Ángeles Robados de Shaun Hutson. Horror hecho carne

AÌ-ngeles robados portadaNo será porque no lo avisaba el propio autor en la introducción:

“Escribí Ángeles Robados en 1994, antes de ser padre. […] No estoy diciendo que no hubiese escrito el libro de haber sido padre por aquel entonces, pero mi hija nació entre la finalización y la revisión del primer borrador de la novela, de modo que quedé profundamente afectado. Escenas y pasajes que no habría dudado en escribir antes del nacimiento de mi hija, ahora me resultaban aterradores, y fue en ese momento cuando comprendí lo verdaderamente espantoso que era el tema en que se basaba la novela que estaba escribiendo.”

Stephen King ha explotado en muchas ocasiones, sin dejar de lado lo sobrenatural, lo que denominamos el terror cotidiano; basado sobre todo en la cualidad de encontrar el terror poniendo como base lo que es más cotidiano y aparentemente inofensivo, precisamente por estar en un intervalo de comodidad en el que nos manejamos; si lo que nos da estabilidad se convierte en fuente de miedo, ese miedo suele ser mayor, de ahí que siempre temamos más aquello que nos puede suceder a nosotros.

Por estas razones uno de los libros que más me ha sobrecogido en los últimos años  ha sido La chica de al lado de Jack Ketchum, un ejemplo de tensión narrativa llevado al límite y una mezcla de truculencia y realidad que, sencillamente, es brutal, inimaginable hasta que lo lees; Ketchum añadía otro ingrediente que hacía aún más reveladores los hechos que narraba: la presencia de niños. La indigesta mezcla causaba una enfermiza situación de malestar según lo ibas leyendo que, desde luego, se volvió inolvidable por la sensación vivida.

chicadealladoEn Ángeles Robados, salvando las distancias (menor grado de truculencia y el manejo de niños como víctimas, no como ejecutores de maldad), Shaun Hutson consigue en algunos momentos recordarme las sensaciones que tuve al leer al maquiavélico Ketchum; este es un libro que impresiona aún más en el caso de ser padre, es un hecho innegable; pero, afortunadamente, la trama está tan bien llevada que impresionará a todo lector que se sumerja en su lectura.

El desencadenante de la trama es la sucesión de una serie de suicidios de personas aparentemente felices, Hutson lo refleja muy bien en cada uno de ellos:

“-Maldito machista –dijo entre risas.

Parriam se tambaleaba de la risa.

-Me acordaré de eso, Graham –se burló.

Luego, con un movimiento experto, hizo girar el tambor de la 357, se metió el cañón en la boca y apretó el gatillo.”

Personas con una conversación normal, incluso riendo, que deciden de pronto suicidarse sin causa aparente.

Por otro lado tenemos a un protagonista, James Talbot, que se va perfilando según avanza la historia, un pasado dudoso en el que recibió malos tratos y abusos le predispone ante lo que pueda llegar:

“-¿Es cierto? ¿Le pegaste durante el interrogatorio?

-Por culpa de sus malditas acusaciones me suspendieron durante dos semanas, ¿recuerdas? Por culpa de ella y de sus “fuentes”. Puede que fuera algo brusco con él, pero te diré algo, yo no fui el único poli que lo trató mal.

-Fueron varios niños, ¿no?

-Tres. Era un puto pederasta.[…]”

Por último, el hermano de la periodista Catherine Reed, profesor, descubre que algún alumno puede estar recibiendo abusos físicos. Hutson urde una trama aparentemente inconexa que se va uniendo poco a poco: lo que sospechamos siempre puede ser peor según avanzan las páginas:

“-Creía que ya había quedado claro lo que tenemos, María –dijo Nikki en tono mordaz-. Una red de pedofilia. ¿Cuántas pruebas más necesitas?

María Goldman mantuvo la vista en la hoja de papel trazando con los ojos el contorno del dibujo que había en el centro.

-No me cabe duda de que tienes razón, Nikki –dijo ella, tocando el dibujo garabateado-. Solo espero que eso sea todo.”

El británico ahonda en la impunidad de los actos que se cometen, no tanto echando la culpa a la prensa sino a los que la leen, más interesados en el último cotilleo que en las desgracias de los demás. Su radiografía de la sociedad es ciertamente poco halagüeña:

“-No es una noticia novedosa –dijo Cross.

-Dios mío, Phil, estamos hablando de la violación de al menos nueve niños, una posible red de pedofilia, padres bajo sospecha de abusar de sus propios hijos y, para colmo, la probabilidad de que haya elementos rituales en todo el asunto… y a nadie le importa un carajo. Prefieren saber cuánto se ha gastado la princesa Diana en una maldita manicura.” 

Hutson no da respiro al lector, ni siquiera le da la oportunidad de completar la novela con un final feliz; no esperéis redención, esperad más bien indefensión y, desde luego horror, mucho horror. Un verdadero mal rato, una muy buena novela de terror.

Los textos provienen de la traducción de Javier Martos Angulo de Ángeles Robados de Shaun Hutson para Tyrannosaurus Books.

El asesinato de Margaret Thatcher de Hilary Mantel. Mujeres en distancias cortas

ElAsesinatoMargaretParto de un hecho esencial: disfruto mucho de las buenas recopilaciones de cuentos, historias o narraciones o como queramos llamarlas, independientemente de género y temática.

Particularizando al caso que me atañe en esta ocasión, El asesinato de Margaret Thatcher es una antología de Hilary Mantel que contiene once narraciones; Mantel es una escritora que maneja realmente bien el ritmo narrativo de historias largas; hablé con anterioridad en el blog de En la corte del lobo donde resaltaba sus grandes dotes como escritora.

