Fue el año pasado cuando Alba publicó la deliciosa recopilación de Cuentos de detectives victorianos , una antología que recogía una exquisita muestra de varios de los cuentos del siglo XIX relacionados con el relato más detectivesco, el clásico mistery. Desde ese tiempo, hay que reconocer que varias editoriales, pequeñas, independientes, además de Alba, están acometiendo la gratificante labor de recuperación de historias de esa época con el común denominador de tratarse de historias con un enfoque muy clásico (de dicha época) y de ser novelas de detectives. Una de esas editoriales brilla con luz propia: dÉpoca; ha adoptado un sello de identidad tremendamente diferenciador, reconocible incluso a la distancia (muy al estilo de Impedimenta por poner un ejemplo del estilo): ediciones de clásicos victorianos en tapa dura, con ilustraciones de época y portadas muy características.
El misterio del carruaje de Fergus Hume es un ejemplo que aglutina a la perfección estos rasgos; en la introducción, se pone en contexto la importancia de Hume y sus desaveniencias con el más conocido Arthur Conan Doyle (y ya de paso se avanza la publicación del libro de Cauvain, que algún día aparecerá por este blog):
“En su día, el creador de Sherlock Holmes despreció en una carta privada el trabajo de Fergus Hume, pero no es menos cierto que el propio Arthur Conan Doyle tiene una importante deuda literaria con algunos de sus contemporáneos –entre los que podemos destacar a Émile Gaboriau y , por encima de todo, a Henry Cauvain-, y algunos aspectos de Estudio en Escarlata tienen importantes similitudes con la obra de Hume que nos ocupa, “El misterio del carruaje”, comenzando por la notable rivalidad de los dos detectives comprometidos oficialmente en la investigación, y ciertos aspectos del modus operandi del asesino.
Conan Doyle y Hume, por otra parte, con el tiempo tomaron caminos muy diferentes en la novela policíaca. Mientras Doyle se centró en desarrollar el marcado carácter de su protagonista, los detectives Gorby y Kilsip, creados por la pluma de Hume, se convirtieron en dos meros actores dentro del conjunto de personajes de sus tramas.”
Además de contar una de esas características más típicas de la época, la confrontación de detectives, más que el desarrollo de un detective en particular, como era el caso de Doyle y su Holmes; curiosamente la evolución de sus novelas no tendió al solipsismo sino al relato coral. Otra de las peculiaridades del relato tiene que ver con el lugar en el que se encuentra el cadáver, un coche de punto:
“La historia comienza cuando un hombre es hallado muerto en el interior de un coche de punto y uno de los más distinguidos ciudadanos de la ciudad es acusado de asesinato. El ilustre joven, no obstante, proclama su inocencia, pero se niega a dar una coartada. Descubrir la verdad será tarea de un eminente abogado y dos intrépidos detectives que llevarán al lector desde los más distinguidos salones de la alta sociedad al submundo más miserable de los bajos fondos, en un esbozo profundamente realista de los horrores de la pobreza de los barrios marginales de la ciudad conocida por aquel entonces como la “Maravillosa Melbourne.”
El otro rasgo esencial de los relatos de la época y que también pone en marcha Hume tiene que ver con el reflejo-crítica de la sociedad de la época, relacionándolas específicamente con la clase social y sus hipocresías y falsas apariencias:
“Y así, Hume nos adentra en un misterioso caso de asesinato al tiempo que describe, con un trasfondo satírico, las costumbres de una próspera colonia victoriana en la década de 1880, mostrando un cuadro de hipocresías y falsas apariencias en el que la posición social y la honorabilidad eran el ornamento más deseado.”
Sin entrar mucho en materia en cuanto a la trama, me gustaría resaltar algunas de las características de la prosa y de la caracterización, no tan citados en el prólogo; especialmente reseñable es la caracterización de los personajes, caracterizada por su buen humor y la utilización de metáforas que dan fluidez al texto y hacen más vívidas dichas descripciones:
“La señora Hableton tenía un punto vulnerable en su naturaleza que se podía percibir nada más conocerla. Beaconsfield dice en una de sus novelas que nunca resulta uno tan interesante como cuando habla de sí mismo, y desde esta perspectiva, la señora Hableton era una mujer realmente fascinante, pues jamás se ocupaba de otro asunto. ¿Qué le importaba a ella la amenaza de una invasión rusa frente a un disgusto personal? Aunque una vez desaparecido este, tenía tiempo para preocuparse de los más nimios detalles concernientes a Australia.
