La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Artículo publicado originalmente en Ópera World en este enlace.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Posiblemente no hay ópera más conocida que esta, La Traviata representa el paradigma de la ópera popular debido a que la historia es bien conocida y, además, la música que compuso Verdi es brillante por su concepción teatral. Un prodigio. De ahí que, cada vez que se represente, se la mire con lupa, sobre todo desde el punto de vista escénico.

En este caso la escena de La Traviata en el Teatro Real venía avalada por David McVicar que ya había presentado además este montaje en el Liceo; tal y como entiende el director escénico la ópera todo es sombrío y lúgubre para empezar, renuncia a una posible evolución, a esos contrastes que, sin embargo, están presentes en la sublime música de Verdi, en aras de realzar el componente dramático, dando, si cabe, más oscuridad a la tragedia por anticipación; de ahí que no haya más que inmensos telones negros que reducen la escena a un pequeño hábitat que llama la atención por ser claustrofóbico, por encerrar en tan poco espacio a unos cantantes que afrontan de maneras distintas esta situación y de los que hablaré después; una vez sabido esto, hay que reconocer que la propuesta es ciertamente conservadora, sencilla, continuista, y cómoda de cara a un público que ya lidió con la vanguardia (o intento de ella) en la de Sotelo que se programó con anterioridad. Desde este punto de vista, es una pequeña reconciliación, un guiño que, a pesar de lo comento, funcionará para la mayoría de los asistentes.

Y La Traviata en el Teatro Real funciona especialmente por la adecuación y consistencia de Renato Palumbo a esta propuesta, el italiano escoge la vía que le ofrece McVicar e interpreta la música de una manera intimista, contenida, y buscando sonoros estallidos donde aprovecha toda la capacidad orquestal (poniendo en peligro las voces con menor proyección que sufren para cantar y ser escuchados con esta densidad); a pesar de ello, el conjunto no se resiente, es una lectura ágil (y) que consigue momentos ciertamente logrados, sobre todo, en el exquisito dúo de Germont y Violetta del segundo acto y en el patético final con la muerte de la protagonista. Se le podría poner algún pero a los números de coro intermedios donde hay algún desajuste en los tiempos, y alguna elección caprichosa del tempo, por ejemplo en los contrastes de Violetta con la partida de cartas; aun así, no me disgusta la visión de Palumbo.

La Traviata en el Teatro Real: una Violetta para recordar

Para tener una buena Traviata, es indispensable que el trío protagonista sea de entidad; la soprano albanesa Ermonela Jaho dibujó una Violetta atormentada desde el principio, adaptándose a la perfección a lo indicado por McVicar, no hay amor efervescente y juvenil en su “Follie, Follie…Sempre Libera” sino determinación y reafirmación como mujer, es un grito de libertad que ruge como un estampido incontrolable; pero su actuación no es inmovilista, muy al contrario, existe una evolución que roza la excelencia por su capacidad de reflejar la personalidad de Violetta, desde la frustración y el sacrificio contra su voluntad ,del segundo acto, hasta el camino inexorable a la muerte en el acto final. Este último es una interpretación de las más desgarradoras que recuerdo, con estertores de tal calibre que nos hacían sufrir a todos los que estábamos presenciándolo; totalmente unidos e integrados a su forma de cantar. Me puedo creer perfectamente a Jaho, irradiaba tanto dolor que es imposible no llegar a empatizar con ella; y su instrumento, sin embargo, no era para echar cohetes, de poca extensión en los agudos, un poco estrangulados y, encima con mucha suciedad; de hecho, sorprende que se atreviera con el Mi bemol sobreagudo que ejecutó a pesar de las dificultades; evidentemente, con la evolución de la vocalidad en los siguiente actos, se adaptaba mejor a lo que cantaba y tuvo momentos sublimes como el “Dite alla giovine…” susurrado, exquisito en ejecución y sensibilidad y todo el dúo con Germont y el final, simplemente sobrecogedor. Una excepcional Violetta, sin lugar a dudas, la gran triunfadora.

Francesco Demuro en el papel de Alfredo fue el gran perjudicado por la situación comentada, no me desagrada su timbre de tenor lírico y dibujó una buena línea de canto en “De miei bollenti spiriti”, pero su volumen se resintió con los arranques orquestales siendo tapado sin clemencia en no pocas ocasiones, acometió el Do de pecho en la cabaletta “O mio rimorso” con valentía, pero en el registro más agudo no suena firme, se le descolocó y fue poco brillante, de hecho, en varias ocasiones se le cambió de manera perceptible la voz en el cambio de registro resultando (en)sonidos extraños, alejados del más consistente registro a media voz donde estaba más cómodo (supongo que fue debido a buscar volumen y la proyección no fue lo más adecuada); tiene hechuras, falta madurez todavía. Sobreactuó ligeramente en su disposición teatral, sobre todo en comparación con Jaho.