Teniendo en cuenta estas dos premisas, el resultado final adolece del genio de la autora británica presente en sus obras sobre Cromwell; pero, a pesar de su irregularidad, se convierte en una antología de buena calidad aunque sin llegar a la excelencia de los grandes paradigmas.

Sus historias  utilizan diversos medios para funcionar siendo la tónica común la utilización del narrador en primera persona en la figura de diferentes mujeres, mujeres que luchan en el día a día y se encuentran con diferentes adversidades; tal es el caso de la protagonista de “Perdone la molestia”, excelente historia en la que tiene que afrontar estar en un país extranjero cuya sociedad sistemáticamente relega a la mujer a un papel de mera comparsa:

“Aquella noche decidí que no podía soportarlo más. Creía que ni siquiera soportaría que tomáramos otra taza de café juntos. Pero tenía medio de poner fin a aquello, así que me excusaba diciendo que la sociedad que me rodeaba me había dejado indefensa. No me sentía capaz de hablar con Ijaz claramente. Seguía siendo totalmente incapaz de desairarlo. Pero el simple hecho de pensar en él me hacía retorcerme por dentro de vergüenza, por mi propia desorientación general y por las lamentables mentirijillas que él me había contado para falsear su vida,  la situación en la que nos habíamos metido atolondradamente; recordaba a la cuñada, su gasa color melocotón y su labio fruncido.”

Uno de los pocos momentos en los que se rinde al relato de género aparece en “Vacaciones de invierno,” el sentido de lo narrado en el siguiente párrafo contiene un significado muy distinto según se lee su parte final, es un relato en crescendo en la tradición de Poe:

“El fresco de la noche les golpeó entre los omoplatos y se encogieron un poco uno contra otro. Phil le cogió la mano; ella la soltó de un tirón;  no malhumorada, sino porque sintió que necesitaba concentrarse. La silueta del conductor apareció ante ellos, iluminado por los faros. Volvió la cabeza y miró a un lado y al otro de la carretera vacía. Tenía algo en la mano, una piedra. Se agachó. Zud, zud, zud. Ella se puso tensa. Quiso gritar. Zud, zud, zud. El hombre se incorporó. Llevaba un bulto en brazos. “La comida de mañana –pensó ella-. Cocida con cebolla y salsa de tomate.” No sabía por qué le había venido a la cabeza la palabra “cocida.”

Sin embargo, en “La calle Harley” trata con mucha sutileza las relaciones entre mujeres del mismo sexo, las dudas que surgen, el miedo a lo desconocido… con un humor irresistible:

“Dejando a un lado mis prejuicios (cosa nada fácil, ¿por qué habría de serlo?), he de decir que no tengo ninguna elevada opinión de la señora Bathurst, aunque como colega de trabajo sea mucho más alegre últimamente. Ahora que se ha enrollado con Bettina, es una persona vivaz, llena de energía. Tiene los ojos brillantes y no hace más que mirarme. Supongo que quiere disculparse  por haberme atacado en la calle. Me ha pedido que la visite el próximo fin de semana. No sé si iré o no. “Ven para un bocadito”, fue así como me lo dijo.”

No puede faltar la violencia de género, en “La escuela de inglés” me gustaría comentar dos temas con los que articula con éxito un tema sobradamente tratado en diferentes ámbitos, aparte del literario. En primer lugar, la presentación del maltratador, caracterizado de una manera infantil, malcriado por sus padres e inherentemente educado como un hombre que está por encima de las mujeres, hay aquí una alusión a lo estructural del patriarcado:

“-Joshua, se dice con razón: “No sabes que has nacido.” He aprendido esta expresión hace poco, significa que hay que estar agradecido por lo que se tiene. Tú cuentas con la bendición de una familia cariñosa, al menos en parte. Tienes buena salud y educación, ropa de abrigo y limpia, comida preparada para ti todos los días del año, dinero para gastar que te dan por nada, y ninguna tarea más que procurar ser amable y limpiarte los zapatos del colegio después del largo permiso del fin de semana, cosa que nunca haces. Sé un chico mayor –dijo-. Sólo los niños lloran por no ir a esquiar. Una niña pequeña de la edad de Jonquil. Tú, Joshua, ya es hora de que te portes como un hombre.”

En segundo lugar, la reacción de la mujer es inadmisible para el lector; hay un tierno patetismo en su respuesta al maltratador, al intento de minimizar el dolor que puede llegar a sufrir: dolor tanto físico como mental. El reconocimiento de su debilidad ante esa situación es resultado de la tradición y no es capaz de superarla, es una relación de poder que no puede evitar.

“-¿Es que eres tonta? Tienes que gritar. ¿No me has oído lo que voy a hacerte?

-Sí, señor –dijo ella-, pero no puedes. En la violación tiene que haber forzamiento, es decir, resistencia. Yo no voy a luchar contigo, porque soy una persona hambrienta y débil, y aunque no lo fuese, tú puedes conmigo. Así que no correré el riesgo de resultar herida y tener que ir a urgencias. No puedes arrancarme esta ropa porque no tengo dinero para otra. Si quieres me la quitaré yo, o si tienes mucha prisa me levanto la falda y ya podrás hacerlo, si sabes cómo. No es como el porno, en que la mujer está siempre abierta. Lleva tiempo. Es difícil. Como sacar la cama del armario.”

