“Alceste”: A medias…

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“A medias…” son las palabras que resumen a la perfección las sensaciones que me produjo el “Alceste” que tuve la oportunidad de presenciar el pasado día cuatro de marzo.

A medias estaba el teatro al empezar la función, ni la polémica atrae a la gente; 400 a 500 butacas libres todos los días que están disponibles en la web… y no hablemos de las entradas que encima son regalos. El propio Warlikowski estaba en el patio de butacas, pequeño, de apariencia frágil, con una gorrita puesta y observando los acontecimientos, nadie le reconocía curiosamente, le tenía a dos metros y en el descanso empezó él a aplaudir.

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A medias se quedó la propuesta escénica del polaco; venía precedida, como no podía ser de otra manera, de unas declaraciones bastante  curiosas sobre su concepción del teatro por encima de la música y el libretto, viniendo a decir que quien quiera oír música que se fuera a casa. El director de escena vive de este “status quo”, es un hecho que, además, es alentado por los directores de teatros como el que hemos “sufrido” en estos últimos años en Madrid. Sorprende especialmente el que los directores de escena de ahora se quieran convertir cada vez más en creadores, intentando ponerse por encima del propio compositor, no hablemos de los cantantes o directores de orquesta. El sentido común dicta que la escena debe funcionar como unión con la música y el texto y de esta manera se debe llegar a esa simbiosis que suele traer momentos aún más excelsos por aunar tantas facetas artísticas. Para Krzystof no es así, ya que considera que la acción teatral está por encima de todo. Eso le lleva a “reescribir” con sus insertos lo que nos cuenta la ópera “per se”. Así, comienza en su visión este Alceste, con una entrevista en inglés a Alceste que se convierte en sosias de Lady Di, aunque no se diga explícitamente (ya se encargaron de recordárnoslo antes del estreno); a pesar de que el paralelismo de los dos personajes no me parece tan adecuado ni en trayectoria ni en el final a menos que nos movamos a parámetros generalistas como la cuestión de lo necesario de la monarquía y del papel de la mujer, no  solo en dicha monarquía, sino en general en la sociedad patriarcal. Desde ese punto de vista, podemos encontrar más aciertos en la escena a pesar de que, en ocasiones, haya tantos elementos arbitrarios (la famosa bailarina…) que, irremediablemente, te sacan de la escena. Lo único que me queda pensar es si lo hace adrede o hay un hilo conductor por detrás, me temo que lo segundo no es así, ya que se queda en un estado intermedio donde, al final, no concluye lo empezado. Aun así, la analogía final del Hades con una morgue es lúcida y el tercer acto resulta por lo menos más acorde con la música y el texto consiguiendo esa simbiosis de la que hablaba al empezar.

A medias, muy a mi pesar, resultó la dirección musical del flamante nuevo director del Teatro real Ivor Bolton; sobre todo porque esta era su presentación tras su elección y, además, lo hacía con una obra de un repertorio que manejaba con soltura; desgraciadamente se evidenció, sobre todo en los dos primeros actos, una dirección plana que aunque hizo el esfuerzo de mostrar dinámicas, no sacó todas las texturas necesarias para que la obra de Gluck resultara atractiva; con lo cual todo resultaba pastoso, sin fluidez y, ciertamente, un poco aburrido, sobre todo en todos los recitativos acompañados que son la base de la obra. Producto quizá de una falta de entendimiento con una orquesta que tiene que acostumbrarse a lo que le pedirá el inglés no acababa de fluir como debe hacerlo la música del alemán. Me quedo con esperanza por  el tercer acto, donde sí se pudo apreciar una mejor aclimatación, a lo mejor ayudado por el contraste de tiempos y cambios dinámicos de la música en sí misma; pero esto es a lo que me agarro hasta el año que viene donde hará “Las bodas de Fígaro”.

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A medias también la desafortunada actuación de los papeles principales; Denoke no es una voz adecuada para el papel de Alceste en estos momentos, y no lo es porque todas las notas agudas estaban tremendamente forzadas, sin frescura, calantes y desafinadas; en una obra como la de Gluck, este flujo de voz debe ser continuo, sin estridencias y Ángela no puede acometerlo ahora mismo. Peor es el caso de Paul Groves con una vergonzosa línea de canto para el papel de Adméte; no se puede cantar peor, agudos fuera de estilo y cantados sin sutileza, su voz no es lo que era, pero dio la impresión de estar peor que nunca con esos vibratos y su falta de adecuación, una elección desastrosa para el papel principal. Willard White tiró de galones para realizar una interpretación poderosa, a pesar de que su voz no está en plenitud, siempre demuestra que puede actuar y resultar convincente en sus papeles sin que se note que se resiente musicalmente.  Mejores las prestaciones de Magnus Staveland y Thomas Oliemans en los papeles de Évandre y Hercule respectivamente, sobre todo teniendo en cuenta los roles principales. Muy interesantes Radó como Heraldo y Oráculo e Issac Galán en el corto, pero bien dibujado, papel de Apollon. Sorprendentemente hasta el coro titular, habitualmente regular en sus actuaciones en los últimos meses, se mostró inseguro en los dos primeros actos, con desajustes y pequeños problemas de afinación en sus numerosas actuaciones; ya en el foso en el tercer acto, todo sonó bastante mejor , devolviéndonos la sensación más habitual.

Más gris que brillante este “Alceste” gluckiano. El público recompensó a Bolton y la mitad abucheó  la propuesta de Warlikowski, nada nuevo bajo el sol.

Las fotografías son de Javier del Real para el Teatro Real

Publicado inicialmente para la revista Ópera World aquí.