Uno lee los datos biográficos de Charlotte Cory (Bristol, 1956) y no puede evitar pensar que se encuentra ante una artista de otra época sobre todo ateniendo a sus intereses: la sociedad inglesa de la época victoriana y medieval. Si echas un vistazo a su web se confirma la idea de estar ante una artista única, que fue capaz de desarrollar una estética antes de dedicarse igualmente a la literatura. Su ópera prima es el libro que os traigo hoy y que, con tanto mimo está tratando Nevsky en su promoción.
Las cuatro partes en las que estructura el libro son indicativas de por dónde nos va a llevar la autora:
Orden – Interferencias – Destrucción –Caos
Cuatro palabras, cuatro divisiones que estructuran el camino a seguir, que no es ni más ni menos que el del arquitecto Edward Glass, obsesionado con la idea de conseguir su mayor obra arquitectónica, una obra maestra de la que nadie pueda dudar en un afán por encima de todas las cosas: la posteridad, perdurar, hacerse inmortal. Para ello necesita una estabilidad familiar ya que, partiendo de este orden, él puede tener la consistencia que necesita para llevar a cabo su proyecto. La muerte de la primera señora Glass, amenaza la unidad familiar compuesta por sus tres hijas (Stacia, Milla y Helen) y él mismo; para ello acometerá la búsqueda de una segunda señora Glass en la persona de la viuda Elizabeth Cathcart, todo por conseguir un matrimonio de conveniencia; este proceso nos servirá para ir descubriendo sus rasgos de personalidad, como este momento en el que conoce a la futurible esposa:
“Tras decidir que un caballero que se encontraba en posesión de un diario de aquella magnitud, y que por lo tanto ganaba suficiente dinero para que ella dispusiera de cuanto precisaba, podía ser excusado por su pomposidad, Elizabeth se limitó a hacer alguna bromilla sobre invernaderos; pero Edward le informó con sobriedad que él construía sobre todo fábricas, aquellos enormes palacios de ladrillo rojo donde se forjaba con sudor la riqueza del Imperio; magníficos hoteles; estaciones de ferrocarril; iglesias; edificios municipales y oficinas. Cualquier cosa al parecer excepto casas. Ella no había sabido esto.
-No tengo nada que ver con “casas”, Señora –apuntó Edwards, con más desdén del que habría pretendido. “
No puede soportar que le bajen de un nivel que él cree que posee, también de esta manera asistimos a la presentación de Elizabeth que encarna la esposa ideal ya que se siente abrumada por el saber y el dinero que posee Edward. Como resultado de esta situación, empezamos a asistir a una serie de situaciones extrañas y actitudes que rozan una oscuridad inherente en cada uno de los personajes, desde las propias niñas hasta personajes tan fascinantes como Morgan o Lady Blouvier. Empezando por la descuidada manera con la que vive Edward su matrimonio:
“Había escuchado a su madre en la puerta principal diciendo, con un tono de auténtica estupefacción:
-¡Edward! ¡Qué agradable sorpresa! Es el cumpleaños de Milla…
-¿Ah, sí?
-Cumple diez años.
-¿En serio? Qué rápido pasa el tiempo…
-Te lo parece? –Sarah no parecía coincidir con dicha afirmación.
-Pues claro que sí –dijo Edward impacientándose-. ¡Cuando estás ocupado! Necesito unos documentos del despacho…
-Pues debe de ser agradable estar ocupado y necesitar unos documentos. Entonces, ¿no has venido por el cumpleaños de Milla?
-Yo… -Edward Glass se encontró sin palabras.
-Debes quedarte a tomar el té, el té de cumpleaños de Milla.
Milla escuchó a su padre dejar escapar un gruñido.”
No llega ni a saber cuándo son los cumpleaños de sus hijas, sus preocupaciones son otras. Cory aprovecha para reflejar el papel de la mujer en una sociedad como la victoriana, relegada a mera comparsa del marido, la segunda señora Glass no es más que un elemento que sirve para su marido pueda vivir sin cargas familiares, en esta situación las hijas son todavía menos importantes y tienen que afrontar situaciones de desventaja que les corresponden solamente por el hecho de ser mujeres en una sociedad como aquella:
“-No, no lo entiende; solo se había muerto la semana antes… -Stacia empezó a lloriquear.
