Madama Butterfly en el Teatro Real. Clásico imperecedero.

Publicado inicialmente en Ópera world en este enlace.

Tiene todo el sentido del mundo acabar la temporada de ópera escénica (todavía faltan tres conciertos con Macbeth y la figura insustituible de Plácido Domingo) con un clásico imperecedero: una obra popular, conocida por la mayoría de los habituales (y no habituales)  y con un montaje ya utilizado en otras ocasiones. Además, si consigues programar muchas funciones con varios repartos competentes y lleno de intérpretes españoles, sinceramente, lo tienes hecho.

El montaje de Mario Gas ya se ha comentado con anterioridad en esta misma revista y en muchos sitios, no pretendo extenderme pero hay que reconocer su vistosidad de cara al espectador. La idea de ópera dentro de ópera es perfectamente entendible y el escenario es funcional y tremendamente dinámico para poder reflejar a la perfección cada acción que se produce en el libretto; de esta manera nadie se pierde en cuanto a la trama (por otra parte sobradamente conocida) y, al mismo tiempo, consigue momentos decididamente bellos que no hacen más que realzar el buen trabajo musical. De hecho, esta vez me fije especialmente en la dirección escénica, está tan cuidada que es como estuviéramos asistiendo a un rodaje, tienes la sensación de que cada persona tiene una función que cumplir para representarla, y todos estos pequeños propósitos se ensamblan para obtener el fin último, es imposible que el espectador no se involucre, nada más entrar ya se está moviendo el aparato escénico, es todo muy teatral y de agradecer.

Afortunadamente, la dirección musical de Marco Armiliato se sumó a este montaje para conseguir una producción de un nivel de calidad más que aceptable. Maravilloso manejo de los tempi, atención cuidadísima a cada momento, a los cantantes, que nunca se vieron tapados y pudieron realzar cada uno de sus momentos. La Orquesta titular del Teatro funcionó a la perfección y transmitió cada uno de los momentos desde la esperanza inicial hasta el trágico acto final donde el drama llega a su fin de manera abrupta.

Lo único que falta para tener una velada maravillosa es que los cantantes consigan interpretar sus roles. Si alguien destacó en la noche de ayer fue, sin lugar a dudas, la albanesa Ermonela Jahouna cantante de medios limitados (tanto en tesitura como en volumen) pero que, sin embargo, es una intérprete que roza siempre la excelencia. Si yo programara temporadas de ópera me aseguraría de tenerla en todas ellas porque tiene una virtud absolutamente esencial: transmite el pathos de sus personajes al público de una manera tan creíble que consigue una implicación emocional. Y esto, esto no lo hace todo el mundo. Todavía recuerdo La traviata que hizo en este mismo teatro, con un papel como el de Violetta, que es todavía más incompatible con su voz, sus estertores del último acto me provocaron una congoja que he sentido en pocas ocasiones. Lo mismo sucedió ayer, fue capaz de reflejar a la perfección la evolución del personaje, desde la inocencia inicial, pasando por el desencanto y la desesperación del abandono, hasta llegar a un final dramático, que escenificó de manera maravillosa, cuidando cada detalle, hasta los tumbos que se tenía que dar después de clavarse el cuchillo. Lo da todo y eso es impagable. Si además lo adereza con buen gusto en sus momentos más apropiados para su voz (esos filatos y pianissimi, una buena línea de canto…)  es lógico que se metiera al público en el bolsillo y fuera la justa triunfadora de la noche. Quedan para el recuerdo sus interpretaciones memorables de “Un bel di vedremo” y del desgarrador “Tu tu piccolo iddio.”