Si todos los cuentos reflejan de alguna manera la situación actual de la mujer,  en “El Asesinato de Margaret Thatcher” plantea sin embargo una situación pasada hipotética: la narradora se encuentra con un miembro del IRA que quiere asesinar a Margaret Thatcher y accede a ayudarle para que esto suceda:

“Él coge el haceviudas, lo coloca tiernamente sobre las rodillas. Inclina la silla hacia delante y, como veo que sus manos están una vez más resbaladizas de sudor, le llevo una toalla y él la coge sin hablar y se seca las palmas. Vuelvo a tener el recuerdo de algo sacerdotal: un sacrificio. Haraganea una avispa en el alféizar. El aroma del jardín es acuoso, verde. Entra bamboleante la tibia luz del sol, abrillanta los zapatones sucios de él, avanza tímidamente por la superficie del tocador. Deseo preguntar: “Cuando suceda lo que ha de suceder, ¿será ruidoso? ¿Desde dónde esté sentada yo? ¿Voy a estar sentada? ¿O de pie? ¿De pie dónde? ¿Junto a su hombro? Quizá debiera arrodillarme y rezar.”

Es evidente que la autora materializa una petición presente en el inconsciente colectivo de muchos británicos ( y en el suyo propio como ha reconocido en alguna entrevista al respecto); es el poder de la escritura para imaginar que ese pasado distinto podría haber deparado una realidad distinta para las mujeres, una realidad diferente, no sabemos si mejor, a la que aparece en el resto de sus narraciones anteriores.

Los textos pertenecen a la traducción de José Manuel Álvarez Flórez de El asesinato de Margaret Thatcher de Hilary Mantel para la edición de Destino

En el Japón fantasmal de Lafcadio Hearn. La atracción de lo oriental

cubierta-japon-fantasmal.inddCurioso el caso de Lafcadio Hearn (1850-1904), nacido en Grecia, de padre Irlandés y madre griega, se crio entre Grecia e Irlanda. Se trasladó a los Estados Unidos para iniciar su carrera de periodismo y posteriormente a Japón, en 1890, donde pasaría el resto de su vida como profesor y escritor. Fue uno de los primeros europeos en dar a conocer la cultura japonesa al lector occidental. Su larga estancia en Japón, sumada a su profundo conocimiento tanto de la cultura como de las tradiciones niponas, a su imaginación poética y estilo narrativo le han asegurado un lugar privilegiado en la comunidad lectora y occidental. En el Japón fantasmal, traído ahora por Satori, supone la enésima recopilación de sus escritos que van desde la ficción al ensayo. Y digo que es curioso porque leer a Hearn es prácticamente leer a un japonés, como dice en el prefacio de esta selección:

“Lafcadio Hearn es casi tan japonés como el haiku. Tanto uno como otro son una institución en Japón. […] Su búsqueda de la belleza y la tranquilidad, de la tradición y de los valores perdurables lo retuvo en el País del Sol Naciente durante el resto de su vida, convirtiéndolo en un “japonófilo” confeso. Fue uno de los pioneros en dar a conocer la cultura japonesa al lector occidental. Su imaginación poética, su aguda inteligencia y su estilo claro y sencillo le permitieron penetrar en la esencia más profunda del universo japonés.”

La gran virtud de Hearn es que los propios japoneses le consideraron uno de los suyos y, de esta manera, consiguió acercar a occidente la cultura japonesa; todo ello es visible en esta antología donde podemos encontrar:

“En las páginas de En el Japón fantasmal Hearn invoca personajes sobrenaturales: fantasmas, espectros y demonios cuyas espeluznantes historias entrelaza sutilmente con el folclore, las supersticiones y las tradiciones más antiguas de Japón.”

Nada mejor que sumergirse en su estilo, cargado de sensibilidad, una sensibilidad alejada de los parámetros que conocemos y que nos acerca irresistiblemente al sentir oriental:

“Emergiendo de entre las sombras, un loto reposa en un jarrón. Aunque el jarrón no resulta del todo visible, intuyo que es de bronce y que las asas que apenas vislumbro representan cuerpos de dragones. Solo el loto está iluminado por completo: tres flores inmaculadamente blancas y cinco grandes hojas doradas y verdes –dorada, la superficie superior;  verde la intrincada parte inferior-, un loto artificial. La luz de un rayo de sol incide sobre él de forma oblicua; en el resto de la estancia reina la oscuridad; cae el crepúsculo en el templo. No alcanzo a ver la abertura por la que penetra la claridad, pero estoy seguro de que se trata de una pequeña ventana con forma de campana.”

Los relatos se suceden con pequeños ensayo como el relativo al incienso, con título homónimo, y que resulta particularmente interesante por su mezcla de documentación con las propias sensaciones del autor, el poder evocador del incienso como parte de la cultura nipona:

“El perfume del incienso ha traído a mi memoria la vívida imagen de este loto, el recuerdo de mi primera visita a un templo budista. A menudo, cuando el aroma del incienso invade mi sentido olfativo, surge ante mí esta visión y, a continuación, muchas otras sensaciones de mi primer día en Japón cobran vida, sucediéndose vertiginosamente con una intensidad rayana en el dolor.”

No podemos olvidarnos de la capacidad que tenía Hearn para crear historias terroríficas instauradas en el folclore japonés; “Un karma pasional” es un ejemplo excelente de este buen hacer, siempre asocia lo más lírico a lo más terrorífico, su forma de describir el horror resulta paradójica por su uso del lenguaje: horrorizar maravillando:

“Vio con sus propios ojos el rostro de una mujer que llevaba largo tiempo muerta; los dedos que acariciaban eran mero hueso; la parte inferior del cuerpo no existía: era una especie de sombra ondulante que se arrastraba por el suelo. Donde los ojos del crédulo enamorado veían juventud, belleza y gracia, los ojos del sirviente solo veían el horror y el vacío de la muerte.”