Desbordante el Giorgio Germont de Juan Jesús Rodríguez, está en plenitud vocal y se nota por la potencia en todas sus notas, un barítono lírico al que no le falta nada y que fue la contraposición musical perfecta por timbre y rotundidad a Violetta; hizo un “Di Provenza il mar..” de fábula, lidiando incluso con una pequeña carraspera en medio ,que consiguió tapar para acabarlo de manera brillante. Su segundo acto fue generoso en musicalidad y con gran compenetración desde el “Pura siccome un angelo”; pudo, de sobra, con la orquesta, incluso en las explosiones mencionadas y solamente habría que ponerle en el “debe” una cierta apertura de las notas agudas en algunos momentos que deslucían y desentonaban la melodía; si bien es cierto que no ocurrió con demasiada frecuencia.

En cuanto a los secundarios de La Traviata en el Teatro Real, correctos en sus papeles, podría hacer una pequeña mención a la buena Flora de Marifé Nogales, o las buenas prestaciones de César San Martín y Fernando Radó en sus Douphol y Grenvil respectivamente. El coro rozó a buen nivel en los conocidos números, siempre es un gusto escucharlos por su seguridad, fortaleza y musicalidad.

Muchos aplausos y ovaciones a una función que recupera al público que quiere ver grandes títulos en un teatro como el madrileño. Una buena propuesta con las puntualizaciones mencionadas. Una Violetta para recordar.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

Magnífica Gala para conmemorar el 50 aniversario de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid (AAOM)

gala-50En sus palabras iniciales, Francisco García Rosado daba las claves sobre las que se asienta la organización, que tuvieron su culminación en el espectáculo que tuvimos la suerte de disfrutar y que se hizo corto a pesar de durar casi cuatro horas: la promoción de lo español y, en particular, de las jóvenes promesas con talento en este ámbito. Esa declaración de principios era la base de un concierto donde todos los cantantes eran españoles (hasta diecisiete participaron), la Barbieri Symphony Orchestra, fundada en el año 2012, está formada en su mayoría por jóvenes españoles procedentes de los conservatorios y también español era el Coro Vía Magna.

El repertorio escogido, muy acorde al nombre de la asociación, era una selección de fragmentos de ópera (en su mayoría dúos, aunque había algún cuarteto) de Puccini, Bellini, Donizetti, Verdi y Mascagni con un par de concesiones a la Zarzuela con Fernández Caballero y Francisco Alonso. Los cantantes, una sabia mezcla de algunos más consagrados como Elisabete Matos, Cantarero o Celso Albelo y nuevas promesas, savia joven con gran proyección futura como María Ruiz, Nicola Beller Carbone o Miguel Borrallo. El resultado, en su heterogeneidad, fue espléndido con momentos mágicos y, siempre, muy buena música. Paso a relatar particularmente sus aportaciones.

Evaluar a estas alturas el trabajo de Elisabete Matos es una casi una entelequia; hizo gala de su potencia y rotundidad habituales tanto en el “Mario,Mario” de Tosca como en el “Oh di qual’onta aggravasi” del Nabucco verdiano; es imposible no disfrutar enormemente de su voz; actriz experimentada y, sobre todo, una artista completísima, capaz de luchar contra cualquier orquesta al mismo tiempo que interpreta su papel, una transmisora de sentimientos que emocionó y triunfó como no podía ser de otra manera.

Tuvimos que esperar a la segunda parte (estaba programada inicialmente en la primera pero se cambió por los ensayos del Elixir de Amor que está haciendo en el Teatro Real) para disfrutar del tenor canario Celso Albelo, pero la espera estaba más que justificada; el dúo “Verrano a te” de la “Lucia de Lammermoor” con Mariola Cantarero fue de lo mejor de la noche; Mariola cantó con mucho gusto alternando fabulosamente “fortes” y “pianísimos” con una línea de canto plagada de matices, tanto en esta como en el “Pura siccome un angelo” de “La Traviata” lo bordó y convenció sobradamente al público entregado. Lo de Celso es proverbial, teniendo en cuenta que, además, venía de ensayar en el teatro Real hasta tarde; su voz combina en un prodigio sin igual la “mezza voce” de Bergonzi y los brillantes agudos de Kraus; los agudos ya venían de hace tiempo, solo hay que oírle cantar el famoso aria de los nueve dos de pecho de “La fille du Regiment” para quedarse anonadado; pero es que cada vez canta mejor el repertorio lírico manteniendo esa tesitura; sus medias voces le ayudan a matizar apoyados en un fiato muy profundo y borda cualquier momento con un verdadero terciopelo que está desarrollando en notas medias. Si a esto sumamos que su voz es ciertamente bella y que no está exento de potencia, nos encontramos ante una de las voces más interesantes del panorama actual; una joya que se está puliendo y que va a triunfar con “L’elisir D’amor” en el Real, tiempo al tiempo.