Junto a ella, en segundo plano, no desentonaron sus compañeros. Jorge de León es una voz perfecta para cantar el papel del odioso Pinkerton, personaje que cada vez aborrezco más por su implicación dramática pero, al mismo tiempo, disfruto sobremanera la partitura que le escribió Puccini; estuvo brillante en su aria “Dovunque el mundo” y el dúo con Sharpless “Quale smania di prende”. Y cerró espectacularmente su actuación con un prodigioso “Addio, fiorito asil”. Su voz es exuberante en la emisión de los agudos, brillantísimos, proyectados, sin nada de vibrato. Solo le falta no relajarse en los momentos aparentemente menos importantes, frases de paso o recitativos, que se quedan a veces ligeramente desentonadas,; también me gustaría que cada vez cantara de manera más legato pero, son pequeñas pegas a un papel muy bien configurado. Bastante bien igualmente Ángel Ódena, un barítono de medios abundantes aunque ligeramente tosco en ocasiones; al principio, de hecho, se le notó incómodo en los agudos, el vibrato se acentuó demasiado, lo bueno es que cuando llegó al tercer acto estos problemas no eran tan visibles y llevó a cabo un bellísimo “Io so che sue dolore”, su Sharpless está bien pensado e interpretado. Impresionante la mezzo Enkelejda Shkosa, con una voz sólida y contundente en las notas agudas, al lado de Butterfly dejó una Suzuki referencial por medios y capacidad actoral. Muy interesante el Goro de Francisco Vas, divertido y muy bien escenificado, su voz se adaptaba bastante bien. Nada más que decir del resto de secundarios, simplemente que estuvieron en su sitio. Muy bien el coro del Teatro Real, especialmente en el ya conocido coro a boca chiusa y en la conocida entrada de Butterfly.

Emocionante colofón a una temporada que, desde mi punto de vista, ha estado muy equilibrada. El público aplaudió a raudales y se notó que disfrutó, ¿cómo no iba a funcionar con los elementos que anteriormente he mencionado? Un verdadero triunfo.

Otello en el Teatro Real: Pobreza escénica

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Publicado inicialmente en Ópera world en este post.

Nuevo comienzo de temporada del Teatro Real y lo que iba a ser una apuesta por todo lo alto: una de las obras maestras de Verdi, reparto de campanillas y una aparente nueva producción. Sin embargo, la realidad ha sido otra: se ha caído la soprano búlgara Krassimira Stoyanova, la producción es ciertamente un fiasco y el reparto, con buenos momentos, se comporta de manera irregular en sus prestaciones. De ahí que, finalmente, no hayamos disfrutado de un inicio óptimo.

El mayor problema de esta producción es, sin dudarlo, la propuesta escénica de David Alden, ya que ha optado por un escenario que no cambia durante los cuatro actos, como mucho se adereza con alguna silla, o una mesa, se abre una ventana y dos puertas. Esta inmovilidad contrasta negativamente con la evolución musical, parece mentira que pueda plantearse algo tan anodino y que no aporte nada a la obra musical. Por si fuera poco, la dirección escénica es prácticamente inexistente, el coro aparece en el primer acto como un conjunto grueso que se abraza en círculos (qué original…) en la borrachera. La iluminación va de oscura hasta lo más tétrico y en muchas ocasiones ni se sabe quién canta. Además, lógicamente, es un desaprovechamiento de todo lo que puede ofrecer el Real. En conclusión, bastante deplorable.

Renato Palumbo, que ya dirigió hace nada La traviata en este mismo escenario (y con la misma soprano), opta por la vía ensordecedora, sorprende que lo haga así, como si no conociera el material vocal del que dispone y del que hablaré más adelante, baste como avance que en muchas ocasiones no se podía discernir la partes cantadas de los solistas. Solo hubo equilibrio en el primer acto porque, naturalmente, el coro puede luchar de tú a tú con ese volumen orquestal y en el último acto, el más íntimo, no le queda más remedio que ejecutarlo de esta manera. Las prestaciones de la orquesta fueron interesantes, sonó bastante bien a pesar de algunos tempos escogidos por el italiano. El coro estuvo a gran altura, espléndido su coro inicial “Una vela!”, excepcional esa joya que es el “Fuoco di gioia!”, vibrante, rotundo, atronador tanto en voces masculinas como en femeninas.