“Aullido” es otra buena muestra de lo que acabo de indicar, resaltando además cómo juega con las descripciones sensoriales; es fabulosa la forma de caracterizar un aullido y se sale de lo habitual:

“Comienza con un gemido ahogado, como el gemido de un mal sueño, asciende hasta convertirse en un alarido prolongado, como el ulular del viento; se hunde vibrando hasta transformarse en una risilla ahogada y asciende nuevamente hasta convertirse en un quejido mucho más alto y salvaje que antes; estalla de repente en una especie de carcajada atroz y finalmente se transforma en un sollozo, como el llanto de un bebé. Lo más horroroso de toda la actuación es el carácter burlón de la carcajada en contraste con la desesperada agonía de los alaridos: una incongruencia que remite inevitablemente a la locura. Imagino que el alma de la criatura sufre una incongruencia similar.”

Se demuestra el eclecticismo de la selección por la aparición de dos capítulos dedicados a proverbios japoneses y, especialmente, a la importancia de la poesía en la cultura oriental; en  “Fragmentos poéticos” el autor intentó plasmar esta omnipresencia poética:

“La poesía en Japón es tan universal como el aire. Todo el mundo la siente. Todo el mundo la lee. Prácticamente cualquiera, independientemente de su clase o condición social escribe poesía. Pero esta no solo está presente como concepto, sino que también se percibe, se escucha y se ve por todas partes.

La poesía se escucha en cualquier lugar en el que alguien esté trabajando, pues donde hay trabajo hay canto. Tanto las labores de labranza como los quehaceres de la ciudad se realizan  al ritmo de versos cantados; las canciones son una expresión de la vida de la población, del mismo modo que el canto metálico lo es del grillo…La poesía se ve por todas partes, escrita o grabada […]”

De ahí que haya decidido terminar con un fragmento de este capítulo, de profundo lirismo, y que supone una de las mejores definiciones de la poesía que he leído:

“Como el único tañido de la campana de un templo, así el poema perfecto debería permanecer como un murmullo ondulante en la mente del oyente, como un prolongado sonido místico.”

La obra de Lafcadio Hearn permanece en mi memoria como “un murmullo ondulante”, “un prolongado sonido místico”, una imborrable sensación que sedimenta en mi recuerdo.

Los textos pertenecen a la traducción de Marián Bango Amorín de En el Japón fantasmal de Lafcadio Hearn para la edición de Satori.

Resumen Febrero 2015. Manteniendo ritmo

Este mes llego aún más tarde al resumen del mes anterior. Y encima he publicado menos reseñas. No tengo tiempo personal, el trabajo me está ahogando y tengo una falta de fuerzas evidente para profundizar en las reseñas, por lo tanto, es a lo que llego. No voy a ahondar en dos muy buenos libros como son el de Nooteboom y Gerhardie, lo cual no quiere decir que no anime a leerlos por su calidad. Aquí tenéis lo que he leído durante el mes de febrero: 

Noticias de Berlín de Cees Nooteboom, me da pena no haber podido extenderme más sobre este compendio de las crónicas del gran holandés sobre sus estancias en Alemania antes, durante y después de la caída del Muro. Sus crónicas son más valiosas aún por su carácter único en busca de europeización (debe ser uno de los pocos que todavía cree en ella). La curiosidad es grande ya que, habitualmente sus textos se basan en viajes; en este caso se han realizado en base a sus estancias prolongadas.

“Lo repito, las fábulas son sencillas, no expresan la verdad, sino un sentimiento. ¿Dónde está la Europa con la que hemos soñado durante tantos años? ¿Dónde ha desaparecido? ¿Quién se la ha llevado? ¿Los serbios? ¿Los especuladores? ¿Los decidores de no daneses? ¿Los agricultores franceses? ¿Los obreros de las acerías polacas? ¿Los pescadores españoles? ¿Los políticos impotentes con sus palabras vacías? ¿Los muertos de Sarajevo? ¿Las minorías? ¿Los neofascistas? ¿Los parados de Alemania del Este? ¿La Bundesbank? ¿Los euroescépticos ingleses? ¿Dónde está? ¿En Bruselas o en Londres? ¿En Atenas o en Kosovo? ¿O quizá, a pesar de todo, en Maastricht? Si sigue en vida en alguna parte, nos gustaría recuperarla, no la Europa del Mercado y de los muros, sino la Europa de los países de Europa, de todos los países europeos. Un día, un erudito alemán, Helmuth Plessner, escribió un libro titulado Die Verspätete Nation (La nación retrasada). Fue en los años treinta, y nadie lo escuchó. Deberían devolvernos nuestra Europa antes de que realmente sea demasiado tarde.”

Galatea de Melisa Tuya, un inicio prometedor, si vais al enlace sabréis más sobre ella. Un entretenimiento que se lee sin que te des cuenta y que deja uno de esos finales que se quedan grabados por su audacia.

Asesinato en la planta 31 de Per Wahlöö, no deja de resultar curioso que RBA en su ya caótica y prácticamente desahuciada colección Serie negra (la mejor y más completa de los últimos años) se haya decidido a sacar este libro del sueco. Wahlöö, aquí sin Sjowall, nos ofreció un entretenimiento razonable pero lejos de sus novelas con el comisario Beck tanto en trama como en el humor que destilaba.

Playback de Raymond Chandler, Chandler y su última novela con el gran Marlowe, siempre un placer visitar al maestro; en esta última obra demuestra su buen oficio y no decepciona, es su final.

Secret War II (Segunda Parte): Círculo cerrado de Jim Shooter, segunda parte de las segundas Secret Wars, la obra que se convirtió en una extensión de su grado de endiosamiento; momentos febriles alternados con entretenimiento.

Las apariencias no engañan de Juan Madrid, todo el mundo se acordará de Juan Madrid cuando muera, como con Ledesma; su serie de Toni Romano (o Antonio Carpintero) es de lo mejor en género patrio; crónicas de una época como la transición de una sociedad como la madrileña. Hardboiled hispano que está muy alejado de las típicas novelas policíacas y muy cercano a lo más crudo y sórdido de las calles y sus personajes más marginales.

