El prefacio de Xavier Lacavalerie a este curioso libro es muy esclarecedor en cuanto al contenido que nos podemos encontrar en el interior de “La visita de Wagner a Rossini”:
“Con fecha del 15 de abril de 1906 (es la fecha que figura al pie del prefacio o, más bien, de la larga dedicatoria introductoria, texto, como sabemos, escrito con frecuencia a vuelapluma, a última hora, sobre la misma platina, en la imprenta), aparecía en la sediciones Charles Bulen de Bruselas un inesperado opúsculo firmado por un (relativo) desconocido llamado Edmond Michotte. En unas cincuenta páginas, el autor relataba allí la visita que hizo, en su presencia y unos cincuenta años antes, el compositor Richard Wagner (1813-1883) al ilustre Gioacchino Rossini (1792-1868), que había regresado a París para vivir apaciblemente una bien merecida jubilación dorada. Visita durante la cual él tomó unas notas […]”
Por lo tanto se trató de una visita que realizó Richard Wagner en la compañía de Edmond Michotte a un Rossini en el crepúsculo de su carrera. Lo que parecía augurar una sucesión de anécdotas más o menos curiosas en lo histórico-musical, sin embargo, se convierte en algo muy distinto, ya que el propio Lavacalarie se encarga de indagar en los objetivos de la visita del alemán:
“Más allá de la simple curiosidad humana de conocer a una celebridad antaño adulada, tal vez Wagner quisiera sencillamente hacer balance sobre sí mismo al visitar a Rossini. Como si deseara despedirse definitivamente del viejo orden musical europeo que tan bien encarnaba el viejo maestro, pues había hecho vibrar salas enteras […] a golpe de arias de bravura, gorgoritos virtuosos y crescendos orquestales, de lo que solo él parecía poseer el secreto.”
Y se vuelve mucho más interesante de lo esperado en la parte final de la entrevista cuando se convierte en una constatación de dos estilos, de dos formas de hacer y entender la música:
“Pero sobre todo les interesa el presente. Nuestros dos compositores van, pues, a lanzarse a una apasionante disputatio, cada cual argumentando, paso a paso, sobre la reforma de la ópera y las concepciones wagnerianas de la “música del porvenir”, que da todo su interés a este pequeño texto: pues, con el agudo ingenio que le caracteriza, Rossini comprende muy pronto que tiene ante él a un teórico inspirado y a un interlocutor de primer orden que sabe perfectamente lo que quiere y a dónde va.”
En efecto, y como bien dice el autor del prefacio “que no nos impidan degustar el particular sabor de este texto inesperado y rico en enseñanzas”.
Aparte de la típica anécdota, como la vez que Rossini conoció a Beethoven (Rossini es un puente musical e histórico entre Beethoven y Wagner, su figura se convierte en algo privilegiado por haber podido vivir ambas épocas):
“En Milán, yo había oído hablar de los cuartetos de Beethoven, y no necesito decirle con qué impresión de admiración. Conocía también algunas obras de piano. En Viena, asistí por primera vez a la ejecución de una de sus sinfonías, la Heroica. Aquella música me trastornó. Ya únicamente pensé en una cosa: conocer a aquel gran genio, verle, aunque solo fuera una vez.”
O cuando, a partir del halago de Wagner sobre la música de Rossini, Rossini es capaz de compararse con otros músicos aunque no crea tener parangón con ellos:
“Me está usted citando, y lo acepto de buena gana, afortunados cuartos de hora en mi carrera. ¿Pero qué significa todo eso comparado con la obra de un Mozart o un Haydn? Nunca le diré bastante cómo admiro en esos maestros esa flexible ciencia, esa seguridad que tan natural les es en el arte de escribir. Siempre se las he envidiado; eso nunca debe aprenderse en los bancos de la escuela, y además es preciso ser Mozart para sacar provecho de ello. Por lo que se refiere a Bach, para no abandonar su país, es un genio abrumador. Si Beethoven es un prodigio de la humanidad, Bach es un milagro de Dios.”
Sin embargo, donde de verdad el texto despega y se vuelve más profundo es cuando hablan sobre su forma de hacer la música; Rossini, como no podía ser de otra manera, hace gala de un carácter más dicharachero que su contrapartida alemana y no duda en ridiculizar momentos en los que tuvo que claudicar a las convenciones musicales de la época; este ejemplo sobre los septetos solemnes que aparecían inevitablemente en todas sus óperas es muy representativo:
“¿Y sabe usted cómo llamábamos a eso, en mis tiempos, en Italia? La fila de las alcachofas. Reconozco que yo advertía perfectamente lo ridículo de la cosa. Me hacía siempre el efecto de una pandilla de facchini cantando para obtener una propina. Pero, ¿qué quiere usted?, era la costumbre; una concepción que debíamos hacer al público, de lo contrario nos hubieran tirado manzanas cocidas… ¡e incluso algunas que no lo estaban!”
Wagner, sin embargo, mucho más afectado, serio, parece querer dar a conocer a Rossini la concepción de su revolución, de su drama musical así como la melodía y el leitmotiv. En el siguiente diálogo, una joya, habla sobre sus ideas y las compara con uno de los maravillosos momentos de la inconmensurable “Guillermo Tell” para regocijo del chispeante compositor italiano que no puede evitar preguntarle si él, también, hizo en algún momento música del porvenir (el texto no es más aclarativo sobre esta pregunta que puede ser admirativa o irónica):
“Wagner: “Quiero la melodía libre, independiente, sin trabas. Una melodía que especialice en su contorno característico no solo a cada personaje de modo que no se confunda con otro, sino también determinado hecho, determinado episodio inherentes al contexto del drama. Una melodía de forma muy precisa que, plegándose por sus múltiples inflexiones al sentido del texto poético, pueda extenderse, reducirse, ampliarse siguiendo las condiciones exigidas por el efecto musical, tal como quiera obtenerlo el compositor. Por lo que se refiere a esta melodía, usted mismo, maestro, estereotipó de ella un sublime espécimen en la escena de Guillermo Tell “Sois immobile”, donde el canto libre, acentuando cada palabra y sostenido por los jadeantes trazos de los violoncelos, alcanza las más altas cimas de la expresión humana.
Rossini: ¿De modo que, sin saberlo, hice ahí música del porvenir?
Wagner: Hizo ahí, maestro, música de todos los tiempos, y es la mejor.”
Lo que sí es claro es que la respuesta de Wagner fue aduladora. Un elogio de la música de Rossini en el ejemplo ya establecido de “Guillermo Tell”.
En fin, un gozoso y breve descubrimiento que hará las delicias de todos los aficionados a la música pero que puede disfrutar prácticamente cualquier persona.
Los textos provienen de la traducción de Manuel Serrat Crespo de “La visita de Wagner a Rossini” de Edmond Michotte para Antoni Bosch Editor.