Las lecturas de Abril del 2014: Afectado por un jilguero

Sé que es mitad de mes, me he retrasado bastante con el resumen del mes anterior, y todo, debido a que se me acumulan las reseñas; he intentado llegar a todas las que he podido y, desgraciadamente, se me ha quedado alguna en el tintero que llegará más adelante.

Una de las que se me ha quedado en el tintero es, precisamente, una de las estrellas del año: “El Jilguero” de Donna Tartt. Lectura no tan satisfactoria como cabría esperar y que me ha sumergido en un dilema sobre cómo orientar lo que he vivido leyéndolo. En las siguientes semanas llegará aunque no sé lo que saldrá aún.

Una vez hecha esta distinción, ¡qué pase la lista de lecturas!

“Historias de Belkin” de Alexander Pushkin, este mes cayeron bastantes rusos, el primero de ellos fue estos relatos breves de Pushkin, una buena muestra de su buen hacer.

“El arte de la defensa” de Chad Harbach, la ópera prima del norteamericano es uno de esos libros difíciles de olvidar; con el baseball de fondo se convierte en uno de esos exponentes del canon de la “Gran novela norteamericana”. Una obra casi perfecta.

“Rusia Gótica” de Nikolai Karamzin y otros, cuando los rusos juegan con la ciencia ficción y el relato gótico, hablamos aún más de palabras mayores, excelente recopilación traída nuevamente por Nevsky.

“Un Jardín de placeres terrenales” de Joyce Carol Oates, ya me extendí ampliamente con esta segunda obra de su dilatada carrera. Baste decir que sirve para hacerse una idea de cómo se puede llegar a gestar una gran escritora. Un inicio demoledor.

“Piel de Serpiente” de James McClure, no me cansaré de recomendar la obra del sudafricano, ya quedan menos obras inéditas. Reino de Cordelia lo puede conseguir.

“Traficantes de milagros y sus métodos” de Harry Houdini, una buena muestra de la “Houdiniexpoitation” que estamos viviendo, no está al nivel de “Cómo hacer bien el mal” pero el resultado es más que interesante.

“Diez” de Gretchen McNeil, ya lo dije, Agatha Christie, Diez negritos, slasher noventero, inevitable pasar un buen rato.

“Relatos londinenses” de Charles Dickens, este mes se ha caracterizado por avanzar mi proyecto por fin, y lo ha hecho gracias al gran Charles Dickens. Este libro contiene relatos de su primera época como periodista, la que le empezaría a hacer famoso, muy apetecibles.

“Paseos nocturnos” de Charles Dickens, otra recopilación de textos iniciáticos del británico.

“El jilguero” de Donna Tartt, extraña forma de aunar las críticas positivas y la capacidad de vender, estamos ante un best seller bien calificado. Una rara mezcla pero, sin lugar a dudas, efectiva.

“La Navidad cuando dejamos de ser niños” de Charles Dickens, una recopilación de textos navideños posteriores a los más conocidos.

“La declaración de George Silverman” de Charles Dickens, cuento corto con sello “dickensiano” y unas ilustraciones de lo más iconoclasta de Ricardo Cavolo.

“Heridas Abiertas” de Gillian Flynn, la confirmación de una reina de la novela policíaca, malevolencia y perversión en estado puro.

“La fiesta de la señora Dalloway” de Virginia Woolf, antología de relatos que tienen en común el universo de “La señora Dalloway”, edición fantástica de Lumen con unas ilustraciones muy de la época de Yelena Bryksenkova.

“Cazador de ratas” de Alexander Grin, realidad y ficción se mezclan en la San Petersburgo post-revolucionaria. Una sorpresa de lo más agradable.

“El Clan de los parricidas y otras historias macabras” de Ambrose Bierce, magnífica recopilación de cuentos de uno de los grandes de la novela de género. Imprescindible.

Tengo que reconocer que no se está dando mal la cosa este año. Y tiene visos de continuar así.

Que mi cumpleaños y el día del libro estén tan cercanos en el tiempo ha ocasionado una cantidad ingente de libros comprados, regalados, etc…

Os pongo a continuación las fotos que tienen que ver con estas compras. Lo primero lo reservado en el día del libro.

