Tiene gracia que el montaje que pudimos observar no resultó, al final, nada transgresor, y cuando digo que no lo resultaba es porque todos los papeles principales prácticamente mantenían su personalidad, no había subversión en ello. Ni tampoco en la ambientación en la que podría ser cualquier playa mediterránea. El director de escena Damiano Michieletto plantea que Adina es la dueña del Bar homónimo y es tan frívola y aparentemente segura como siempre, consciente de sus encantos para ligar con cualquier hombre que la interese. Su escena inicial, en la que lee el cuento de Tristán e Isolda no lo hace en un libro sino directamente de un portátil. Nemorino es el típico perdedor, un recogedor de basuras de la playa, un palurdo entrañable que vive ensimismado por el amor que siente por la dueña del Bar. Belcore no cambia absolutamente nada, el sargento del ejército es en esta producción un sargento de navío y es igual de creído y mujeriego que en cualquier montaje que hayamos visto antes. El papel que cambia un poco en su planteamiento es el de Dulcamara, aquí el buhonero adquiere connotaciones bastante oscuras ya que se convierte en un vulgar camello que reparte papelinas en las fiestas. La interpretación, rozando el histrionismo, del uruguayo Schrott lleva al límite a un personaje que, sin embargo, hace las delicias del público por sus elementos cómicos; pocos pueden negar que su presentación es apabullante: un coche todoterreno con cuatro azafatas y gigantescas bebidas refrescantes hinchables. Con coreografías con las azafatas y una actuación sencillamente memorable. A partir de la presentación de todos ellos la trama se sostiene durante casi toda la obra. Consigue añadir elementos cómicos ajenos a la obra sin hacernos olvidar los ya presentes en el texto. Quizá el único momento en el que el italiano no sabe como ligar las escenas es justo después de la fiesta de espuma (con un Celso remojado… sí es cierto) hasta llegar a la escena final. Falta en ese momento el hilo conductor; aún así no ensombrece una concepción del espectáculo que, a pesar de rozar peligrosamente lo grotesco e incluso el mal gusto en algún momento puntual, funciona bastante bien y causó no pocas risas en el público.
Marc Piollet entendió perfectamente el carácter festivo de la ópera, reforzando con su dirección lo que tenía que ser una fiesta (playera); el problema es que se olvidó de la sutileza y la orquesta sonó muy descompensada por momentos, en comparación con los solistas que tenían que hacer esfuerzos encomiables para que se les oyera. Este desequilibrio se notó sobre todo en los concertantes, en los que los músicos tocaron demasiado fuerte y sin matices.
Esta obra maestra del gran Donizetti necesita cinco papeles principales de mucho carácter y características bien distintas. Celso Albelo estuvo inmenso en todos los aspectos de su actuación y del manejo de su espléndida voz; qué facilidad para cantar en mezza voce en la mayoría de los momentos; qué equilibrado en todos los momentos en que cantaba con otros y en los que adaptaba su voz para buscar el empaste; se permitió improvisar “dos de pecho” que nos permitieron descubrir la sencillez en la emisión de un agudo brillantísimo, sin apenas vibrato, colosal; si además juntamos a eso que estuvo divertidísimo y que la famosa “Una furtiva lagrima” la cantó con sentimiento, buen gusto y una línea de canto envidiable, nos encontramos con el gran triunfador de la noche. El segundo fue más sorprendente, no me molesta que los cantantes tengan ego, muy al contrario, normalmente un cantante con ego tiene mucha confianza y canta cada vez mejor, este es el caso del más que atractivo cantante uruguayo Erwin Schrott, su Dulcamara fue tan diferente a lo habitual que resultó inolvidable, llevó el papel de barítono bufo al límite de lo permisible pero salió airoso, su papel fue el más divertido de la noche porque derrocha carisma por todas partes; lo bueno es que no se queda en la actuación; su voz es descomunal, con un volumen bestial, estaba tan cómodo que hizo muchas improvisaciones (en agudos), algunas no muy adecuadas, también hay que decirlo. Su voz es un torrente que no se acaba, impresionante y merecido segundo triunfador. En estas condiciones pasó un poco desapercibida la voz de la bellísima georgiana Nino Machaidze, con una voz realmente perfecta para el papel; no ahorró en agudos y los realizó con seguridad, el problema es que su voz no es excesivamente hermosa, sobre todo si comparamos con los anteriores intérpretes, y no consiguió el éxito de sus predecesores, aún así no desentonó para nada; lo mismo podríamos decir de Capitanucci, su Belcore, por lo menos, estuvo bien caracterizado, su voz, pequeña, aunque muy cálida y templada, fue una de las más oscurecidas por la labor orquestal; no se le pueden poner peros a una actuación bien pensada y bien cantada aunque no rozara el sobresaliente; Ruth Rosique, en cambio, demostró que no existen papeles pequeños y cantó con mucho gusto a Gianneta, su voz es bastante potente, por momentos conseguía sobrepasar a la georgiana, aunque se abrían los agudos resultando un poco desafinados; su actuación estuvo sembrada ayudada por la dirección escénica que le dio mucha importancia a su papel. El coro titular siempre consigue que se le oiga, le pongan la orquesta que le pongan, estuvo como de costumbre matizado, afinado y muy correcto en todos sus momentos.
Un total éxito que fue premiado por los aplausos de un público entregado y que disfrutó de un montaje por momentos divertidísimo. Celso y Schrott se han doctorado en el Teatro Real, el público ya no les olvidará.