La sombra de Flórez es muy alargada.

Parece mentira que Rossini compusiera “El barbero de Sevilla” en 1816, con apenas 24 años y en menos de 20 días; sobre todo porque con tan tierna edad y en tan poco tiempo creó una obra maestra imperecedera, una de esas maravillas que no solo no te cansas de escuchar sino que es posible que encuentres nuevos detalles cada vez.

barbier_0191Esto es posible, además, por el auge de voces rossinianas, muy al contrario de la escasez que se está produciendo con Verdi y Wagner. Con este contexto, es indudable que Juan Diego Flórez ha sido un artífice indispensable en la revitalización de las obras del de Pessaro; solo hay que recordar la recuperación de la difícil tercera aria del tenor “Cessa di più resistere”  en esta misma ópera y las sucesivas grabaciones de otras a menudo olvidadas.

Lo que nos lleva a la función de ayer: el montaje de Emilio Sagi ya se había visto en enero del 2005; sorprende bastante que se comience la temporada con algo ya visto y encima con un reparto netamente inferior al de aquel año (Juan Diego Flórez, María Bayo, Pietro Spagnoli y Ruggero Raimondi); aun así, el resultado no estuvo mal. El montaje, no me quiero detener mucho en él, pero funciona realmente bien por momentos, la dirección artístico da importancia a actores secundarios que añaden líneas secundarias verosímiles, al mismo tiempo que cómicas, a la trama principal, esto hace que la naturalidad se convierta en bandera y se refuercen las situaciones humorísticas además de añadir otras; las carcajadas del público se dejaron oír, y esto contribuye al buen recuerdo de los espectadores, esto es indudable. Además, el juego  de colores, la transición en la tormenta hacia esa plenitud en el amor de los protagonistas, es una metáfora que resulta muy efectiva. Poco más queda por decir.

El checo Tomas Hanus realizó una dirección sólida y muy dirigida a la sensación orquestal en su conjunto, olvidándose un poco de otras direcciones más camerísticas, en mi opinión más apropiadas; contribuyó a que en los concertantes la orquesta no estuviera equilibrada con respecto a los cantantes, estaba en la sexta fila y me costaba distinguir pasajes que, habitualmente, son fáciles de seguir por los contrastes de Rossini. Precisamente por esto faltó sutileza en los efectos: crescendos que no fueron tales, tiempos acelerados o lentos que causaron alguna dificultad por momentos a ciertos cantantes y, en general,  a  pesar de sonar bien,  poca atención a los detalles.

malfi-granPara acabar, cómo no, los cantantes; a pesar del “éxito” que tuvo Kurchak quiero empezar con el papel de la encantadora Rosina que ejecutó Serena Malfi, precisamente por su regularidad y por tener la voz que más se ajustaba al papel  en la noche de ayer. Malfi eligió, por tesitura, el papel de mezzo, y su interpretación se aproximó más a aquellas de Horne y Bartoli, lejos de la canónica Berganza, pero sin la extensión de la voz de aquellas; con un puntito de ordinariez y bravura que la hacía ciertamente encantadora; estuvo espléndida y rotunda en los agudos, segurísima y clara en la ejecución de las endiabladas articulaciones; su papel quizá no pase a la historia pero es muy solvente. A Kurchak le escuché en el Don Pasquale de Muti e indiqué su potencial aún por pulir; lo que hizo ayer con su Almaviva me sorprendió,  ¿cómo es posible que en el primer acto tuviera tan malos momentos y, sin embargo, se marcara un segundo acto como el que hizo ayer, pleno de facultades? En “Ecco Ridente in cielo” tuvo, sorprendentemente, momentos en los que calaba notas, sobre todo en las transiciones de notas bajas e incluso problemas articulatorios, alternados con improvisaciones de notas de calidad;  o cambios de registro al falsete inexplicables en la romanza; sin embargo se marcó un aria final, la que, gracias a Flórez, ahora tienen que cantar todos los tenores, plena, con articulación casi impecable, agudos brillantes, bien timbrados, con volumen; quizá es parte de su planificación, consciente de que si hace este aria bien, el público va a quedar con la idea de que lo ha bordado; pero si esto hace que descuide el resto de su papel, me parece ciertamente absurdo;  en cuanto al Figaro de Cassi, fue de menos a más, empezó tan frío que ni la letra de su aria más conocida “Largo al factotum” se pudo oír con claridad en el patio de butacas, estuvo más concentrado en actuar y tuvo bastantes problemas con el ritmo además de cantar de una manera muy tosca; mejoró luego en los dúos con Almaviva y Rosina pero le falta delicadeza,  para conseguir construir un papel más digno; de todos modos, su actuación no se resintió en el conjunto. Buena actuación de Bruno de Simone en configuración del papel de Bartolo, con una voz clásica de bajo cantante o buffo que era perfecta para las trampas recitadas de Rossini; estuvo aderezado con agudos potentes y resultó muy divertido; el Basilio de Ulyanov fue claramente insuficiente en fiato y volumen para hacer la famosa “Calumnia”, no pasó del aprobado raspado; es de destacar el papel excelente, por gracia e intención de nuestra Susana Cordón en una divertidísima Berta; el coro, magnífico como de costumbre.

