Publicado inicialmente en Ópera world en este post.
Todavía recuerdo hace un año cuando el gran tenor (ahora barítono o lo que haga falta para seguir viéndole cantar) generosamente cantó fragmentos de La traviata en el intermedio de la doble función de Goyescas/Gianni Schichi; me sobrecogió profundamente su actuación, sin puesta de escena, sin vestuario específico, sin maquillaje, desnudo escénicamente, con su voz como única prenda: descarnada, débil, expresiva y, sobre todo, llena de emoción. Ayer con este hermosísimo y atormentado personaje (Francesco) de I Due Foscari, volvió a demostrar su capacidad para transmitir su pathos al público asistente que, irremediablemente, cree en él, sufre con él, cada frase parece salida de su interior, de su propia alma. En efecto, nuestro Plácido Domingo canta con todo lo que tiene, no ahorra en los esfuerzos (a pesar de ser la última función) y, además en esta ocasión, su voz responde a lo que quiere hacer. Parece mentira que, a estas alturas, se pueda codear sin problemas con cantantes mucho más jóvenes y salir victorioso. Qué suerte tenemos de tenerle con nosotros y cuánto nos hace sentir con cada interpretación.
A su lado, dos cantantes de gran proyección internacional que nos regalaron dos verdaderos festivales musicales. Por un lado Angela Meade, la soprano norteamericana posee un instrumento de enorme potencia, descomunal, ya puede sonar fuerte una orquesta (ayer lo hizo) que siempre se escuchará su voz por encima, gracias a una proyección sonora que me recordaba a Birgit Nilson o, en la actualidad, a la ukraniana Liudmyla Monastyrska; lo mejor de todo es que toda esta fuerza está bajo control, es capaz de bajar su potencia para conseguir unos pianos súbitos estremecedores, como los que vivimos ayer y transita sin dificultad por las agilidades, el próximo año tendremos la oportunidad de verla con el Norma de Bellini y no hará más que confirmar lo que ya hemos vivido, podemos estar ante una soprano de referencia en el repertorio verdiano. Lo mismo podemos decir de Michael Fabiano, la voz del tenor norteamericano en estos momentos podría ser definida como lírica-spinto y puede acometer los papeles de tenor verdiano con verdadera solvencia gracias a una línea de canto muy elegante, carnosa en el centro, con buen dominio (a estas alturas) de la mezza voce verdiana tan olvidada en la actualidad, su fraseo fue impecable en los momentos de mayor fragilidad pero no estuvo exento de fuerza cuando se requería, tiene una voz joven sin nada de vibrato que proyecta sin dificultad, su noche fue portentosa ya que su gran robustez estuvo muy equilibrada con la transmisión de las emociones y cuadraba perfectamente con el despliegue de la soprano; los espectadores premiaron su ímpetu, todo un descubrimiento del que vamos a oír muy buenas cosas en el futuro.
Finalmente, todo esto no habría funcionado sin la labor ineludible del director de orquesta, Pablo Heras-Casado nos regaló una interpretación excepcional de la obra verdiana, su dirección con las manos (sin batuta) acompañó en todo momento a los músicos y a los propios cantantes, ésta fue enérgica, concisa, muy meditada y trabajada de la Orquesta Sinfónica de Madrid, donde las cuerdas vibraron con tersura (sobre todo en los momentos camerísticos, muy sutiles) con grandes momentos individuales de las flautas traveseras. Pudo dar la impresión de desequilibrio orquestal debido a la gran potencia de la que hizo gala la orquesta pero me dio la impresión de que Heras-Casado sabía bien hasta donde podía llegar con los cantantes que tenía esa noche. Los concertantes, como el del segundo acto, fueron ciclópeos.
Son raras las ocasiones en que da la impresión que todo ha funcionado a la perfección, esta fue una de ellas; claro que, con Plácido siempre es más fácil, ya sabemos que él se va a entregar completamente.
PS Las fotografías son propiedad de Javier del Real.