice para que su lectura fuera emocionante incluso en la aparente contención de su propuesta. Actúo de manera muy dinámica con los tempos escogidos sin olvidarse de la intimidad de los momentos más graves y acompañó en todo momento la interpretación de los solistas consiguiendo momento memorables; sonó muy bien la orquesta titular del teatro, mejor de lo que estaban acostumbrando, sobre todo las cuerdas, tersas y muy seguras durante toda la obra; muy interesante la idea de los músicos en escena que convertían algunas arias en verdaderos diálogos con el personaje central, especialmente el violín de Víctor Ardelean y el Cello de Simon Veis.

Escena de Alcina en el Teatro Real

Anna Christy dibujó una muy buena Morgana, muy pizpireta y divertida y caracterizada por disfrutar de las arias más heroicas, con coloraturas casi imposibles pero ejecutadas admirablemente, como su famosa “O s’apre al riso” o la hermosísima “Credete al mio dolore” con el cello en escena. Lástima que no tenga una voz demasiado grande pero brilló a gran nivel. Lo mismo puede decirse del Bradamente de Sonia Prina, ejecutada muy dignamente a pesar de algunos excesos interpretativos, demasiado bufonescos, que resentían ligeramente la proyección de las agilidades. El tenor Allan Clayton empezó de manera estentórea en su primera aria, tiene una poderosa voz algo falta de control que deslució sus primeros momentos; afortunadamente, según avanzó la obra reguló más y demostró que, cuando se vuelva más contenido, es más que interesante y tiene muchas posibilidades futuras. Razonable el Melisso de Luca Tittoto, exhibió nobleza y templanza a partes iguales en su aria, a pesar de alguna dificultad al proyectar las notas más agudas; muy bien, para terminar, el Oberto de Erika Escribá, lució facilidad en la agilidad y gran volumen, una buena línea vocal.

Aplausos generosos de un teatro que no estaba lleno (habría que hablar alguna vez de los desproporcionados precios de las entradas) pero que disfrutó mucho de una gran velada barroca.

Las fotos son propiedad de Javier del Real.