Glow de Ned Beauman, lástima. Beauman es un autor sobresaliente, ya he hablado alguna vez de él en el blog a propósito de sus anteriores novelas aquí y aquí; en esta ocasión, tenemos una muestra representativa de su buen hacer, muy superior a la media, pero, teniendo en cuenta lo que es capaz de perpetrar, me temo que este libro es un paso atrás en su imparable talento. Un libro muy disfrutable, un buen libro, nada más desgraciadamente.

La libélula de Amelia Roselli, podéis pinchar en el enlace para ver la reseña que hice en su momento. Otro logro de la colección de poesía de Sexto piso. 

Divagaciones rossinianas de Alberto Zedda, ya hablé exhaustivamente sobre él. No creo que haga falta decir mucho más sobre sus indudables virtudes.

Regalo de la casa de Juan Madrid, ¿he dicho ya lo buenísima que es la serie del entrañable Toni Romano?

La sala del crimen de P.D. James, cualquier libro de la autora británica es todo un reto por su capacidad para crear tramas policíacas y por su buen hacer como escritora. Este es duodécimo de la serie de Adam Dalgliesh y, como es habitual, está muy bien hecho desde casi cualquier punto de vista.

La mujer de un solo hombre de A.S.A. Harrison, esperaba más del único libro de la canadiense; quizá es una cuestión de expectativas, pero Salamandra Black sigue ofreciendo forraje de calidad limitada en envoltorio de obras ineludibles; esperaba más de la colección, así que le vamos a dar un descanso porque ni Manzini ni Penny me interesan especialmente. Volveré con ella más adelante según lo que vayan sacando.

Los políglotas de William Gerhardie, ¡Ay del que se pierda al ruso nacionalizado británico! Es toda una tragedia no haberme podido extender como se merece con él pero os dejo un párrafo que ejemplifica su idea del humor extensible a esta fantástica novela:

“-No, así no funciona el humor. Hay humor cuando me río de ti y me río de mí al hacerlo (por reírme de ti), y me río de mí por reírme de mí, y así a la décima potencia. El humor es imparcial, libre como un pájaro. La inapreciable ventaja de la comedia sobre cualquier otro género literario que retrate la vida es que uno se sitúa discretamente por encima de todas las nociones, actitudes y circunstancias así retratadas. Reímos… reímos porque no podemos ser destruidos, porque no reconocemos nuestro destino en ningún logro en particular, porque somos inmortales, porque no existe este o aquel mundo, sino infinitos mundos: pasamos eternamente de uno a otro. En ello reside la hilaridad, la futilidad, la insuperable grandeza de la vida.”

Mujeres & mujeres de Juan Madrid, breve, condensado, pero no menor, para nada, esta cuarta entrega de la saga de Romano.

Desastre total 3: He vuelto de Stephan Pastis, me encanta Pastis, en este libro infantil, el tercero que se publica del autor, la inocencia se mezcla con las novelas de detectives; la creatividad como leit motiv.

Las compras, estas fueron las últimas, os pongo dos fotos porque se me han mezclado dos meses.

Compras_febrero_1

Compras_Marzo1

En cuanto a la previsión de lo que voy a leer en Marzo, en lo que estoy ahora mismo, me equivoqué en cuanto al número, cogí demasiadas. Es una nube de previsiones… como podéis ver en la foto.

Previsión_Marzo1

El próximo mes lo voy a limitar un poco más porque así no hay quién se centre. Lo que tengo claro es que sigo recuperando mucho de lo antiguo, ya que las novedades que están saliendo no están a la altura deseada. Lo bueno es que ha llegado Crispin, y abril promete a Roth, Barth, y muchas otras maravillas. Parece que la cosa empieza a mejorar.

War Requiem de Benjamin Britten en el Teatro Real: una interpretación sobrecogedora

Publicado originalmente en Ópera World en este post.

Una de las mayores virtudes de Britten fue su capacidad para saber renovar desde el respeto absoluto a lo clásico; supo dotar de modernidad a sus obras pero no adoptó la ruptura de la sonoridad que otros contemporáneos suyos promovieron y ejecutaron. El resultado, sorprendentemente, es que, sus obras, se mantienen  igual de vigentes en temáticas y en lo musical.

Ejemplo vivo de este proceso es este War Requiem, en el que alterna el texto latino clásico habitual con los textos poéticos de Wilfred Owen; estrenada en plena guerra fría en 1962 a propósito de la consagración de la nueva Catedral de Coventry; como muy bien advierte Luís Gago en el programa de mano, esta obra deviene en un alegato pacifista donde están las tres guerras presentes: Wilfred Owen murió en la primera, se ejecutó después de la segunda y en plena guerra fría.

Requiem

Musicalmente diseñó tres niveles, tres fuerzas musicales que interactúan entre sí, se alternan a lo largo de la obra hasta el abrumador final donde se combinan todas a la vez en perfecta simbiosis. La soprano solista y el coro van acompañados de la orquesta completa y cantan los textos clásicos; el barítono y el tenor tienen una pequeña orquesta de cámara e interpretan los poemas de Owen; por último, el coro de niños canta con el órgano y es preferible que esté a una cierta distancia de la orquesta, interpretando puntuales momentos del texto latino.