La soprano albanesa Ermonela Jaho es ya una conocida por estos lares, hizo el año pasado una Violetta sencillamente turbadora, te quitaba el aliento con su interpretación (y este año la volveremos a ver en Madama Butterfly); luce estupendamente por dos motivos principales, se mete muy bien en cada papel que hace, para el público siempre es creíble, y ejecuta los pianos y filados con precisión y buen gusto. Estas dos virtudes suelen ser suficientes para que el público la aprecie (ayer volvió a ser la más aplaudida). Desdémona se adapta más a su voz que Violetta indudablemente pero, teniendo que lidiar con la orquesta a ese volumen, sus notas más altas estuvieron veladas en todo momento, con una afinación no muy clara sobre todo en las más agudas; estaba un poco desbordada y tuvo que gritar más de lo que está acostumbrada, de ahí sus problemas en los concertantes. Sin embargo, todo es olvidable gracias a su interpretación de la Canción del Sauce/Ave Maria. No se puede negar que Gregory Kunde canta de maravilla, se apoya muy bien en su capacidad pulmonar y proyecta su voz en los agudos admirablemente, sin vibrato, con gran volumen, y todo ello con buenas condiciones de fraseo en mezzas voces; el problema es que, ahora mismo es un tenor muy lírico y sin el bronce que necesita un papel como el moro de Venecia, no es casualidad que este papel haya sido interpretado a lo largo de la historia por grandes heldentenors especialistas en Wagner (Vickers, Windgassen, Vinay…) ya que el tenor de Otello va más allá de una voz spinto, se necesitan graves y medias voces de gran potencia para poder soportar un tamaño orquestal (en este caso, además, nada atenuado) y un color oscuro que la voz brillante, luminosa del tenor norteamericano no puede ofrecer en estos momentos; no es tampoco la parte actoral su gran fuerte, que podría atenuar estas carencias, pero sí es cierto que resulta muy solvente en un papel aparentemente tan poco adecuado para sus características. Es un gran cantante y lo demostró de sobra cuando se lamentaba de su destino en Dio! mi potevi scagliar tutti i mali.

Otello en el Teatro Real

George Petean es un barítono que, como ya demostró en Los puritanos, posee un gran instrumento, extenso y poderoso en los agudos que lanza sin miedo, su voz es muy noble, y quizá ahí empiezan sus problemas al configurar al pérfido Iago, toda la función se nota que está cantando al personaje pero no es capaz de interpretar su maldad, la evolución de su envidia y sus manipulaciones, construye un personaje que resulta demasiado amable para lo que está desencadenando. De ahí que funcione mejor en el Roderigo, beviam! que en el momento que más le identifica, su monólogo Credo in un Dio crudel, con ciertos problemas de graves en estos momentos. Muy interesante el papel de Alexey Dolgov como Cassio, su voz tiene un buen canto legato y un volumen adecuado, es un tenor lírico de garantías que habrá que confirmar en sus prestaciones futuras; igualmente reseñable la solidez de Gemma Coma-Alabert como Emilia en sus intervenciones. Nada especialmente destacable en el resto de secundarios.

Lástima de tantos factores que han contribuido para una función poco memorable, Verdi y esta obra maestra bien lo merecían.

Las fotos son propiedad de Javier del Real.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Artículo publicado originalmente en Ópera World en este enlace.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Posiblemente no hay ópera más conocida que esta, La Traviata representa el paradigma de la ópera popular debido a que la historia es bien conocida y, además, la música que compuso Verdi es brillante por su concepción teatral. Un prodigio. De ahí que, cada vez que se represente, se la mire con lupa, sobre todo desde el punto de vista escénico.

En este caso la escena de La Traviata en el Teatro Real venía avalada por David McVicar que ya había presentado además este montaje en el Liceo; tal y como entiende el director escénico la ópera todo es sombrío y lúgubre para empezar, renuncia a una posible evolución, a esos contrastes que, sin embargo, están presentes en la sublime música de Verdi, en aras de realzar el componente dramático, dando, si cabe, más oscuridad a la tragedia por anticipación; de ahí que no haya más que inmensos telones negros que reducen la escena a un pequeño hábitat que llama la atención por ser claustrofóbico, por encerrar en tan poco espacio a unos cantantes que afrontan de maneras distintas esta situación y de los que hablaré después; una vez sabido esto, hay que reconocer que la propuesta es ciertamente conservadora, sencilla, continuista, y cómoda de cara a un público que ya lidió con la vanguardia (o intento de ella) en la de Sotelo que se programó con anterioridad. Desde este punto de vista, es una pequeña reconciliación, un guiño que, a pesar de lo comento, funcionará para la mayoría de los asistentes.

