Hänsel und Gretel de Engelbert Humperdinck en el Teatro Real. Cuento de hadas wagneriano

Publicada originalmente en Ópera World en este enlace.

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Casi un siglo hacía desde la última vez que se programó Hänsel und Gretel en Madrid;  nunca es tarde si la dicha es buena como en este caso en particular.

La producción inicialmente pensada se tuvo que cambiar por una ya establecida, en este caso, la de Pelly que realizó para el Festival de Glyndebourne; sobre el papel parecía una buena idea, sobre todo teniendo en cuenta la gran acogida que tuvo también su montaje de la Fille du Régiment que vimos hace nada en este mismo teatro. El resultado en esta ocasión, nuevamente, es un triunfo. Pelly siempre consigue hacer montajes que, sin ser clásicos o anacrónicos, resultan actuales y guarda un gran respeto por el contenido del libretto, logrando, de este modo, satisfacer a un tipo de público muy amplio: los que piden una fidelidad y los que quieren una evolución.

En este maravilloso cuento de hadas, el francés hace contemporánea la historia, la casa en la que viven Hansel y Gretel está hecha de cartones, la ropa que llevan los protagonistas está sucia, están viviendo una crisis, no tienen casi alimentos para comer;  la casa de la bruja está formada de estantes de un supermercado, hay carteles de rebajas, cajas registradoras..  que representan el consumismo, el capitalismo de una sociedad jerarquizada por una situación en la que nos vemos atrapados. En este orden de cosas, los niños liberados están todos gordos, se convierten en los símbolos de la mala alimentación, del consumismo sin límites. Esta crítica está presente pero sin llegar a cansar ya que no se olvida del cuento y de los elementos mágicos, como las apariciones de los duendes del rocío del sueño. Su creatividad es paradigmática a la hora de crear a la bruja, la dependienta del supermercado, que nos anticipa en uno de interludios con un juego de sombras chinescas. Todo funciona porque, además, no entorpece la acción teatral, sino que la realza.

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La música de Humperdinck, exuberante, de gran densidad orquestal,  de este gran admirador de Wagner, tuvo como ejecutor un Paul Daniel incisivo e inspirado.  Desde la obertura hasta el fin supo sacar todo el jugo posible sin olvidar los matices, llevados a cabo con seguridad por la orquesta que sonó especialmente bien en las cuerdas (como ya adelanté en Romeo y Julieta), tersas y sensibles en los momentos de más sensibilidad, contundentes en los más potentes. A pesar de algún desajuste en los metales, su trabajo fue encomiable.  Daniel, consiguió, que todo sonara empastado y equilibrado, sin tapar a los solistas que se pudieron distinguir sin esfuerzo.

La Gretel de Sylvia Schwartz fue de referencia, entre otras cosas, porque consiguió conjuntar a la perfección su trabajo actoral con la vocalidad necesaria para cada momento. Desde los dúos con Coote, donde empastaba a la perfección, hasta momentos intimísimos y sensibles, como alguno de los del bosque, sin olvidar la proyección es los momentos más fuertes orquestalmente. Da la impresión de que su voz se adapta a la perfección por tesitura y proyección a este papel. Fue un prodigio comprobar cómo se debe conjuntar la voz, evolucionar y actuar. Hasta saludando, seguía interpretando su papel, qué capacidad de interiorización. Al lado de ella estaba una Alice Coote que cantó bien y que contrastaba a la perfección con la voz de Schwartz, sus dúos, ciertamente, fueron deliciosos, emocionantes desde casi cualquier punto de vista. No descuidó la actuación, que trabajó realmente bien y su voz fue aterciopelada y redonda, pierde un poco por lo completa que fue Gretel, pero Coote construyó un muy buen Hansel.  Diana Montague en su papel más reducido estuvo solvente, sin estridencias vocales a pesar de algún vibrato en el agudo más descompensado; fue una perfecta réplica musical al Peter de Bo Skovhus que cantó atronadoramente las notas agudas, contrastaba demasiado con la casi ausencia de notas bajas pero, de cara a los oyentes, tenía una presencia escénica y vocal brutal. Gran actuación de José Manuel Zapata, travestido de Bruja, lógico que triunfara, buscó todas las posibilidades que le ofrecía el papel y las llevó al extremo; centrado tanto en ello que se resintió en lo vocal, algunas de sus notas, especialmente agudas estuvieron ligeramente desentonadas al cogerlas, aunque luego corrigiera. Buen trabajo de los dos duendes con especial atención  a Elena Copons y su sensible interpretación del duende del sueño. Un poco destemplada  en las notas agudas, gritadas más  que cantadas, aunque bien actuado el duende del rocío de Ruth Rosique. Especialmente relevante, para acabar, la actuación del coro de pequeños cantores de la JORCAM, afinadísimos y con muchísimo gusto en su interpretación, cantar y hacerlo bailando es siempre difícil y ellos lo bordaron.

