Gala de homenaje descafeinada para la sin par Teresa Berganza

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Cuando digo descafeinada, no digo que la gala fuera mala; de hecho tengo que reconocer que el espectáculo fue mejor de lo esperado y tuvo muy buenos momentos. El problema es que todo lo que rodeó el espectáculo no fue lo que se podía esperar, sobre todo por los cantantes que asistieron; cuando celebras los 80 años de alguien tan grande dentro del “mundillo” como es Teresa Berganza, debe venir lo más grande del género y, salvo honrosas excepciones, José Van Dam y los españoles Bros, Bayo, Álvarez…, el resto de los partícipes, incluyendo el foso, estuvo voluntarioso pero eran de un nivel medio para abajo; para ser justos, rindieron estupendamente. Pero claro, qué podemos esperar de un teatro que, con su gestión, ha conseguido que los grandes divos no vengan aquí nunca. También parece inexplicable la no-presencia, de algún modo (documento gráfico, mensaje…) de Domingo, Caballé, Carreras, etc… los grandes españoles de su misma época y que participaron con ella en innumerables ocasiones. Tampoco contribuyó a la brillantez de la gala la sonora pitada que recibió el ministro de cultura, no evaluaré su gestión; pero, indudablemente, sus medidas no están haciendo demasiado bien a la música y el público expresó su malestar, consciente de la situación de la cultura en España.

Pasemos ya a la gala; el repertorio, sin embargo, fue excelentemente escogido: en una primera parte se interpretaron obras de Rossini y Zarzuela y en la segunda, obras de Mozart, con directores y cantantes diferentes para ambos cometidos. Me gustó lo escogido porque reflejaba parte del repertorio por el que se hizo famosa nuestra Teresa (con la única falta de Carmen, quizá su papel más paradigmático…).

En la primera parte dirigía Alejo Pérez, lo recordaréis porque ya hablé de él en ese hito que supuso “Don Giovanni” este año; hito, desgraciadamente, por los malos aspectos musicales y escénicos. Ayer volvió a demostrar que su dirección es insulsa, sobre todo para Rossini, una obertura como la de “La gazza ladra” sonó deslucida, sin ritmo, sin intensidad; mejor en los fragmentos zarzuelísticos, pero claro, porque los cantantes hicieron los mejores momentos de la noche. Sé que Mortier sigue creyendo en su talento pero, de verdad, no provoca más que bostezos. Del repertorio rossiniano, cabe destacar la interpretación pausada de Marie-Nicole Lemieux de “Di tanti palpiti” de “Tancredi”, con un poderoso instrumento por pulir todavía pero con buenas maneras; el intento de realizar el imposible aria de “Semiramide” “Bel raggio lusinghier” fue encomiable, Annick Massis, una verdadera especialista rossiniana, acusó el cansancio con notas caladas en la parte final pero fue portentosa; José van Dam, en franca decadencia, suplió sus limitaciones actuales con una “Calumnia” inteligentemente cantada y actuada, qué grande y variado ha sido el holandés. El concertante final de “Il barbiere di Siviglia” estuvo divertido, aunque, al no haber subtítulos, la mayoría de la gente no pudo disfrutar de la actuación ni del texto. Lo mejor llegó en ese momento; Carlos Álvarez estuvo cálido, templado, pasional, excelente el manejo de la potente voz con “En la cárcel de Villa” de “La linda tapada”, y arrancó los primeros bravos de la noche; me recordó a sus primeros momentos de la carrera; ojalá le hayamos recuperado para la escena. Bayo bordó también las “Sierras de Granada” de “La tempranica”, era la Bayo afinada y con un timbre bellísimo que todos queríamos oír, estuvo deliciosa; el colofón lo puso nuestro José Bros con un “No puede ser” de “La tabernera del puerto”, a su canto legato habitual le ha sumado volumen y el resultado fue pletórico. Fue lo mejor de la noche, qué casualidad, con todos los cantantes españoles y el repertorio de Zarzuela, ¿casualidad? Sabéis que no.

En la segunda parte tuvimos en el foso al otro protegido de Mortier (solo faltó el griego…), Sylvain Cambreling; aún así, es mucho mejor que su predecesor, y su interpretación de Mozart estuvo más afortunada, precisa y pasional, se pudo escuchar desde la dirección de la obertura de “La clemenza de Tito”. De lo demás, se puede destacar el dúo de “Don Giovanni” “La ci darem la mano” de nuevo con van Dam y una Serena Malfi estupenda que bordó más tarde “Voi che sapete”; esta italiana tiene un timbre precioso y canta muy afinadamente, además de que escénicamente funciona también muy bien; fue muy apreciada por el público. Auxiliadora Toledano, antes de interpretar muy personalmente el “Deh, vieni, non tardar” de “Le nozze de Figaro” le dedicó unas palabras a Teresa resaltando especialmente su apoyo a los cantantes más jóvenes; bonito detalle sin duda que le valió cantar luego el final del acto segundo, aunque ella no estuviera programada inicialmente. Señorial la condesa de Sofia Soloviy en el “Dove sono” que destacó especialmente con Carlos Álvarez con su gran Almaviva en el fragmento final del homenaje.

