“… höchste Lust!”, suenan los últimos acordes de este “supremo deleite”, Isolda (en esta ocasión en la piel de Violeta Urmana) . Las lágrimas anegan mis ojos y resbalan poco a poco pero seguras por mis mejillas sin control, me hacen reprimir el gesto; no son dolorosas, son lágrimas de felicidad, de suprema unión con la música de Wagner, otra vez; ¿ocurrirá algún día que no llore cuando escucho “Tristán e Isolda”? Todavía lo estoy esperando, mientras sigo disfrutándola cada vez. Sigo emocionándome hasta el límite con una música inmortal, una obra perfecta por su simbiosis texto-música; una obra eterna que acaba en esa palabra, Lust (deleite), el último grito de una Isolda mística, en un Fa en pianísimo; qué paradójico que uno de los monumentos más grandes a la humanidad acabe con tal sencillez, sin hacer ruido, dejándonos con la música fluyendo, como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sucedido en nuestro interior.
Espectáculo plausible, con sus luces y sus sombras, el que nos trae en esta ocasión el Teatro Real para representar una de las obras maestras de Wagner más conocidas y apreciadas por el público; de hecho, en las varias ocasiones que la he visto, a pesar de su duración, normalmente de 4 horas, la gente suele disfrutar; no es lo mismo oír a Wagner en un disco que disfrutarlo en vivo, lo cambia todo. “Tristán e Isolda” permite prácticamente todo tipo de montajes; de hecho, los mejores, sin que sirva de precedente, suelen ser minimalistas, porque entroncan directamente con el carácter de la obra. En este caso, Sellars y el videógrafo Bill Viola lo tenían muy claro. Ya comentó Sellars, de hecho, que su objetivo era que la gente se fijará en el vídeo proyectado por detrás con el montaje de Viola y, en mi opinión, lo consiguió, excepto en ciertos momentos que detallaré ahora. La mayoría del tiempo era una puesta en escena espartana, sin mobiliario, sin trajes, los protagonistas del momento iluminados por los focos. O ni eso, ya que el marinero canta desde un lugar indefinido del teatro nada más empezar la obra, convirtiéndose en la tónica con el resto de personajes. Esto es más que patente en la escena del filtro de amor, el coro canta desde las alturas del paraíso, instrumentos debajo del paraíso, el rey Marke por el pasillo central, se ilumina todo… y, a pesar de buscar espectacularidad e introducir al espectador en la representación, se desvía totalmente la atención, no ya solo del vídeo, sino de la escena crucial del Filtro de amor que está sucediendo en ese momento. Sin embargo en otros casos sí funciona, como en la sobrecogedora escena de los avisos en el dúo de amor con una Brangäne que cantaba desde el paraíso y nos envolvía a todo el teatro con su música sin quitar sentido a la representación. Los vídeos de Viola siguen un hilo conductor muy claro: el paso del amor terrenal hacia un amor más trascendental, prácticamente místico, y sus vídeos van encaminados a ello aunque unas veces funcionen mejor que otras. El primer acto, en especial, en opinión de este crítico, es el menos logrado; no desde su hilo conductor, en el que está perfectamente integrado, sino en la obra, el tipo de imágenes que iban apareciendo conseguían sacarte por momentos de la representación, de la música y eso no debe ocurrir; las grandes obras parecen cohesionadas, aquí por momentos te sentías desubicado con la música a pesar de algunos momentos de gran belleza. En cambio en el segundo acto estaba perfectamente hilada la unión de los amantes y posterior disolución y, encima, las imágenes eran bellísimas: el fuego del amor, el agua de la purificación. Esa imagen de las velas que van encendiéndose según su amor se inflama al límite. Ese ocaso en la traición al Rey Marke. El acto final continúa en la línea del anterior y enfatiza la disolución de los amantes para llegar a algo superior, por encima de todo, donde se encontrarán. El agua se convierte en la imagen que une su muerte y en el “Liebestod” la cascada que eleva un cuerpo refleja como nunca lo cantado; qué imagen más inolvidable.
