Publicada inicialmente en este post en Opera World.
En efecto, lo minimalista asociado a este montaje resulta de gran corrección para establecer los cambios de escena, los colores claros (un poco estridentes en el comienzo por la iluminación que no permitía ni ver los subtítulos) resultan vistosos, confiriendo brillantez y luminosidad al canto; simples aperturas de puertas, la escalera encima de la orquesta, e ideas como el coro cantando siempre fuera de escena dan relevancia a los solistas, especialmente al emperador Tito (ese trono en el acto final), y a su relación con el resto de protagonistas. Lástima de vestuario que entorpecía demasiado la labor en el caso de Gauvin o era estéticamente feo como el caso de Schwartz. De todos modos, son ciertos detalles que tampoco ensombrecen en demasía el conjunto.
La dirección musical de Christophe Rousset me llamó ciertamente la atención, la obertura, dirigida con dinamismo, no presagiaba la actitud posterior, más centrada en ralentizar ciertos momentos, añadiendo silencios que acentuaban el dramatismo inherente de la obra; esto fue especialmente destacable en el segundo acto que se alargó más de lo habitual; a pesar de que en algunos momentos quizá fuera innecesario hay que reconocer que la orquesta sonó bastante bien, empastada entre sí y con solistas y coro. El coro Intermezzo cantó con gusto y energía en sus pequeñas intervenciones, siempre fuera de escena como dije anteriormente, pero sin perder entidad. No es un cometido especialmente reseñable, más si lo comparas con su próximo cometido (“El holandés errante”)
Esperaba más de la Vitellia de la canadiense Karina Gauvin, su Alcina del año pasado fue muy interesante y en otros papeles la he escuchado bastante mejor; aquí no pareció sentirse del todo cómoda con el papel, poco equilibrada en cuanto a los graves, los saltos entre los registros eran demasiado forzados y tampoco la coloratura salía limpia, sobre todo en el rondó final (“Non più di fiori”). Creo que es una cantante fantástica pero no parece que este rol lo haya conseguido (o esté en el momento idóneo de cantarlo). El Tito de Ovenden estuvo bastante bien cantado (muy buena su bravísima aria “Se all’impero”) sin ahorrar en la ejecución de las coloraturas que estuvieron muy bien ejecutadas pero hay que tener en cuenta que su voz, en estos momentos, no es la más adecuada para el papel, el centro sigue siendo muy ligero y hubiera necesitado mayor solidez para pintar un papel tan complejo como el del emperador, aun así, hay que reconocer que fue un buen logro. Extraño el Publio de Guido Loconsolo, tuvo excesivas dificultades en su proyección de agudos, llegando a tener una afinación muy turbia en su “Tardi, s’avvede d’un tradimento”), sinceramente, su rol desentonaba demasiado del resto.
En conclusión y, a pesar de las irregularidades mencionadas, fue una noche estupenda para disfrutar de la magnífica música de Mozart… qué pena que tanta gente se fuera en el descanso. Se perdieron un buen espectáculo.
Las fotos son propiedad de Javier del Real.