Se continuó con un vídeo que recordaba alguno de los momentos musicales pasados de Teresa Berganza con fragmentos de “Carmen” y la “Cenerentola” que sirvieron para que, a continuación, saliera ella misma a la palestra para hablar. Bonito discurso que tenía dos mensajes principales, además del agradecimiento; la defensa de la cultura y de la ópera sobre todas las cosas y, sobre todo, que no olvidáramos nuestro patrimonio musical: la Zarzuela. Fue un discurso sincero, amable y emocionante. Todo el público estaba rendido a sus pies. Decía que se conformaba con haber conseguido que su público se hubiera emocionado alguna vez con ella. Ay Teresa, no sabes cuántas veces lo has hecho y lo harás. ¡Qué grande eres!

Wozzeck, una obra maestra del atonalismo

Parece mentira lo bien que pasa el tiempo por esta obra maestra. No voy a esconder ahora que cuanto más la oigo más me apasiona, no solo por lo que significó en su momento, la ruptura con lo armónico; sino también a nivel técnico y, desde luego, por lo que puede transmitir, expresionismo puro que arranca, aunque parezca mentira, verdaderos escalofríos.

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No hace mucho del anterior montaje que se pudo ver en el mismo teatro a cargo del siempre polémico Calixto Bieito; de hecho, fue solo hace seis años y fue un total escándalo, mucho mayor que los que ha ocasionado Mortier (si exceptuamos Don Giovanni…), solo tenemos que repasar la hemeroteca para comprobarlo. Teniendo en cuenta este marco, tiene muy poca justificación no utilizar el mismo montaje para montar algo nuevo que, sinceramente, tampoco es que añada mucho a la versión de Bieito; polémico sería, pero, ciertamente, funcionaba muy bien con la temática y lo que quiere transmitir la obra. Es inevitable la comparación con lo que ha ideado Marthaler para esta inexplicable nueva producción que adolece de monotonía, en una obra como esta; iluminación ciertamente pobre, sobre todo según avanza la obra, y una dirección escénica parca en detalles; tener mucha gente en escena para que ni siquiera se muevan es discutible cuanto menos.  Siendo justos, algún momento fue interesante pero un poco aislado, sobre todo en el segundo acto.

Musicalmente, tenía reticencias a la posible labor de Cambreling  y tengo que retractarme; manejó muy bien los tempi y la intensidad de cada momento, lástima de algún momento donde se podría haber sacado más claridad en las notas;  pero la orquesta estuvo muy precisa bajo su batuta y muy rica en detalles; especialmente destacable fue el momento de la variación sobre un tema del comienzo del tercer acto con la parte vocal de Marie, cumbre lírica excepcional y que fue sencillamente preciosa.

Y si Cambreling estuvo concentrado, hay que hacer punto y aparte con la representación vocal. El atormentado wozzeckii-3391Wozzeck estuvo representado por el contundente y versátil Simon Keenlyside, un barítono portentoso con un agudo extenso y lleno de color y sin pérdida en el grave; su construcción, rozando el histrionismo, estuvo cargada de pasión y buen hacer, resultó tremendamente convincente; lo mismo podemos decir de Nadja Michael, brillantísima en lo vocal, con una seguridad y una potencia que sobrecogían en todo momento, qué facilidad para la proyección de su voz, estremecedora; perverso, como tiene que ser, el bufonesco y diabólico Capitán de Gerhard Siegel, muy bien acompañado por el Doctor de Hawlata, bien cantados y actuados ambos; mayores dificultades tuvo Roger Padullés con el difícil Andres, aún así lo solventó con regularidad. Muy regular en su aportación el Tambor Mayor de Villars; me gustaría destacar el canto profundo y noble de Scott Wilde en su caracterización como Primer aprendiz, cantó estupendamente; los demás, sin destacar, pero muy en su sitio, sobre todo el Loco de Francisco Vas. Los dos coros (tanto el titular como los pequeños cantores) estuvieron, como viene siendo habitual, inspirados.

Pocas personas se fueron en medio de la representación, afortunadamente, los aplausos finales, en este caso, corroboran mi impresión de que fue, en lo musical, una estupenda representación.

”Cosí fan(ny games) tutte”

Hubo un tiempo en que los cantantes eran los divos; más tarde fue el momento de los directores como verdaderas estrellas del mundo musical en general y operístico en particular; ahora, en los tiempos que corren, es evidente que el poderío de los directores de escena es prácticamente dictatorial; el caso que nos ocupa es un ejemplo fidedigno de la situación, el montaje escénico del director de cine Michael Haneke; director mediático, carismático, ganador de un galardón a mejor película extranjera por “Amour”.

Esto no es forzosamente malo, muy al contrario, no se puede negar que su presencia es un acicate para que mucha gente se acerque al Real y disfrute de una ópera de Mozart con la ocasión. Afortunadamente, esta ópera se cuenta entre lo más granado del genial compositor austriaco; una de las tres que gozó del libreto de Lorenzo da Ponte, junto con “Don Giovanni” y “Le nozze di Figaro”, verdaderas obras maestras del género, todo ello sin exagerar. Es muy posible que quien descubra la ópera con esta obra, vuelva a ir a ver otra, sin lugar a dudas, si le gusta la experiencia.