-Bien, pues entonces ya no necesitaba pañuelos, ¿no crees?
[…]
-¿Y el dolor?
-No hay nada que puedas hacer para evitarlo. Muchas mujeres tienen sus propios remedios, pero ninguno te funcionaría a ti. No es más que algo de lo que les gusta hablar, intercambiar consejos, como los cromos o los recortes de Milla. Me temo, querida Stacia, que es un castigo, y tendrás que aprender a soportarlo.
-Pero –protestó con energía Stacia- ¿por qué tendría que ser yo castigada cuando no he hecho nada malo…? Bueno, aparte de los de los pañuelos de mamá, pero eso fue después.
La señorita Housecroft no se rio.
-Me atrevo a decir que no eres la primera mujer que se ha preguntado eso –dijo con seriedad-. No se trata de qué es justo o injusto;”
Nos encontramos de esta manera con una representación de hipocresía de la sociedad victoriana en la que los matrimonios funcionan bien cuando no hay contratiempos:
“-La nueva señora Glass ha puesto en orden a la servidumbre –le contaría Eames a Edward Glass algunos días después-. La escuché poner en su lugar a una doncella el otro día –Eames se sentía responsable en parte de aquel éxito: ella había sido su idea, aunque el Amo seguramente ya no se acordaría.
-¡Una mujer competente! Una solución de lo más satisfactoria –remarcó Glass complaciente-. ¿Dónde estábamos, Eames? ¿Cuál es el siguiente asunto de su lista?
Durante seis meses, Edward Glass y su segunda esposa habían disfrutado la satisfacción apacible de un matrimonio sin contratiempos. En efecto, apenas se habían visto el uno al otro.”
En este orden de actuación, Cory aprovecha para reflexionar sobre la posición del escritor superventas, el best-seller que todos tenemos en la cabeza se encarna en la figura de Pasha, el escritor favorito de Milla que, tras enviarle una carta para quejarse de su último libro, recibe una invitación para tomar un café con él. La situación que se produce a continuación es toda una interferencia, una disrupción en la forma de ser de Milla que tiene que afrontar la realidad que no conocía: encontrar que lo que había idealizado está muy lejos de la realidad:
“-¡Ahí lo tienes! –exclamó triunfal Pasha-. Puedes llevarte esto de vuelta Westminster: nunca he estado en ningún lugar exótico ni he hecho nada interesante. Me casé hace mucho tiempo con un hombre que hablaba de hacer cosas, pero que al final no llegó a hacer ninguna, excepto morirse, por supuesto, el maldito endemoniado…
-¿Maldito endemoniado?
-La señorita Housecroft recriminó a la niña que interrumpiera a su anfitriona, pero la señora Smith continuó sin importarle, había cogido carrerilla.
-Así es. Se murió, ¿sabes? Aquel maldito endemoniado, dejándome sin un penique y a la merced de las modas literarias. El señor Sabiondo-e-Importante en la editorial me dice qué estúpida aventura quieren publicar, y si no deseo morirme de hambre tengo que sentarme a escribirla; un perro sin cabeza en Borneo, piratas que roban el correo en Singapur, el sol friendo una cazuela en lo más profundo de Bamangwato, sea donde sea, una escapada a Dahomey. Lo que se te ocurra a ti, Milla Glass, y a niñas como tú; y me tendré que poner a escribirlo –la señora Smith suspiró con cansancio; Pasha había sido una lápida que había cargado durante demasiado tiempo, y su intolerable peso la había dejado hecha añicos.”
Según avanza la narración asistimos a una desintegración total del proyecto soñado del patriarca (la desintegración de su proyecto se va envolviendo en el caos y en la histeria colectiva), lo curioso es que, paralelamente, se produce un acercamiento entre los cónyuges que le llevan a reconocer ante ella el error de un matrimonio de conveniencia:
“-Nuestra boda ha sido un error, lo admito. Me ha costado mucho…
-También me ha costado mucho a mí –murmuró la señora Glass, pero sin ningún tipo de tono acusatorio. Se había arruinado los zapatos con los que había venido. El nuestro no ha sido un matrimonio afortunado, había dicho Henry James Cathcart, prometiéndole de inmediato “hacerlo mejor”. Por lo menos Edward Glass no hacía promesas vanas.