Es importante saber esto para comprender la dificultad que entraña interpretarla: los tres niveles musicales deben quedar perfectamente dibujados y el equilibrio debe mantenerse para que esto se produzca. Pablo Heras-Casado entendió y estudió perfectamente la disposición de los músicos, el coro de niños estaba situado en el palco real, la orquesta de cámara, al lado de barítono y tenor, a su derecha en el escenario y la soprano casi integrada con el coro de frente al director y a su izquierda. Esta disposición contribuía para ayudar a este equilibrio y se notaba que ha habido un trabajo detrás que se veía a lo largo de la interpretación. Heras-Casado dirigió de manera concisa con sus habitualmente claros gestos con las manos, rotundo, enérgico, pasional e intimista según el momento y sobre todo atentísimo a las dinámicas, frenando (muy sigilosamente, lo vi por estar en la primera fila) el volumen orquestal cuando la emoción llevaba a una posible descompensación; sonaron especialmente bien las cuerdas, tersas o ardientes según lo deseado; bien los metales a pesar de algún pequeño desajuste que no deslució el resultado final; fantástica la parte de cámara y el órgano a través de Miguel Ángel Tallante; especialmente reseñable me pareció la labor de la concertino, entendió a la perfección cómo se puede interpretar sintiendo la música, la que haces y la que hacen tus compañeros. Apasionante final.

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Por otro lado lo vocal rozó la excelencia: John Mark Ainsley es un experto en el canto recitado que solicita Britten para sus tenores (con Peter Pears como modelo); destacó especialmente por su elegancia y la homogeneidad de su canto legato no exento de la necesaria emoción para dotar de vida a los versos de Owen, hermosísimo y emocionante dúo final con Jacques Imbrailo, su solo del emotivo y lóbrego “Strange Meeting” fue simplemente conmovedor, sólo tuvo cierta tirantez en los agudos que solventó inteligentemente; Imbrailo tiene una voz de barítono templada y muy hermosa en el timbre, con un agudo brillante y seguro y pequeñas dudas en lo más bajo de la tesitura; dotó de verdadera emoción a su excepcional personaje; Susan Gritton empezó ligeramente destemplada su actuación sobre todo en los saltos de octavas requeridos, le costó un poco afinarlos y los portamentos afeaban ligeramente la falta de concisión, afortunadamente fue mejorando, tanto en el Lacrymosa como en los momentos finales ,demostró mayor seguridad y su voz brilló a gran altura. Los coros del Teatro Real y de la Comunidad de Madrid estuvieron excepcionales, rotundos cuando fue necesario, sensibles y cargados de lirismo en otros momentos. Da gusto oír partituras de este nivel tan bien interpretadas y cantadas, tan bien entendidas por los propios cantantes. Transmitiendo tanta intensidad como requería esta maravilla. El contrapunto del coro de los pequeños cantores de la Jorcam fue sencillamente subyugador, el color que lograron, la sensibilidad, puro terciopelo cargado de emoción.

El final fue simplemente prodigioso, uno de esos momentos inolvidables por conseguir llegar a lo sublime. El silencio al terminar dejó al público anonadado, como si hubiéramos vivido una experiencia única, sobrecogedora. Lástima que no estuviera el Teatro lleno para disfrutarlo. Los que estuvimos, seguramente, no lo olvidemos nunca.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.

El gran misterio de Bow de Israel Zangwill. Habitación cerrada: el clásico mistery

BowInducir, en su tercera acepción de la RAE, indica lo siguiente:

Fil.Extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio general que en ellas está implícito.

Que no es lo mismo que deducir:

Sacar consecuencias de un principio, proposición o supuesto.

La mayoría de las veces, las clásicas novelas policíacas se basan entonces en el método inductivo. Parece que no mucha gente es capaz de diferenciarlos. No está de más echar un vistazo rápido a sus definiciones para tenerlo claro.

Esto nos lleva a El gran misterio de Bow (1891) de Israel Zangwill que nos ha recuperado la editorial Ardicia, una clásica historia de “habitación cerrada”, el paradigma de la literatura detectivesca o mistery novels. Afortunadamente, Israel Zangwill (1864-1926), novelista británico de origen judío, no se dejó llevar, a pesar del tiempo en que fue escrita, por tópicos ni lugares comunes. Muy al contrario, fue capaz de anticipar varias delas estrategias que se utilizarían más adelante y lo realizó con verdadera eficacia. Repasaré a continuación sus virtudes, empezando por su estilo, depurado, lírico, sin estar recargado  y muy funcional; muy eficaz a la hora de describir lo que va sucediendo, las metáforas y comparaciones van desde lo habitual a intentos de hacer algo distinto; la sensación que produce es de deleite a la hora de leerlo:

“Un amanecer memorable de principios de diciembre, Londres despertó en mitad de una helada niebla gris. Hay mañanas en las que esta reúne en la ciudad sus moléculas de carbono en apretados escuadrones, mientras, en las afueras, las esparce tenuemente; de tal modo que un tren matinal que se dirigiera al centro nos llevaría des crepúsculo a la oscuridad. Pero aquel día las maniobras del enemigo eran más monótonas. Desde Bow hasta Hammersmith se arrastraba un vapor bajo y apagado, como el fantasma de un suicida pobretón que hubiera heredado una fortuna inmediatamente después del acto fatal. Los barómetros y termómetros compartían simpáticamente su depresión, y su ánimo, si es que les quedaba alguno, estaba por los suelos. El frío cortaba como un cuchillo de muchas hojas.”

Es inevitable destacar su capacidad para dibujar los personajes, en particular del ex policía Grodman, sobre todo porque utiliza un fracaso para definirlo:

“No era un pájaro madrugador, ahora que ya no tenía que salir a buscar lombrices. Podía darse el lujo de despreciar refranes como este gracias a que era el propietario de su casa y de otras de la misma calle. En el barrio de Bow, donde algunos inquilinos tienden a desaparecer durante la noche dejando facturas pendientes, resulta conveniente para un casero no alejarse demasiado de sus propiedades. Tal vez, también tenía algo que ver con la elección de su lugar de residencia el deseo de disfrutar de su grandeza entre los amigos de la infancia, pues había nacido y crecido en Bow, en cuyo cuartel de Policía local había ganado sus primeros chelines trabajando como detective amateur en sus ratos libres.