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Gran esfuerzo el de la soprano Yolanda Auyanet que estaba aquejada de afonía el día anterior y que se entregó sin reservas a momentos realmente dificultosos sin que se notara la fatiga prácticamente; estuvo chisposa e irreverente en el “Pronta io son” de Don Pasquale, ayudada además por un joven Borja Quiza que es un talentazo en ciernes, agudo potentísimo y brillante,  que resultó refrescante. La misma pareja realizó el “Apressati, Lucia” con igual de buen resultado, Borja quizá estuvo incluso más rotundo en este número y Yolanda cambió de registro para hacer un papel más espiritual y comedido.  Yolanda interpretaría también maravillosamente y con elegancia sus papeles verdianos en “Un di felice” y “Bella figlia del amore”. Muchos registros, eclecticismo y buen hacer.

Momentazo el que nos ofrecieron Nicola Beller Carbone y Enrique Ferrer en el dúo “No cantes más La Africana”, sobre todo por la forma en que interactuaron entre ellos y con el propio director Óliver Díaz, consiguiendo momentos muy divertidos que sacaron las sonrisas sinceras de los asistentes. Su voz ha ganado lirismo y se notó que disfrutaba de veras; Beller Carbone bordó en actuación este  momento y en el fragmento de la Cavalleria Rusticana “Oh, il signore vi manda Comprar Alfio” sacó toda la calidad que atesora en su voz de lírico-spinto, fuerza ganas y calidad unidas. Una mezcla irresistible.

El que es considerado mejor cuarteto de la historia de la ópera, “Bella figlia dell’amore” de Rigoletto, fue un colofón excelente a la primera parte: El tenor Miguel Borrallo demostró tener una voz que se desenvuelve con facilidad en las notas más agudas de su registro; su bella voz, con la que comenzaba el cuarteto, estuvo excelsa. Una voz segura, hermosa y con mucho futuro que tendremos que seguir de cerca; le acompañaban la experimentada Marina Rodríguez-Cusí interpretando una Magdalena sensual y voluptuosa con una voz espléndida de graves contundentes, Yolanda Auyanet que ya comenté antes y Juan Jesús Rodríguez que empastó correctamente con su profunda voz en el cuarteto. Un gran momento de nuevo.

Es importante señalar el papel de la recién convertida en soprano Lola Casariego; prácticamente ha perdido el color de mezzo y no tiene dificultades para realizar los agudos y agilidades que exige la tesitura de soprano; pudimos comprobarlo en su “Mira d’acerbe lagrime” de “Il trovatore” y en el cuarteto “Giustizia Sire” de Don Carlo; Juan Jesús Rodríguez, del que hablé en el cuarteto, la acompañó en la primera y destacó por su seguridad y su calidez en el registro baritonal, más manifiestos aún en su fantástica interpretación de “Pura siccome un angelo”.

María Ruiz, una belleza en su vestido amarillo, estaba deseosa de agradar; su voz se adecúa perfectamente a lo que anteriormente cantaba la grandísima Renata Tebaldi, ese registro spinto, aunque con más facilidad para llegar a las notas agudas que la italiana; estuvo estupenda en el dúo de las flores de Butterfly y en Aida, mucho mejor aun en “Tú eres otro, yo también” con José Julián Frontal, que fue su mejor momento de la noche; su voz tiene un color particular que embriaga, auguro muchas posibilidades. José Julián es ya un veterano en estas lides, estuvo muy correcto en su momento, hubo química con María en el fragmento de “Curro el de Lora” de Alonso.

zarzuela_madridBuen momento nos regalaron igualmente María Rodríguez y Federico Gallar en el “Orsú, Tosca, párlate”; a nivel dramático funcionó muy bien, Federico hizo un Scarpia creíble, abominable, poderosísimo en sus notas agudas, terrorífico, desplegó medios ante una Tosca como la de María Rodríguez que acabó plena de intensidad y volumen, pasional pero con control. Todo muy bien actuado y transmitido al público.

No quiero dejar de mencionar al bajo Francisco Crespo que estuvo destacado en su dúo de “La sonámbula” con Mariola Cantarero o en el cuarteto final de Don Carlo. Su voz es muy noble y se despliega con unos medios más que adecuados para las tesituras afrontadas. Una voz más que recomendable. Gran generosidad la de Javier Franco que tuvo que sustituir al enfermo Giorgio Caoduro a última hora y cantó con solvencia los papeles asignados.

Finalmente, el coro Vía Magna inició el concierto con el típico “Va pensiero”; empezaron con un buen canto “dolce” para las primeras estrofas; fue un muy buen comienzo para una gala inolvidable para todos los asistentes.

El director Óliver Díaz dirigió con mano firme una orquesta muy joven; teniendo en cuenta la dificultad de este tipo de repertorio, lo solventaron notablemente. Díaz se permitió, por momentos, participar de la actuación, como en ese fragmento divertidísimo de “La africana”.

Éxito absoluto el que se vivió en esta velada memorable. Espléndida organización de Francisco García Rosado que demostró que, a pesar de lo que piensan algunos, hay muchísimo talento en España y pueden hacer muy buena música. Hacernos vivir momentos mágicos y emocionantes. Muchas gracias a todos por vuestra entrega.