Tras este pequeño prólogo, vayamos al grano, ¿ha valido la pena la propuesta escénica del famoso Haneke? En mi humilde opinión el resultado ha sido excelente, con algunas puntualizaciones.

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El montaje escénico inicial, y que luego no cambiará a lo largo de la obra, nos muestra un salón  a primera vista con una terraza de fondo, aparentemente resulta clásico; sin embargo, según van a apareciendo los personajes, tanto principales como secundarios, nada es lo que parece: unos personajes están ambientados de época, siglo XVIII y otros en el siglo XX. Asombra bastante el hecho de que Alfonso, el conspirador de la trama, sea precisamente de época, y el resto de personajes del siglo XX; ¿nos intenta mostrar que es algo que no ha cambiado con el tiempo? Esto ya aparece en su filmografía (“Funny Games”), la introducción de una fuerza malévola; en este caso Alfonso como “subvertidor” de la confortable vida burguesa que llevan los protagonistas. El omnipresente mueble bar lleno de botellas de alcohol es utilizado con frecuencia por todos los personajes, resaltando aún más la perversidad del planteamiento, las infidelidades, los momentos violentos; lo son más por la forma en que la plantea el austríaco. No olvida la farsa, pero todo está teñido de una depravación inherente al ser humano. El drama se subraya con el manejo de los silencios que Haneke varía a su gusto, sobre todo en los recitativos, hay manejo de la escena sin música en algunos momentos. Esto es novedoso y, por lo menos, no altera la estructura de la obra (recuerdo todavía el montaje de “La fura dels Baus” de “La flauta mágica” donde sustituían los recitativos por reflexiones más o menos surrealistas y/o existencialistas), dando aún más sentido a cada frase pronunciada; esto es quizá uno de los mayores aciertos, a pesar de alargarse la obra en demasía. Menos inspirador me resulta el papel de la omnipresente Despina a la que Haneke quiere atribuirle un mayor papel en el drama como pareja de Alfonso y que, sin embargo, no cuadra en relevancia con lo que Mozart pensó; sus frases más que diversión, la mayoría de las veces se convierten en reflexiones cínicas. A pesar de ello, una propuesta muy interesante a la que le podríamos sacar aún más jugo pero no quiero extenderme más.

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Para que todo lo anterior funcionase la labor de Sylvain Cambreling en el foso se me antojó imprescindible, sobre todo por la alteración de los recitativos e, incluso de algunos de los momentos musicales para llevar a cabo las indicaciones del director de escena. Hay que reconocer que lo llevó con soltura: tempos afortunados, énfasis adecuados, dirección precisa y adecuada a lo indicado; la orquesta estuvo de acuerdo con lo pedido y se obtuvieron muy buenos momentos.

Mención aparte quería dedicar a los cantantes, estuvieron realmente consistentes en cada momento, empastados al extremo, más teniendo en cuenta que esta obra tiene muchos momentos de combinación de voces; dúos, tríos, cuartetos, sextetos…  y ninguna voz tiene que sobresalir en exceso más que en el momento que le toca, el equilibrio fue primordial en este caso. En lo individual, los grandes triunfadores fueron Annet Fritsch y Juan Francisco Gatell, la soprano, con Fiordiligi, tiene dos arias de gran dificultad, especialmente la endiablada “Come scoglio”, y las acometió con seguridad, buenas agilidades, agudos bien colocados y no exentos de potencia; lógicamente, con ese material, se convirtió en la favorita del público. Para este crítico el gran descubrimiento de la noche fue el Ferrando de Gatell, no solo porque cantó “Un aura amorosa”, paradigma de aria mozartiana de tenor ligero, con mucho gusto y sensibilidad; sino porque, además, cada frase de la ópera se convirtió, en sí, en un acontecimiento; qué ejemplo de canto legato, manejo de fiato y potencia de emisión, todo ello acompañado de una voz realmente bella. Un poco por debajo de estos dos estuvieron la mezzo Paola Gardina como Dorabella y el barítono Andreas Wolf como Guglielmo, consiguiendo igualmente grandes momentos individuales en alguna de sus arias; lo peor sin embargo vino con la Despina de Kerstin Avemo, con una voz quizá fuera de estilo, que no transmitía al papel, divertido de por sí, la lucidez necesaria; además, en su primera aria, tuvo problemas con el tempo, yendo desacompasada con la dirección de Cambreling y la orquesta; William Shimell, como Don Alfonso, estuvo muy sólido, aunque no se caracteriza por tener un timbre muy bello. No hace falta mucho comentar sobre el coro que, como de costumbre, rozó la excelencia en sus escasos momentos.

Bravos por parte del público a una dirección escénica interesante, retadora, ambigua en su reflejo de la música universal e imperecedera del genio de Salzburgo. Una espléndida manera de disfrutar de la ópera.