Grodman aún estaba soltero. Quizás la agencia matrimonial del Cielo podía haber seleccionado una pareja para él, pero no había sido capaz de encontrarla. Fue su único fracaso como detective.”

Otra de las grandes virtudes es, sin lugar a dudas, el buen humor que destila, como podemos inducir de la siguiente declaración en el juicio de Denzil Cartercot; de hecho consigue que, una escena tan aburrida a priori, pase sin darnos cuenta:

“A continuación, compareció Denzil Cantercot. Era poeta. (Risas). Se hallaba de camino a casa del señor Grodman, para decirle que no había podido cumplir su encargo porque estaba sufriendo “calambres de escritor”, cuando este le llamó desde la ventana del número 11 y le pidió que fuera a buscar a la Policía. No, no corrió, era un filósofo. (Risas). Les acompañó hasta la puerta, pero no subió. No tenía suficiente estómago para emociones fuertes. (Risas). La niebla gris ya era un acontecimiento lo bastante desagradable para una sola mañana. (Risas).”

Según avanza la narración se produce una confrontación, como si de un combate de boxeo se tratara; una lucha de personalidades opuestas, las de Grodman y Wimp, verdaderos artífices de un duelo detectivesco que no se atisbaba tan crudo en las primeras páginas, métodos opuestos para resolver el caso y que ponen al lector en la obligación de elegir un bando, ¿quién descubrirá el asesino?:

“Wimp era un hombre culto y de buen gusto, mientras que los interes de Grodman se concentraban exclusivamente en los problemas que planteaban la lógica y la evidencia, y los libros sobre estos temas eran su única lectura; las belles letres le importaban un comino. Wimp, con su inteligencia flexible, sentía un profundo desprecio por Grodman y sus métodos lentos, laboriosos y pesados, casi teutónicos. Es más, había estado a punto de eclipsar la brillante trayectoria de su predecesor gracias a algunas habilidosas y extraordinarias pinceladas de ingenio. Wimp era el mejor reuniendo pruebas circunstanciales, juntando dos y dos para que sumaran cinco.”

La nota final del autor recoge el último tema que quería destacar: la habilidad para crear la trama que lleva a un final que sorprende y que no se puede prever tan fácilmente, parece mentira que sea así en un caso del siglo XIX:

“La única persona que ha resuelto El gran misterio de Bow soy yo. No es una paradoja, sino un hecho al desnudo. Mucho antes de escribir el libro, me dije a mí mismo una noche que ningún relator de crímenes había asesinado a un hombre en una habitación a la que fuera imposible acceder. “

Evidentemente no voy a dar pistas, lo mejor es sumergirse en esta maravilla y dejarse llevar por la habilidad de Zangwill. Qué delicia poder encontrar publicado un libro como este, sobre todo para los que amamos las novelas de detectives. Me atrevo a sugerir a la editorial que podrían seguir con lo que no se ha publicado del Detection Club, hay mucho material y muy valioso.

Los textos pertenecen a la traducción de Ana Lorenzo de El gran misterio de Bow de Israel Zangwill para la edición de Ardicia.

Fajas Marzo 2015. No acaba la diversión

Para hacer este artículo solamente hay que encontrar género; y es tan fácil como pasear una hora por la Casa del Libro o por la FNAC; hay tantas muestras de esta insigne ciencia que me resulta difícil escoger; hoy os traigo cuatro fajas, una por curiosidad, las otras por los motivos de costumbre: esas estrategias editoriales que van directas a las líneas de flotación de los lectores potenciales.

Faja_Mantel20150307_121311La primera es una curiosidad en el sentido positivo; curiosa la faja que se marcaron en Global Rythm Press para este Tras la sombra de una, por entonces, desconocida Hilary Mantel (no había llegado aún su trilogía de Cromwell); en un diseño transparente, sorprende no sólo porque no molesta ni para coger el libro, ya que se queda oculto por la solapa interior, sino por las frases escogidas, típicas de suplemento cultural, que intentan resaltar las virtudes de esta gran escritora, no hay engaños, de hecho, parecen honestos:

FajaMuraka20150303_180214Tras este pequeño oasis, vamos a la tarea, las tres últimas son de las nos gustan. Empecemos con la última novela del archiconocido japonés; en efecto, Murakami; Tusquets vuelve a sacar novela suya, Hombres y mujeres, y viene servido con una llamativa faja amarilla que, todo sea dicho, contrasta muy bien con el negro de la editorial, la elección del blanco interior para las letras no parece tan afortunado. Pero no importa, porque hay cuatro palabras que sobresalen sobre el resto por el tamaño de letra y son aquellas que el lector va tener grabadas cuando la vea. ¿Adivináis cuáles son? El nombre y apellidos, claro, y “amor” y “desamor”, la editorial sabe lo que vende y Murakami es promesa de inolvidables amores y desamores. Nunca fallan.