Marido y mujer se contemplaron el uno al otro. No había sido más que un arreglo práctico, concebido por dos personas en circunstancias desesperadas. Glass se dio cuenta de que su mujer había perdido la alianza barata que le había regalado.
-El trabajo siempre me lo ha exigido todo –dijo Edward Glass rompiendo aquel silencio. No era una disculpa, ni una explicación; no le debía nada a aquella mujer. No le debía nada a aquella mujer práctica.”
El mayor acercamiento se producirá entonces cuando Elizabeth sufra un accidente que le haga perder el niño que llevaba, lo peor es que esto ocurrirá en el mismo Gran Hotel que está construyendo Edward:
“-Menos mal que hice todas esas compras cuando pude –dijo Elizabeth; puesto que ahora era poco probable que volviera a pisar el interior de una tienda-. No puedo evitar pensar en todas esas compras que se me escaparon, en todos los adornos que nunca llegué a ver…
-Vamos, vamos… -dijo Milla-. No debes ponerte triste.
-¡Es agradable tenerte en casa, Sir Edward! –dijo varias veces Elizabeth, y su marido le sonreía. Le gustaba estar “en casa”; tenía varios lugares que podía considerar “casa”, y aquellas cuatro paredes llenas de trastos con una mujer inválida eran tan buenas como cualquier otro.
Elizabeth empezó a perder la razón. Se imaginó que el bebé que había llevado durante podo tiempo dentro había nacido en realidad, para morir después. Medio dormida le pidió a Milla que le trajera la caja de madera de rosas, que abrió con la llave que todavía llevaba colgada del cuello. Sacó una fuerte suma de dinero de la caja sobre la que nadie sabía nada […] Le compró al bebé el ataúd más caro que pudo encontrar. Compró algunas cositas para enterrarlas con el bebé, adornos de plata y ropitas de encaje, una muñeca de porcelana y un monito de latón de Francia que andaba un poquito y tocaba un tambor. En su sueño le agradó pensar que su niño muerto tendría su propia y preciosa habitación infantil llena de adornos, […]”
Justo antes de acabar la tercera parte Milla se convierte en la narradora, desde su punto de vista empieza a relatarnos el caos que se está viviendo a raíz de los sucesos ocurridos, la destrucción de la familia es entonces paralela a la de la obra maestra de su padre, en el Caos se producen saltos temporales que no podemos esperar y que suponen todo un reto en cada momento, arcanum arcanorum, lo más secreto de los secretos:
“Pero ni Stacia ni Helen sabían lo que Milla sabía. Milla, la que se había quedado en casa. Me aplastaron hasta sacar todo lo bueno de mí, pensó, deteniéndose en la venta del descansillo del piso de arriba para dibujar con el dedo sobre el polvo del cristal. Ella misma había conspirado en su propia destrucción, ocupándose primero de su padre, después de la segunda señora Glass, mientras cada uno de ellos, lentamente, conscientemente, se deslizaban hacia la muerte. La tarea de Milla no había tenido ni pizca de gracia.
“Una Tierra donde la luz es como la Oscuridad”; Milla encontró el panfleto en un cajón de la cocina. […] No había nada en aquella cocina que demostrara que la muchacha había existido. A la señora Curzon, que había dejado aquel recorte de papel, nunca le había caído bien ninguna de las niñas, especialmente Milla. Milla encendió otra hoguera en el jardín trasero, y quemó todo lo que ardía y que no podría venderse.”
Estos pequeños apuntes solo reflejan una parte mínima de la fascinante narración en la que nos sumerge Cory; la imprevisibilidad es parte de una idea mayor que es la que me he limitado a contar, pero es cierto que esos detalles oscuros y llenos de ambigüedad pueblan las páginas convirtiendo esta obra en un verdadero Tour de Force por lo extraño. Una obra necesariamente insólita y sorprendente.
Los textos provienen de la traducción de James y Marian Womack de Los que no perdonan de Charlotte Cory editado por Ediciones Nevsky.