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A continuación los regalos de mi cumpleaños, aquí faltarían otros tres de los que no tengo foto: “La divina comedia”, “El Decamerón” y “Lexicon”, sí habéis leído bien.

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Estos tres “tochazos” van a absorber mucho de mi tiempo como os podéis imaginar. Lovecraft y Dostoievski, ¡vaya mezcla insuperable!

Es tal la cantidad que siento no hablar en particular de cada uno de ellos; pero sí que auguro un gran disfrute.

Veremos cómo se da el próximo mes. Lo sabréis puntualmente.

“Cazador de ratas” de Alexander Grin. La difusa frontera entre ficción y realidad

cazador-de-ratas-9788494116254La brevedad de la obra “Cazador de ratas” del ruso Alexander Grin no me va imposibilitar el dedicarle un texto. Estamos ante una de sus obras que van a pasar desapercibidas  sin remedio, principalmente porque la editorial que ha apostado por él, Pasos perdidos, no es de las grandes y no tiene los medios de las que ya conocemos; para agravarlo más, el libro es de un ruso desconocido y es pequeñito. Es un hándicap en sí mismo.

Y es una pena porque estamos ante una de esas obras que dejan una más que grata impresión; en la fantástica sinopsis de la editorial se resume la primera parte:

“Una anciana que vende un gorrito amarillento para comer ese día, unmujik que pesca clandestinamente en el Moika o un tendero que la revolución ha convertido en responsable de los alojamientos de la ciudad, trazan un clima de miseria en el que el protagonista, después de salir del hospital, encuentra refugio en el edificio desierto del antiguo Banco Central. “

Anclada en la base realista, el autor se dedica a reflejar el San Petersburgo de 1920, una ciudad destruida tras la revolución, este realismo entra sin dificultades:

“Pocas veces había conocido a alguien tan natural. No creemos en la sencillez o no la vemos; o quizá sólo la advertimos, por desgracia, cuando estamos desesperados.”

Unir la sencillez, o el discernimiento de la misma, a nuestra desesperación es un síntoma de un realismo inherente y que nos da una seguridad. Sin embargo a partir de que el protagonista se refugie en el edificio del Banco Central se produce una progresiva desestabilización del conjunto , la realidad se difumina y lo onírico empieza a cobrar cada vez más importancia, es en ese momento cuando el autor hace gala de su mayor expresividad lírica:

“Hacía tiempo que venía meditando sobre los encuentros, las primeras miradas, el primer intercambio de palabras.  Permanecen en la memoria, y dejan una profunda huella siempre que no sea haya sobrepasado la justa medida. Hay una pureza inmaculada en los instantes que nos marcan, esos que pueden expresarse íntegramente mediante versos, o sobre un lienzo. Son esos momentos de la vida los que constituyen el origen de la creación artística. A este acontecimiento auténtico, forjado en la serena simplicidad de un tono natural y preciso, es al que volvemos una y otra vez, con toda el alma.”

La reminiscencia de esos primeros momentos permanece para siempre en nuestra vida, nos marcan, no tienen mácula, nos recuerdan lo bello, lo sublime que hemos vivido, se vuelven sueños irreemplazables que nos ayudan a sobrevivir en un mundo que nos azota. La conjunción del realismo inicial con esos momentos cada vez más oníricos, hacen que nos cuestionemos la realidad de nuestras vidas: la difusa frontera de lo real y lo ficcional.

“Pero yo había oído, había hablado, y eso tenía que ser real. Los sentimientos que acababa de experimentar, ahora confusos, me abandonaban como un torbellino en el que aún me hallaba inmerso. Me senté, repentinamente exhausto como si hubiera subido una escalera interminable.”

Sin embargo quizá la solución no es elegir una u otra, sino aprender a convivir con ambas:

“Pero ya lo había comprendido. A veces, preferimos callarnos para que la impresión, amenazada por el aguijón de los razonamientos, encuentre un refugio seguro.”

Y hasta en la inseguridad de nuestra cruda realidad podemos encontrar una comodidad gracias a la ficción, a lo irreal. Ese mundo de los sueños nos da una estabilidad mágica. Como decía Chesterton, “la ficción es una necesidad”.

Los textos provienen de la traducción del ruso de Mercedes Noriega Bosch para esta edición de “Cazador de Ratas” de Alexander Grin en Pasos perdidos.