Faja_Montero20150307_120730El siguiente ejemplo abre tantas posibilidades futuras que podría convertirse en una estrategia muy rentable. Todo parece normal en la faja, el color rojo, las letras, la frase de Ricard Garzón… pero claro, llegamos a ese “Probablemente, una de mis mejores novelas” y hemos cruzado al siguiente nivel, en el que el propio autor dice que su libro es la leche en la faja. El narcisismo escrito en una faja, una opinión “imparcial” y “muy fiable”; ¿qué será lo siguiente?, imaginad a Pérez Reverte diciendo lo cojonudo que es su libro o cualquier otra mamarrachada; una cosa es poner amigos, se ve que Rosa Montero no tiene a muchos y se pone a ella misma. Alucinante.

faja_Khimera20150307_121519Y para acabar, OJO, tenemos de vuelta al coloso de las letras, heredero del fénix de los ingenios… vale, me he pasado con la ironía; vuelve Gellida, vuelve a darle palos a nuestra maltratada lengua uno de los peores escritores actuales con Khïmera y encima fichando por un grande… pocas cosas hay más absurdas; no me dolería nada si hubieran dicho lo típico (adictivo, se lee de una sentada, trepidante, etc…), pero esa frase “un thriller que algunos ya han considerado una obra maestra”, esto es un “What the fuck” en toda regla; “algunos”, ese pronombre indefinido, sin citar a quien ha tenido las narices de decir semejante parida; pero claro, no creo que se atrevieran a aparecer si así hubiera sido. O sea que más bien lo tomaremos como una hipérbole más, de las que duelen, eso sí.

Espero que os haya gustado esta entrega, ya sabéis que, por correo o por twitter me podéis indicar otras. Siempre me ayuda para crear posts como este.

El público de Mauricio Sotelo. El subconsciente lorquiano

Publicada originalmente en Ópera World en este enlace.

Llegan los últimos flecos que nos recuerdan a Mortier; El público fue un encargo suyo a Mauricio Sotelo sobre el texto de la inusual obra de Lorca y con libreto de Andrés Ibáñez. No en vano consideraba el belga que esta obra inacabada encontraría su perfecta proyección a través de la música; ciertamente no se equivocaba, y Sotelo lo ha plasmado en esta fusión de música clásica, electrotecnia y flamenco que ahonda en lo subconsciente que habitaba en Lorca, un verdadero paisaje onírico de altos vuelos.

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Utiliza solamente 34 instrumentos musicales y 35 altavoces que lo amplifican a todo el teatro, jugando con los efectos de sonido de todo tipo: surrounds, desvanecimientos, mezclas, balances… y los alterna con momentos de cante flamenco  por soleás o seguiriyas. El complejo resultado es apabullante en ocasiones, íntimo en otras;  pero la música es exuberante y el contraste de lo flamenco, gracias a la labor impagable de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez, del guitarrista Juan Manuel Cañizares y el percusionista Agustín Diassera, con lo musical contemporáneo, es innegablemente subyugador. La influencia wagneriana está presente pero es un elemento más, sin preponderar sobre fragmentos cantados, recitados o ariosos que ensamblaban como un perfecto puzle. Cumple a la perfección el efecto evocador que la escena de Robert Castro nos muestra al mismo tiempo.

El fantástico texto de Andrés Ibáñez se ve refrendado por el onirismo puesto en escena por Castro, donde lo popular se mezcla con lo culto y nos muestra la mente (surrealista o no) de un Lorca que lucha en su interior por lo que el exterior no lo permite; su homosexualidad oculta, la incomprensión ante su obra, la percepción del arte, y… cómo no, la recepción del público, verdadero protagonista e intérprete de la escena. Imágenes sugerentes, disfraces, travestidos, un escenario invertido que subvierte lo establecido. La revolución de la cuarta escena supone el culmen, una sugerente escena llena de espejos que recuerdan a la Dama de Shangai, perdemos la perspectiva, que se amplía hasta el infinito y se refleja al público que se vuelve partícipe y verdadero integrador de la acción, uno más de la escena que se está representando, un remedo  subvertido de Romeo y Julieta. La obra de arte sin el público no se puede considerar como tal.

Qué mejor que Roberto Heras-Casado para ejecutar la partitura de Sotelo, el flamante director invitado titular del teatro interpretó, como suele ser habitual, la música con concisión meridiana. Su claro gesto ayuda a que no haya dudas de ningún tipo en un tipo de representación que le obliga a dirigir a los lados e incluso detrás de él sin perder el sentido de lo que se está realizando. Se notaba que estaba estudiado al milímetro y la orquesta respondió a la perfección asegurando, especialmente los metales, la correctísima ejecución. Manejó con gran sabiduría las dinámicas contrastando los momentos de flamenco con los de mayor densidad orquestal y sirvió todo ello para disfrutar de todos los colores que se nos ofrecían. Sobresaliente la labor de José Manuel Cañizares a la guitarra solista y de Agustín Diassera a la percusión, virtuosismo al servicio del drama, intimismo y pasión al mismo tiempo. Herás-Casado sabe perfectamente que una gran ejecución no es nada sin pasión y lo lleva a cabo en cada interpretación que realiza con su característica versatilidad.

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Es difícil hablar de la labor de tantos cantantes, muy adecuados para este estreno; bellas páginas las evocadas por el omnipresente José Antonio López con una voz contundente pero no exenta de templanza y que aguantó el papel sin cansancios; o las dificilísimas intervenciones de Isabella Gaudí como Julieta en un papel extremo que solventó con no poca solvencia; ya he hablado del trabajo excelente de los cantaores Arcángel y Jesús Méndez o del bailaor Rubén Olmo; o la hermosísima aria del Pastor Bobo por parte de Antonio Lozano; tampoco se quedó lejos el coro del teatro Real, impecable en su afinación en sus momentos estelares de la segunda parte, mucho más equilibrada que su primera parte antes del descanso.

Digno trabajo que el público, como no podía ser de otra manera, aplaudió sin reserva. La primera parte, más densa, originó algunas espantadas, no demasiadas, todo hay que decirlo. Los que quedamos para el final ovacionamos a los intérpretes, con un Mauricio Sotelo ciertamente emocionado que rendía homenaje a Mortier en el programa de mano por haberle dado la oportunidad. Lorca estaría orgulloso de esta interpretación.

Las fotos pertenecen a Javier del Real.