El problema de la señora Hableton era la falta de dinero. Esto no tenía nada de extraordinario, pero si se le hacía esta observación a la señora Hableton, ella contestaba con tono desabrido “que lo sabía, pero que no todas las personas eran iguales.” Esta misteriosa respuesta tenía la siguiente explicación: había llegado a Australia en una época en que no era difícil, como hoy, hacer fortuna; pero al haber dado con un mal marido, no había conseguido prosperar. El difunto señor Hableton –porque hacía largo tiempo que había entregado su alma a Dios- se había consagrado con total desenfreno a la adoración a Baco, y el tiempo que debería haber empleado en ganarse la vida lo había pasado en las tabernas, derrochando la economía de su mujer, obsequiando a los amigos y despreocupándose del porvenir.”
Especialmente palpable es esta característica si atendemos a la presentación de los antitéticos detectives, es imposible no pensar en Dickens o en el posterior Chesterton al leer una descripción tan ingeniosa y realizada por continuas contraposiciones que mezclan lo físico con lo psicológico:
“Había un viejo dicho popular que dice: “los que se parecen se juntan”. La antítesis podría ser que los que no se parecen se repelen. Pero hay ocasiones en que las individualidades no cuentan y es solo el destino el que juega su papel, reuniendo a dos personas y colocándolas en una situación placentera o desagradable, según el caso. El destino escogió unir al señor Gorby y al señor Kilsip, y cada uno le resultaba más que antipático al otro. Ambos eran igualmente hábiles en su profesión. Cada uno era el favorito de todo el mundo, pero cada uno era odiado por su oponente. Eran como el agua y el fuego, y cuando se encontraban siempre surgían problemas.
Kilsip era alto y delgado; Gorby era bajo y regordete. Kilsip tenía aspecto de persona astuta; Gorby tenía siempre en los labios una sonrisa de autosatisfacción que por sí sola podría ser suficiente para impedirle realizar bien su trabajo. No obstante, era precisamente esa misma sonrisa simplona la que le resultaba más útil a Gorby en sus pesquisas. Le permitía conseguir información donde su astuto colega lo intentaba en vano. Por lo general, los corazones se dejaban cautivar por la dulce sonrisa y las cándidas maneras de un hombre como Gorby, y se retiraban con premura y se cerraban herméticamente, como caracoles alarmados dentro de sus conchas, ante la apariencia de Kilsip. Gorby desmentía con su fisonomía a cuantos dicen que la cara es el espejo del alma.”
Latente en prácticamente todo momento está la lucha de clases y el asentamiento en lo terrenal, los fantasmas se crean por personas vivas y no hay que tener miedo de lo sobrenatural, hay una explicación empírica disponible más allá de espectros:
“-Según creo, solo los miembros de la aristocracia poseen un fantasma en la familia –dijo Madge-; ese es el motivo por el que los colonos no tenemos ninguno.
-Pero tú sí que lo tendrás –respondió Brian, con una sonrisa despreocupada-. Existen fantasmas aristocráticos y también democráticos… ¡Vaya, menudas tonterías digo! –continuó impaciente-. No existen los fantasmas, salvo aquellos que el propio hombre engendra; los fantasmas de la juventud perdida, los de las estupideces cometidas en el pasado, aquellos que ponen de relieve lo que podría haber sido y no fue… esos son los espectros a los que hay que temer, y no los que se encuentran en el camposanto.”
El caso es llevado de manera muy ingeniosa hasta llegar a un final muy consecuente con lo narrado. Sinceramente, estas narraciones, más allá de un factor nostálgico, suelen estar insufladas de un buen hacer que aúna prosa de calidad, buen humor y personajes espléndidamente caracterizados. Hay que dar las gracias por esta recuperación y por todas las que vengan por el estilo.
Los textos provienen de la traducción de Rosa Sahuquillo Moreno y Eva María González Pardo de El misterio del carruaje de Fergus Hume para Editorial dÉpoca