Tengo que reconocer que no tenía esperanzas en lo que iba a hacer Piollet con esta obra; pero me encanta decir que estaba equivocado, a pesar de mis prejuicios iniciales, entendió bastante bien la obra y consiguió transmitir al público su visión personal; no es un director sutil, y desde luego no es paciente, tiende a entusiasmarse con la música y acelera los clímax de tal forma que no se disfrutan como se deberían; le ocurrió en la escena del Filtro de amor donde, como las decisiones escénicas, no pegaban demasiado con lo que en realidad se debería haber buscado: demasiado efectismo innecesario. Sin embargo, todo el segundo acto estuvo comedido y tuvo unos momentos de gran inspiración, como en los avisos y durante todo el dúo de amor, el acto final tendría que haberlo leído de otra manera, los cantantes estaban agotados, y habría hecho falta un poco más de contención, afortunadamente la música fluyó y fue una dirección razonable, sin exquisiteces pero efectiva para transmitir la grandísima música del compositor alemán. Gran momento el del solo del Corno inglés por Álvaro Vega, una verdadera maravilla.
La Isolda de Violeta Urmana estuvo bien dibujada desde lo actoral, colérica en ese primer acto de desesperación que la llevaba a desear la muerte, amante pasional en el segundo en sus delicados momentos con Tristán y totalmente transfigurada ante la muerte de su amor en el último; el problema es que la voz, a pesar de cumplir con todos los sobreagudos y luchar con la orquesta con un volumen desmesurado, ya no está en su mejor momento, las notas más agudas sonaron afeadas, por momentos con demasiado vibrato, y en el final, compuso el Liebestod que pudo, cansada, no pudo dar un Fa en piano de una duración celestial como suele ser habitual, casi se cortó, fue una interpretación adecuada pero lejos de lo que se le puede sacar al grandísimo papel; Robert Dean Smith, en esta época de crisis de voces wagnerarianas y en ausencia de heldentenors, se ha convertido en el que repite una y otra vez este papel a pesar de no serlo, es más un lírico spinto con voz ancha y cierta potencia en las notas medias pero al cubrir las notas su emisión no llega a más de lo que lo hace ahora, digamos que es poco heroico; estuvo muy valiente, sorprendentemente, en el segundo acto, acto que, la mayoría de tenores suelen bajar su rendimiento para brillar en el último; aquí no sucedió (ojo a lo que puede pasar en las siguientes representaciones), lo dio todo, lo que puede dar, y no calculó demasiado bien, en una voz media, casi acabando rompió la voz audiblemente; el tercer acto estuvo demasiado comedido, miedoso y sin confianza; fue aplaudido, sobre todo porque el público es consciente de la dificultad, pero no fue la mejor de sus noches, a pesar de ser tan bravo. Alejandro Marco-Buhrmester tuvo que sustituir a última hora a Jukka Rasilainen (sorprendente que el teatro no pusiera una octavilla o avisara en el teatro, solo se dijo en redes sociales…) hizo lo que pudo, mejor en el primer acto, pero en el último su voz no fluía, como si se hubiera agotado, parecían recitados a gran volumen más que otra cosa. Franz-Josef Selig, en cambio, estuvo excelente en su interpretación del Rey Marke, su tierno patetismo ante la traición de su amigo Tristán fue reflejada con una voz plena, con unos graves bellos, gran potencia y agudos claros aunque un poco abiertos en algún momento, qué interpretación más convincente la del bajo; Ekaterina Gubanova perfiló una buena Brangania, sin aspavientos, con buen fraseo y algún momento hermoso como el ya comentado en el primer aviso especialmente, subyugó con su voz aunque se descompensó ligeramente por cantar desde arriba y querer que se escuchara bien; no es una mezzo de gran tesitura pero lo que tiene lo ejecuta con precisión. El Melot de Suliman no sobresale por nada en especial, es adecuado para el papel y con eso ya es bastante. Lo mismo podemos decir de los condenados a cantar en algún sitio escondido por Sellars; Nigro y César San Martin. Bien el primero en la canción del marinero del principio. El coro por una vez no sobresalió en demasía desde el paraíso.
En conclusión, buena representación que servirá para que mucha gente haya descubierto o redescubierto a Wagner y que, aunque no sea excelsa, se guardará en un rincón de nuestro corazón.