Buen comienzo de temporada, que deja buen sabor de boca a pesar de que, a priori, no pudiéramos tener estas expectativas.

Muti y el dominio de la excelencia “Donizettiana”

Nos encontrábamos ante la segunda de las cuatro funciones que va a dirigir el director italiano Riccardo Muti en su paso por Madrid y en este caso, con un cambio de programa, ya que inicialmente estaba previsto el estreno de “La rappresaglia” de Mercadante. El cambio viró hacia uno de los títulos en los que Muti, desde sus principios, es un consumado especialista, el gran “Don Pasquale” del siempre infravalorado Gaetano Donizetti.

Y digo infravalorado porque, normalmente, se tiende a desprestigiar entre el público de los teatros de ópera, aquellas obras que no acaban en una tragedia, quizá por el hecho de que es más sencillo percibir la “grandeza” en el drama que en la comedia. Y es una pena porque Donizetti tiene mucho de comedia, pero también de drama. El propio Muti en una entrevista en Madrid en estos días resaltaba que, precisamente, la dificultad en la interpretación del genio italiano estaba en el equilibrio que había que conseguir entre los momentos bufos y los dramáticos.

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Esto se vio en la función de ayer, Muti no es un espectáculo en el foso como otros directores más dados a los gestos de cara a la galería, la mayoría de las veces ajenos a la dirección. Muti transmite tranquilidad, seguridad en sí mismo y sobre todo una economía de gestos totalmente controlados, puntillosos, prácticamente programados en todos los aspectos, dirigiendo cuando toca la orquesta, el coro o los cantantes; especialmente interesante es ver cómo cortaba las salidas del coro con una precisión inigualable. Muti es un estudioso, un intelectual, estudia cada partitura a fondo y el trabajo que hace con la orquesta antes de cada concierto e interpretación tiene que ser exhaustivo. Y el resultado está ahí, en la visión de su partitura de ayer, espléndida, detallada; una orquesta hecha a su medida y que seguía sin dudar su dirección dotada de una claridad meridiana y un equilibrio excelente con los cantantes y el coro. Todo un acontecimiento ver a este mago a la batuta. Sacó todo lo que se podía sacar a una música magnífica.

El montaje de Andrea de Rosa era uno ya utilizado y que venía del Festival de Ravenna; sencillo, pero efectivo, no creo que se necesitara más. Constaba de un escenario central donde se desarrollaba la mayoría de la acción como en una obra de teatro, alrededor de él el resto de actores se movían anticipando los momentos que viviríamos en escena como si estuviéramos en el backstage de una obra obra de teatro. La simplicidad de la propuesta resultaba dinámica sin llegar a minimalista y, sinceramente, casi se agradece en estos momentos después de lo que vivimos con “Don Giovanni”. No era sobresaliente pero bastaba para lo que estábamos viendo.

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No esperaba demasiado de los cantantes y sin embargo me llevé una muy buena sorpresa. Me imagino que el propio Muti habrá tenido que ver mucho en la elección de los mismos. Nicola Alaimo como Don Pasquale y Alessandro Luongo como el Doctor Malatesta eran dos de esos ejemplos paradigmáticos de bajo cantante, este tipo de bajo al que se le exige una gran capacidad de actuación y, más que un registro amplio, una capacidad proverbial para recitar textos cantados a una velocidad endiablada (de esto Rossini y Donizetti tienen unos cuantos papeles de bastante dificultad); teniendo en cuenta estas características los dos estuvieron realmente graciosos en su interpretación de los dos personajes y demostraron que dominan sus papeles, a pesar de no tener voces especialmente extensas; especialmente hermoso resulta el timbre de Alaimo. Dmitry Korchak como Ernesto resultó bastante adecuado para el papel, tenor lírico-ligero dotado de un buen canto legato y que le ayudaba a cantar sin dificultad las coloraturas exigidas; si bien tuvo alguna dificultad en el registro agudo calando alguna nota, también es cierto que improvisó un Do de pecho en su romanza que, sinceramente, no me esperaba; su voz no es bella, quizá por la falta de claridad en sus agudos pero resultó  muy adecuado. Y la gran triunfadora de la noche a nivel vocal fue la Norina de Eleonora Buratto, pizpireta y tremendamente chisposa durante toda la actuación deleitó a los asistentes con una galería de coloraturas y notas agudas dignas de mención; a pesar de las dificultades, solventó cada pasaje con soltura, un torrente vocal en una voz, además, ciertamente bella, arrancó en todo momento los jaleos rendidos del público. El coro titular, como nos acostumbra siempre, estuvo rotundo en sus pasajes corales.

Definitivamente, Muti supo insuflar de magia a una partitura mágica de por sí y se vio un espectáculo que colmó las expectativas del público, entre el que se encontraba nuestra reina en esta ocasión y que me imagino disfrutó como el resto de la representación.