Y La Traviata en el Teatro Real funciona especialmente por la adecuación y consistencia de Renato Palumbo a esta propuesta, el italiano escoge la vía que le ofrece McVicar e interpreta la música de una manera intimista, contenida, y buscando sonoros estallidos donde aprovecha toda la capacidad orquestal (poniendo en peligro las voces con menor proyección que sufren para cantar y ser escuchados con esta densidad); a pesar de ello, el conjunto no se resiente, es una lectura ágil (y) que consigue momentos ciertamente logrados, sobre todo, en el exquisito dúo de Germont y Violetta del segundo acto y en el patético final con la muerte de la protagonista. Se le podría poner algún pero a los números de coro intermedios donde hay algún desajuste en los tiempos, y alguna elección caprichosa del tempo, por ejemplo en los contrastes de Violetta con la partida de cartas; aun así, no me disgusta la visión de Palumbo.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Para tener una buena Traviata, es indispensable que el trío protagonista sea de entidad; la soprano albanesa Ermonela Jaho dibujó una Violetta atormentada desde el principio, adaptándose a la perfección a lo indicado por McVicar, no hay amor efervescente y juvenil en su “Follie, Follie…Sempre Libera” sino determinación y reafirmación como mujer, es un grito de libertad que ruge como un estampido incontrolable; pero su actuación no es inmovilista, muy al contrario, existe una evolución que roza la excelencia por su capacidad de reflejar la personalidad de Violetta, desde la frustración y el sacrificio contra su voluntad ,del segundo acto, hasta el camino inexorable a la muerte en el acto final. Este último es una interpretación de las más desgarradoras que recuerdo, con estertores de tal calibre que nos hacían sufrir a todos los que estábamos presenciándolo; totalmente unidos e integrados a su forma de cantar. Me puedo creer perfectamente a Jaho, irradiaba tanto dolor que es imposible no llegar a empatizar con ella; y su instrumento, sin embargo, no era para echar cohetes, de poca extensión en los agudos, un poco estrangulados y, encima con mucha suciedad; de hecho, sorprende que se atreviera con el Mi bemol sobreagudo que ejecutó a pesar de las dificultades; evidentemente, con la evolución de la vocalidad en los siguiente actos, se adaptaba mejor a lo que cantaba y tuvo momentos sublimes como el “Dite alla giovine…” susurrado, exquisito en ejecución y sensibilidad y todo el dúo con Germont y el final, simplemente sobrecogedor. Una excepcional Violetta, sin lugar a dudas, la gran triunfadora.

Francesco Demuro en el papel de Alfredo fue el gran perjudicado por la situación comentada, no me desagrada su timbre de tenor lírico y dibujó una buena línea de canto en “De miei bollenti spiriti”, pero su volumen se resintió con los arranques orquestales siendo tapado sin clemencia en no pocas ocasiones, acometió el Do de pecho en la cabaletta “O mio rimorso” con valentía, pero en el registro más agudo no suena firme, se le descolocó y fue poco brillante, de hecho, en varias ocasiones se le cambió de manera perceptible la voz en el cambio de registro resultando (en)sonidos extraños, alejados del más consistente registro a media voz donde estaba más cómodo (supongo que fue debido a buscar volumen y la proyección no fue lo más adecuada); tiene hechuras, falta madurez todavía. Sobreactuó ligeramente en su disposición teatral, sobre todo en comparación con Jaho.

Desbordante el Giorgio Germont de Juan Jesús Rodríguez, está en plenitud vocal y se nota por la potencia en todas sus notas, un barítono lírico al que no le falta nada y que fue la contraposición musical perfecta por timbre y rotundidad a Violetta; hizo un “Di Provenza il mar..” de fábula, lidiando incluso con una pequeña carraspera en medio ,que consiguió tapar para acabarlo de manera brillante. Su segundo acto fue generoso en musicalidad y con gran compenetración desde el “Pura siccome un angelo”; pudo, de sobra, con la orquesta, incluso en las explosiones mencionadas y solamente habría que ponerle en el “debe” una cierta apertura de las notas agudas en algunos momentos que deslucían y desentonaban la melodía; si bien es cierto que no ocurrió con demasiada frecuencia.

En cuanto a los secundarios de La Traviata en el Teatro Real, correctos en sus papeles, podría hacer una pequeña mención a la buena Flora de Marifé Nogales, o las buenas prestaciones de César San Martín y Fernando Radó en sus Douphol y Grenvil respectivamente. El coro rozó a buen nivel en los conocidos números, siempre es un gusto escucharlos por su seguridad, fortaleza y musicalidad.

Muchos aplausos y ovaciones a una función que recupera al público que quiere ver grandes títulos en un teatro como el madrileño. Una buena propuesta con las puntualizaciones mencionadas. Una Violetta para recordar.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.