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Gran ovación del público a una función ciertamente memorable. El trabajo de estos artistas nos llevó a todos a un cuento de hadas, uno lleno de sorpresas agradables. 

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

“Roméo et Juliette” de Charles Gounod en el Teatro Real. Gato por liebre

Publicado inicialmente en Ópera World en este enlace.

“Por motivos debidamente justificados, la soprano Irina Lungu interpretará el papel de Juliette en sustitución de Sonya Yoncheva en la representación de hoy.”

Rom-Julieta-0037Esta pequeña hoja confirmaba los peores augurios. Al día siguiente, se aclaró desde el teatro que esos “motivos debidamente justificados” eran médicos, sumados a los “motivos familiares” de Alagna, dejaron la función en las manos de Lungu y Castronovo. Lo mismo, claro. Lo extraño es que el teatro ocultara que esos “motivos familiares” no surgieron de un día para otro; parece evidente que Alagna no tenía pensado hacer esa función y el Teatro Real ocultó dicha información de una manera poco transparente para sus clientes, los que pagan las funciones. La función se convirtió en una broma de mal gusto para aquellos que pagaron oro (porque las entradas de el Real son caras, busquen cuánto cuesta ver a Kauffmann en Munich por poner un ejemplo) por ver a dos divos que se transformaron, por arte de birlibirloque, en los pobres Lungu y Castronovo. Y esto, digan lo que digan, es engañar al público, que compra dichas entradas con unas expectativas y se encuentra con algo muy distinto. Ya se dice por ahí que Alagna (si las condiciones higrométricas no lo  impiden) ha matizado sus declaraciones  y podría venir a hacer Luisa Miller el año que viene… Lo que está claro es que habrá que ir al estreno, es lo único “un poco seguro”. El resultado es que el teatro estaba a media entrada tras la ya sabida baja de Alagna y los pocos que fueron se quedarían con una sensación agridulce.

Menos mal que quien dirigía era Michel Plasson, el solo pudo mantener el buen tono de la función y el público se lo agradeció generosamente.  Su batuta estuvo muy medida en todo momento, concisa en la intimidad, intensa y pasional en los momentos de mayor densidad orquestal. Me atrevo a decir que hacía tiempo que no oía las cuerdas con una riqueza como la de este día. Desgranó la fantástica partitura de Gounod demostrando que todavía podemos pensar en los grandes directores de orquesta más allá de escenógrafos. Una labor maravillosa y emocionante que, en mi opinión, no estuvo tan bien acompañada como se merecía.

lunguCastronovo es un tenor de escasos medios, con unas dificultades en los agudos más que notorias, abusando del vibrato y con la amenaza de romperse en cualquier momento. Todavía en las voces medias, con mucha potencia, su voz sacó algún pasaje bello, incluso en su aria de referencia. El problema aún mayor fue su manejo de los “pianos”, teniendo que recurrir a un “falsete” estrangulado  bastante feo en ejecución y timbrado,; en la parte final incluso se le fue, sorprendentemente… por si alguien no tenía claro que no estaba Alagna, esto fue tan evidente que provocaba un poco de vergüenza. Irina Lungu tampoco es que estuviera muy familiarizada con el papel (tuvo que salir, como Castronovo, con la partitura en la mano, fueron los únicos) pero los medios de la rusa son bastante mejores que los del tenor. Sin tener demasiada extensión vocal  y a pesar de la oscuridad de su color (que lo acercan a una soprano más spinto que lírica) lidió su papel con soltura, pese a algunas agilidades que no corrieron como deberían. El agudo tiene volumen (se comió irremisiblemente lo que intentaba su pareja) y su voz es muy juvenil en las medias voces dibujando una Juliette inocente en algunos momentos, más dramática y temperamental en otros. No fue errónea su intención y es de agradecer su entrega. Viene a hacer La traviata el año que viene y quizá se me antoja limitada en tesitura para el primer acto pero habrá que darle el beneficio de la duda. El resto de comprimarios estuvo bastante bien en general, destacando el Stéphano de Marianne Crebassa, qué bella canción de la tórtola realizó, pizpireta y consistente vocalmente, o el Tybalt de Atxalandabaso  y el grandísimo Hermano Laurent de Tagliavini. Todos rayando a un nivel bastante alto con un punto negro difícilmente explicable, Laurent Alvaro hizo una actuación bochornosa como Capulet, peor no se puede cantar. Por último muy destacable la labor del coro, muchos pasajes de gran dificultad y con una cada vez mejor dicción francesa que para todos los que nos dedicamos a esto comprendemos su dificultad. Un hito más en su gran evolución.

En fin, menos mal que nos quedaba Plasson